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ENSXXI Nº 9
SEPTIEMBRE - OCTUBRE 2006

EMILIO ONTIVEROS
Catedrático de Economía de la Empresa en la Universidad Autónoma de Madrid

La ligera reducción del ritmo de crecimiento del déficit exterior y la más explícita recuperación del crecimiento de las dos principales economías de la eurozona, Alemania y Francia, son las mejores noticias para la economía española que nos ha dejado el verano. Es verdad que también en agosto conocimos la tasa de crecimiento del PIB español en el segundo trimestre del año, 3,7% en términos interanuales, que da cuenta de un intenso dinamismo, pero el valor de ese indicador no hace sino confirmar una tendencia conocida, mientras que los otros dos son ciertamente novedosos. De mantenerse la tendencia que ambos insinúan, la economía española no sólo podría prolongar su senda expansiva, sino hacerlo de forma mucho más sana y sostenible.
A diferencia de las más importantes economías de la eurozona, el principal problema que tiene la española no es la falta de vitalidad. Al término de este año serán trece los que el crecimiento del PIB español ha estado en zona positiva, y casi todos ellos por encima del promedio registrado en los doce países con los que compartimos moneda y la mayoría de nuestros intercambios comerciales y de servicios.
Los datos recientes, no sólo esa tasa de crecimiento del PIB en el segundo trimestre, una décima superior a la de los tres trimestres precedentes, confirman la continuidad del dinamismo. Lo hacen, además, subrayando una de las más favorables manifestaciones de la expansión, la creación de empleo, a un ritmo también superior al de nuestros vecinos. A lo largo de este año la economía española ha dejado de diferenciarse adversamente de las europeas por su más elevada tasa de paro, alcanzando ese 8,5% de la población activa en que se encuentra el promedio. No debe ser motivo de complacencia, dado que es tan posible como necesario reducirla aún más, como lo han hecho otros países de la UE y de la OCDE, pero no deja de ser destacable si tenemos en cuenta el aumento constante en la población activa como consecuencia no sólo de la incorporación de nuevos colectivos españoles a la misma, sino de los intensos flujos migratorios recibidos por nuestro país en los últimos años.

"Al término de este año serán trece los que el crecimiento del PIB español ha estado en zona positiva, y casi siempre por encima del promedio de los doce países con los que compartimos moneda nuestros intercambios comerciales y de servicios"

Una de las más visibles consecuencias de ese crecimiento intensivo en empleo es el aumento de la renta y del gasto interior, de la demanda de las familias. Esta es una de las dos grandes tracciones en las que está basada la expansión española. La otra es el gasto en construcción, igualmente muy superior al promedio registrado en las economías de nuestro entorno. Consecuencia favorable de la intensidad del crecimiento de la actividad en general y de esa composición en particular, es el saneamiento de las finanzas públicas, la Seguridad Social incluida. En el contexto de una clara determinación política a no incurrir en déficit, y a pesar de las reducciones de impuestos, las cuentas públicas españolas exhiben el más amplio superávit de la UEM y uno de los más bajos stocks de deuda de la misma naturaleza.
Ahí se agotan las consecuencias positivas de ese patrón de crecimiento. Las negativas, no por conocidas son menos importantes: la tasa de crecimiento de los precios es la más elevada de la UEM, como lo es, en términos absolutos y relativos, el déficit exterior. Ambos desequilibrios están estrechamente asociados. Un diferencial de inflación elevado no hace precisamente más competitivas nuestras exportaciones, al tiempo que favorece el crecimiento de las compras al exterior. Hace tiempo que la magnitud del déficit comercial no puede ser compensada con el superávit de nuestra balanza de servicios, por los ingresos turísticos netos, fundamentalmente. En consecuencia, el sector exterior se ha convertido en un drenaje de posibilidades de crecimiento económico y, por tanto, de empleo: en ausencia de ese desequilibrio el crecimiento de la economía española rozaría el 5%. No plantea problemas de financiación, es verdad, pero denuncia carencias serias en el funcionamiento de nuestra economía.
Todo ello está teniendo lugar, no lo olvidemos, en un contexto financiero ciertamente favorable. En realidad, el impulso inicial más importante a la fase expansiva que estamos viviendo emana del significativo abaratamiento del dinero, que tuvo lugar tras el mismo momento en que se afianza la presunción de entrada de España en la fase final de la UEM. Desde entonces, segunda mitad de los noventa, los tipos de interés no han registrado precisamente grandes reducciones en términos reales. El incentivo al endeudamiento sigue servido. Y así han respondido las familias españolas, volcando esa capacidad de financiación, aupada por una creciente competitividad de nuestras entidades financieras, en la adquisición de activos inmobiliarios, con el resultado ya conocido. Una muy elevada y persistente tasa de crecimiento de los precios de eso activos y un endeudamiento de las familias igualmente elevado, por encima del 115% de la renta bruta disponible.
La economía española precisa reducir su desequilibrio exterior y hacer lo propio con la exposición al riesgo de brusca desaceleración en la actividad inmobiliaria. Necesita, en suma, diversificar las fuentes de su crecimiento. De ahí el carácter favorable de esas dos noticias. Que las exportaciones españolas estén aumentando algo más que en el pasado y que las dos grandes economías de la eurozona, a la sazón nuestros principales clientes, eleven significativamente su ritmo de crecimiento, su demanda, son señales que, en su estricta complementariedad, pueden contribuir a ese relevo en la tracción de la expansión española. Son también complementarias con la ligera desaceleración del consumo privado, hasta el 3,8%, y el más visible aumento en la inversión en bienes de equipo, hasta el 8,5%, mientras la construcción mantenía tasas de expansión superiores al 5,5%, observados en el segundo trimestre de este año. Para no confiarlo todo a la suerte, a los vaivenes del entorno internacional, convendría apoyarlo desde la política económica. No es mucho lo que ésta puede hacer en un país en el que el peso del gobierno decrece y se descentraliza, pero el margen de maniobra que queda puede ser significativo si se aprovecha en el fortalecimiento de las ventajas que la realidad nos muestra han servido a los países que, dentro y fuera de Europa, hoy son considerados como casos de éxito. Esas no son otras que las basadas en el capital intangible, en el conocimiento en su más amplia acepción, desde la educación hasta la generación de estímulos y eliminación de trabas a la capacidad para emprender. El conjunto de esas dotaciones es lo que determina, en definitiva, la modernización y competitividad de cualquier economía. El momento no es el menos propicio: la principal política de que se sirven los gobiernos para influir en la actividad económica, los presupuestos públicos, van a ser objeto de discusión. El contexto tampoco es precisamente el peor para concretar apuestas inversoras que favorezcan una mayor simetría entre el tamaño de la economía española y su capacidad competitiva.

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