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revista10

ENSXXI Nº 10
NOVIEMBRE - DICIEMBRE 2006

JOAQUÍN ESTEFANÍA
Periodista

A principio de la década de los cincuenta del pasado siglo, el sociólogo T. H. Marshall desarrolló una definición del ciudadano, íntimamente relacionada con la democracia. Para este científico social, la ciudadanía tiene tres partes indisolubles; uno no es ciudadano si no posee todas y cada una de esas tres partes. La primera, la civil, se compone de los derechos para la libertad individual: libertad de la persona, de expresión, de pensamiento y religión, derecho a la propiedad y a establecer contratos válidos y derecho a la justicia. La segunda, la política, entendía el derecho a participar en el ejercicio del poder político: el derecho del ciudadano a elegir y ser elegido. La tercera pata de la ciudadanía es el elemento social, que abarca desde el derecho a la seguridad y a un mínimo de bienestar económico al de compartir plenamente la herencia social y vivir la vida de un ser privilegiado, conforme a los estándares predominantes en la sociedad.
Los pecados, las deficiencias de las democracias se alinean con las dificultades de la ampliación del concepto de ciudadanía, con sus debilidades, que no son las mismas en las distintas zonas del mundo y en las diferentes épocas de la historia. Por ejemplo, en los albores del siglo XXI, los politólogos tratan de explicar los cambios en los comportamientos de los ciudadanos ante determinados pecados de la democracia; por ejemplo (de máxima actualidad), por qué hay más sensibilidad en unos momentos que en otros -y en unos países más que en otros- ante la corrupción o ante la mentira y la manipulación política. La aniquilación de la verdad y la debilidad de la democracia caminan al mismo ritmo, constituyen dos indicadores recíprocos y convergentes: las libertades públicas (el concepto de ciudadanía) y las mentiras políticas circulan de forma inversamente proporcional.

"El avance de la democracia en todo el mundo desde los años setenta, es especial tras la caída del socialismo real, ha sido importante. Sin embargo, el mismo parece haberse frenado. China y las autocracias de Oriente Próximo siempre van a ser una propuesta más difícil"

