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REVISTA110

ENSXXI Nº 113
ENERO - FEBRERO 2024

Por: JOSÉ ARISTÓNICO GARCÍA SÁNCHEZ
Presidente de EL NOTARIO DEL SIGLO XXI


LOS LIBROS

El Profesor Lucía Mejías edita el tercer y último Tomo que recoge su etapa más creativa, de 1604 a 1616, en que publicó sus obras maestras

Por fin ha visto la luz el Tomo III, último de la colosal biografía de Cervantes, redactado tras largos años de investigación por el que podemos considerar primer cervantista de la actualidad. Si se ha dicho que hay dos Quijotes, uno antes y otro después de las aportaciones de Rodríguez Marín, podemos asegurar que el Cervantes de José M. Lucía desborda todas las aproximaciones anteriores a la idiosincrasia y entorno vital del más universal escritor de nuestras letras.

"No es una hagiografía ni una biografía heroica. José Manuel Lucía no nos oculta las sombras del genio, como fueron por ejemplo las casi nulas relaciones que tuvo con su hija Isabel de Saavedra o sus amores con Ana Franca"

José Manuel Lucía Mejías, nacido en Ibiza, es catedrático de Filología Románica de la Universidad Complutense y vicedecano de Biblioteca, Cultura y Relaciones Internacionales de esa Facultad y se ha especializado en temas cervantinos. Hoy es Presidente de honor de la Asociación de Cervantistas, Director de la Red de ciudades cervantinas que él creó, fue comisario de la Exposición cervantina que promovió en 2016 la Biblioteca Nacional, y -lo que es más importante- ha investigado seria y concienzudamente durante casi una década todas las huellas que dejó en la tierra tan genial escritor. Fruto de sus pesquisas son estos tres espléndidos Tomos biográficos, en total casi mil páginas, el primero La juventud de Cervantes. Una vida en construcción (Edaf, 2016), que destaca su faceta viajera y aventurera hasta los 33 años, el segundo La madurez de Cervantes. La vida en la corte (Edaf 2016) que narra sus andanzas en la corte de Madrid y en el emporio que era entonces Sevilla buscando medrar en algún empleo como funcionario, tomos a los que en el año del aniversario de su muerte ya hizo referencia esta revista, y el tercero y último que acaba de aparecer La plenitud de Cervantes. Una vida de papel (Edaf, abril 2019) en el que el autor nos descubre los avatares de su etapa más creativa y el contexto histórico y literario en el que vieron la luz sus obras universales.

"Es una biografía atípica en la que el autor no se siente abducido por su héroe como suele ocurrirle a la mayoría de los biógrafos"

No es una hagiografía ni una biografía heroica. José Manuel Lucía no nos oculta las sombras del genio, como fueron por ejemplo las casi nulas relaciones que tuvo con su hija Isabel de Saavedra o sus amores con Ana Franca.
Como ya se dijo en esta revista a propósito del Tomo I y se repite en su Prólogo, Lucía alardea de presentarnos un Miguel de Cervantes de a pie, con sus sinuosidades y borrones, un hombre mortal que desde la nada va creciendo entre luces y miserias. Es una biografía atípica en la que el autor no se siente abducido por su héroe como suele ocurrirle a la mayoría de los biógrafos. Lucía hace posar a Cervantes en el suelo, desde su juventud como hombre en construcción para analizar descarnadamente su evolución, sus glorias y sus carencias, sus andanzas a la busca de la vida como correo real, comisario de abastos, cobrador de impuestos, juez ejecutor de su Majestad, ayudante de edición de un librero o contable, sin olvidar su paso por la cárcel. 

"En la obra de Lucía resplandece un talento singular para ordenar, enjuiciar e interpretar sagazmente hechos e intenciones"

Y no se trata solo de una biografía de datos y fechas, por más que estos sean relevantes, exhaustivos, y algunos desconocidos hasta ahora. En la obra de Lucía resplandece un talento singular para ordenar, enjuiciar e interpretar sagazmente hechos e intenciones, y conformar -con un admirable estilo literario solo comparable en altura con el rigor de sus análisis- la mejor reproducción hasta el momento, con todos los matices y reflejos de su caleidoscopio, la figura estelar del Parnaso literario español.
Lucía se decide con audacia a desnudar sin prejuicios ni complejos al hombre, desmontar tópicos y leyendas, y describírnoslo como lo que fue, un hombre de su tiempo, porque hasta ahora la curva biográfica de Cervantes partía de cero -olvido absoluto durante siglo y medio- al infinito de la leyenda y el mito. 

