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REVISTA100

ENSXXI Nº 100
NOVIEMBRE - DICIEMBRE 2021

Por: JOSÉ ARISTÓNICO GARCÍA SÁNCHEZ
Presidente de EL NOTARIO DEL SIGLO XXI


LOS LIBROS

¿Genio o aberración?

Alex Ross investiga en Wagnerismo el impacto de su obra en todas las ramas de la cultura occidental

No siempre ni todos han conseguido disociar la obra artística de la persona de su autor. Especialmente en el caso de Wagner, quizá el creador más pasmoso, adorado y detestado de la historia. Hay quien le ha calificado como el mayor talento de toda la historia del arte (T. Mann). Pero también hay quien, por su racismo desbocado y otros excesos, ha calificado su estela como la más relevante de todas las aberraciones (Max Nordau).

Su entusiasmo juvenil en la Revolución de París y en las algaradas polacas en Dresde en 1830 contra el rey de Sajonia, su patria y su patrón. Su amistad con el agitador internacional, Bakunin, el reparto de soflamas anarquistas encendidas en la revolución del 48, muestras patentes de un desorden personal y educativo. Su huida repentina de Riga dando esquinazo a sus cuantiosos acreedores, las acusaciones de corrupción sobre Luis II durante su estancia de Munich… Pero sobre todo su vocación de antisemita militante que confiesa paladinamente en su ensayo El judaísmo en la música publicado de forma anónima en 1850 y reeditado con firma expresa veinte años después, y el calificativo de protonazi imputado por su militancia en aquel movimiento de germanismo chovinista que desde Fichte se iba extendiendo por toda Alemania, y acrecentado por el culto idólatra que le profesó después la cúpula nazi con Hitler a la cabeza, asiduo de Bayreuth y visitante fervoroso de su tumba, han puesto sombríos nubarrones sobre su imagen que a la larga han salpicado, sin lógica para muchos, la calidad de su obra creativa.

“Wagner es quizá el creador más pasmoso, adorado y detestado de la historia. Hay quien le ha calificado como el mayor talento de toda la historia del arte. Pero también hay quien ha calificado su estela como la más relevante de todas las aberraciones”

No han faltado apologetas tratando de refutar o justificar estas conductas censurables. Pero la mayoría de los críticos elude hoy este capítulo entendiendo que nada debe erosionar su gigantesco legado artístico, un legado cósmico que se puede equiparar a un tsunami de genio, a un monumental torrente creativo, o en frase de Nietzsche, a una erupción volcánica de la virtualidad artística total de la naturaleza misma.
Podríamos ahora debatir si es o no posible desconectar la obra de arte de su creador. Hay quienes instintivamente las fusionan caso de los judíos, en Israel Wagner está prohibido, y cuando alguno de ellos se rinde al esplendor de algún fragmento de su obra, se justifica diciendo que forma parte de un ritual de odio a sí mismo.

“Su vocación de antisemita militante y el calificativo de protonazi imputado por su militancia en aquel movimiento de germanismo chovinista han puesto sombríos nubarrones sobre su imagen que han salpicado la calidad de su obra creativa”

Pero la mayoría piensa que la obra de arte conclusa se independiza de su creador, incluso sigue siendo remodelada indefinidamente por la crítica y la cultura de las generaciones que la absorben. Más allá había llegado Walter Benjamín, para quien las obras de arte se critican a sí mismas sin cesar buscando la consumación y complementación total, hasta el punto de poder cambiar su significado y su propio ser, lo que explica que de una obra genial nunca hay ni puede haber una interpretación unívoca.
Esto es especialmente aplicable al caso de Wagner, artista total, ideólogo de la obra de arte total en quien toda la humanidad se ha sentido reflejada alguna vez alimentando el movimiento artístico más influyente y poderoso del planeta, el wagnerismo.

“La mayoría piensa que la obra de arte conclusa se independiza de su creador, incluso sigue siendo remodelada indefinidamente por la crítica y la cultura de las generaciones que la absorben lo que explica que de una obra genial nunca hay ni puede haber una interpretación unívoca”

