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ENSXXI Nº 13
MAYO - JUNIO 2007

Grande Almudena

Para Almudena no hay ninguna duda, hay que saber. Hay que conocer los hechos para ser uno mismo, incluso para ser una persona normal, para ser hombre del todo. No lo son ni los que prefieren no enterarse de nada, ni los  que se comportan como si todo lo que ignoraran no existiera, ni los que prefieren ocultarlo a los demás por la piadosa razón de que no lo entenderían y además tampoco les conviene saberlo. Porque no hay nada que Almudena odie más en este mundo que la gente que alardea de no saber nada y se instala en una impasibilidad insultante.
Este es el primer debate de esta obra que la autora da por resuelto antes de empezar. El protagonista de la obra, Álvaro Carrión, un profesor de física, mimado con cariño y celo de perfección por la autora, discurre por las páginas de la obra indagando la vida de su padre aún a costa de atormentarse cuando va averiguando toda la crueldad, la mezquindad y el cinismo de una historia, la de su padre, una de tantas que de entrada parecen mentira y al final siempre han sido verdad. Y su obsesión por la verdad es tan grande y tan fuerte que,   en un ejercicio de tremenda crueldad, llega a estampar en la cara de sus hermanos la terrible verdad de que su padre, el gran Julio Carrión González, no fue el héroe triunfador que suponían todos sino un ladrón, un estafador, un impostor, un mentiroso, un golfo y un putero... un hombre capaz de renegar de su madre, de enterrarla en vida, de afiliarse a las Juventudes Socialistas y a Falange Española a un tiempo... Es necesario saberlo todo, dicen Álvaro y Almudena, para poder seguir con nuestra vida y ser personas normales, entre otras razones, porque conforme al lema de Ortega con el que Almudena encabeza la obra lo que diferencia al hombre del animal es que el hombre es un heredero y no un mero descendiente.
Con esta inquebrantable convicción aborda Almudena la ambiciosa tarea de narrar en una novela histórica, no al estilo épico de la Ilíada o de Guerra y Paz, ni siquiera al de Galdós, porque en nada participa de la épica aunque algunos la llamaron cruzada, sino al estilo dramático-intimista propio de su forma de hacer, la convulsa historia de España durante las tres últimas generaciones, es decir desde los años 30 hasta la actualidad, con especial detenimiento en la tragedia de los exiliados perdedores de nuestra terrorífica guerra civil.

"Es ese manejo de montaje-acordeón, esa lucidez para percibir sutilezas, esa maestría en el uso de la metáfora, la paradoja, los juegos de palabras e ideas al tiempo, lo que más llama la atención esta vez. Son ejemplos de una muy efectista expresividad verbal"

