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REVISTA110

ENSXXI Nº 110
JULIO - AGOSTO 2023

Por: JOSÉ ARISTÓNICO GARCÍA SÁNCHEZ
Presidente de EL NOTARIO DEL SIGLO XXI


LOS LIBROS

En este trípode basa Onfray su discurso sobre la decadencia y muerte de la civilización occidental

Para apoyar su tesis aduce una versión populista y demagógica de la historia de la filosofía

Desde el ya clásico toque de aviso de Spengler en 1918, sobre la decadencia de Occidente, se han multiplicado en cantidad e intensidad las advertencias de sociólogos y filósofos sobre el declive de nuestra actual civilización por esclerosis de sus instituciones.
Los más alarmados como Larry Fink nos avisan de que es el mundo el que está en transición, una transición desordenada y aterradora, un invierno demográfico, con fragmentación, crisis energética, migraciones en desesperanza, que solo generan desazón y pesimismo, lo que explica ese ocaso general.

 “Si los augurios contra la democracia son desalentadores, los que se anuncian desde alguna cátedra afamada sobre nuestra civilización occidental, son demoledores”

Pero son especialmente insistentes las predicciones sobre el eje troncal de la civilización occidental, la democracia liberal, a la que destinan los peores augurios, incluso la muerte inminente. Es el caso por ejemplo de los acreditados politólogos de Harvard Ziblat y Levitsky que en su obra, ya best-seller de ensayo, Cómo mueren las democracias, describen la corrosión subrepticia que se urde en su seno y que puede llevarla a un derrumbe total. Augurios que confirman a diario expertos reporteros en sus crónicas sobre los EE.UU. de Trump, el Brasil de Bolsonaro, India, Israel y en la propia Europa Hungría o Polonia… cuyas democracias están seriamente amenazadas. Sirva de consuelo la convicción general de que la democracia, a pesar de sus imperfecciones incluso de la contradicción intrínseca que encierra, mientras no sea superada o sublimada por una mejor alternativa, goza de una resiliencia tan poderosa que con seguridad renacerá bajo nuevos y añorados ropajes, incluso con mayor vigor.
Pero esto no es todo. Ni lo peor. Si los augurios contra la democracia son desalentadores, los que se anuncian desde alguna cátedra afamada sobre nuestra civilización, la civilización occidental, son demoledores. Me refiero a la línea predominante en la obra del más popular y famoso filósofo francés del momento, el polémico Michel Onfray, del que ya se ha hablado en varias ocasiones en estas páginas.

“El leitmotiv troncal de su discurso es en realidad un postulado: no es la civilización la que genera una religión, sino al revés, es la religión la que genera las civilizaciones”

Onfray: una enciclopedia del saber
En su prolífico currículo editorial se embarcó hace años en un proyecto ingente: escribir una Enciclopedia del mundo, una magna obra del saber universal reinterpretado bajo nuevos postulados, los suyos. La concibió como una trilogía que ya estaría ultimada. El primer tomo, Cosmos. Una antología materialista, desarrolla sus conocidas posiciones hedonistas y negacionistas que ya había anticipado en obras anteriores. En el tercero y último del proyecto, Sabiduría, Saber vivir al pie de un volcán (Paidós, 2021), apela a reflejar bajo el concepto griego sophia, una filosofía práctica, cómo vivir en épocas difíciles como la actual manteniéndote erguido, cómo introducir la filosofía en el mundo empresarial y cómo saber reflexionar con acierto ante los retos inéditos del mundo actual.
Con este tercer Tomo acabaría todo. Pero una vez publicada la trilogía, la prolífica facundia de Onfray le indujo a continuar, sintió no haber agotado sus mensajes y ha anunciado tres nuevo tomos, Anima, una filosofía de la naturaleza, Estética, una filosofía del arte y Nihilismo, una filosofía del poshumano. Y no ha cerrado la puerta a posibles nuevos capítulos de su Enciclopedia.

Ocaso de la civilización occidental
Pero es la segunda parte de la trilogía inicial, Decadencia. Vida y muerte de Occidente (Paidós, 4ª ed. junio 2022), la más difundida y polémica de sus obras, la que viene al caso. En ella desarrolla con brillantez y de forma ingeniosa y sugerente su tesis sobre la muerte de la civilización occidental, la nuestra, que él califica como la judeocristiana.