Así cree dejarlo demostrado uno de los críticos musicales más galardonados del momento, el musicólogo Alex Ross en su nueva obra Wagnerismo (Seix Barral, oct. 2021). Antes había publicado con gran éxito El ruido eterno, el mayor best-seller musical sobre los compositores del siglo XX. Partía lógicamente de Strauss, Mahler y Debussy, y pronto advirtió que las partituras de estos autores serían imposibles sin el precedente de Wagner, cuya sombra activa flotaba y aparecía con reiteración al fluir de los compases de estos autores. Esta comprobación le llevó a dedicar los diez años siguientes de su vida a estudiar esta figura gigante, no para investigar su pasado, pues abundan sus biografías tanto las hostiles como las de culto citemos como modelo la excelente de Ángel Mayo (Sherzo, A. Machado Libros), ni tampoco para indagar en su obra genial que deja pasmado a todo el que quiere profundizar en su monumental legado, sino para documentar la dimensión de la influencia, directa o subliminal, que Wagner ha ejercido en todas las facetas del arte, la cultura y hasta la política de los siglos XX y XXI.
Baudelaire, Eliot, Joyce, T. Mann, entre otros muchos, reconocen que Wagner modeló a veces su rumbo literario. Poetas, pintores, músicos, escultores y dramaturgos fueron sacudidos en su vis creativa por el denso vendaval wagneriano. Comunistas, socialistas y liberales, no digamos xenófobos o fascistas, han querido encontrarse reflejados también en su legado. Incluso las minorías, feministas, homosexuales, activistas afroamericanos y hasta algunos judíos, asegura Ross, se han visto reflejados en alguno de sus leit-motivs.

“Alex Ross dedica diez años de su vida a estudiar esta figura gigante para documentar la dimensión de la influencia, directa o subliminal, que Wagner ha ejercido en todas las facetas del arte, la cultura y hasta la política de los siglos XX y XXI”

Y es que la figura de Wagner es poliédrica. Fue activista político, poeta, ensayista, director de teatro, arquitecto, dramaturgo, un artista total, creador del vocablo y del concepto Gesamtkunstwerk, obra de arte total, y el wagnerismo póstumo que se desató a su muerte no fue solo musical, ni siquiera fundamentalmente musical, dice Ross, traspasó el ámbito de las artes en su totalidad, irrumpió en la política y pasó a representar el inconsciente sociocultural de la modernidad.
Precisamente esta obra de Ross, aunque desvela importantes datos sobre la biografía de Wagner, y sugerentes detalles inéditos sobre la génesis de cada una de sus obras principales, pretende demostrar la influencia de un músico en personas que no lo son, es decir, desvela las resonancias o reverberaciones de una forma artística, la música, en otras formas artísticas aledañas, lanzando su poderoso hechizo sobre los artistas del silencio: escritores, pintores o arquitectos que envidiaban y querrían emular las tormentas colectivas de sentimiento que Wagner era capaz de desencadenar con sonidos.

“Pretende demostrar la influencia de un músico en personas que no lo son lanzando su poderoso hechizo sobre los artistas del silencio: escritores, pintores o arquitectos que envidiaban y querrían emular las tormentas colectivas de sentimiento que Wagner era capaz de desencadenar con sonidos”

Wagner, ya se ha dicho, es una figura poliédrica. También cortante y contradictoria. Tras su muerte todos han intentado verse reflejados en alguna de las facetas de ese poliedro cultural. Y puede decirse que ha constituido el eslabón de enlace o transformación decisiva hacia la modernidad. Se inspiró y quiso superar a los mitos de grandeza eterna de la cultura occidental, Esquilo, Shakespeare… y transformó y recreó nuevos mitos inmortales, algunos, y esto es significativo, en el trance de su propia extinción.
Partió del modelo de la tragedia griega -fusión de música, canto, poesía y drama- asignando a la orquesta, hasta entonces subalterna en general de las voces en la opera, ese papel primordial de réplica que Esquilo daba al coro griego, para tocar los más profundos sentimientos del ser humano. El gran héroe de La Tetralogía, su obra central, Sigfrido, que inspiró el superhombre de Nietzsche, es sosias del Aquiles homérico, ambos invulnerables salvo por el talón el primero y el segundo por la espalda, que los dioses no inmunizaron por ser impensable que pudiera darla en combate.

“Partió del modelo de la tragedia griega -fusión de música, canto, poesía y drama- asignando a la orquesta ese papel primordial de réplica que Esquilo daba al coro griego, para tocar los más profundos sentimientos del ser humano”

Pero ese triunfalismo heroico de Wagner no es omnipotente, es mortal y decae, a Wotan le rompe la lanza -símbolo del poder- su hijo más querido, el poder además es incompatible con el amor, y los dioses imperantes tienen que escenificar la tragedia de su propio ocaso. Tampoco es absoluto. No podemos olvidar que el contradictorio poliedro wagneriano desemboca en el misticismo musical más sublime en la última de sus obras, Parsifal.
Pero Alex Ross elude insistir sobre esta mitología y emprende otra tarea también titánica pero novedosa: investigar la influencia en todas las ramas de la cultura occidental de los compases vigorosos e intensos de este personaje visionario y excesivo. Todos conocen el impacto exhaustivo de la marcha nupcial de Lohengrin, el Coro de peregrinos o las lecturas contradictorias, todas auténticas, que se han hecho de La Cabalgata de las Walkirias, incluso para jalear un exterminio apocalíptico. Y todos han escuchado la misteriosa e indescifrada profundidad del legendario acorde de Tristán que abrió horizontes inexplorados a la polifonía.

