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REVISTA110

ENSXXI Nº 112
NOVIEMBRE - DICIEMBRE 2023

Por: EMILIO SÁENZ-FRANCÉS
Profesor de Relaciones Internacionales
Universidad Pontificia Comillas


GUERRA Y DERECHO INTERNACIONAL

Hace apenas quince años, cuando comencé mi docencia universitaria, uno de los debates que era oportuno suscitar entre los alumnos versaba sobre la conveniencia o no de que Turquía entrase en la UE. En aquel entonces la patria de Atatürk aún parecía ver en la integración en la Europa unida el punto de llegada natural al camino iniciado con su Guerra de la Independencia. Hoy, estupefactos, intentamos en las mismas aulas descifrar el enigma del juego peligroso de Erdoğan y su neo otomanismo rampante, que un día condiciona la vida de la OTAN, otro flirtea con Vladimir Putin, para acostarse mecido por planes de hegemonía política en un Oriente Medio en llamas. Europa, o aún mejor, Occidente, han perdido todo peso en la ecuación.

El ejemplo turco, lejos de ser una excepción, refleja lo que es casi una nueva norma global: la de la des-occidentalización. Sin que nos hayamos dado cuenta, Occidente, entendido no sólo como un determinado grupo de países o un entorno económico, sino como todo un sistema de valores -una cosmovisión determinada-, ha entrado en crisis acelerada. Este artículo pretende apuntar algunas claves para comprender el fenómeno y sus causas.

El primer aviso
Podríamos preguntarnos cuál fue el primer aviso. Quizás el Mayo francés y el triunfo del postmodernismo como valor de referencia intelectual. Aquella pasión nihilista por negar cualquier certidumbre, y poner en solfa toda arquitectura de raíz moral, prendió con fuerza inusitada; y ha engendrado en nuestros días el movimiento woke con un efecto que ya no es continental sino planetario. Como decía Chesterton, el que no cree en Dios, es capaz de creer en cualquier cosa. Es verdad que los franceses, que tienen dos grandes pasiones: pasión por su grandeza y por una autodestrucción cíclica, son quizás un caso aparte, pero también que Francia es la nación que mejor ha sabido exportar sus grandes superproducciones políticas e ideológicas. Para bien y para mal.

“El ejemplo turco, lejos de ser una excepción, refleja lo que es casi una nueva norma global: la de la des-occidentalización”

Hace apenas unos pocos años celebrábamos la victoria electoral de Barak Obama como el triunfo de la normalización racial en Estados Unidos, y la victoria del mejor cosmopolitismo made in USA tras los años tejanos de George Bush Jr. Los británicos iniciaron la crisis económica global con un primer ministro, Gordon Brown, que no dejaba de ser un portento intelectual. Un titán si lo ponemos en triste comparación con los epígonos del conservadurismo británico. ¿Y qué decir de Ángela Merkel en Alemania o incluso del menos carismático de los presidentes de la V República: François Hollande? Los líderes no son ni mucho menos un valor absoluto, pero combinados, pueden ayudarnos a construir el código de un tiempo concreto. En este caso, la fotografía era la de un mundo cansado pero sensato, que aspiraba a seguir liderando la globalización, incluso a través de sus tempestades más furiosas. Los que se situaban al margen del sistema, se apretujaban para entrar en él, o al menos, para salir en la foto: los rusos y su entonces tibiamente pintoresco Putin; la India; o una China sin duda asertiva pero que parecía aspirar a ser la mejor jugadora en la mesa de bridge y no todavía a proponer un cambio de baraja o incluso imponer el Mahjong (1) como entretenimiento predilecto. Occidente lideraba y aunque a comienzos de este siglo estaba claro que El Fin de la Historia de Francis Fukuyama era una mala broma, la evolución de la historia mundial seguía entendiéndose razonablemente bien leyendo a Gibbon o estudiando en profundidad los ritmos de las Guerras del Peloponeso. Todavía en 2008 las mal llamadas Primaveras Árabes abrían la puerta a la ensoñación con el fin de la “excepción árabe” en una marea que prometía arrumbar tiranos y domesticar la Sharía con novísimas constituciones.