Almudena sabe contar como pocos la añoranza de nuestros exiliados, aquellos “rojos” españoles propietarios de una pena negra, honda y sonriente, los que murieron porque no se les dió siquiera la oportunidad de probar la amargura del exilio, aquellos que eligieron la desesperación al suicidio, los que “prefirieron en su día morir a vivir en España, ellos que eran España”, los que tuvieron la suerte, bastante ignorada, de verse encerrados de forma tan vil como ilegal en el campo de Barcarès por la cobardía del gobierno vichysta, o los que tuvieron la peor suerte de terminar encerrados en los campos estalinistas que metían en el mismo saco a los exiliados republicanos que luchaban contra Hitler para liberar Francia que a los falangistas voluntarios de la División Azul….. Almudena, en efecto, sabe cantar la pena profunda de esos exiliados encerrados en las minúsculas dimensiones de una patria portátil que vivieron angustiados por si a sus hijos no les llegaría a gustar  España, lo cual era malo, o por si tal vez les llegaría a gustar demasiado, lo que aún sería  peor.
Almudena se ha preocupado de contrastar las fuentes, y su confesión al final de la obra de que en dos únicas ocasiones se apartó conscientemente de la realidad, confirma la veracidad de unos episodios de la historia española reciente que, aunque parecen mentira, para nuestra desgracia han sido verdad. Su obra cuenta la dolorosa odisea de los republicanos españoles exiliados tras la guerra civil. Es la novela del desagravio, de la reparación de un vergonzoso olvido, de una injusta preterición. Con esta obra, que estamos obligados a aplaudir, la autora paga la deuda que todos teníamos con nuestros exiliados del 39. Para ello se ha provisto Almudena de una documentación sólida y copiosa que, estamos seguros, ha utilizado con rigor. Aunque la obra sea de ficción, es a su modo histórica. Los episodios mas novelescos, mas dramáticos e inverosímiles, dice ella misma, estan inspirados en hechos reales, aunque para contarlos, Almudena se haya servido de la estructura clásica de la novela, una novela en este caso que evoca las grandes realizaciones literarias del XIX, una gran novela de amor entre una representante de los hijos de la traición represaliados por los vencedores, Raquel Fernández, chica lista de belleza secreta, y un hijo de una familia triunfante con el franquismo, Álvaro Carrión, las peripecias de cuya pasión dan a la autora oportunidad de restituir la memoria, la dignidad y el honor a las familias de los emigrantes y descubrir la mentira, la traición y la rapiña de los triunfadores que usurparon sin piedad los bienes de los exiliados.
La arquitectura de la novela es grandiosa, muy superior a la de Los aires difíciles, y el montaje, en permanente flash-back, muy eficaz para dosificar, al estilo de los mejores thrillers, las noticias que la autora va proporcionando a los lectores, por cierto en dosis no siempre dotadas de la más estricta coherencia, a fin de estimular su impaciencia y su ansiedad.  Hay veces en que la maestría de la autora para narrar los matices de la intimidad y las situaciones anímicas de sus personajes son tan poderosos que parecen ir convirtiendo al hilo novelado en el elemento preponderante de la obra, pero a pesar de la fuerza que destila el hilo de la historia de amor, nunca llega a distraer al lector del sentido de culpa y el ansia de venganza de los personajes --la venganza es noble, porque es una pasión..., una pasión torpe, débil, inútil--- que sigue flotando ante su retina durante toda la narración.
Nada sino elogios merece la concepción de la obra hija de la gran novela realista del  XIX, la habilidad de la autora para enlazar situaciones, para crear personajes, para enhebrar diálogos, para apasionar al lector con la dosificación acertada de datos, con la salida y entrada de personajes o la reanudación de historias interrumpidas… Todo es de una factura  espléndida.  

"Con inquebrantable convicción, aborda la ambiciosa tarea de narrar, en una novela histórica al estilo dramático-intimista, la convulsa historia de España desde los años 30 hasta la actualidad, con especial detenimiento en la tragedia de los exiliados perdedores de nuestra terrorífica guerra civil"

Es ese manejo del montaje/acordeón, esa lucidez  para percibir sutilezas en el sentir de sus personajes femeninos (“se lavaba el pelo y se ponía tacones y falda estrecha para ir a la guerra” ... y la piel estaba tirante y sin embargo seca, “aquella ingenua pero no del todo involuntaria provocación de Anita, la poseyó con una violencia que no hacía daño, la ingrávida perfección de los pechos adolescentes), esa facilidad para encontrar el adjetivo adecuado, esa maestría en el uso de la metáfora, la paradoja, el tropo, el retruécano…, los juegos de palabras e ideas al tiempo (Joyce/Borges), o los recursos retóricos a los que tan aficionada es Almudena y que con tanta naturalidad utiliza en su narración: ella se dejaba hacer hasta que dejaba de dejarse, el corazón estaba helado y ardía, yo no sabía nada excepto que no quería saber, aquellas noches que duraban todos los días que hiciese falta, los suicidas que no quieren morir, aunque estaba desnuda daba la impresión de ir vestida con su propio talento y el del autor del texto, Álvaro que necesitaba necesitar a Raquel porque se sintió esclavo de su propia esclavitud,.. lo que más llama la atención esta vez. Son ejemplos de una muy  efectista expresividad verbal de Almudena que a veces cuando describe acusa, por ejemplo, a esos falangistas que bajaban por la Gran Via, perfectamente uniformados, repeinados, pisando fuerte con sus botas, indemnes al sol y al fuego de las calles, indemnes a cualquier inquietud, a cualquier preocupación, al miedo, porque habían ganado la guerra y eran los amos de la vida y de la muerte, de la ley y de la fuerza… descripción, tan generalizable como todos los personajes y situaciones de la novela, y que  puede aplicarse a cualquier manifestación de fascismo o prepotencia.
Y aunque es cierto que predomina en la obra, ya lo hemos dicho y lo han dicho otros antes, la historia íntima dramatizada y llena de efusiones sentimentales de los protagonistas, lo cierto es que durante todo la acción esta presente, sin difuminarse un ápice sino brillando con todo su esplendor y su fuerza, la gran tragedia colectiva de los republicanos exiliados de España en el 39.  Esa es la gran historia que  estamos obligados a conocer.  
 