“Nuestra civilización occidental, judeocristiana, está condenada a una implacable extinción y muerte como consecuencia del agotamiento y delicuescencia en la nada de la religión cristiana que la generó y de todas sus instituciones”

Su punto de partida, el leitmotiv troncal de su discurso es en realidad un postulado: no es la civilización la que genera una religión, sino al revés, es la religión la que genera las civilizaciones. Frente a la doctrina marxista que sostiene que la infraestructura económica condiciona la superestructura ideológica, Onfray defiende justamente lo contrario: primero hay una ideología, una espiritualidad y por tanto, una religión. Luego a su alrededor se genera una civilización.

El cristianismo genera una civilización
La nuestra, la civilización occidental, según su tesis, se inició en el proceso de dar cuerpo real a ese ser, solo conceptual, Jesús de Nazaret, que nunca existió, que fue solo una alegoría, una fábula genealógica, una ficción colectiva, oro religioso en suma, que años después un solo hombre, un judío con existencia real, Pablo de Tarso transmutó. Lo hizo cambiando el concepto del Jesús amable en el Cristo del látigo y la espada, inventando así el cristianismo al que Constantino dio forma política creando el Occidente cristiano que se desarrolló y expandió durante siglos generando toda una civilización, la judeocristiana, la nuestra, que en este momento llega a englobar desde la América imperialista hasta la Rusia soviética… pero que ahora está condenada a una implacable extinción y muerte como consecuencia del agotamiento y delicuescencia en la nada de la religión cristiana que la generó.
Parece una fábula simplista. Pero es la espina dorsal desnuda de la tesis defendida por Onfray. Y lo hace con tal brillantez y autoridad, que consigue que su singular interpretación de los hechos históricos, el flujo enciclopédico de sus inducciones, envueltas en un deslumbrante oropel logístico análogo en otra escala al que escolásticos y sofistas, entre otros, usaban para recubrir sus raciocinios, que obliga en ocasiones a un atónito lector a sospechar de la solidez del entramado que sujeta sus propias convicciones desde la duda y la perplejidad.

“Sus inducciones, están envueltas en un deslumbrante oropel logístico análogo en otra escala al que escolásticos y sofistas, entre otros, usaban para recubrir sus raciocinios”

Una visión de la historia
Onfray no es un historiador. Aunque el repaso que hace de la historia universal es ameno y seductor, la sombra de sus convicciones expuestas en obras cuyo simple título dejan al descubierto, Antimanual de Filosofía o Tratado de Ateología, por ejemplo, campan como idea fija y guía de su discurso, superponiendo a cada hecho histórico el sesgo ideológico de sus tesis, unas veces retorciendo la realidad y otras anteponiendo conclusiones prejuzgadas a premisas sin demostrar. Todo un ejercicio de dialéctica culta y brillante y una erudición abrumadora pero selectiva, para reconducir el relato a su terreno. Sirva de ejemplo su hipótesis gratuita de un Pablo de Tarso homosexual latente o reprimido, tal vez impotente, como razón de que nuestra civilización se haya construido sobre la represión paulina de la carne.JAGS ILUSTRACION
Su discurso, en efecto, está envuelto en un ropaje tan ameno y documentado que seduce al lector con la singular nueva interpretación que da a hechos históricos que se tenían por incuestionables, aunque recurra a veces a sofismas como obviar lo consabido y resaltar solo las aristas más vidriosas de cada hecho o personaje para ensalzarlos o minimizarlos según convenga a la línea ideológica que sostiene. Sirva de ejemplo la estampa edulcorada de Luis XVI y María Antonieta y la denigración sistemática de los tenidos por prohombres de 1789, Marat, St-Just, Robespierre... de la imagen de cada uno de los cuales, como de Rosseau, solo recoge lo deleznable. Como de la propia Revolución de 1789 que solo fue, dice, una gran obra de negro resentimiento. Y todo por la sencilla razón de que supuso el retorno de la fuerza bruta y la interrupción del proceso de descristianización que estaba llevando a cabo la Ilustración introduciendo la racionalidad para desterrar la religión, que es la tesis que él defiende. Y obviando el complejo significado de esa Revolucion y los méritos de sus actores.

“La tesis de Onfray es la culminación de la doctrina filosófica que propugnó el filósofo más influyente de las últimas generaciones, Friedrich Nietzsche. Onfray lleva el nihilismo a su etapa final”

Porque Onfray, filósofo del ateísmo, parte como ya se ha dicho de un postulado básico: es la religión la que genera cada civilización, la civilización occidental fue generada por el cristianismo. No el cristianismo amable de la caridad y las bienaventuranzas, sino el imperialista del látigo y la espada de Pablo de Tarso, Agustín de Hipona y Constantino, impuesto por la fuerza y mantenido por monarquías teocráticas durante siglos. Pero un cristianismo que en el siglo XV inicia la línea descendente de decadencia y muerte vencido por la razón a partir del Renacimiento -la aparición de De rerum Natura de Lucrecio y su materialismo fue decisiva-, sigue con la Ilustración y terminará con una racionalización general que producirá la descristianización total y la consiguiente extinción de la civilización occidental judeocristiana que generó y la de todas sus instituciones.

