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REVISTA110

ENSXXI Nº 113
ENERO - FEBRERO 2024

Por: MIGUEL ÁNGEL AGUILAR
Periodista

Es en el lenguaje donde reside el quid que separa radicalmente al ser humano de las demás criaturas, cuestión abordada por Tom Wolfe en su último libro El reino del lenguaje donde pronostica que pronto se reconocerá al habla como el Cuarto Reino de la Tierra: regnum animalia, regnum vegetabile, regnum lapideum y ahora regnum loquax, el reino locuaz, habitado exclusivamente por el Homo loquax. Así pasaríamos del zoon politikon al zoon logon, animal hablante. Porque, como concluyó Max Müller en 1861 de sus estudios evolucionistas, el lenguaje es nuestro Rubicón, que ninguna bestia se atreverá a cruzar. De ahí que la corrupción de la lengua sea la madre de todas las corrupciones y que como nos advirtiera Arturo Soria y Espinosa en la secuencia temporal primero se produzca el robo verbal y luego, el robo en efectivo. 
Así lo confirman los audios y los textos escritos de los mensajes de correo electrónico intercambiados entre comisionistas y prevaricadores unidos a los autos judiciales llegados a conocimiento público. La prosodia, los giros del habla, la entonación, los énfasis, el vocabulario configuran una sonoridad y una escritura mafiosa, bajo “una atmósfera turbia, ya cansada, como de taberna al final de una noche crapulosa”. A la inversa, sucede que en todos los libros de estilo de los diarios más prestigiosos del mundo el primer deber que se prescribe es el cuidado del lenguaje, ofrecido como prueba de respeto al público lector.

Por eso Karl Kraus, cuyo libro de aforismos Contra los periodistas y otros contras reedita ahora Taurus en su colección de “Clásicos radicales”, repudiaba la horrenda sinfonía resultante de sumar los actos que generan informaciones y las informaciones que provocan actos. Pero desde entonces el incremento del ruido en el sistema ha seguido creciendo en progresión geométrica de modo que, setenta años después, Rafael Sánchez Ferlosio, ha podido subrayar en uno de los pecios de su libro Mientras no cambien los dioses, nada ha cambiado, que la comunicación ha alcanzado tal volumen y tanta prepotencia, que la noticia pesa muchísimo más, ocurre enormemente más, que los hechos mismos notificados de los que da cuenta.

“Con la irrupción de las redes asistimos a una reestructuración del espacio público de modo que hemos pasado de la democracia mediática a la democracia digital, sin filtros”

Vengamos ahora al esclarecedor estudio El laberinto de la palabra. Karl Kraus en la Viena de fin de siglo donde la profesora Sandra Santana fija la aportación central de su autor en la ecuación que iguala lenguaje y poder. Porque la palabra puede separar al hombre de la verdad y tiranizarlo al servicio de intereses ajenos, pero es al mismo tiempo el único modo que tiene de acceder al mundo. También en esa línea, Tom Wolfe reconoce como un éxito del lenguaje su capacidad de conquistar todo el planeta para nuestra propia especie y pondera como su logro mayor la creación de un yo interior, de un ego. Porque es el lenguaje y solo el lenguaje el que, a su entender, confiere al hombre la capacidad de hacerse preguntas sobre su propia vida e incluso de quitársela, mientras que ningún animal se suicida.
A todo lo anterior se suma un cambio de estatuto de la profesión de periodista, sucedido a finales del siglo XIX cuando en algunos países los principales diarios fueron tomados bajo el control de los bancos. Entonces sucede que la figura del periodista vinculado a una publicación mediante un contrato fijo tiende a desaparecer, y es sustituida por un nuevo modelo de profesional precario conminado a optar entre la servidumbre a los intereses de la empresa o la asunción del riesgo de que dejaran de contratar sus servicios. Y sabemos que estadísticamente la precariedad conduce a la docilidad por una senda que un siglo y medio después, con el avance de las nuevas tecnologías y la ruina de los medios de comunicación convencionales, es cada vez más transitada.
Ahora con la irrupción de las redes asistimos a una reestructuración del espacio público de modo que hemos pasado de la democracia mediática a la democracia digital, sin filtros, sin gatekeepers con una pérdida generalizada de auctoritas de profesores, de médicos o de periodistas, como señalaba Fernando Vallespín en la XVI Jornada de Periodismo celebrada el pasado 27 de septiembre. En su opinión avanza el proceso de desintermediación que da lugar a esferas públicas desorganizadas. Así se deteriora el espacio público al mismo tiempo que ese contrapoder que vino a ser la prensa y luego, en sentido más amplio, los medios de comunicación.

“En busca de la supervivencia los medios de comunicación se aproximaron al poder y esa fuente de calor -y de prosperidad- que es el poder ha ido generando efectos perversos de forma inversamente proporcional a la distancia”

Porque ocurre que quienes ostentan el poder en alguna de sus distintas versiones -política, económica, sindical, religiosa, gatekeepers tecnológica, deportiva, militar, etc.- quieren siempre utilizarlo para reforzar sus posiciones y de paso, como escribe Joaquín Estefanía en Estos años bárbaros, intentan condicionar la forma de pensar de los más desfavorecidos. Su propósito es inducirles a que consideren aceptables las diferencias que les penalizan y a que desistan de denunciarlas como odiosas. En ello, dice nuestro autor, desempeñan una función central los medios de comunicación que en muchas ocasiones renuncian a ejercer el “poder compensatorio” del que hablaba John Kenneth Galbraith.
La crisis de 2007 y las características del nuevo capitalismo financiero que es dominante -dice Estefanía- se han sumado para dar como resultado medios de comunicación englobados en el seno de grandes holdings societarios con intereses más extendidos y más específicos que los de la información. Mientras que, de modo simultáneo, “otros medios han perdido su carácter de empresas familiares que tuvieron en su origen y han sido adquiridos por sus principales acreedores, generalmente entidades financieras, que han capitalizado sus deudas”.
En busca de la supervivencia los medios de comunicación se aproximaron al poder y esa fuente de calor -y de prosperidad- que es el poder ha ido generando efectos perversos de forma inversamente proporcional a la distancia. De ahí, la que la temperatura de los medios guarde relación con el lugar en que se editan o desde donde se difunden. El resultado son medios de comunicación menos independientes, con tendencia a convertirse en el servicio doméstico del poder afín que los financia, dispuestos a traicionar sus deberes básicos de compromiso con el servicio público y a renunciar al ejercicio del “poder compensatorio” como sería su deber.
Esta deserción de los medios degrada la democracia y favorece una actitud resignada ante la realidad -bajo el abusivo lema de es lo que hay, repetido hasta la extenuación- que, ¡oh prodigio!, es del mismo color que el de los intereses de los financiadores. La forma más objetiva de analizar este fenómeno sería mediante las correspondientes auditorías lingüísticas que deberían presentarse en todas las Juntas Generales de las sociedades editoras. Continuará.

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