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ENSXXI Nº 38
JULIO - AGOSTO 2011

JORGE FIGA LÓPEZ-PALOP
Notario de Caldes de Montbui (Barcelona)

Perfil humano
Eduardo López-Palop nació en Enguera (Valencia) el 7 de abril de 1890. Huérfano de padre desde muy joven, su madre vendió unas tierras que tenía en el municipio, y se trasladó a Madrid con la familia. López-Palop siempre se sintió valenciano, y a menudo iba a Enguera por las fiestas patronales. Fue hijo predilecto de la población, y todavía hoy, el grupo escolar de Enguera lleva su nombre.
En Madrid estudió el bachillerato con aprovechamiento, y cursó la carrera de Derecho en la vieja facultad de San Bernardo, licenciándose con premio extraordinario. A pesar de los consejos de su maestro Don Clemente de Diego para que opositara a la cátedra de derecho civil, decide presentarse a Registros. El año 1915 aprueba brillantemente la oposición con el número uno de su promoción, y pasa a ser registrador de la propiedad de Valle de Cabuérniga (Cantabria). Allí conoció a la que sería su esposa Doña Mercedes Olea Álvarez. El año 1917 obtiene por concurso el registro de la propiedad de La Cañiza (Pontevedra), y el año 1918 el del Barco de Ávila.

Una notaría ejemplar

Sin embargo, y como se puso de relieve en uno de los homenajes que se le dedicaron, “a López-Palop no le llamaba calificar ni estudiar lo que otros habían hecho, sino quería por si mismo crear, perfilar y dar consistencia a los negocios jurídicos, como van al horno las piezas de cerámica para que sean cocidas y se les dé perdurabilidad”. En consecuencia, el mismo año 1918 se presenta a oposiciones a notarías, obteniendo también el número uno de su promoción y la notaría de Cartagena. El año 1919 se presenta a oposiciones entre notarios, obteniendo de nuevo el número uno y la notaría de Toledo. Por último el año 1927 obtiene, también por oposición, una notaria en Madrid, de donde ya no se movería hasta su jubilación el 1965.

"Fue decano del Colegio desde 1931 a 1945, y desde 1957 a 1962. En el intervalo, fue Director General de Registros y Notariado desde 1945 hasta 1951"

La notaría, que el principio estuvo situada en la Gran Vía, pronto la trasladó al número 14 de la calle Antonio Maura, muy cerca del Colegio Notarial, donde ocupaba toda una planta que compartía con la vivienda familiar. Su despacho, como el resto de la casa, tenía suelo de madera antigua y encerada, y estaba envuelto habitualmente en una ligera penumbra muy agradable. El mobiliario, estaba compuesto básicamente por una mesa de estilo renacimiento español, con sillón a juego, varias sillas auxiliares, tresillo con mesa baja, donde habitualmente recibía a los clientes, armario-librería cerrado con vidrios emplomados, y en lugar destacado, una pica, de las de Flandes, regalo del general Millán Astray, y sin duda procedente del cercano Museo del Ejército. La notaría contaba, además, con un pequeño despacho para el primer oficial, y una sala diáfana con tres mesas con tintero en su centro, donde los empleados escribían con pluma y letra redondilla. Tenía una única máquina de escribir (Underwood, por supuesto), y un teléfono, colgado en la pared, que la notaría compartía con la familia. La entrada, también compartida con la vivienda, tenía un banco corrido de madera oscura, que servía de sala de espera. Eso era todo.
Su despacho nunca fue multitudinario, aunque, fruto de su prestigio, siempre contó con una clientela selecta.

Una entrega corporativa

Sin embargo fue en el ámbito colegial donde desarrolló su principal actividad. Secretario de la Junta, ya desde el año 1927, con Navarro Azpeitia de decano, fue decano del Colegio desde 1931 a 1945, y desde 1957 a 1962. En el intervalo, fue Director-General de Registros y Notariado desde 1945 hasta 1951.
Su actividad se completó con su cargo de Procurador en Cortes desde el año 1946 a 1971, en representación de los Colegios Profesionales. También fue Consejero del Reino. Además fue presidente de la Comisión de Justicia de Las Cortes, donde, entre otras, tuvo una actuación destacada en la aprobación de la Compilación de derecho civil de Catalunya.