La quiebra estadounidense y el ocaso europeo
¿Qué ha pasado desde entonces? En cualquiera de los órdenes, Occidente se ha desnortado. Más aún, podría incluso decirse que ha entrado en una espiral autodestructiva. A buen seguro, se bate en retirada. Estados Unidos, que es una nación fascinada por la distopía como género literario y cinematográfico, ha decidido convertir esa ficción catastrofista en práctica cotidiana. El prestigio sumo sacerdotal de su presidencia se ha desmoronado. Los templos de esa gran democracia quedaron mancillados por el asalto nefasto al Capitolio de 2021. Su clase política es una sombra valleinclanesca de lo que fue y su trama social está gravemente herida. Todo un síntoma de que, para la nueva Roma, han llegado -quizás- los tiempos de Alarico el Godo.

“¿Cuál fue el primer aviso? Quizás el Mayo francés y el triunfo del postmodernismo como valor de referencia intelectual. Aquella pasión nihilista por negar cualquier certidumbre”

Ex USA lux, también irrumpieron en Europa los vientos de la posverdad, y comenzó a desquebrajarse el edificio de la cordialidad social en alguno de los principales actores del continente. No es que las europeas fuesen sociedades fundamentalmente cohesionadas, pero sí asentadas en unos consensos básicos: el Estado del Bienestar como principal reflejo de una confianza en lo público, que sabía convivir con el estímulo de la iniciativa privada, que decantaba en un capitalismo sosegado. También un sobreactuado celo por la multiculturalidad como bien social que tenía como resultado un creciente relativismo moral.

Ensoñación tecnocrática
Los años a caballo entre el final del siglo XX y el comienzo del XXI fueron sin duda los de la ensoñación tecnocrática. A su sombra, confiando en la muerte de las ideologías, poco a poco, se fue fraguando ese divorcio entre gobernantes y gobernados del que hablaba Sartori. Respuestas enlatadas a problemas nuevos, hipertrofia de los aparatos políticos, y una negación descarada de problemas estructurales coevos de una globalización adorada como un becerro de oro. Así, quedaban sin resolver las innegables desigualdades económicas; la incertidumbre ante una revolución tecnológica que ya era un reto antes de la IA; o las tensiones provocadas por el terrorismo internacional; o por la inevitable (des)cohesión de sociedades cada vez más complejas; atravesadas por tensiones culturales, identitarias, religiosas y raciales. Las respuestas a aquellos problemas venían -cuidadosamente elaboradas por gabinetes de comunicación- precocinadas en discursos vacíos, y en políticas hueras. Digamos en definitiva que había una aprehensión larvada en las sociedades que no se supo o se quiso ver. Faltaba solo una chispa que acelerase el proceso hasta elevarlo a tormenta perfecta.

“¿Qué ha pasado? En cualquiera de los órdenes, Occidente se ha desnortado. Más aún, podría incluso decirse que ha entrado en una espiral autodestructiva”

En efecto, desde 2008, con una estela que se extiende hasta nuestros días, se desató una crisis económica global, que aceleró aquellos miedos y fundó otros nuevos. Por primera vez desde el periodo de entreguerras, la inseguridad y la incertidumbre material se convirtieron en elementos estructurales que marcaban la vida de las sociedades abiertas de Occidente. Esa misma apertura se acabó percibiendo como la mayor amenaza; como una exposición a lo desconocido. Grecia o España temían a los hombres de negro de Bruselas. Estados Unidos descubrió que mientras se afanaba en domeñar el solar iraquí y los escarpados riscos afganos, una potencia insensible a los ritmos de las crisis europeas, desafiaba su liderazgo y le sustituía como socio indispensable de las naciones africanas o latinoamericanas. China, en efecto, rompió la baraja.
Los tiempos de crisis han sido siempre la hora de los demagogos, y ante la incapacidad de un liderazgo tradicional adormecido, estos hicieron su agosto. Del 15M español a Donald Trump; del Brexit a Viktor Orban… o (salvo excepciones) a la más paupérrima generación de dirigentes latinoamericanos, y más allá. Entre gritos, odio y respuestas fáciles, Occidente comenzó a quedar deslegitimado como praxis.

