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REVISTAN63-PRINCIPAL

ENSXXI Nº 63
SEPTIEMBRE - OCTUBRE 2015

MIGUEL ÁNGEL AGUILAR
Periodista

El deterioro de los medios de comunicación y el de las instituciones democráticas ha seguido trayectorias paralelas desde el inicio de la crisis de 2008. La erosión mediática e institucional, se ha retroalimentado describiendo una espiral degenerativa. Algunas empresas editoras, deslumbradas por las oportunidades para el lucro súbito que parecía brindar el capitalismo de casino, incurrieron en endeudamientos desorbitados de los que se irresponsabilizan aduciendo como coartada el fatalismo sobrevenido de las nuevas tecnologías. Pero las innovaciones tecnológicas para nada han derogado las funciones desempeñadas por la prensa de papel ni imposibilitado tampoco su viabilidad económica. Que, empeñados en el cumplimiento de sus propias profecías, algunos próceres se hayan convertido en la ardiente negación de su futuro, con daño para sus empresas editoras y para el sistema democrático, es una cuestión diferente.
Recordemos que en tiempos oscuros aureolados por el prestigio del terror aquí pudimos comprobar cómo sin libertad no hay prensa que merezca ese nombre. A la inversa, en estos momentos nos corresponde examinar con lucidez qué quedaría de las libertades si dejara de ser operativa esa prensa que ha estado emplazando críticamente a los poderes de todo orden y entrando a debatir los asuntos públicos.

Vayamos a Internet y observemos que en el ámbito de los medios de comunicación ha tenido hasta el momento al menos tres efectos contrastados:  
El primero, alterar la preeminencia de los medios en cuanto a la velocidad de transmisión de la noticia y a su radio de alcance espacial: si hasta ahora la mayor aproximación a la instantaneidad para difundir la noticia correspondía a la radio, seguida de la televisión, en adelante la ventaja espacio-temporal corresponde a Internet sobre la que pueden encabalgarse todos los demás medios.

"La erosión mediática e institucional, se ha retroalimentado describiendo una espiral degenerativa"

El segundo efecto, de naturaleza conceptual, ha sido  establecer la separación diferenciada entre noticia e información: Internet, que puede trasmitir la noticia en tiempo real, es, sin embargo, incapaz de insertarla en un marco de referencia para convertirla en información, esto es, en conocimiento de hechos contrastados en cuanto a su veracidad, jerarquizados en cuanto a su importancia y valorados en cuanto a sus causas más ciertas y sus consecuencias más probables.
El tercer efecto, con consecuencias económicas pendientes de evaluarse, es el de impulsar la migración lenta y progresiva de la publicidad desde los medios de comunicación convencionales hacia la red. Ese trasvase tiene el aliciente de la reducción de costes pero, sobre todo, el de multiplicar el vigor de la incidencia del anuncio sobre el consumidor. Reparemos en que Internet favorece una drástica reducción de la distancia entre la publicidad de un producto o de un servicio y la posibilidad de adquirirlo o de contratarlo. De ahí que la publicidad más que una herramienta para dar a conocer un producto o un servicio sea en Internet  un enlace directo para acceder a ellos. Así que, en el plano de la publicidad, la debilidad relativa de la interacción facilitada por los medios convencionales pueda hacerles desmerecer en eficacia.
Sin ponderar los efectos derivados de la irrupción digital, las empresas editoras siguieron a la búsqueda de una panacea tecnológica que preservara la publicidad como eje central del modelo de negocio. Esa obsesión ha ido en paralelo con la pérdida de pulso periodístico, la reducción de los efectivos de las redacciones y la desatención de los deberes de proporcionar a los lectores información de máxima calidad, objetivo central e irrenunciable de comunicación. Han preferido el granell a la marca.
Que la opción digital y la pérdida de calidad hayan ido de la mano en España no significa que sean procesos necesariamente vinculados. Lo que sucede es que la opción digital se ha utilizado como ventana de oportunidad para inscribirse en el circuito del low cost que propende al gratis total e impone la renuncia al cumplimiento de las exigencias del periodismo de calidad ligados a los principios de la deontología. Así, han asumido como propio el peligroso bucle informativo característico de la prensa sensacionalista: se concede prioridad a la noticia que, por su naturaleza o por la manera de presentarla, pueda suscitar la atención primaria de una audiencia numéricamente superior. Además, la capacidad de impactar sobre una audiencia más amplia se convierte en el criterio último para conceder prioridad a una noticia.
Obnubilados por el pretexto digital, algunos periódicos renuncian a la primogenitura de la información para ampliar su dedicación a los sucesos, los escándalos y el sexo, señas de la prensa amarilla. Al mismo tiempo, han olvidado el respeto al principio de la debida proporción entre los titulares y la relevancia de la noticia de la que dan cuenta. Por esa senda, la competencia entre las cabeceras deja de referirse a la calidad de sus contenidos para cifrarse en la espectacularidad de su presentación. Que en España ningún periódico haya izado bandera amarilla ha tenido la consecuencia contraproducente de que el conjunto de la prensa amarillee.

