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ENSXXI Nº 56
JULIO - AGOSTO 2014

JOAQUIN ESTEFANIA
Economista y periodista. Fue director de EL PAÍS entre 1988 y 1993

En 1932, en plena Gran Depresión, fue necesario abandonar el patrón oro, que se había reintroducido apenas seis años antes. Ahora, casi un siglo después, el economista griego Costas Lapavitsas, establece una analogía entre el aquel y el hoy. Piensa que la Unión Monetaria europea ha resultado, tal como está, un fiasco: un proyecto antidemocrático, asimétrico y tendente a la deflación (criticado tanto a derecha como a izquierda del arco político), que es muy diferente al viejo patrón oro y a la vez muy similar, en la medida en que fija los tipos de cambio, exige un conservadurismo fiscal, y requiere una flexibilidad continua en los mercados laborales. Desde el momento en que impone una política monetaria común en todos los Estados miembro, dice Lapavitsas, es incluso más rígida que el patrón oro.

"Una austeridad que está matando a muchos países (y ciudadanos) y que probablemente, cuando haya distancia histórica, se considerará un experimento desgraciado, injusto y muy equivocado"

La principal idea fuerza que sale de de este proyecto es la austeridad a ultranza. Una austeridad que está matando a muchos países (y ciudadanos) y que probablemente, cuando haya distancia histórica, se considerará un experimento desgraciado, injusto y muy equivocado. Veremos. El periodista británico Seumas Milne, columnista de The Guardian, entiende que una unión monetaria sin transferencias de impuestos y de gasto público a gran escala es un desastre anunciado y corre el peligro permanente de saltar por los aires, en cuando suceda un incidente como el pasado rescate bancario o la crisis de la deuda. Cree que con la coartada de que la austeridad era imprescindible para hacer frente a los costes del hundimiento y rescate bancario, no sólo se ha recortado como nunca antes en puestos de trabajo, salarios y servicios sociales, sino que los restos del antiguo sector público empresarial se abrieron aun más a la privatización y a unos mercados controlados por las grandes empresas. Resultado: una amplísima transferencia del poder, la renta y la riqueza en términos regresivos para las mayorías ciudadanas que, cuando llegan unas elecciones como las del Parlamento Europeo, manifiestan su hartazgo ante el engaño en términos de abstención o rompiendo el bipartidismo imperfecto instalado en muchas sociedades desde al menos la postguerra. Los programas de austeridad a ultranza reducen el papel de los Estados y reestructuran las sociedades de acuerdo con los intereses de aquellos que habían desencadenado la crisis. Los Estados periféricos de la UE se vieron amenazados por la insolvencia, factor que suponía un riesgo para los bancos europeos que se encontraban entre sus mayores prestamistas. Para rescatar a esos bancos, la zona euro no tuvo más remedio que intervenir de uno u otro modo a los Estados periféricos, pero dicha intervención fue acompañada de medidas de fuerte austeridad que provocaron profundas recesiones e hicieron difícil permanecer en la disciplina de la unión monetaria (se rompieron los techos de déficit y de deuda pública y privada).
Por todo ello es significativa la retórica (todavía no hay apenas nada de realidad) que se ha instalado en las instituciones europeas después de las elecciones al Europarlamento. En su primera reunión después de las mismas, el Consejo Europeo propuso una agenda estratégica para el lustro, dando prioridad en sus declaraciones al crecimiento y al empleo y no a la austeridad. Y un poco después, al tomar posesión de la presidencia semestral de la Unión Europea, el primer ministro italiano Mateo Renzi pidió la recuperación del “alma de Europa” -una Europa que tiene hoy cara de cansancio, de resignación y un rostro aburrido- mediante un giro (nunca un golpe de timón) cuajado de flexibilización fiscal (los mismos objetivos –un 3% máximo de déficit público- pero cumplidos en un periodo más largo, lo que une en los mismos intereses, por ejemplo, a dos países grandes como Italia y Francia), ayudas al empleo, estímulos al crecimiento (mediante inversión pública, por ejemplo, en telecomunicaciones y energía, financiada con emisiones masivas de deuda por parte del Banco Europeo de Inversiones o del Banco Central Europeo,…), y una política común de inmigración, una de las obsesiones del joven líder italiano de centroizquierda, el enésimo campeón de esta ideológia una vez que Hollande cedió a las presiones de Ángela Merkel.

"En su primera reunión después de las mismas, el Consejo Europeo propuso una agenda estratégica para el lustro, dando prioridad en sus declaraciones al crecimiento y al empleo y no a la austeridad"

Enunciado el cambio teórico de énfasis, habrá que seguir la coyuntura para observar si hay cambios reales o todo se queda en enunciados abstractos, aunque sean menos antipáticos que el rigor mortis de las políticas de ajuste. Los precedentes internos no son buenos: Renzi conquistó el gobierno en Italia y defenestró a su predecesor Enrico Letta con la promesa de que haría cuatro grandes reformas, una cada mes inmediatamente posterior a su ascensión: de la ley electoral, del mercado de trabajo, de los impuestos y de la burocracia. Pues bien, cuando se iniciaba la segunda parte del ejercicio 2014, ninguna de las mismas había tenido el desarrollo correspondiente.
Unas elecciones europeas en el que el mensaje principal de los ciudadanos ha sido que casi todo cambie en el mundo de la política, más la realidad de 26 millones de parados y un crecimiento anémico, son elementos suficientemente explosivos para pasar de la música a la letra. Si no es así, el escenario empeorará mucho.

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