La lucha por la razón
“Encyclopedie” de Philipp Blom
(Editorial Anagrama)

Philipp Blomm reconstruye en este libro y narra con admiración y alegre soltura, la maravillosa aventura que en el París de 1789 emprendieron un grupo de jóvenes inquietos, capitaneados por un entusiasta buscador de fortuna, el joven clérigo Denis Diderot, que, inicialmente unidos para llevar a cabo un proyecto modesto, la mera traducción de un diccionario inglés - la Cyclopaedia de Ephraim Chambers -, que a base de sucesivas incorporaciones de personas e ideas, fueron capaces de llevar a cabo la mayor empresa editorial e intelectual de todos los tiempos, la publicación de una Enciclopedia, es decir de un Diccionario universal, de las artes y de las ciencias que culminaría la utópica pretensión de reunir en una sola obra –que al final se convirtió en 27 volúmenes, con 72.000 artículos, 16.500 páginas y 17.000.000 de palabras- todo el saber de la humanidad hasta ese momento.
No se trataba sólo de recopilar saber, en el fondo latía la idea de todos de incorporar y divulgar racionalidad en una época en que hacía falta testarudez, heroísmo, entusiasmo y energía para, frente al terrible poder del “establishment” político de Francia que es lo mismo que decir de casi toda la Europa de la época, fundamentado en las poderosas fuerzas coaligadas de la Iglesia y la Corona, hacer prevalecer la fuerza de la razón y del pensamiento libre. Hoy puede afirmarse sin temor a errar que el triunfo de estas ideas llevada al orden político a través de la Revolución francesa, se generó fundamentalmente en base a los principios de la llamada Ilustración o Siglo de las Luces contenidos y divulgados por esta magna obra editorial conocida universalmente con el nombre de “La Enciclopedia”.

"Su obra constituye un hito crucial en la historia: el momento en que la razón se impuso sobre la intolerancia y el oscurantismo, y la liberta de pensamiento se liberó del corsé de la irracionalidad"