Nihilismo radical
Esta es la tesis de Onfray. Es realmente la culminación, desde postulados propios, de la doctrina filosófica que propugnó el filósofo más influyente de las últimas generaciones, Friedrich Nietzsche, de quien se confiesa seguidor. Onfray lleva el nihilismo a su etapa final, el estructuralismo capaz de tragarse la historia para excretar solo derechos conceptuales, sistema que Onfray tilda de filosofía de la muerte, antihumanismo, pero que pergeña al final de esta obra y al que destina al parecer el sexto Tomo de su proyectada Enciclopedia.
A Onfray no le basta el símbolo predilecto de Nietzsche para filosofar, el martillo para romper, triturar, pulverizar y quebrar la ortodoxia dominante. Onfray en su extremismo sumo prefiere la trituradora y llega hasta la sima más profunda del nihilismo, hasta aniquilar al propio nihilismo.

Estadio actual
Será el final. Ahora, piensa, estamos en un estadio previo, el ocaso de la civilización en declive y amenazada de la que solo queda, después del derrumbe del comunismo soviético, esa seudoreligión del capital, metástasis de consumismo hedonista que piensa haber alcanzado su realización cenital con la democracia liberal. La que representa y propaga al resto del mundo EEUU pensando que el derrumbe soviético le ha dado plenos poderes sobre el planeta.

“A Onfray no le basta el símbolo predilecto de Nietzsche para filosofar, el martillo. Onfray en su extremismo sumo prefiere la trituradora y llega hasta la sima más profunda del nihilismo, hasta aniquilar al propio nihilismo”

Pero no es así. Onfray recuerda la revolución teocrática de Jomeini que aspira a una islamización universal mediante la Sharia y la guerra terrorista de Bin Laden, Al Qaeda y las acciones militares de la Yihad. En Europa la democracia islámica crece y no se integra. Ahí están las revueltas de la banlieu en Francia. La guerra está viva. Sigue. Nadie en occidente daría su vida por el consumismo, la religión del capital. Una legión de creyentes daría su vida por el islam. Nihilismo frente a fervor. Y lo que siempre triunfa es lo puramente religioso, ahora el Islam, que mantiene creciente y ciega espiritualidad.

Última civilización y trashumanismo
Y entrando ya en el terreno de las predicciones de futuro, Onfray augura que tampoco ésta durará, será vencida por otras civilizaciones, quizá la China confuciana, o la India hinduista… y así sucesivamente, prosigue Onfray. Hasta el advenimiento de la que vaticina civilización desterritorializada, mundial, única y monolítica, marcada por la autonomía de las máquinas y el trashumanismo, el hombre nuevo, ese que anunció ya Esparta, luego el cristianismo y el marxismo entre otros, y que será ahora creado por el voluntarismo científico en unión teratológica de lo humano con la máquina. Ese mundo abolirá definitivamente el viejo mundo, el nihilismo entrará en máxima incandescencia y esta civilización abolirá toda civilización. La nada es un destino cierto.

Una historia subjetiva
Con esa frase Onfray concluye su ensayo y sus predicciones dejando en el lector ese poso de pesimismo que es consustancial a la nada.
Nadie le puede negar a Onfray su técnica narrativa, su habilidad para la divulgación, la amenidad de su prosa y esa inmensa erudición que demuestra su análisis, lleno de anécdotas y sorpresas. También, si se me permite, pleno de insolencia, descaro y falta de respeto a gestas y héroes consagrados.

“Onfray no trata de escribir un libro de historia. Ni una verdadera e imparcial filosofía de la historia. Trata de defender su doctrina con argumentos traídos de una historia sojuzgada a sus tesis”

Claro es que Onfray no trata de escribir un libro de historia. Ni una verdadera e imparcial filosofía de la historia, aunque así lo anuncia. Trata de defender su doctrina con argumentos traídos de una historia sojuzgada a sus tesis. Sabido es que, como enseñó Toynbee una historia objetiva no es posible, todas adolecerán de cierto subjetivismo del historiador. Pero Onfray lleva su versión de la historia al límite extremo de sus también extremos postulados ideológicos. Porque en Onfray todo es extremo. Su ateísmo, o mejor su anticristianismo, su nihilismo y su anticapitalismo son ideas fijas y obsesivas que se convierten en prejuicios a la hora de analizar la historia. Y un prejuicio, como enseño Einstein es más difícil de romper que el átomo. Sobre estos dogmas que Onfray considera indiscutibles, gira su relato, siempre brillante, a veces ambiguo o paradójico.