"Internet puede trasmitir la noticia en tiempo real es incapaz de insertarla en un marco de referencia para convertirla en información, en conocimiento de hechos contrastados en cuanto a su veracidad, jerarquizados en cuanto a su importancia y valorados en cuanto a sus causas más ciertas y sus consecuencias más probables"

La venta de espacios a los anunciantes para que presentaran sus mensajes publicitarios era un renglón fundamental de los presupuestos de la prensa. La compra de ejemplares por los lectores suponía apenas un 40% del total de los ingresos. Que con Internet se ofrezca el acceso gratuito a los contenidos en absoluto es novedad, ya sucedía con la radio y la televisión. De ahí que deba considerarse si el desplome económico que hace insostenible la prensa reside más bien en la migración de la publicidad hacia los soportes digitales, considerados más baratos y de mayor eficacia para los anunciantes y para los usuarios.
Antes de que apareciera la opción digital los periódicos de papel ya se estaban convirtiendo en muchos casos en un subproducto de la publicidad, asegurando unos márgenes de beneficio desconocidos en otros sectores de la actividad económica. En cuanto a la calidad de los contenidos sólo parecía importar a muchos editores en la medida en que generara un aumento del número de lectores con el consiguiente incremento del impacto de los anuncios insertados, lo cual pensaban permitiría encarecer las tarifas publicitarias. Un encarecimiento favorecido cuando podía demostrarse que los lectores procedían de la franja social de mayor capacidad adquisitiva. En definitiva, los periódicos vendían información a los lectores pero también lectores a los anunciantes.
En consecuencia, los exorbitantes márgenes de beneficio resultaron desorientadores. La estructura empresarial y financiera que se erigió sobre el negocio de la edición de periódicos, entendido como subproducto de la publicidad, propició aventuras empresariales más idóneas para los fondos de inversión de alto riego. El resultado fue una estructura, con costes distorsionados, insostenible cuando cayó la inversión publicitaria y los periódicos se vieron precisados a diseñar su rentabilidad en términos autónomos.
Al mismo tiempo, la tendencia ha sido utilizar los periódicos en papel para fortalecer el entorno digital, incapaz de generar ingresos relevantes, mientras que hubiera tenido más sentido proceder a la inversa y servirse del entorno digital para fortalecer los periódicos en papel, única fuente probada de ingresos sustantivos hasta el momento. Como sentenció José Manuel Lara, entonces presidente del Grupo Planeta, en un encuentro con la Asociación de Periodistas Europeos, los periódicos han hecho de todo en Internet salvo dinero.
La discusión sobre el soporte donde podrían leerse los periódicos, pantalla digital o papel, sería irrelevante si no se hubiera confundido ese debate con el de la función de los periódicos y con el de las categorías y los instrumentos de los que se sirve una profesión, el periodismo, para elaborarlos.
Un periódico en papel es un producto acabado, con un principio y un final y unos contenidos concretos e invariables, unos y no otros. Como producto acabado, hoy al periódico en papel le corresponde ofrecer a los lectores, más que primicias noticiosas fragmentarias e inconexas, información. Esto es, noticias insertas en un marco general de interpretación.

"Un periódico en papel es un producto acabado, con un principio y un final y unos contenidos concretos e invariables, unos y no otros. Como producto acabado, hoy al periódico en papel le corresponde ofrecer a los lectores, más que primicias noticiosas fragmentarias e inconexas, información"

Un periódico digital, por el contrario, es el término aproximativo, casi metafórico, con el que se designa un instrumento nuevo que, a través de la red, permite acceder a un flujo constante de impactos noticiosos. No es un producto acabado sino una estructura vacía e incesantemente renovada y, por eso mismo, no tiene ni principio ni final, ni son concretos ni invariables los contenidos que forman parte de él.
El periódico digital está lejos de ser una alternativa a la función que desempeña el periódico en papel. Subrayemos que antes de desarrollarse el entorno digital, la proximidad entre la noticia y la información hizo que se borrara la percepción de su radical diferencia: al adquirir el ejemplar de un periódico, el lector de hace dos décadas accedía de modo simultáneo a la noticia y a la información.
La oferta digital ha venido a restablecer la diferencia  entre un concepto y otro, hasta el punto de que, en estos momentos, la sobreabundancia de noticias coexiste con una alarmante escasez de información. Competir en el terreno de la difusión instantánea de fragmentos noticiosos carece de sentido cuando la ventaja comparativa del periódico se encuentra en la elaboración cuidadosa de información.    
Además, el periódico en papel cumple una función inabordable desde el periódico digital: fija la agenda pública en los sistemas democráticos. Sin esta agenda, sólo posible en los medios de información que aparecen en periodos de tiempo regulares-, el poder político queda en condiciones óptimas para distraer con señuelos la atención de los ciudadanos, al tiempo que el debate democrático se degrada en una estéril multiplicidad de monólogos cacofónicos en paralelo. De manera que el equilibrio mediático parecería excluir tanto a los nostálgicos del papel como a los profetas de su desaparición. Continuará.

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