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REVISTA103

ENSXXI Nº 103
MAYO - JUNIO 2022


Cuando aparece este número acaba de clausurarse el XII Congreso Notarial Español, que se ha dedicado al envejecimiento de la sociedad como principal desafío del siglo, en sus sesiones de 19 y 20 de mayo, aunque ha tenido también una coda: las sesiones de los días 21 y 22, destinadas a cuestiones corporativas. Hemos tenido oportunidad de extendernos en números anteriores en diversas cuestiones involucradas en el objeto del Congreso y en este mismo se hace una referencia a dos de los ejes del Congreso: la previsión individual y la previsión social. Pero hay un tercer eje -más bien podríamos llamarlo leit motiv, o principio informador- al que queremos hacer aquí especial referencia, porque ha presidido todo el Congreso y fue objeto de la conferencia inaugural del filósofo Javier Gomá: la dignidad y la ley del más débil. Recogemos aquí, por su interés, las principales ideas expuestas en esa conferencia y que, a su vez, proceden de su libro Dignidad, de 2019.

No resulta difícil incorporar el concepto de dignidad en este contexto del envejecimiento, si consideramos, como hace Javier Gomá, la dignidad como aquel mínimo indisponible e inexpropiable, eso que hace al individuo resistente a todo, incluso al interés general y al bien común: el principio por el que, por ejemplo, protegemos a las minorías frente a la tiranía de la mayoría. Cabe recordar que Kant distinguió entre lo que tiene precio y lo que tiene dignidad. Tienen precio aquellas cosas que pueden ser sustituidas por algo equivalente, y tiene dignidad lo que no tiene precio y no admite nada equivalente. Pero es verdad que en Kant la dignidad tiene un aroma aristocrático, porque está relacionada con la elevación moral y ello excluye en la práctica a muchas personas que no alcanzan ese nivel moral, por muy diversas circunstancias.

“La ley natural del más fuerte ha sido hoy moralmente derogada y sustituida por una nueva y revolucionaria ley: la del más débil”

En cambio, considera el conferenciante, en el concepto moderno y democrático de dignidad ésta se universaliza, porque corresponde ya a todos por nacimiento, al menos en ese mínimo inexpropiable, y ello otorga a su titular derechos sin mérito moral alguno por su parte, incluso aunque lleve una vida indigna. Desde este punto de vista, define Gomá la dignidad como lo que estorba, porque incordia a los colectivismos ilegítimos, pero a veces también el desarrollo de justas causas, como el progreso material y técnico, la rentabilidad económica y social, o la utilidad pública, porque la dignidad de los que no sirven, los inútiles, los sobrantes, se halla siempre amenazada por la lógica de una Historia que avanzaría más rápido sin ellos.
Por supuesto, el hecho de que la dignidad moderna sea más amplia y democrática no quiere decir que no siga siendo hoy violada mil veces cada día. Pero hay una diferencia: estos atropellos generan hoy una repugnancia -asco, escándalo- que no generaban anteriormente. Ese cambio de percepción se produce por un cambio de valores que ciertamente, como la misma dignidad, es indemostrable. La única manera de conocer una verdad moral es la evidencia, es decir, el consenso de la mayoría que, de modo espontáneo y no problemático, siente lo mismo respecto de determinado bien o valor o, explicándolo a sensu contrario, por el asco que le inspira su atropello.

“La plenitud de la vejez será el ensayo de una ciudadanía emancipada de la servidumbre de ser productiva o rentable, emancipada del deber de ser útil”

En el ámbito objeto de nuestro Congreso, este progreso moral se observa en que la vida no solo se aumenta en el aspecto material, sino en que esa vida aumentada es mejor, más humana, más digna, porque tiene en cuenta a los más débiles, cuya falta de protección nos resulta repugnante. Y la constatación de ese hecho resulta de que nadie de esos sectores más débiles, frágiles, vulnerables o tradicionalmente discriminados de la población -pobres, enfermos, parados, jubilados, mujeres, niños, homosexuales, presos, disidentes, extranjeros, excluidos- elegiría para vivir otro tiempo o lugar diferente del Occidente de hoy en día. Por eso -concluye Gomá- se puede entender que la ley natural del más fuerte ha sido hoy moralmente derogada y sustituida, a causa de esta bienaventurada evolución social, por una nueva y revolucionaria ley: la del más débil.
La vejez es una edad no productiva en la que ya no se tiene ni casa (hijos) ni oficio (rentas). Estos dos elementos ponen a la vejez en una posición de vulnerabilidad, aunque ciertamente ya no es un estadio incierto, inseguro y breve reservado a unos pocos, sino, por primera vez, un largo y completo estadio en el camino de la vida para la mayoría de la población, y que tendrá también su plenitud -el kairós o enhorabuena- como lo tiene la infancia (la ingenuidad) o la madurez (la generación de frutos de la casa y del oficio). Y esa plenitud lo será el ensayo de una ciudadanía emancipada de la servidumbre de ser productiva o rentable, emancipada del deber de ser útil.

“El secreto de la vejez feliz es renunciar a la renuncia y resistir con todas nuestras fuerzas al empobrecimiento de la existencia, así como negarnos a ser relegados de la sociedad”

Este ha de ser el objetivo de los próximos años de la humanidad y a cómo conseguirlo se ha dedicado este Congreso Notarial, con considerables frutos en el ámbito del apoyo a las personas para prestar el consentimiento, que no ha de ser una sustitución sino una indagación de sus deseos y preferencias autónomos; el sostenimiento material en un periodo largo de tiempo y los retos económicos que ello implica para la sociedad, así como los modos de previsión particular de dicho sostenimiento.
Dice el filósofo Pascal Bruckner, en un reciente libro -Un instante eterno. Filosofía de la longevidad-, que el secreto de la vejez feliz es renunciar a la renuncia y -concreta- resistir con todas nuestras fuerzas al empobrecimiento de la existencia, así como negarnos a ser relegados de la sociedad. Es algo que todos debemos intentar, como individuos y como sociedad, porque a todos nos va a llegar.

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