"Decano del Colegio Notarial de Madrid y Presidente de la Junta de Decanos durante más de veinte años"

De todas sus actividades hay que destacar las que desarrolló en el ámbito corporativo. Decano del Colegio Notarial de Madrid y Presidente de la Junta de Decanos durante más de veinte años, no podía ser de otra manera. A lo largo de su mandato le tocó vivir momentos muy amargos, en especial a lo largo de la guerra civil, en que incluso tuvo que defender la integridad física de sus colegiados, y soportar, impotente, al asesinato de alguno de ellos.
Tras la contienda, siguió velando por los intereses del notariado. Su condición de notario, que también había sido registrador (de cuyo cuerpo acabó siendo decano honorario y número uno de escalafón); de Presidente de la Junta de Decanos, pero que también fue Director-General; y su trayectoria política en las Cortes como Presidente de la Comisión de Justicia le hacían ver los problemas institucionales, por así decirlo, desde las dos orillas. Todo ello, unido a su prestigio y a un talante especial, que en palabras de Roan “reunía una inteligencia excepcional, tacto exquisito, sagacidad y prudencia, y una gran bondad de corazón”, hizo de él la persona idónea para resolver los conflictos y limar las asperezas que la corporación notarial tuvo que afrontar a lo largo de tan dilatado espacio de tiempo.

Un legado impagable

Su actividad en esos años fue abrumadora: intervino activamente en la reforma de la Ley Hipotecaria y del Reglamento Notarial. Consolidó la mutualidad notarial y de empleados de notarías. Fue el gran animador del Congreso Internacional del Notariado Latino de Madrid y de la celebración del centenario de la Ley del Notariado, cuyas publicaciones todos tenemos en nuestra biblioteca. En el ámbito doctrinal y como Presidente de la Academia Matritense del Notariado, impulsó los ciclos de conferencias y su publicación, que muchas veces prologó. Entre sus trabajos destacan “El arrendamiento de fincas rústicas en nuestra legislación” (1942), “La donación remuneratoria y el artículo 622 del Código Civil” (1945), y “Resumen del ciclo de cien años de Ley Hipotecaria. La España jurídica de 1961” (1961).
Sin embargo, el trabajo que hizo con más ilusión, y al que dedicó más horas, fue el de las relaciones con los compañeros y entre los distintos Colegios, en especial la organización de encuentros y la celebración de congresos, primero, en las “Semanas Notariales” de Santander, y después en la “Jornadas Notariales” de Poblet y El Escorial, auténticos ejercicios espirituales notariales en que se analizaba críticamente la profesión y se ponían en contacto las fuerzas vivas del notariado.

"Reunía una inteligencia excepcional, tacto exquisito, sagacidad y prudencia, y una gran bondad de corazón"

Reconocimiento unánime
En el año 1965 llegó la jubilación, y con ella, los homenajes. Decano honorario de La Coruña, Barcelona, Granada y Madrid; Presidente de honor de la Junta de Decanos, se le condecora con la Orden de Alfonso X el Sabio, la Gran Cruz de San Raimundo de Peñafort y la Orden de Isabel la Católica. Además se coloca un busto suyo en la entrada del Colegio notarial de Madrid.
Es difícil hacerse cargo hoy día del prestigio que disfrutó en vida. Fue indiscutible cabeza del notariado durante cerca de treinta años, en una época que además fue pródiga en grandes notarios. En la junta directiva del Colegio de Madrid estaban personajes de la talla de Juan Roan, Manuel de la Cámara; Francisco Núñez Lagos, Alejandro Bérgamo y Enrique Giménez Arnau. Coincidió en su mandato con notarios como Rafael Núñez Lagos, González Palomino, Ángel Sanz, Vallet de Goytisolo y tantos otros; y en la Junta de Decanos con Faus, Avila, Taulet y Dávila. Dos generaciones irrepetibles. Todos ellos le respetaron, admiraron y reconocieron como alma y representación del notariado.
Eduardo López-Palop falleció el 4 de enero de 1972. Dejó tres hijos: Juan-Manuel, que fue notario de Torrelaguna y Villalba; Mercedes, que estuvo casada con Luis Figa Faura, Notario de Barcelona y decano de su Colegio; y Gloria que felizmente vive. También tuvo nueve nietos, entre ellos Eduardo López-Palop, magistrado; Jorge Figa López-Palop, Notario; y María-Jesús Figa López-Palop, diplomática y actual embajadora en la Santa Sede.

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