Philipps Blom, nacido en Hamburgo y formado como historiador en Oxford y Viena, narra en esta obra con agilidad y admiración cómo en el París del XVIII –cuya maravillosa descripción justificaría ya por sí sola la lectura de la obra entera- en una ciudad convulsionada por el jansenismo, un oscuro seminarista obsesionado ya en su juventud con la libertad y la razón podía defender libremente que la superstición era más injuriosa contra Dios que el ateismo.
La afortunada aparición en escena de D’Alembert, hijo ilegítimo de dos miembros de la baja aristocracia, que muy joven ingresó en la Academia de Ciencias para convertirse en “filósofo”, es decir en “un loco que se atormenta a sí mismo durante toda su vida para que la gente pueda hablar de él cuando haya muerto” y posteriormente la incorporación de J.J. Rousseau, que estaba obsesionado en alcanzar la fama como compositor de ópera, cerró un círculo entonces a tres en busca de la gloria que terminó dando a la humanidad la luz que ansiaba subconscientemente y por la que suspiraban desde hacía siglos sin saberlo grandes capas sociales en Francia y en toda Europa.
Diderot fue el gran impulsor de la idea, el único ilustrado imprescindible. Su primera obra, un ensayo sobre los ciegos, le sirvió para especular sobre la percepción del mundo que tienen las personas ciegas, idea que el autor transformó en metáfora para defender el empirismo radical o puramente racionalista del humanismo, oscurecido paradójicamente por el deslumbrante mundo de la visión; el ensayo defendía la necesidad de entrar en contacto con el mundo de los hechos y concluía que la especulación sobre temas alejados de los sentidos tenía mucho de palabrería. Estábamos en 1749 y el ensayo no pasó desapercibido. Voltaire invitó al autor a un “almuerzo filosófico”, pero la policía del Rey le encarceló en el Château de Vincennes con perspectivas de una “prisión indefinida”....
Fue la primera estación de un calvario. Un calvario sufrido por estos ardientes filósofos de espíritu indomable, estos ilustrados que en la búsqueda de la razón iban rompiendo los grilletes de la religión, de la fe, de la corona, y de cuantas censuras, fueran las que fueran,  coartaran la libertad de su pensamiento.
Todos juntos, con la incorporación del joven alemán F. Grimm que llegó a ser el amigo íntimo de Diderot y el mayor propagandista de la obra, provocaron en Francia la mayor convulsión intelectual que nunca se había conocido. Tras terribles sinsabores y peripecias, superando u obviando, según los casos, trampas y barreras, por fin en 1751 apareció el primer tomo de L’Enciclopedie y a finales de ese año eran más de 2.600 los suscriptores.

"Resultan asombrosos el ingenio y tenacidad de estos enciclopedistas que debían disfrazar sus argumentos a contrario para superar las absurdas barreras de una censura ciega y torpe"

Las disputas con la censura, eclesiástica y real, los recovecos del Discurso Preliminar escrito al fin por D’Alembert, el favor encubierto del nuevo censor, hombre educado y simpatizante del pensamiento progresista Guillaume de Malesherbes, la ayuda de la mismísima Pompadur.... todo lo cuenta con amenidad y soltura Philipp Blom. Realmente resultan asombrosos el ingenio y tenacidad de estos enciclopedistas que debían disfrazar sus argumentos a contrario para superar las absurdas barreras de una censura ciega y torpe. Un ejemplo, la defensa del racionalismo es introducido por Diderot bajo la palabra “aigle” cuando tras describir una costumbre de Roma en la que “el águila aparecía representada con Júpiter como portadora de su rayo... y tras exponer los efectos del rayo sobre la credibilidad popular... ya que si se deja entrar un rayo de luz en el nido de una lechuza sólo conseguirá herir los ojos de los polluelos... etc.”,  concluía que “cien veces más felices son aquellos cuya religión sólo contiene cosas que son ciertas, sublimes y santas, y que tan solo imita la virtud. Así es nuestra religión (la de los enciclopedistas) decía, la filosofía no debe hacer otra cosa que seguir su razonamiento para llegar a los pies de nuestro altar”.... Al igual en materia política, en la palabra “abeja”, el autor aprovecha para describir a los zánganos despectivamente... “los zánganos son mas pequeños” etc., “su única utilidad es fecundar a la reina, y una vez lo han hecho las obreras los persiguen y los matan”... donde los lectores de la Enciclopedia no dejaron de ver similitud entre zánganos y aristocracia. Tampoco pasó inadvertida la descripción del Arca de Noé, irreprochable al ojo de los contemporáneos y de los censores eclesiásticos (cien años para construirla necesidad de 47.085 m3 de heno, 1.825 ovejas, 31.174 de hectolitros de agua fresca, etc.) pero que dejaba patente a los ojos de cualquier lector que su flotabilidad y estabilidad eran imposibles, lo que concluía en una acerba aunque velada crítica de las creencias bíblicas.
Todos los obstáculos se obviaron, la obra se culminó. La suerte de los enciclopedistas fue variada su reconocimiento no fue total. Pero su obra constituye un hito crucial en la historia: el momento en que la razón se impuso sobre la intolerancia y el oscurantismo, y el momento en que la libertad de pensamiento se liberó del corsé de la irracionalidad.  Valió la pena la aventura, y vale la pena recordar cómo estos entusiastas ilustrados, convencidos de su fe en la razón, libraron una terrible batalla para hacerla triunfar frente a las disensiones internas, que fueron muchas y muy enconadas, fundamentalmente las veleidades de J.J. Rousseau o los ribetes pretenciosos del “aristócrata” Voltaire, y sobre todo frente a sus enemigos, enquistados detrás de las barreras de la sinrazón y la intolerancia.