Una nueva geopolítica
Naturalmente, todo ello ha tenido un impacto en la geopolítica global. Con Emanuel Macron, Francia ha visto, en muy pocos años, su influencia en África desmoronarse. Vladimir Putin se ha lanzado a una brutal agresión, convencido de sus opciones ante la feble respuesta de Occidente cuando agredió Georgia en 2008 o anexionó Crimea. El Sur global ya no ve Occidente como un punto de llegada, sino como el enemigo a batir. China, en efecto, ha irrumpido con un relato poderoso, que disuelve el discurso centrado en valores de Occidente en beneficio de un corto plazo realmente efectivo. Beijing quiere ser la cabeza de un mundo no-occidental que se interpreta a sí mismo como postcolonial y, por tanto, legitimado en su revanchismo contra los culpables de su postración. En esa mêlée, la tentación autodestructiva de Occidente queda patente por la manera extemporánea en la que en los últimos años se ha abordado la sin duda trágica herencia de la experiencia colonial europea, o en la irrupción del vitriólico movimiento woke. El resultado es un desafío en toda la línea al orden internacional basado en normas diseñadas tras la Segunda Guerra Mundial. La ONU, cabeza de esa arquitectura, se debate así entre la insignificancia y la indiferencia.

“Por primera vez Occidente no tiene recetas ni para liderar ni para reinventarse”

Occidente retrocede en su influencia global, y se achica en sí mismo. Hemos hecho mención del colapso de un sistema de valores que se inicia con la Revolución del 68. El significado de estos últimos años de crisis económica y de pandemia es claro, y se añade a ello: por primera vez, el ideal de progreso y optimismo de una cosmovisión de lo material y lo económico forjada en el Renacimiento se tambalea de manera estructural. Con unos valores tradicionales -los de raíz clásica y judeocristiana- de capa caída; con su idea de progreso en cuestión; con alternativas como modelo de referencia en auge e inerme ante los cambios tecnológicos (IA) y sociales que se avecinan a escala global, por primera vez Occidente no tiene recetas ni para liderar ni para reinventarse.
¿Qué se puede hacer ante todo ello? Como dice Brian Herbert, el primer paso para evitar una trampa, es conocer su existencia. La historia y nuestros errores han colocado a la civilización occidental ante el que es quizás el mayor desafío en los últimos cinco siglos. En la propia historia de Occidente se encierran las claves que han activado sus mayores éxitos, y también los más profundos abismos que ha abierto en la historia de la humanidad. Sería si no otra cosa, absurdo insistir en el error. Reclamar un abandonado sistema de valores -una arquitectura moral- como un proyecto digno de ser vivido es algo vital ante retos tectónicos como el cambio climático, la disrupción tecnológica o una geopolítica hostil. El primer paso es saber por qué y para qué se camina. Y desde ahí, reclamar un auténtico liderazgo a una generación política que corre si no lo asume el riesgo de la insignificancia o el ridículo.
Como un relámpago que rompe una noche despejada, ha quedado claro que el mundo del mañana no será el de the west and the rest… Pero también que todavía no hay alternativa posible a la promesa -hoy desvaída- de los valores occidentales. Por nuestra parte, encerrados en el devenir cotidiano de la miserable política española, corremos el riesgo de olvidar que -en efecto- el nuestro es un capítulo triste en un drama mucho mayor.

(1) Popular juego de mesa chino.

SAENZ FRANCES EMILIO ILUSTRACION


Palabras clave:
Des-occidentalización, Liderazgo, Orden internacional, Geopolítica.
Keywords: De-westernisation, Leadership, International order, Geopolitics.

Resumen

El artículo examina la acelerada crisis que afecta a Occidente. Destaca la des-occidentalización como una nueva norma global e identifica el origen de la desorientación occidental en eventos como el Mayo francés y la crisis económica global iniciada en 2008. Ambos procesos pusieron en cuestión, por un lado, las bases morales de Occidente y, por otro, la propia concepción optimista de progreso de las sociedades occidentales. El texto analiza la pérdida de liderazgo y la inseguridad e incertidumbre estructural que marcan la vida occidental de nuestro tiempo. También fruto de la amenaza geopolítica derivada del auge de nuevos actores globales que buscan revisar el orden internacional basado en normas nacidas de la Segunda Guerra Mundial.

Abstract

The article examines the acute crisis affecting the West. It highlights "de-Westernisation" as a new global norm, and pinpoints the beginning of the West's loss of direction in events including May 1968 in France, and the global economic crisis that began in 2008. The two processes called into question the moral foundations of the West, and Western societies' optimistic conception of progress. The text examines the loss of leadership and the structural insecurity and uncertainty that have defined Western life in our era. This "de-Westernisation" is also the result of the geopolitical threat posed by the rise of new global players seeking to overhaul the rules-based international order that emerged from the Second World War.

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