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Por: ENRIQUE FEÁS
Técnico Comercial y Economista del Estado
Investigador Asociado del Real Instituto Elcano


CONGRESO NOTARIAL 2020

En 1959 le preguntaron al cantante Maurice Chevalier qué sentía habiendo cumplido 70 años. Respondió que no estaba tan mal, “sobre todo, considerando la alternativa”. Y es que, a finales de los años cincuenta, la esperanza de vida de un hombre en un país industrial desarrollado como Francia era precisamente de 70 años. Hoy los franceses tienen una economía de servicios y viven más de 83 años, y dentro de unas décadas nadie entenderá ni la pregunta a Chevalier ni su respuesta. Para entonces las “alternativas” serán enormemente variadas, y por eso resulta imprescindible plantearse cómo serán en el futuro la economía y el empleo. Algo imposible sin entender el papel de la tecnología y de la globalización.

Tecnología y globalización
La evolución de la economía mundial se sustenta en dos pilares fundamentales: la tecnología y la globalización. Sin la tecnología no sería posible el crecimiento, y sin la globalización no sería posible mantenerlo o extenderlo a otros países. En la historia económica de la Humanidad, nada se movió hasta la primera revolución tecnológica, la de la agricultura hace 12.000 años. Desde entonces, muy poco hasta los tres últimos siglos, que dieron lugar a tres grandes impulsos: la revolución industrial en la primera mitad del XIX -espoleada inicialmente por la máquina de vapor y posteriormente por la electricidad y el motor de combustión-; la revolución de las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC), a partir de los años 70 del siglo XX; y la revolución que ha empezado con este siglo XXI, la de la inteligencia artificial y la robótica.
Cada una de estas cuatro revoluciones ha supuesto un profundo cambio estructural en la economía de los países, fundamentalmente en cuanto a producción y empleo. La revolución agrícola supuso el paso de la caza a la agricultura, más productiva, y liberó tiempo para otras actividades (lo que impulsó el desarrollo cultural). Posteriormente, la revolución industrial desplazó la producción y el empleo agrícolas hacia una industria con salarios mejores y mayores oportunidades concentradas en torno a las ciudades; fue entonces cuando el nivel alcanzado de empleo industrial se configuró como indicador crucial -mucho más que el valor añadido bruto industrial- para explicar el desarrollo de los países. En cuanto a la transición de la industria a los servicios, está vinculada a dos factores: el desarrollo de los Estados del bienestar modernos tras la II Guerra Mundial y la revolución de las TIC. Estas últimas permitieron, en el último tercio del siglo XX, la desagregación de las distintas fases de producción industrial en cadenas de valor globales que dispersaron el empleo industrial por todo el mundo (reforzando el peso relativo de un sector de servicios ya de por sí creciente).
Así pues, la globalización sigue siempre a la tecnología, pero de forma cada vez más rápida: la revolución agrícola apenas tuvo efectos de calado en el resto del mundo; la revolución industrial tardó más de un siglo en traducirse en un fuerte impulso del comercio mundial; la revolución de las TIC, en apenas 20 años expandió las cadenas de valor globales; y la cuarta revolución, la de la inteligencia artificial y la robótica, también está generando un impulso globalizador, pero esta vez inmediato.

“¿Cómo afectarán la robótica y la inteligencia artificial a la estructura productiva de los países? Fundamentalmente, a través del sector servicios. Cada una de las expansiones globalizadoras ha supuesto la apertura a la competencia internacional de algún sector”