Dialéctica populista
Un ateo confeso y militante supedita la génesis de las civilizaciones a una religión que las genere. Demasiado simplista. El contenido de cada civilización es más complejo, la nuestra por ejemplo como demostró Dilthey arrastra más genes de la filosofía griega y del derecho romano, que además ya tenían entre ellos voceros descreídos. Y una violencia ocasional no puede ocultar ni minimizar la fuerza expansiva de los mensajes de la religión, en la cristiana por ejemplo el amor y la caridad.

“Sus simplificaciones merman la ortodoxia de sus deducciones. Tampoco la delectación en detalles sórdidos se alinean en la dirección del rigor de la narración sino que abonan el tono demagógico o populista de su relato”

Hay por cierto en la obra una calificación y atribución confusa de la violencia. Un imperialismo, invento de Constantino -de gánster digno del patíbulo lo califica- para imponer el Cristianismo por la fuerza. Una Revolución, la de 1789, que por un lado interrumpe la racionalización y su secuela deseada la descristianización, y al tiempo, con la marxista de 1917 y el mayo francés de 1968, constituyen tres hitos en el proceso extintivo del cristianismo. Un totalitarismo, invento de Lenin, que parte del ateísmo, y frente a él, otro, el fascismo, para Onfray la contrarrevolución cristiana, que al vencer los aliados, tuvo el efecto inverso de dejar al cristianismo entre los vencidos y a los soviéticos en el de los vencedores. Paradoja que no tiene mayor recorrido que un sofisma o un estéril ejercicio dialéctico similar a las quodlibetales escolásticas.
Como la porfía sofística entre teístas, deístas y ateos sobre quién ha causado la muerte de Dios. Y solo para epatar pueden entenderse sus biografías destructivas de prohombres y próceres acreditados con la argucia de resaltar facetas sórdidas, a veces maledicencias, de sus vidas obviando las positivas. O de gestas degradadas por exclusión de lo glorioso y porfiar con lo indigno, como en la colonización de América que centra en un De las Casas que habló de mas muertos indígenas de lo que era entonces la población mundial. O cuando sacrifica la precisión histórica a la paradoja ocurrente, por ejemplo. Como la de que fue el antisemitismo de Pablo de Tarso lo que permitió nacer el cristianismo, y el de los nazis el signo de su fin y el de nuestra civilización.

“El rechazo visceral de Onfray al cristianismo y al sistema liberal, le arrastra a refugiarse en un desolador pesimismo nihilista, demostrando que la izquierda es incapaz de proponer una alternativa coherente y atractiva de convivencia”

Es un libro oceánico, vital, pero sobretodo de un polemista militante. Y por supuesto polémico... Las cátedras de historia nos suelen describir una realidad histórica más densa, poliédrica y compleja que la lineal que Onfray nos propone. Son simplificaciones que merman la ortodoxia de sus deducciones. Tampoco la delectación en detalles sórdidos de los personajes o de los episodios históricos, insólitos en ensayos filosóficos por innecesarios, se alinean en la dirección del rigor de la narración sino que abonan el tono demagógico o populista de su relato.
Aún así, nadie le puede negar a Onfray su técnica narrativa, su habilidad para la divulgación, la amenidad de su prosa y la inmensa erudición que demuestra su análisis histórico de la religión por más que el trasfondo incriminatorio, su censura demoledora subyacente no excepcione ninguna de las instituciones de nuestra cultura y termine acercando al lector al abismo del vacío, un nihilismo radical.

“El discurso de Onfray seduce al lector con la singular interpretación que hace de hechos históricos que se tenían por incuestionables aunque recurra, a veces, a sofismas”

La realidad es que el rechazo visceral de Onfray al cristianismo y al sistema liberal y a cuanto este representa, le arrastra a refugiarse en el desolador pesimismo nihilista, demostrando que la izquierda es incapaz de proponer una alternativa coherente y atractiva de convivencia. Y que no es doctrina común. El propio Houellbecq, que ya había novelado en su icónica obra Sumisión sobre la islamización total de Francia, en su último libro (Más intervenciones, Anagrama 2023) augura que el mundo está volviendo a la religión y que un catolicismo restaurado podría reparar esta civilización.

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