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ENSXXI Nº 24
MARZO - ABRIL 2009

MANUEL MONTERO
Opositor a Notarías

De antiguo se tienen los estudios de arte notarial como ciencia de sanedrín, como mamotretos de peregrino contenido que apenas interesa a quienes los escriben y a sus amigos y deudos. A tales estudios responde una general indiferencia puesto que, apenas traspasados los palenques notariales, los ciudadanos no aprecian la bondad de este ministerio. Algunos autores, sin arte alguno en su estilo y las más de las veces con cierta ligereza, se empecinan en la crisis de la función notarial. Según Jules Rouxel (1891): “ha tiempo que el Notariado atraviesa una crisis que todo el mundo apercibe”. Acudamos, pues, a los testamentarios del Notariado para dar buen fin a los designios del finado. Esta palabrería de fatalistas, árida y desmembrada, se me antoja redundante.

El Notario, como trasunto moderno del jurisconsulto romano, vive y pervivirá en la sociedad en tanto en cuanto sirva a los fines de la misma. Veamos, pues, su importancia. Apenas atraviese el cliente el umbral del estudio del Notario deberá este, a imagen del matrimonio Curie, desechar toneladas de pechblenda, para obtener un mínimo de radium refulgente: la voluntad jurídica. Del trato nacerá el contrato. ¿El control de legalidad? Previo, presupuesto de su ejercicio. Lo contrario, aceptar una gloria sin Dios. Y ahí principian y toman desarrollo los efectos de la función: Informar, dar forma y afirmar. La creación de esa prueba antilitigiosa por excelencia que rugía el león de Graus, por sí misma, ya reclamaría la existencia del Notario y disiparía las dudas sobre la intervención notarial en la jurisdicción voluntaria. Pero el Notariado, ora por desidia intelectual, ora por ligera incuria, no divulga entre la sociedad, con grande y firme voz, la labor, presta y callada, a la que sirven a diario. Sépase que «nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para que los que entran tengan luz”.

"El devenir de los tiempos diluye la fe de los quietistas (nunquam deformata quia nunquam reformata). Mas, siga el Notario, pese a las reformas, siendo Notario, y no mero fedatario ni autenticador de firmas, para estampar sellos ya existen las estafetas"

 ¿Advierte la ciudadanía, como expresara Ruiz Gómez allá por 1879, cuán necesaria, importante o útil, noble y benéfica o tutelar es la misma facultad-cargo y cuán delicado es su ejercicio?  El propio Rey Sabio se percató de tales beneficios, así la Ley 1ª, título XIX, de la tercera Partida, refiriéndose a los Notarios, dice: “E el pro que nazen dellos es muy grande”. No obstante, por doquier vayas, funciona el libelo infamatorio y la ignorancia sobre las funciones notariales. Y así, se acusa al Notario de transmutarse en mero espectador pasivo de las voluntades ajenas en los supuestos de redacción conforme a minuta. Apréndase que rellenar la forma de tales negocios es el quehacer propio del Notario como tal, arquitecto de la forma usando los materiales de voluntades que no son propias. Dar forma a lo informe, sacralizar lo profano. Teoría de las formas jurídicas, con ecos de González Palomino.  Y, añádese un plus, ese cometido irá precedido y aún basado en la condición de jurista del Notario pues no es una forma huera la creada, sino jurídica. Ningún arquitecto elevará un edificio sin precisar, de antemano, la calidad de los materiales empleados. Tengan ahí cabida el examen de la capacidad, la ausencia de vicios notorios, etc. Y aún sobreabundan los beneficios del documento notarial  puesto que, de igual modo, que cuando practicamos el deporte de la pelota nuestra vestimenta no es igual, ni aún parecida, a la requerida en una recepción de gala, tampoco el cuerpo que envuelve al alma-negocio jurídico llamado a ser inscrito (cuando lo precisen las partes, el verdugo germánico del principio de legitimación ejecutó a la fantasía de la inscripción constitutiva) acostumbra a usar las mismas vestes que el documento privado. Esa exigencia de titulación pública halla justificación en los distintos efectos que están destinados a producir tan dispares documentos. De ese cuerpo que envuelve al alma, y de su anuncio en el periódico registral, de lo creado y de su apariencia, el vasto cuerpo del sistema hipotecario predica sus benefactoras medidas. Título inscrito, variaciones de Martínez Sanchiz  sobre una sinfonía, siempre eterna, de Núñez Lagos que, según deduzco, aprendió de Fernández Casado.