“Sigfrido, que inspiró el superhombre de Nietzsche, es sosias del Aquiles homérico, ambos invulnerables salvo por el talón el primero y el segundo por la espalda, que los dioses no inmunizaron por ser impensable que pudiera darla en combate”

Pero no todos son conscientes, como explica Ross después de revisar todo lo que se ha escrito y dicho sobre él (y es fama según R. Carr que exceptuados Jesucristo y Napoleón Wagner es la celebridad que más libros ha inspirado), de cómo por ejemplo Francia que en vida le rechazó, termina asumiéndolo como símbolo del modernismo, que su estela transformó y renovó la atmósfera del arte (A. Daudet) con su extraña condición sobrehumana (Baudelaire). Cómo Zola, Cezanne, Verlaine, Renoir, Monet, Rodin… y hasta los artistas más anticomerciales rendían genuflexiones a Wagner y su estilo bullía entre sus versos y pinceles. Cómo en Inglaterra, por la afinidad con las tradiciones bretonas del Rey Arturo, la Mesa Redonda, el Santo Grial… la música wagneriana prendió con facilidad en la imaginación victoriana, con George Elliot de primer apóstol y Bernard Shaw de primer analista. Cómo en América el crítico Rosenfeld sugirió que la vida urbana y sus rascacielos se habían moldeado a imagen de Wagner, y en Latinoamérica Rubén Darío y Horacio Quiroga daban pábulo a corrientes simbolistas y wagnerianas…
Ross también nos cuenta cómo se multiplicaban las sociedades wagnerianas por todo el mundo, La Tetralogía se representaba en Japón, en China, en Tailandia, en Australia, en Brasil… Y lo hacían en el límite de la pasión… (anecdótica es la que demostró el Club wagneriano de Barcelona que representó el Parsifal de noche para no perder ni un minuto desde que concluía el veto que Wagner había impuesto para que no se representase en ningún sitio fuera de Bayreuth).

“Todos conocen el impacto exhaustivo de la marcha nupcial de Lohengrin, el Coro de peregrinos o las lecturas contradictorias, todas auténticas, que se han hecho de La Cabalgata de las Walkirias, incluso para jalear un exterminio apocalíptico. Y todos han escuchado la misteriosa e indescifrada profundidad del legendario acorde de Tristán que abrió horizontes inexplorados a la polifonía”

Y en capítulos específicos Ross profundiza en las facetas más oscuras de su personalidad inagotable, el Wagner esotérico, el decadente, satánico, judío, negro, el feminista, el gay… pues como ya se dijo todas las minorías han encontrado en alguno de los compases de su música enigmática e insondable, incluso inagotable, el espejo de su propio credo emocional. Wagner repitió con reiteración que no concebía sus dramas musicales como una simple forma artística, sino formas complejas unificadas de distintas artes que le permitieran acceder a las profundidades del alma humana, cimentadas en los grandes mitos griegos a los que, como ya se dijo, pretende superar…
El libro de Ross es quizá la obra más completa e importante escrita sobre la historia cultural de Wagner y el impacto que produjo en todas las artes y la política. Escrito en un tono ágil, periodístico, pero seguro y exhaustivamente documentado, nos desvela además claves inéditas de las composiciones wagnerianas y nos descubre relaciones ocultas entre hechos y partituras, rebajando en parte la complejidad de un artista lleno de misterio.

“Ross profundiza en las facetas más oscuras de su personalidad inagotable, el Wagner esotérico, el decadente, satánico, judío, negro, el feminista, el gay… pues todas las minorías han encontrado en alguno de los compases de su música enigmática e insondable, incluso inagotable, el espejo de su propio credo emocional”

Nietzsche dijo una vez que nadie debería hablar de Wagner sin utilizar la palabra quizá. En su historia y en la del wagnerismo se enmarañan los más elevados y los más bajos impulsos de la humanidad, concluye Ross. Representa el triunfo del arte sobre la realidad y el de la realidad sobre el arte. Pero nadie pone ya en duda que alcanzó las más altas cotas de la expresión artística, que juega un papel esencial en la evolución de las artes modernistas, la arquitectura y la práctica teatral, que galvanizó fuerzas de todo el espectro político, y que desde Bayreuth ha alimentado sueños de liberación para los oprimidos. Poliédrico, contradictorio y sublime. Ross lo ha escudriñado con rigor.
Ha dicho Raymond Carr que hay demasiadas explicaciones críticas y adversas de la música de Wagner, recuerda que un satírico punzante como Beecham dijo que incluso a muchos que no entienden nada de música les fascina el ruido que hace. No todos adoran el ruido que hace Wagner, pero hay que abstraer del artista la obra que realizó y escucharla sin prejuicios. Siempre será más gratificante que embeberse en cualquiera de las teorías que la circundan, incluidas las que expuso el propio Wagner.

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