"Hasta ahora la curva biográfica de Cervantes partía de cero -olvido absoluto durante siglo y medio- al infinito de la leyenda y el mito"

1738 fue el año clave. Como es sabido, ese año lord Coteret rescató el Quijote de la sección de obras cómicas de las librerías, desvelando a la humanidad el manto mágico de ironía que cubre una obra genial que en el fondo es una sátira de la humanidad. Buscó efigies o retratos del autor que nunca encontró y encargó su primera biografía a Mayans y Ciscar que se editó en 1755. A ésta le han seguido muchas, algunas muy famosas, V. de los Rios, Martín Fdez. de Navarrete, J. Gracia, Astrana Marín…, todas hagiográficas y de tono heroico, forjando esa visión legendaria de Cervantes que lo describe como un valeroso soldado, héroe en Lepanto donde perdió un brazo, escritor de éxito, triunfador en la Corte… Lucía se ha propuesto, con el mayor de los respetos, incluso con veneración al mayor genio literario, despojar al hombre de aureolas falsas. Y eso aunque en ocasiones estén basadas en confesiones autógrafas procuradas por él mismo para elaborar su propia imagen cuando no para conseguir ascensos. Cervantes, dice Lucía, no fue héroe en Lepanto sino soldado bisoño que arrojaba granadas desde el esquife, no perdió un brazo, solo recibió heridas que no le impidieron seguir la carrera militar llegando a ser alférez, el Quijote no fue su personaje favorito y solo la intromisión de Avellaneda le hizo retomar el personaje y hacer la segunda parte, su mejor obra, la más libre, que si embargo fue un fracaso comercial, apenas se vendió en vida del autor la mitad de la edición, y tampoco Cervantes vivió de la literatura ni lo pretendió, lo que le permitió pensar por su cuenta y escribir con libertad interior.

"No fue héroe en Lepanto sino soldado bisoño que arrojaba granadas desde el esquife, no perdió un brazo, solo recibió heridas que no le impidieron seguir la carrera militar llegando a ser alférez"

Lucía nos presenta a Cervantes como un hombre de su tiempo, trabajador, generoso, luchador, muy familiar… y gran propagandista de sí mismo, preocupado por su imagen que traza con rasgos desperdigados en sus escritos y que no siempre son de fiar, como no lo es la descripción de su figura que hace en el Prólogo de las Novelas Ejemplares.
Es una biografía en tres tomos, ya se ha dicho, quizá porque Lucía piensa que hay tres Cervantes, el primero un hombre joven sin renta ni oficio, a la busca de fortuna como escribano primero y como soldado en los tercios italianos después, un hombre en construcción de 1547 a 1580 hasta los 33 años, le sigue un Cervantes maduro que intenta medrar en el laberinto de la Corte buscando oficio o destino donde fuere para quien la escritura sigue siendo un accidente, y hay un tercer Cervantes, el que surge en 1604 hasta su muerte en 1616, éste ya un escritor en plenitud que se reivindica como narrador, poeta y dramaturgo, período en que produce sus obras maestras, siempre con entera libertad hasta el final.

"Más de 300 años hemos tardado en conseguir una biografía completa y consumada del genio del que siempre seremos deudores por nuestra incomprensión durante siglos"

Más de cien años tardó la clase trajinante en sacar de la sección de cómicos de las librerías su obra maestra, los Quijotes, y casi 150 en hacerse la primera biografía de Cervantes y en abrirse paso una lectura pausada y reflexiva de su obra principal que sacaría a la luz por primera vez la autocrítica tierna y amarga de una cierta fractura de España con la modernidad (P. Vilar), el turbador rango de ironía que la permea (J. Gracia) o su enigmática capacidad para hacernos comprender la infinita complejidad del mundo (A. Amorós). Y más de 300 años hemos tardado en conseguir una biografía completa y consumada del genio del que siempre seremos deudores por nuestra incomprensión durante siglos.

"Cervantes nunca buscó en la escritura un modo de vida, lo que sí le procuró la gran ventaja de mantener siempre libertad de escritura y de afrontar experimentaciones que, no comprendidas en su tiempo, son hoy principios ortodoxos del hecho literario"

Para Lucía, en este tercer tomo que corresponde al período 1604 a 1616, con Felipe III y Lerma en el poder, con el traslado de la Corte de Valladolid, Cervantes, que nunca buscó en la escritura un modo de vida, y mucho menos su medio de vida, se vuelve de papel, de ahí el título, lo que le procuró sin embargo la gran ventaja de mantener siempre libertad de escritura y de afrontar experimentaciones que, no comprendidas en su tiempo, son hoy principios ortodoxos del hecho literario. Cervantes deja de buscar en este mundo para adentrarse en la originalidad de un programa literario coherente con los géneros de su tiempo.

"Lucía nos presenta un Cervantes-hombre que vive, que sobrevive, que se construye y se reinventa en cada nuevo avatar que le otorgan, y que ha terminado siendo un ser marginal como hombre frente a la grandiosidad de su obra genial, los Quijotes"

Lucía, en suma, nos propone una nueva mirada de papel sobre este personaje rescatando al Cervantes-hombre, un hombre que siempre se mantuvo en los márgenes de los centros de poder, en los márgenes de su obra, incluso en los márgenes del Quijote-libro y del Quijote-personaje. Un hombre que no fue revolucionario, que se adaptó a su tiempo, pero que termina levantando un edificio literario revolucionario que va más allá de los debates, las preocupaciones y miedos de su época. Y una vez rescatado como hombre, Lucía lo sitúa en la época que le tocó vivir, un momento de cambio de paradigma, de cambios sustanciales en la relación del escritor y los editores, de debate sobre géneros, modelos literarios.
Y en estas coordenadas Lucía nos presenta un Cervantes-hombre que vive, que sobrevive, que se construye y se reinventa en cada nuevo avatar que le otorgan, y que ha terminado siendo un ser marginal como hombre frente a la grandiosidad de su obra genial, los Quijotes.