¿Cómo afectarán la robótica y la inteligencia artificial a la estructura productiva de los países? Fundamentalmente, a través del sector servicios. Cada una de las expansiones globalizadoras ha supuesto la apertura a la competencia internacional de algún sector. Los servicios, por el momento, habían permanecido en gran medida inmunes a dicha competencia, por estar asociados en gran medida a la presencia física. El peluquero era, en la ciencia económica, el típico ejemplo de servicio no comercializable… hasta ahora. Porque lo que permiten la robótica y la inteligencia artificial, unidas al desarrollo exponencial de las comunicaciones, es precisamente la prestación de servicios a distancia, eliminando esa última barrera protectora y afectando ya no solo a lo que fabricamos, sino también a lo que hacemos. Hace tiempo que es posible prestar servicios legales, de asesoría o consultoría a distancia, a través del correo electrónico, pero la telepresencia va mucho más allá y permite ampliar enormemente el ámbito de actividades afectadas: desde un médico que examina una radiografía desde la otra parte del mundo (a precios mucho más competitivos), hasta robots limpiadores, o incluso camiones o autobuses autónomos o controlados a distancia. Su proliferación ya no es cuestión tanto de tecnología como de producción en masa y abaratamiento de los costes. Hoy resulta mucho más barato tener una plantilla de camioneros que una flota de camiones autónomos o semiautónomos, pero quizás pronto no sea así.
Así pues, la globalización de la robótica y la inteligencia artificial va a suponer para el sector servicios lo mismo que la globalización de las TIC supuso para la industria: un riesgo de dispersión del empleo a nivel mundial. Por supuesto, eso no quiere decir necesariamente que el empleo neto resultante sea menor: del mismo modo que en los años 80 no había forma de saber que algún día alguien se ganaría la vida como community manager, youtuber o diseñador de páginas web, entre otras muchas profesiones (no todas, por suerte, de nombre inglés), también ahora surgirán nuevas formas de empleo. Ahora bien, conviene tener en cuenta varios factores diferenciales respecto a otras revoluciones.
En primer lugar, la rapidez. El cambio tecnológico es imparable, y sus consecuencias pueden expandirse a nivel global de forma mucho más rápida que en otras ocasiones. La novedad, en este caso, no es tanto el cambio en sí mismo -que ya otras veces hemos vivido- sino su velocidad, que dificulta la adaptación. No es lo mismo una lenta desindustrialización a lo largo de décadas, como la del carbón o la siderurgia, que la obsolescencia inmediata de todos los conductores de taxi o de camión en unos pocos años, cuando los vehículos autónomos sean una realidad.
En segundo lugar, la profundidad. A diferencia de lo que ocurría con la revolución industrial, que mantuvo más o menos indemnes a sectores enteros como el de servicios, la revolución de la robótica y la inteligencia artificial -de forma similar a lo que supuso la revolución de las TIC- no solo supondrá la desaparición de algunas profesiones, sino también la forma de trabajar en todas ellas. No habrá sector ni profesión que no tenga al menos alguna tarea susceptible de automatización y, por lo tanto, vulnerable. Las profesiones que impliquen fundamentalmente tareas repetitivas estarán en peligro, o al menos en riesgo de sufrir una menor demanda: el examen de radiografías o analíticas de pacientes desde otra parte del mundo no elimina la necesidad de médicos, pero sí puede reducir sensiblemente el número de facultativos necesarios por habitante.

“Se plantea un interesante debate sobre si los Estados-nación pueden afrontar en solitario la globalización y el cambio tecnológico o si es imprescindible una configuración del Estado de bienestar a nivel supranacional”

En tercer lugar, la capacidad compensatoria del sector público. La globalización del siglo XX supuso la desindustrialización parcial de gran parte de los países desarrollados, que vieron cómo las fases de producción industrial menos intensivas en mano de obra cualificada se desplazaron a otros países de menores salarios, pero beneficiaron a los trabajadores más cualificados (que, provistos de más capital por trabajador, resultaban más productivos), o apenas perjudicaron a la mayoría de las profesiones de servicios (médicos, abogados, camareros, limpiadores, etc.). La existencia de beneficiarios y perjudicados permitía un cierto grado de compensación, ya que el Estado podía extraer recursos de los beneficiarios para compensar -al menos parcialmente- a los damnificados: la minería del carbón se ha ido extinguiendo, pero sus trabajadores han podido tener jubilaciones anticipadas o ayudas a la reconversión. Con la revolución actual, sin embargo, la cosa cambia: nada garantiza que un país determinado no sufra de forma masiva la deslocalización o robotización de una parte muy importante de su población ocupada. De este modo, si ni siquiera los trabajadores cualificados quedan a salvo de la tecnología y la competencia internacional, entonces podríamos encontrarnos con escenarios en los que en algunos países no tengan beneficiarios que puedan compensar a los perdedores. Esto plantea un interesante debate sobre si los Estados-nación pueden afrontar en solitario la globalización y el cambio tecnológico o si es imprescindible una configuración del Estado de bienestar a nivel supranacional (por ejemplo, en el ámbito de la Unión Europea).