Es hora de recuperar una obra de arte literaria publicada a finales del siglo XVIII en Ámsterdam: el opúsculo titulado El arte de la mentira política, de Jonathan Swift (recientemente editado en España. Editorial Sequitur). En él se planea la posibilidad de engañar al pueblo por su propio bien. El texto empieza señalando las bases fisiológicas de la mentira: el alma tiene un lado plano, que le viene dado por Dios y que refleja fielmente los objetos; también tiene un lado cilíndrico, heredado del Diablo, que los deforma sistemáticamente. Satanás, como indican los Evangelios, es el padre de la mentira. Swift se incorpora a la reflexión política que va desde la República de Platón hasta el Príncipe de Maquiavelo, y que ya hemos avanzado: ¿conviene ocultar la verdad al pueblo por su propio bien, engañarlo para salvaguardarlo? El arte de la mentira política sería, en efecto, "el arte de hacer creer al pueblo falsedades saludables con vistas a un buen fin".
La medición de la democracia no ha llegado a grados tan sofisticados como los de Swift. En muchas ocasiones, los grados de democracia, su calidad, son intangibles. Hay un debate implícito entre científicos sociales (fundamentalmente entre sociólogos y economistas) sobre si se puede tasar la calidad de la democracia que goza el planeta o un país, a través de un índice compuesto. Una organización estadounidense, la Freedom House tiene un indicador que gradúa las libertades políticas y las libertades civiles, a través de una serie de indicadores, que toman como baremo de la democracia. También utiliza un concepto más acotado, el de democracia electoral, que tiene en cuenta los siguientes criterios: un sistema político competitivo y multipartidista; sufragio universal adulto; elecciones habitualmente disputadas y efectuadas sobre la base de una votación secreta, una seguridad razonable del voto y la ausencia de un fraude masivo de votantes; y un acceso público significativo de los grandes partidos al electorado a través de los medios de comunicación y de unas campañas por lo general abiertas. A finales del año 2005, 122 Estados eran considerados democracias electorales; de éstos, 89 fueron considerados países libres.
La novedad está en que ahora, el semanario The Economist se ha incorporado a estos esfuerzos por mensurar la calidad de la democracia en el mundo, y acaba de presentar un índice de democracia basado en cinco categorías: proceso electoral y pluralismo; libertades civiles; funcionamiento del gobierno; participación política; y cultura política (en la que se podría incluir la reacción ciudadana a aspectos como el de la mentira política como arma electoral). Este índice ha medido la situación en 165 Estados independientes y dos territorios independientes, lo que abarca a la mayoría de los 192 Estados independientes del mundo, excluyendo a 27 microestados. Veamos algunas de las conclusiones de la Economist Intelligence Unit.
Aunque casi la mitad de los países del mundo pueden clasificarse como democracias, el número de democracias plenas es relativamente bajo (sólo 28). Casi el doble de esta cifra (54) se clasifican como democracias con fallos. De los 85 Estados restantes, 55 son autoritarios, y 30 se consideran regímenes híbridos. Más de la mitad de la población mundial vive en una democracia de algún tipo, aunque sólo alrededor del 13% reside en democracias plenas. A pesar de los avances de la democracia en las últimas décadas, casi un 40% de la población mundial vive todavía bajo un gobierno autoritario (un elevado porcentaje del cual corresponde a China).
La democracia "cuasi" perfecta es Suecia, el país con una puntuación más alta. Los demás países nórdicos también están a la cabeza de la clasificación. Sin embargo, EEUU y Gran Bretaña se encuentran en la parte baja de la categoría de democracias plenas. EEUU pierde calidad en su democracia debido a ciertos aspectos relacionados con el buen gobierno y las libertades civiles. En Gran Bretaña, la baja participación política (la más baja del mundo desarrollado) es un problema importante y también lo es, aunque en menor medida por el momento, la erosión de las libertades civiles. Una buena sorpresa es España: de los 28 países en el mundo que son democracias plenas, ocupa el puesto decimosexto, por delante de EEUU, Japón, Gran Bretaña o Francia.
El avance de la democracia en todo el mundo desde la década de los años setenta, es especial tras la caída del socialismo real, ha sido importante. Sin embargo, el mismo parece haberse frenado. Era lógico que el ritmo de la democratización disminuyera después de las mejoras fáciles que siguieron a la caída del muro de Berlín. China y las autocracias de Oriente Próximo siempre van a ser una propuesta más difícil. Y EEUU, dice The Economist, "que debiera ser un ejemplo sin mácula, ha perjudicado a su causa de ampliación de las libertades: su intervención militar en Irak es profundamente impopular en todo el mundo; a Bush se le ve con malos ojos en general, y Guantánamo y otros casos de torturas a prisioneros han provocado acusaciones de hipocresía contra el país".

"El semanario The Economist acaba de presentar un índice de democracia basado en cinco categorías: proceso electoral y pluralismo; libertades civiles; funcionamiento del gobierno; participación política; y cultura política"

El estudio avisa de que no debemos pasarnos de pesimistas porque la democracia como valor conserva un fuerte atractivo universal. La creación de democracia mediante una intervención exterior no ha salido muy bien. Pero tendencias como la globalización, la mejora de la enseñanza y el crecimiento de las clases medias favorecen su desarrollo orgánico.
Volvamos al concepto de ciudadanía del principio. Ninguno de los estudios de medición de la calidad de la democracia incorporan la tercera pata citada: la ciudadanía social. Los mínimos de bienestar social y la medición de las desigualdades según el índice de Gini no han llegado a los índices de asentamiento y calidad de la democracia. Será necesario dar otro paso para que los indicadores no se queden cortos.

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