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ENSXXI Nº 17
ENERO - FEBRERO 2008

MIGUEL ÁNGEL AGUILAR
Periodista

El libro que acaba de entregarnos Jorge Wagensberg bajo el título que encabeza estas líneas llega precedido de varios anticipos espléndidos. Aparte de otras entregas de parecido calibre en el último interregno nos ha obsequiado con dos volúmenes de aforismos sencillamente geniales. Me refiero a Si la naturaleza es la respuesta, ¿cuál era la pregunta? y al que le siguió A más cómo, menos por qué. De esta cuestión de A más cómo, menos por qué tengo alguna experiencia adquirida en un crucero que compartimos por las islas Cícladas hace unos años con un amigo común, el editor de Tusquets Antonio López Lamadrid.
El gozo intelectual. Teoría y práctica sobre la inteligibilidad y la belleza-, ya nos da idea en su mismo título de que ambos conceptos, la inteligibilidad y la belleza, algo deben tener en común. Enseguida, aparece la dedicatoria: “a los que opinan que nada es más importante que el conocimiento», -con la inflexión añadida, que nos devuelve al Wagensberg que admiramos y da cuenta de su gusto irrefrenable por la paradoja- “pero sobre todo, a los que no opinan así». Una frase que bien hubiera podido escribir don José Bergamín, dueño y señor de estos recursos.
El prólogo sostiene que la escritura realimenta la reflexión porque una idea escrita llama a otras ideas aún no escritas. Afirmación que nos retrotrae a un libro de Rafael Sánchez Ferlosio, Las semanas del jardín, donde se compendian observaciones en torno a los más variados asuntos. Por ejemplo, la interacción del pintor con el lienzo. A ese propósito explica cómo «la primera pincelada es absolutamente gratuita, mientras que la última es absolutamente obligada». Ahora si del pincel pasáramos a la pluma nos encontraríamos por analogía con ese principio de que la escritura realimenta la reflexión, que es la senda por la que Wagensberg ha llegado a componer su sibor; del mismo modo que las pinceladas realimentan al pintor de modo que la huella de su trazo sucesivo acaba señalando con exactitud las nuevas exigencias requeridas al artista.   
Este asunto de los gozos intelectuales nos devuelve a aquellas devociones infantiles, cuando éramos tan piadosos que estábamos siempre haciendo triduos de reparación y desagravio y homenajes al Sagrado Corazón o rezando el rosario en familia conforme a las campañas del Padre Peyton. Entonces íbamos con flores a María; ahora los políticos gubernamentales van con flores a Condoleezza Rice, que es una destinataria mucho más tensa, mucho más dada a la insatisfacción. Cumplir con ella nos lleva, como decía  nuestro Elías Canetti, a buscar la alegría del más débil: darle algo al más fuerte. De ese proceder Jorge Wagensberg ha sido un observador privilegiado dentro del mundo de los seres vivos que integran la fauna y la flora.
Nada hay comparable al gozo intelectual. Quien lo probó, lo sabe. Al abajo firmante la experiencia le sobrevine como estudiante de Ciencias Físicas en la Universidad Complutense de Madrid donde se licenció en 1965. Jorge, que también se graduó en Ciencias Físicas, confirma bien a lo largo de toda su obra que ninguna  satisfacción es comparable a las que proporciona el estudio de las Ciencias. Claro que este gozo intelectual presenta la dificultad de cómo compartirlo. La satisfacción que produce resolver una ecuación, lograr en términos matemáticos la explicación de un fenómeno físico o dar con un hallazgo científico nos transporta en gozo pero también de angustia si no damos salida a la necesidad de compartirlo, de contar la buena nueva. La búsqueda del interlocutor puede ser para el científico una tarea vital. Sucede que el gozo es por naturaleza expansivo pero el gozo intelectual del que venimos hablando puede quedar encapsulado por su condición de incomunicable de compartible con el entorno, aparte de su publicación en la revista científica de la especialidad  correspondiente, donde si consigue el triunfo de aparecer será pasto de la crítica acerba de los colegas transformados ya en ese momento en competidores.
Las aportaciones del libro de Jorge Wagensberg lo convierten en guía segura para la degustación del gozo intelectual que el autor se brinda a compartir con sus lectores. Por mi parte lo he plagiado ya varias veces siempre citando. Por ejemplo adapté el capítulo titulado «Kant y el grillo sordo». Porque me convenía transformar el grillo en cucaracha para lo que quería escribir. La cuestión era que Manuel Conthe, al dimitir como presidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, se había referido a las irregularidades detectadas asegurando que otras permanecían ocultas porque “cuando aparece una cucaracha es que hay más”. Tan sagaz observación, según indicó en su comparecencia ante los periodistas, la había formulado años antes con la misma intención el presidente de la SEC (Stock Exchange Commission), que viene a ser el equivalente norteamericano de nuestra CNMV. Fue pues allí donde se anticipó que las cucarachas son insectos que viven en sociedad.