¿Una economía de servicios?
Si el avance tecnológico ha ido cambiando la estructura productiva mundial, de economías agrícolas a economías industriales, y de estas a economías de servicios, surge la duda: ¿es sostenible una economía basada esencialmente en servicios? Como en casi todos los casos de preguntas económicas, la respuesta es que depende. Lo que garantiza la sostenibilidad de una economía frente al cambio y frente a la competencia internacional no es tanto el sector como la productividad de las distintas actividades. Así, lo importante no es tanto tener una economía industrial como potenciar industrias punteras en sectores de futuro, de alto valor añadido. Un país con una potente industria metalúrgica o automovilística básica está expuesto a una fuerte competencia de otros países, con una tecnología relativamente fácil de imitar; si en vez de industria metalúrgica estamos hablando de industria de nuevos materiales, y si en vez de automovilística estamos hablando de coches autónomos, la cosa cambia. Por supuesto, los países no pueden decidir tan fácilmente sus ámbitos de especialización: resulta mucho más sencillo evolucionar a lo largo de una cadena de sectores relacionados, cada vez más especializada, que empezar de cero en un sector sin experiencia.
En cuanto a los servicios, ocurre lo mismo: la cuestión no es si un país basado en servicios puede sobrevivir, sino cuáles son esos servicios. Países muy centrados en servicios financieros como el Reino Unido, Suiza o Luxemburgo -con sus peculiaridades legales- han alcanzado altos niveles de desarrollo. Incluso un sector como el turístico es susceptible de presentar muy diferentes niveles de competitividad internacional y valor añadido, y por eso resulta imprescindible -como en el caso de España- que el turismo básico -basado en pequeños márgenes, pero grandes volúmenes- se acompañe de otros sectores más especializados o complementarios, de mayor valor añadido. Hoy no cabe hablar de economías industriales y de servicios presuponiendo que las primeras generan necesariamente mayor valor añadido que las segundas. De hecho, en las cadenas de valor globales actuales, no son las actividades manufactureras las que generan un mayor valor añadido (el ensamblaje de un iPhone en China supone menos del 10% del valor añadido total), sino los servicios previos (investigación y desarrollo, diseño del producto) o posteriores (comercialización, asistencia técnica y servicio posventa). La estrategia de un país no debe ser, por tanto, promover la repatriación de fases tradicionales industriales, sino potenciar los servicios intensivos en capital humano (generalmente realizados en torno a las sedes).

El envejecimiento de la población
En este contexto de cambio, el envejecimiento de la población supone un desafío adicional. Desde el momento en que nos enfrentamos a una tecnología capaz de convertir en obsoletas tareas hasta hoy mismo consideradas intocables, la gestión del cambio y la capacidad de adaptación pasan a ser elementos fundamentales a la hora de predecir la competitividad y la sostenibilidad futura de un país. Esto es así por dos motivos.

“Si el avance tecnológico ha ido cambiando la estructura productiva mundial, de economías agrícolas a economías industriales, y de éstas a economías de servicios, surge la duda: ¿es sostenible una economía basada esencialmente en servicios?”