Samuel Jonson, doctor en leyes  

Nunca sabremos la fama que habría alcanzado Samuel Johnson sin su biógrafo obsesionado, el escocés James Boswell, ni si éste habría pasado a la posteridad si no hubiera intercalado entre sus juergas y borracheras períodos de devota dedicación al que además de su amigo consideró “guia y filosofo” suyo y de toda la humanidad en aquel Londres dominado por un neoclasicismo en descomposición de finales del XVIII, justamente cuando en París unos ilustrados capitaneados por Diderot emprendían la aventura de La Enciclopedia a que nos referíamos en el comentario al libro que precede.
Ningún escritor inglés gozó jamás de mayor acumulación de honores literarios en vida y después de su muerte, ningún autor salvo Shakespeare ha sido y es más citado en los escritos de habla inglesa. Pero serían muchos menos los que se acordarían de él si no se hubiese publicado la espléndida biografía que de él escribió un modesto abogado escocés que, no desprovisto de talento aunque a veces lo disimula conscientemente, fue capaz de reproducir con exactitud enfermiza lo que presenció durante los 21 años en que acompañó “obsesionado” a su maestro, legándonos una obra que se ha distribuido como la gran biografía nunca superada que revolucionaría el arte de “biografiar”, que ahora se edita en castellano íntegramente por primera vez pero por partida doble, en El Acantilado y en Espasa-Calpe.

"Esos diálogos entre Boswell y Johnson han servido para inmortalizar a la pareja y para transmitirnos la realidad de lo cotidiano o la metafísica de la trivialidad de aquel Londres del XVIII. A fuer de naturalismo y fidelidad la obra de Boswell es la mejor creación de constumbrismo londinense de aquel siglo"

Samuel Jonson es “el individuo más raro y peculiar que yo haya visto en la vida” dice su biógrafo; mide un metro ochenta, tiene violentas convulsiones en cabeza y cuello, distorsiona los ojos al mirar; habla con aspereza y en voz muy alta, no presta atención a la opinión de nadie siendo absolutamente pertinaz en las suyas; parece poseído de una provisión de conocimientos tan prodigiosa que no tiene empacho en comunicarlos al primero que se le ponga por delante aunque no se lo pida, y lo hace con tal autosuficiencia que en su parlamento queda un aire falto de gentileza, algo zopenco, desagradable e insatisfactorio”. Sólo veía por un ojo pero es tan amplio el territorio que gobierna su intelecto que suple con creces sus órganos deficitarios, y además su forma de caminar la asemeja a un mastodonte.
Fue un hombre de una erudición inigualable, de memoria prodigiosa, en el que se aunaban la cabeza más lógica y la imaginación más fértil, era capaz de debatir como el más docto y a la vez como el mayor sofista que jamás haya contendido en las justas de declamación. Con algo de nuestro Tostado y de nuestro Menéndez Pelayo, tocó todos los géneros literarios y de él han quedado como obras más sólidas un monumental Diccionario histórico de la lengua inglesa y una, la primera, edición en ocho tomos de las obras completas de W. Shakespeare.

