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REVISTA102

ENSXXI Nº 102
MARZO - ABRIL 2022

Por: MIGUEL ÁNGEL AGUILAR
Periodista


LAS PERSPECTIVA

La gran paradoja de la Segunda Guerra Mundial es que la democracia se salvó gracias a los esfuerzos del comunismo, según el certero análisis de Richard Overy, y del mismo modo la gran paradoja de la guerra de Ucrania sería que Putin, queriendo con la invasión sembrar el pánico y el caos del ¡sálvese quien pueda!, viniera a lograr el efecto contrario, es decir, el unánime cierre de filas de la Unión Europea y la puesta en pie de la Alianza Atlántica que se complacía en descalificar el anterior presidente norteamericano, Donald Trump, y que diagnosticaba de muerte cerebral el actual presidente francés, Emmanuel Macron.

Desde el inicio de las hostilidades, a partir del 24 de febrero, hemos vuelto a comprobar que la guerra supone ante todo dos tipos de actividad: la movilización de energía y la comunicación de informaciones. Respecto a la movilización de energía sigue invariable que una invasión solo se culmina con la infantería procediendo a la ocupación del territorio. De modo que lo único que se ha alterado es el segundo sumando, el de la comunicación de informaciones, un proceso que se ha acelerado hasta alcanzar la velocidad de la luz.

“La gran paradoja de la guerra de Ucrania sería que Putin, al intentar la desunión del ¡sálvese quien pueda!, lograra el efecto contrario con cierre de filas de la Unión Europea y puesta en pie de la Alianza Atlántica”

Es decir, que se ha establecido la simultaneidad entre los acontecimientos, el conocimiento que de los mismos tiene el alto mando y la puesta a disposición para el público de a pie. Es el fenómeno del que se ocupa Jean Baudrillard en su libro La ilusión del fin cuando escribe sobre la proximidad excesiva, y por ende a la interferencia desastrosa entre un acontecimiento y su difusión, cortocircuito entre la causa y el efecto, como entre el objeto y el sujeto experimentador en la física cuántica. Fenómeno que arroja una incertidumbre radical sobre el acontecimiento, como la alta fidelidad excesiva arroja una incertidumbre radical sobre la música.
Una vez más en la invasión de Ucrania hemos observado que el alto mando militar ha tomado decisiones que, en teoría, aplicaban las instrucciones que se le habían dado, pero sucede que “no hay plan que resista el contacto con el enemigo” y, además, otro factor introduce graves perturbaciones: el que los ingenieros denominan presencia de ruidos en el sistema. Porque esos ruidos obstaculizan el fluir y la percepción de la información, entendida como todo aquello que reduce la incertidumbre.

“La guerra supone dos tipos de actividad: movilización de energía y comunicación de informaciones”

Así que el alto mando militar en situaciones de guerra recibe muchas más informaciones de las que puede asimilar que inciden sobre él en unas circunstancias especialmente susceptibles al ruido. Los expertos hablan del ruido que el general debe filtrar del total de informaciones que le alcanzan en los momentos de máxima tensión ensordecedora a causa del fragor de la batalla, sin dejar de reconocer las condiciones excepcionales que adornan a quienes redoblan sus facultades mentales en medio del estruendo. Porque la valía de un artillero no se mide por la precisión con la que logre alcanzar los objetivos asignados durante la simulación de unas maniobras sino en medio de la batalla y cuando está siendo hostigado por el fuego real de las baterías contrarias. Otra cuestión es que parezca averiguado que “jamás ganó una guerra ningún general con problemas de conciencia o sin deseos de abatir hasta el final al enemigo”.

“La gloria en la guerra solo se alcanza si se hace de acuerdo con determinadas reglas, mediante la utilización exclusiva de ciertas armas consideradas honrosas y entre soldados vestidos a propósito”

En todo caso, si se quiere atender a la guerra en curso en Ucrania, a las negociaciones ucranio-rusas y a las salidas que puedan avistarse conviene seguir al general Shelford Bidwell para quien la guerra no se hace teniendo en cuenta solamente la posibilidad de una victoria -término que suele entenderse como un beneficio neto descontando las pérdidas y el costo-, puesto que hay que dejar espacio para la gloria. Ahora bien, la gloria solo se alcanza si se hace la guerra de acuerdo con determinadas reglas, mediante la utilización exclusivas de ciertas armas consideradas honrosas y entre soldados vestidos a propósito.
La idea de que en la guerra vale todo ha quedado descartada con mayor fuerza si cabe después de la Segunda Guerra Mundial, cuando para embridar los enfrentamientos bélicos se han codificado las leyes y usos de la guerra conforme a las convenciones de Ginebra que ha hecho suyas Naciones Unidas. Estas limitaciones figuran en los códigos de todos los ejércitos y en España se han plasmado en las Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas recogidas en la Ley 85/1978 de 28 de diciembre, que se promulgó casi en simultaneidad con la Constitución, cuyas obligaciones todo militar debe conocer y cumplir exactamente.

“Quien transgreda las leyes y usos de la guerra al dar órdenes o al cumplirlas no podrá aducir para eximirse de culpa la “obediencia debida” y entrará en un campo gravitatorio de alta peligrosidad donde podrá ser acusado de haber cometido crímenes de guerra”

Pero, además, esta norma y las análogas de los países democráticos, en línea con Nurenberg, limita la obediencia y establece la responsabilidad personal ineludible del que obedece, de manera que, a tenor del artículo treinta y cuatro, “cuando las órdenes entrañen la ejecución de actos que manifiestamente sean contrarios a las leyes y usos de la guerra o constituyan delito, en particular contra la Constitución, ningún militar estará obligado a obedecerlas; en todo caso asumirá la grave responsabilidad de su acción u omisión”. Así que, quien transgreda esas leyes y usos de la guerra al dar órdenes o al cumplirlas no podrá aducir para eximirse de culpa el deber de obedecer y entrará en un campo gravitatorio de alta peligrosidad donde podrá ser acusado por haber cometido crímenes de guerra.
Lo que llevamos visto y oído de esta guerra de invasión de Ucrania llevada a cabo por los ejércitos de Putin no puede entenderse por los senderos que abre Norman F. Dixon en su libro Sobre la psicología de la incompetencia militar, donde aborda los casos de ineptitud militar en los que incurrió el Ejército británico a lo largo de cien años desde la guerra de Crimea que enfrentó entre 1853 y 1856 al Imperio ruso y al Reino de Grecia contra una liga formada por el Imperio otomano, Francia, el Reino Unido y el Reino de Cerdeña, hasta la Segunda Guerra Mundial. En el caso de la invasión de Ucrania, recurrir a la psicología social de las organizaciones militares y a la psicopatología individual de los altos mandos deja sin resolver las incógnitas. Y asombra cómo el presidente Zelenski a cuerpo gentil pueda estar ganando la batalla del relato. Putin, víctima del efecto retroceso puede estar entrando en barrena.

MA AGUILAR ILUSTRACION

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