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REVISTA102

ENSXXI Nº 102
MARZO - ABRIL 2022


No nos habíamos repuesto del todo de las estrecheces de la crisis económica cuando el cisne negro de la pandemia vino a interrumpir nuestras vidas. Y no nos habíamos recuperado del estrés, las limitaciones y el miedo que impuso la pandemia cuando aparece en las omnipresentes pantallas de nuestros dispositivos móviles el temor al futuro, las limitaciones y el encarecimiento de la vida derivados de una guerra que no entraba en nuestros planes.

Hay épocas convulsas y épocas más tranquilas, y parece que nos ha tocado vivir una de las primeras, aunque muy pocas generaciones pueden decir que se han librado de todo sobresalto. No hay leyes históricas que permitan prever los acontecimientos, pero sí hay reacciones parejas ante estímulos similares. La Historia no se repite, pero rima, decía Mark Twain. Tras la Primera Guerra Mundial, una potencia mundial resulta derrotada; a la contienda sucede un periodo de vida alegre y despreocupada, una época de gasto y crecimiento que se ve truncada con la crisis económica de 1929, que hace que las clases medias, por no hablar de las desfavorecidas, vean frustradas sus expectativas en los países triunfadores de la contienda y resulten humilladas en los que la perdieron. Al final, alguno de los países que perdieron un imperio, y otros añadidos, deciden seguir a un líder enloquecido que les asegura que son superiores a otros seres humanos, prometiendo devolverles el orgullo perdido.

“No hay leyes históricas que permitan prever los acontecimientos, pero sí hay reacciones parejas ante estímulos similares”

La caída del imperio soviético en 1989 hizo creer, interesadamente o no, que había llegado el fin de la historia, en palabras de Fukuyama. No habría, a partir de esa fecha otra alternativa viable que la democracia liberal y la economía de mercado. A ello sucedió una época de liberalización económica, crecimiento y alegría, que acabaron abruptamente en 2008. Unos años después, pandemia mediante, el imperio caído al final de los 90 exige recuperar un papel destacado en el concierto de las naciones.
Como decíamos al principio, no hay leyes inmutables en la política ni en las ciencias sociales en general. Solo hipótesis falsables, basadas en las observaciones del comportamiento humano. Una que se puede extraer es que, sin duda, la economía importa, sobre todo en cuanto implica frustración de expectativas. Pero no debe olvidarse que las emociones básicas, el comportamiento irracional, son también muy importantes para el ser humano. El orgullo, la autoestima, la consideración de los demás pueden, a veces, ser más decisivas que las consideraciones económicas. No importaron a los talibanes en Afganistán, ni a quienes sacrificaron su vida inmolándose. Quienes creyeron que Rusia no atacaría a Ucrania por consideraciones de tipo económico parece que se equivocaron.

“El modo de vida occidental contemporáneo es, sin duda, el mejor que ha existido sobre la tierra”

La cuestión que se plantea al mundo occidental es cómo conseguir que se mantenga la democracia liberal y cómo hacerlo sin el alto precio que hubo que pagar en otras ocasiones, pues es inquietante constatar que hoy se están reiterando cuestiones y planteamientos que ya se produjeron en el pasado: la conveniencia o no del apaciguamiento como medio de evitar la guerra; el señalamiento de los nacionales del país enemigo como proscritos; el paso de sistemas supuestamente democráticos a sistemas autoritario y luego totalitarios; la confrontación entre enfoques idealistas -cosmopolitas, optimistas, partidarios de las organizaciones internacionales- contra los realistas -estatocentristas, pesimistas, partidarios de la política de fuerza- que acabaron en la guerra fría. Planteamientos que hace cien años se producían en términos parecidos.
Sin embargo, no conviene olvidar que el modo de vida occidental contemporáneo es, sin duda, el mejor que ha existido sobre la tierra. La libertad de expresión, el estado de Derecho, el respeto a los derechos individuales, la participación, la protección del más débil, no son muestras de debilidad y decadencia, sino de unos valores de la civilización costosamente alcanzados. Ni siquiera son símbolos de debilidad la preocupación por cosas menores, la superficialidad, el ocio, la dedicación a las artes o cosas no directamente productivas o de subsistencia. Simplemente son expresión de que es posible una vida desligada de la preocupación por la simple subsistencia, una vida “ensimismada”, como decía Ortega, es decir, que no está en permanente alerta ante los peligros, como lo están los animales, ni tiene intención de mejorar su posición agrediendo o abusando, sino a través del mérito -como en este número reivindicamos en nuestra Tribuna-, o, dicho de otra manera, a través de la competencia, la excelencia en el trabajo y la eliminación del nepotismo, la corrupción o el clientelismo.

“Deseamos que, haciendo de la necesidad virtud, esta crisis en Europa sirva para mejorar lo mucho que la civilización occidental ya tiene de bueno”

O, al menos, esos rasgos no son síntoma de debilidad necesariamente. Sobre todo si somos conscientes de que todo ello no es algo regalado o natural, sino algo que hay que defender, aunque esa defensa venga tras largas consideraciones y debates, tras valorar todas las opciones, y dudar constantemente de nosotros mismos y de nuestra capacidad porque, como también decía Ortega, “el hombre perspicaz se encuentra a sí mismo siempre a dos dedos de ser tonto”, y en el esfuerzo de escapar de esa tontería consiste precisamente la inteligencia.
Deseamos, por eso, que, haciendo de la necesidad virtud, esta crisis en Europa sirva para mejorar lo mucho que la civilización occidental ya tiene de bueno; y para que nos apercibamos de que hay modos de vida éticamente superiores a otros, aunque también de que no hay derechos si no se lucha por ellos.

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