Una crónica verista de un colegio religioso de los años 40

Julio Burdiel, en una meritoria novela, retrata la sociedad española de la posguerra vista por un alumno de primaria en un colegio religioso

Quizá no muchos en esta Corporación sepan que la vocación primaria de Julio Burdiel, a pesar de haber vivido intensamente la profesión notarial y haberla culminado como Director General de los Registros y del Notariado, es la literaria. Ya con 19 años alternó en la casa del escritor en Ruiz de Alarcón, junto al Colegio Notarial, con Pío Baroja al que dio detalle del que fue Premio Nobel de Literatura de aquel año, 1949, el dramaturgo norteamericano William Faulkner, a quien Don Pío -que no sabía idiomas como era habitual entonces- no había leído.
Julio ha desarrollado esa su verdadera vocación, la literaria, de forma constante, sin más interrupciones que las imperiosamente obligadas por los cargos que ha ostentado o el desgraciado proceso hospitalario que sufrió. Ha escrito versos y principalmente novelas, género que es para Julio el campo infinito de la libertad interior del espíritu tanto para el escritor como para el lector, según recuerda Escarpín en una nota biográfica. Tiene en efecto varias novelas inéditas, entre ellas una monumental, de gran extensión, en realidad una trilogía que titula Juego a cuatro manos durante la espera que ha sido rechazada por su contenido por dos editoriales. Felizmente hoy la Editorial Point de lunettes acaba de editar una de sus novelas, la que titula Aquello también fue vida (Sevilla, 2019), quedando a disposición de los lectores una espléndida narración de lo que fue la vida española en la primera década tras la guerra civil.
Julio concentra la narración, escrita a mano suelta y sin desmayos, en los avatares de un grupo de niños, Eulogio, Silvino, Albacete y Miguel, escolares de primaria en un colegio de religiosos de Salamanca, con datos suficientes para deducir que se refiere al de los Hermanos Maristas, dando especial protagonismo a dos de ellos, Eulogio, autor de la narración principal, un niño sensible, dócil, aplicado, que acepta las coordenadas que le envuelven y que el ambiente da por sentadas, un niño instalado en lo que hemos convenido en llamar el espíritu, que tenía una relación débil con la realidad concreta y desconocía los necesarios límites de cada cosa, y Miguel, autor del Epílogo, que sirve de contraste y moraleja en la narración, un niño práctico, relativista, que trata de rebajar la intensidad emocional de Eulogio y evitar el arraigo de las verdades abstractas y absolutas que flotaban en el ambiente y que presume con una máxima ambigua que parece heredada de una peculiar ilustración, la ignorancia pone en peligro a la inteligencia.
Pero no son los avatares de estos escolares, ni las peripecias infantiles en El Barco de Ávila, todo con un innegable aroma autobiográfico, ni los pasmosos hechos que ocurren en la narración, ni siquiera los pequeños thrillers que la amenizan absorbiendo la atención del lector, como la boda potencial fallida con rápido reemplazo, el estigma del abuelo desertor familiar, la peripecia frustrada del cine furtivo, el enigmático para un niño léete a ti mismo en el espejo, la confesión pública o el episodio epilogal de los libros prohibidos por la censura, impecablemente narrados y resueltos por el autor.
Lo más importante de la novela es la estampa certera y emotiva de la década de los años 40 en España, con aquel peculiar mercado de abastos, las cartillas de racionamiento, el estraperlo, los pantalones con culeras, el carbón sin calorías, sobre todo hambre y frío, sobrellevados entre procesiones, nombres del santoral como Eudaldo o Eroteides, reuniones de acción católica, la disciplina sugerida o la prédica del sufrimiento como virtud y razón para sobrellevar este valle de lágrimas… Historia social que el autor -por boca del niño protagonista Eulogio-relata sin crítica ni resentimiento, que son cosas de las que Burdiel siempre ha renegado, como reflejó en uno de sus versos con ocasión del tiro -ya olvidado- que recibió en el abdomen cuando formaba parte de un Tribunal de Oposiciones: el dolor solo existió mientras dolía.
Esto quita rencor y crítica pero no verismo a la descripción de aquella sociedad agobiada de la postguerra y del ambiente de presión mental que vivieron los escolares de entonces entre los cánticos y consignas patrióticas de unos vencedores ufanos y la euforia insistente en reconocer los designios inescrutables de la providencia que hacía prevalecer una Iglesia renacida sobre todo en los colegios religiosos, la inmensa mayoría por cierto.
La obra de Burdiel podría encuadrarse en el género costumbrista por su relato iconográfico de tipos y costumbres de la época, reflejo de una realidad sentida con aroma autobiográfico que el autor describe sin alegatos ideológicos y de la que transciende un enjuiciamiento bondadoso -como es él- de un relato que ofrece al lector como de algo curioso o a lo más pintoresco, pero que, como recoge en el título, también fue vida.

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