En primer lugar, porque los países con un mayor porcentaje de jubilados respecto de su población activa comprobarán que una parte importante de los trabajadores actuales que garantizan la sostenibilidad financiera del sistema de pensiones van a estar sujetos a una mayor competencia internacional, un mayor riesgo de deslocalización, un mayor desempleo y una presión a la baja sobre sus salarios (para evitar que su sustitución tecnológica resulte rentable). Por supuesto, y como ya hemos señalado, surgirán profesiones nuevas, pero quizás no a un ritmo tan rápido como el de obsolescencia de los empleos actuales, por lo que existirán tensiones debidas a una diferencia cada vez mayor entre pensión y salario medios. En España, el porcentaje de dependencia -es decir, el porcentaje de personas mayores de 65 años respecto a la población en edad de trabajar- se ha doblado en los últimos 40 años, del 15% al 30%, y la relación entre pensión media y salario medio ha pasado del 48% al 58% en la última década.
En segundo lugar, porque, con una población envejecida, la capacidad de adaptación de los individuos será, en media, menor. En España en 2019 uno de cada cinco personas era mayor de 65 años, pero a este ritmo en 2030 lo serán uno de cada cuatro. A eso se une que las diferencias en habilidades por edades son muy elevadas: la diferencia en conocimientos básicos de lectura y escritura y cálculo entre los individuos más jóvenes y los más viejos en España es la segunda más alta de la OCDE (después de Italia), incluso una vez descontados factores de nivel educativo o de inmigración; asimismo, la cifra de adultos que nunca ha usado un ordenador (17%) es de las mayores de la OCDE. Los jóvenes del futuro no solo deberán tener conocimientos, sino capacidad de adquirir nuevas habilidades y de readaptarse a nuevos escenarios técnicos y laborales. En el futuro es muy probable que muchos individuos mayores de 50 años con tareas muy repetitivas se vean afectados por la automatización, y sin conocimientos básicos será difícil que encuentren profesiones alternativas en un plazo razonable.

La profesión notarial en un contexto de cambio
En un mundo cambiante, en plena tercera revolución tecnológica, ¿cómo se adaptará una profesión tradicional como la del notariado? En principio cuenta con dos grandes ventajas: en primer lugar, que se trata de una profesión vinculada al espacio jurídico, y por tanto de naturaleza estrictamente ligada al Estado emisor de las normas por las que se regula, lo que provoca una especialización natural. Y, en segundo lugar, que es muy intensiva en capital humano, precisamente por la especialización en derecho privado dentro de la especialización jurídica.
Eso no quiere decir, sin embargo, que ni la globalización ni la tecnología puedan afectar sustancialmente a la profesión. En el ámbito de la globalización, porque la complejidad de las relaciones económicas y humanas conlleva una creciente complejidad jurídica internacional, no solo desde el punto de vista de los conflictos con la legislación y jurisprudencia europeas (pensemos, por ejemplo, en los efectos del concepto europeo de protección al consumidor en el ámbito hipotecario español, desde las cláusulas suelo hasta los índices de referencia de los préstamos hipotecarios), sino también en la propia definición de los problemas derivados de derechos de propiedad y herencia en contextos multipaís.
Por otro lado, en el ámbito de la tecnología, el desarrollo de soluciones tecnológicas que faciliten la identidad o el registro o verificación de documentos puede suponer un cambio sustancial en la especialización notarial (y ya no digamos registral), sujetándola a una mayor competencia interna o incluso a una potencial externalización. Creo, sin embargo, que se sobrestima la capacidad de tecnologías como la de cadena de bloques (blockchain) para revolucionar la función de verificación notarial, y probablemente se convierta más en un elemento modernizador que en causa de externalización.

“Los países con un mayor porcentaje de jubilados respecto de su población activa comprobarán que una parte importante de los trabajadores actuales que garantizan la sostenibilidad financiera del sistema de pensiones van a estar sujetos a una mayor competencia internacional, un mayor riesgo de deslocalización, un mayor desempleo y una presión a la baja sobre sus salarios”

Sin embargo, creo que al mismo tiempo se subestima la capacidad de la inteligencia artificial para análisis más complejos y que en general se consideran muy vinculados al factor humano y difíciles de automatizar, como el análisis de legalidad, de capacidad o de consentimiento. No es que dichas funciones sean de fácil automatización, pero no hay que descartar que muchas funciones de comprobación o verificación jurídica notarial (de cumplimiento legal, o de suficiencia en el caso de poderes) puedan, en un futuro menos lejano de lo que algunos creen, ser realizados con la ayuda de inteligencia artificial. Una vez más, no porque el factor humano se vuelva prescindible, sino porque el aumento de la productividad hace que sean necesarios menos especialistas para realizar el mismo trabajo, una vez descargado éste de su parte más pesada y rutinaria.
En cualquier caso, resulta lógico pensar que las funciones más vinculadas al asesoramiento jurídico y al análisis de elementos personales siempre tendrá una base humana para el ejercicio de la profesión mucho más sólida que el análisis jurídico, más proclive de lo que parece al aprendizaje artificial -por supuesto, dentro de un orden-. Parece más probable pensar que la tecnología conducirá más a un cambio en la forma de ejercer la profesión que un riesgo para la profesión en sí misma, aunque sin duda producirá fuertes presiones competitivas dentro del notariado.