"La palabra Notario, con su señorío y humildad, cede su lugar al binomio fedatario público (¿quiénes son los fedatarios privados?). ¿El arte de dar fe es la esencia del ministerio? Quizás sea la consecuencia de su ejercicio, el sagrario íntimo del alma del Notariado, pero no en ello se agota su función"

No obstante las anteriores atribuciones que por sí solas justificarían la presencia del Notario, ¿conocen, además, los ciudadanos que el Notariado, en parte, es responsable directo del paro que azota a la nación? Tras la promulgación de las leyes de prevención del fraude y la omnipresencia del Índice Único resucitan las palabras de Poal Jofresa: el Estado convierte al Notario en delator, inspector de Hacienda y pregonero. ¡Y, gratis!  Como dijera M. Ch. de Sant Pol, el Notario es el funcionario que reporta más beneficios al Tesoro sin costarle a éste nada. A semejanza de la unidad trinitaria un sólo Instituto aglutina en su seno todo tipo de funciones y, mientras tanto, la virtualidad intrínseca del documento notarial, árbol nutricio en derredor del cual  el Notariado halla su fuero propio, donde antaño encontraban asilo y refugio el más elemental de los negocios de las urbes, queda relegado a las vitrinas de ilustres momias donde Scaevola colocaba a los censos. E, incluso, por mor de esa anomia que padecemos, la palabra Notario, con su señorío y humildad, cede su lugar al binomio fedatario público (¿quiénes son los fedatarios privados?), símbolo manifiesto de un absoluto desconocimiento de los participios latinos y de una manifiesta inexactitud respecto a las funciones notariales. ¿El arte de dar fe, verdadear según algunos, es la esencia del ministerio? Quizás sea la consecuencia de su ejercicio, el sagrario íntimo del alma del Notariado, pero no en ello, como estamos manifestando, se agota su función.     
Y todo ello retribuido por un antiguo arancel que demanda a voces su reforma. Como dijera Eduardo López Palop en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación: Un ave con cien plumas/ no se puede mantener/ y un escribano, con una, mantiene casa, mujer/y dama, si tiene alguna”. Un mero ejemplo, ¿es consciente el Estado de la injusticia palmaria que supone el mínimo coste con que se retribuye un testamento?, y, además, ¿no sería solidario reformar el arancel para, aún manteniendo la exigua retribución aludida, otorgar al Notario, autorizante del testamento, un derecho equivalente al 50% de lo que corresponda al Notario que formaliza las correspondientes operaciones particionales que tomaron por base y fundamento el testamento citado? Mimad los testamentos, palabras de D. Juan Vallet. Mimad al Notario que lo autoriza, añadiría yo.

"Tras la promulgación de las leyes de prevención del fraude y la omnipresencia del Índice Único el Estado convierte al Notario en delator, inspector de Hacienda y pregonero. ¡Y, gratis!  Como dijera M. Ch. de Sant Pol, el Notario es el funcionario que reporta más beneficios al Tesoro sin costarle a éste nada"

Sepa el ciudadano que el notable encarecimiento de las transacciones formalizadas ante Notario debiera atribuirse a la viciada práctica de situar al Notario como santuario frente al que peregrinan una sarta de intermediarios que, en procesión de bambolla, custodian al cliente. Al Notario, a firmar. Injusta sentencia, desvirtuada imagen de la realidad, guirnalda de comisiones que desprestigian al Notario y engrandecen al impostor. No es el Notario un estuario de río donde confluyen todas las aguas sino, antes al contrario, manantial fructífero del que se alimentan varios arroyos, y, en ocasiones, algún que otro arroyuelo. Qué lejos queda Monasterio y su normalidad, ahora quien debiera ser cirujano y extirpar el mal se convierte en médico de cabecera e intenta prevenir, aconsejar y tutelar al cliente sano.
Concluyamos ya estos vagidos. El devenir de los tiempos diluye la fe de los quietistas (nunquam deformata quia nunquam reformata). Mas, siga el Notario, pese a las reformas, siendo Notario, y no mero fedatario ni autenticador de firmas, para estampar sellos ya existen las estafetas. Espero, lector, que trates con la indulgencia precisa este escrito pues no es más que el parto del atrevimiento y la osadía, pero constituye ofrenda de amor al Notariado y a todo cuanto este Instituto representa en nuestra patria. Desde mi Pizarra natal les envío un cordial saludo a todos.

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