"Este asunto de los gozos intelectuales nos devuelve a las devociones infantiles, cuando éramos tan piadosos. Entonces íbamos con flores a María; ahora los políticos van con flores a Condoleezza Rice. Cumplir con ella nos lleva a la alegría del más débil: darle algo al más fuerte"

Pero a los dos les había madrugado Ángel González, al dejar constancia de la peculiar condición social de las cucarachas y de otras muchas características, como detalla en su poema Dato biográfico donde escribe:
Cuando estoy en Madrid,
las cucarachas de mi casa protestan porque leo por las noches.
La luz no las anima a salir de sus escondrijos,
y pierden de ese modo la oportunidad de pasearse por mi dormitorio,
lugar hacia el que
-por oscuras razones-
se sienten irresistiblemente atraídas.
……….
Lo que a ellas les gusta es que yo me emborrache
y baile tangos hasta la madrugada,
para así practicar sin riesgo alguno
su merodeo incesante y sin sentido, a ciegas
por las anchas baldosas de mi alcoba.
………..
Ya de regreso en casa
cuando me cruzo por el pasillo con sus pequeños cuerpos que se evaden
con torpeza y con miedo
hacia las grietas sombrías donde moran,
les deseo buenas noches a destiempo
-pero de corazón sinceramente-
reconociendo en mi su incertidumbre,
su inoportunidad,
su fotofobia,
y otras muchas tendencias y actitudes
que –lamento decirlo-
hablan poco a favor de esos ortópteros    

"La dedicatoria: 'a los que opinan que nada es más importante que el conocimiento» nos devuelve al Wagensberg que admiramos y su gusto por la paradoja: 'pero sobre todo, a los que no opinan así». Una frase que bien hubiera podido escribir don José Bergamín, señor de estos recursos"

En la historia citada de “Kant y el grillo sordo” Jorge Wagensberg cuenta el experimento que aducía un científico para sostener que si un grillo sin patas deja de responder a los estímulos acústicos que le ponen en movimiento, la causa debería atribuirse a la sordera del insecto: el grillo sin patas no caminaría por ser sordo. Otra cosa es que fuera del ámbito científico el sentido común y la canción popular (La cucaracha/ la cucaracha/ ya no puede caminar/ porque le faltan/ porque no tiene/ las dos patitas de atrás) indiquen que la inmovilidad del grillo trae causa de haberle extirpado sus órganos motrices. Qué sorpresa cuando al final del capítulo quedamos informados de que los tímpanos del grillo están situados precisamente en las patas. De donde la hipótesis de la sordera, adelantada por el doctorando del museo de Ciencias Naturales de Sao Paulo con el que se encontró el autor, también quedaría verificada.
Nuestro autor, Jorge Wagensberg, tiene una virtud admirable: la de realizar la función clorofílica. Hay muchos humanos que carecen de esa capacidad, que no realizan la función clorofílica, es decir, que a partir del nitrógeno y el oxígeno de la atmósfera no sintetizan nada. Mientras que a Jorge si se le presenta a un doctorando en Sao Paulo o si encuentra un huevo de dinosaurio, o si le entregan una hormiga coja, o si se le da conversación, enseguida sintetiza un producto más avanzado. Valdría la pena hablar de otros capítulos como el final dedicado a las hormigas, pero no me atrevo porque tengo una fijación con las hormigas desde que leí el libro de “Formación del Espíritu Nacional” escrito por Jaime Campmany donde eran presentadas como el modelo social propugnado por el Movimiento Nacional. Jorge, enhorabuena por tu libro. Amigos, no se priven ustedes del gozo intelectual maravilloso de leerlo.

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