"Johnson representa una visión retrógrada o al menos estática de la civilización y la cultura inglesas: lleno de prejuicios y dominado por una “melancolía constitutiva” es portador de un pensamiento de tonalidad lúgubre y de una vacuidad exhibicionista"

Pero todo esto no hubiera sido suficiente. En el siglo de las luces, cuando en Francia los enciclopedistas, según hemos visto por el libro comentado a la vera, libraban una batalla feroz por la fuerza del progreso y de la razón, cuando en la propia Inglaterra habían asomado ya los aires políticos, filosóficos y sociales del liberalismo, Johnson representa una visión retrógrada o al menos estática de la civilización y la cultura inglesas: conservador, inmovilista más bien, misógino, propenso a las supersticiones, monárquico de principios, lleno de prejuicios y dominado por una “melancolía constitutiva” este autor es portador de un pensamiento de tonalidad lúgubre y de una vacuidad exhibicionista, siempre jugando a la defensiva mediante dardos retóricos envenenados contra sus contendientes dialécticos, sin preocuparse de donde está la racionalidad.
Su figura realmente se ha agrandado con la obra biográfica de Boswell, bobalicón en apariencia pero que dotado de la perspicacia de nuestros pícaros, y de los conocimientos doctrinales de la época y de gran talento literario, aunque celebraba como oráculo cualquier frase de Johnson por estúpida que fuera, era capaz de reconocer explícitamente que si el contrincante hubiera optado por tomar el partido opuesto su maestro hubiese razonado de forma diferente”. La aparición hace unos años de 97 cartas escritas por Boswell ha demostrado que la teoría defendida durante décadas de que era un botarate es falsa, ya que la obra biográfica de Johnson está planificada y responde a un proyecto definido de principio a fin por su autor. La inclusión por primera vez en la obra de cartas, de detalles, circunstancias y minucias cotidianas hacen variar el concepto de lo que debe ser una biografía, que desde Boswell pierde su anterior carácter ético y moralista propios del modelo – Plutarco, iniciándose un nuevo modelo de biografía anecdótica y realista que trata de captar y mostrar la “intimidad íntegra” del personaje biografiado. El resultado, en este caso, ha sido equiparar el valor del biógrafo y del personaje biografiado. Hoy podemos decir que esos diálogos entre Boswell y Jonson, que a veces recuerdan los de Gargantua y Pantagruel o los de Don Quijote y Sancho, y que parecen transmitir el carácter “cortante” y agrio de Jonson, son además de un ejemplo de fidelidad una demostración de nobleza por parte de quien se erige en aparente “bobalicón” o “botarate” que parece aplaudir a priori cualquier “boutade” que salga de la boca del maestro, pero que ha servido para dos cosas: para inmortalizar a la pareja Johnson/Boswell, y para transmitirnos la realidad de lo cotidiano, o si se quiere la metafísica de la trivialidad de aquel Londres del XVIII. A fuer de naturalismo y fidelidad la obra de Boswell es la mejor creación del costumbrismo londinense de aquel siglo.

"Serían muchos menos los que se acordarían de él si no se hubiese publicado la espléndida biografía que de él escribió un modesto abogado escocés, que fue capaz de reproducir con exactitud enfermiza lo que presenció durante los 21 años en que acompañó “obsesionado” a su maestro"

Pero ninguno de los dos pasa de ahí. Las conversaciones, los debates y las preocupaciones del mundo de Johnson/Boswell se mantienen en el más puro inmovilismo, ni están transidas ni aflora en ningún momento el olor de la revolución filosófica que con paso de elefante latía ya en las instituciones políticas, académicas y sociales de aquella Inglaterra, ni habían llegado a nuestros autores las auras de los ilustrados franceses que estaban al otro lado del canal librando la más cruda y sigilosa batalla en defensa de la razón. De ahí el valor de la obra de Boswell: la calidad de su prosa y los minuciosos detalle sobre cualquier materia moral, civil, religiosa o política hacen que la lectura de esta obra –tenga paciencia el lector durante los primeros capítulos y espere a llegar a las contiendas dialécticas del Johnson ya formado- se convierta en una lectura amena y fascinante que llega a apasionar al lector de forma sospechada.

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