Conclusión
Que el mundo está cambiando no es una novedad. El ritmo al que lo está haciendo, sí, y es importante ser conscientes de que la actual revolución tecnológica, a diferencia de las anteriores, está ya extendiéndose a todo el mundo a una velocidad sin precedentes. Hay que ser optimistas respecto a la capacidad de la economía para generar nuevos empleos, pero cautelosos a la hora de prever la velocidad de destrucción de los antiguos. Ya nunca más podremos hablar de economías industriales o economías de servicios, sino de economías de sectores competitivos o no competitivos internacionalmente. En un nuevo contexto en el que ya no solo las tareas tradicionalmente sujetas a la competencia internacional, sino todas, van a estar sujetas a un riesgo de automatización, es imprescindible preparar a la sociedad -la laboral y la no laboral- para el cambio.
Solo en la medida en que los individuos puedan aprender continuamente nuevas habilidades -algo que no está relacionado tanto con la edad como con la base de formación y el estudio continuo- podrán percibir la tecnología o la globalización como una oportunidad: una fuente de alternativas personales y profesionales muy distintas de la “alternativa” que mencionaba Maurice Chevalier y que, como cualquier amenaza -ayer, hoy y siempre-, supone un caldo de cultivo perfecto para el populismo y la inestabilidad política.

Palabras clave: Revolución tecnológica, Riesgo de la automatización, Globalización.

Keywords: Technological revolution, Risk of automation, Globalisation.

Resumen

La evolución de la economía mundial ha venido marcada por las distintas revoluciones tecnológicas y por los efectos de la globalización. Ambos factores han provocado grandes cambios estructurales en la producción y el empleo mundiales, con desplazamientos desde la agricultura a la industria y desde esta a los servicios. Que el mundo está cambiando no es, por tanto, una novedad. El ritmo al que lo está haciendo, sí, y es importante ser conscientes de que la actual revolución tecnológica, la de la inteligencia artificial y la robótica, está ya extendiéndose por todo el mundo a una velocidad sin precedentes. Hay que ser optimistas respecto a la capacidad de la economía para generar nuevos empleos, pero cautelosos a la hora de prever la rapidez de destrucción de los antiguos, y asumir que nunca más podremos hablar de economías industriales o economías de servicios, sino de economías de sectores competitivos o no competitivos internacionalmente. En un nuevo contexto en el que ya no solo las tareas tradicionalmente sujetas a la competencia internacional, sino todas, van a estar sujetas a un riesgo de automatización, es imprescindible preparar a una sociedad que va envejeciendo para enfrentarse una economía cambiante. Para ello es preciso que los individuos puedan aprender continuamente nuevas habilidades, algo que no está relacionado tanto con la edad como con la base de formación y el estudio continuo. Solo así podrán percibir la tecnología o la globalización como una oportunidad, y no como una amenaza.

Abstract

The evolution of the world economy has been defined by various technological revolutions and the effects of globalisation. Both factors have led to major structural changes in international production and employment, with transitions from agriculture to industry, and from industry to services. It is therefore no secret that the world is changing. However, the pace at which it is doing so is surprising, and it is important to be aware that the current technological revolution, involving artificial intelligence and robotics, is already spreading across the entire world at an unprecedented speed. We must be optimistic as regards the economy's ability to generate new jobs, but be prudent when anticipating the speed with which old ones are destroyed, and assume that we will never again be able to talk about industrial economies or service economies, but instead economies with sectors that are competitive or non-competitive internationally. In a new scenario in which not only work that has traditionally been subject to international competition, but all work, will be subject to a risk of automation, it is essential to prepare for a society that is ageing to cope with a changing economy. This requires individuals to be able to continually learn new skills - something that is not related not so much to age, but rather to their level of education and continuous study. Only then can they perceive technology and globalisation as an opportunity, rather than a threat.

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