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REVISTA105

ENSXXI Nº 105
SEPTIEMBRE - OCTUBRE 2022

Por: JOAQUÍN LEGUINA HERRÁN
Doctor en Demografía y en Ciencias Económicas. Estadístico Superior del Estado


Joaquín Leguina Herrán es Doctor en Demografía (Sorbona de París) y en Ciencias Económicas (Complutense de Madrid). Ha sido Demógrafo Experto para Naciones Unidas. En 1969 ganó la oposición de Estadístico Superior del Estado (ejerció en el INE). Ha sido Presidente de la Comunidad de Madrid y Diputado en Cortes.
Destacar dentro de sus publicaciones científicas Estudio sobre la población española (1972); Fundamentos de demografía (1973); La agricultura y el desarrollo capitalista español 1940-1970 (1975); Quiénes son los habitantes de España (1976); Población, actividad y ocupación (1980) e Historia de la población española (2019). También ha publicado novelas y relatos, a destacar la última, Os salvaré la vida, con R. Buren, Premio Alfonso X de novela histórica (2017) y Domicilio familiar, autobiografía (2019). Y entre un total de doce ensayos, destacar los tres últimos, Los diez mitos del nacionalismo catalán (2014); Amor, desamor y otros divertimentos (2016) y Pedro Sánchez, historia de una ambición (2021).

Algunos profesionales y no pocos políticos españoles se niegan a admitir que la situación demográfica sea un problema en España, pero el creciente envejecimiento junto a una fecundidad en mínimos plantea un cúmulo de dificultades sociales -y no solo sobre el sistema de pensiones- que negar ese problema demográfico parece más fruto de la ideología que de la ciencia.
Tampoco los medios de comunicación se han ocupado mucho de los fenómenos demográficos, y es que con frecuencia esos medios no siguen la sabia sentencia que se atribuye a Tomás de Aquino: “contra hechos no caben argumentos”. En general, los medios de comunicación españoles no se sienten aludidos por esta sentencia, tan sensata, del Aquinate.
Pero vayamos a los datos de la demografía española.

“En España la Demografía como disciplina académica ha sido marginada por la Universidad y como fenómeno social ha sido abandonada por la Política”

Un muy conocido demógrafo francés llamado Alfred Sauvy escribió que las crisis económicas solían actuar en la sociedad como la dinamita mientras que las crisis demográficas actuaban como las termitas, pero que ambas eran muy capaces de derribar un edificio.
En fin, sabiendo que las termitas solo destruyen el edificio a largo plazo y que cuando se caiga éste estaremos todos muertos, ¿para qué ocuparse de las termitas? Eso es lo que se ha hecho en España durante muchos años. Años en los cuales la Demografía como disciplina académica ha sido marginada por la Universidad y como fenómeno social ha sido abandonada por la Política.
Sin embargo, en España la termita demográfica viene trabajando sin descanso hace ya muchos años (desde mediados de los sesenta del siglo pasado). Se puede comprobar echando un vistazo a la evolución desde 1976 a través de unos cuantos indicadores demográficos (1).

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Como vemos en el Cuadro 1, en cuatro décadas los comportamientos de la población española en torno a fenómenos como la fecundidad han cambiado de forma notable. De ser de las más altas de Europa, la fecundidad española es hoy de las más bajas. Por otra parte, la proporción de hijos nacidos fuera del matrimonio ha pasado de representar el 2,0% de los nacimientos en 1975 al 47,2% en 2018. Estos datos ilustran un cambio copernicano en los “usos y costumbres” de los españoles respecto a sus pautas reproductivas.
La situación actual de la demografía española tiene sin duda rasgos europeos, pero con algunas características particulares, que son:
1. Una fecundidad (número de hijos por mujer o Indicador Sintético de Fecundidad -ISF-) de las más bajas del mundo.
2. Una esperanza de vida de las más altas del mundo.
El problema no es solo español, también es europeo. Así, Eurostat estima que la proporción entre el número de personas de 65 años y más y la población potencialmente activa (contando con la futura inmigración) pasaría del 30% actual al 50% en 2050. Ese “déficit demográfico”, de mantenerse, puede ser socialmente letal y España se coloca hoy en cuanto a su “déficit demográfico” en los peores lugares de la UE.
En una sociedad humana, si cada vez hay en ella menos seres y los que van quedando son en media cada vez más añosos, las perspectivas de futuro difícilmente pueden ser buenas.

Una larga vida
Los dos indicadores más usados para medir la mortalidad son la probabilidad de muerte de cero a un año (conocida como tasa de mortalidad infantil) y la esperanza de vida al nacer (2). Los dos indicadores han evolucionado en España muy positivamente, es decir, que la primera ha caído fuertemente y la segunda ha subido hasta niveles envidiables, llegando a ser una de las mayores de la Unión Europea y del mundo. Las mujeres españolas tenían en 2017 la mayor esperanza de vida al nacer de todos los países de Europa.
Un ejemplo: de todas las regiones europeas, la que tiene más alta esperanza de vida es la Comunidad de Madrid.

“De ser de las más altas de Europa, la fecundidad española es hoy de las más bajas”

Lo descrito representa un gran éxito de la sociedad española, y da una idea del elevado grado de calidad y cohesión social en todo lo que incide en la mortalidad: la alimentación, la salubridad del aire que respiramos y del agua que bebemos, los hábitos físicos de vida, los hábitos sociales y, sobre todo, los servicios sanitarios.
En 2018 la tasa de mortalidad infantil fue de 2,7 por 1.000 (3,0 por 1.000 los niños y 2,4 por 1.000 las niñas) y conviene recordar que en 1976 esa tasa era de 17,1 por 1.000 y en el año 2000 de 4,3 por 1.000.

Fecundidad bajo mínimos
El Cuadro 2 muestra que la fecundidad española viene siendo desde hace muchos años inferior a la del conjunto de la UE. Por otra parte, en ninguno de los 28 países que forman la UE la fecundidad llega al nivel de reposición (2,05). En 2018 la de Francia metropolitana era la más alta (1,86) seguida por Suecia (1,78) e Irlanda (1,77). España 1,26 y la media de la UE 1,55.

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Baja nupcialidad e inestabilidad en las parejas
En una generación que estuviera sometida a las tasas de nupcialidad por edad observadas en España en 2017, el 55% de los varones y el 52% de las mujeres se quedarían solteros. Unas proporciones inimaginables en el pasado.
En 1976 la edad media de las mujeres al contraer matrimonio fue 24,1 años (26,6 la de los varones). En 2016 esas edades habían crecido hasta 34,0 años en las mujeres y 37,2 en los varones.
Queda, pues, patente la tendencia a casarse menos y hacerlo más tarde. Y a ello se ha unido una menor estabilidad matrimonial. Veamos esto último:
En el año 2016 se produjeron 101.294 rupturas de matrimonios, de ellas 96.824 divorcios, 4.353 separaciones y 117 nulidades. La duración media de esos matrimonios fue de 16,3 años. En 2016 la edad media de los varones en el momento del divorcio fue de 44,8 años y la de las mujeres 42,2 años.
Hasta hace pocos años, el matrimonio era, de alguna manera, “el pasaporte” expedido por la sociedad que permitía la vida en pareja. Estas pautas fueron rotas hace ya tiempo y, en tales condiciones, ¿por qué sacar el “pasaporte” siendo, además, socialmente ya aceptada la vida en pareja sin matrimonio? De ahí el rápido incremento de la proporción de hijos nacidos fuera del matrimonio.

Inmigración creciente y baja integración social
España fue tradicionalmente tierra de emigración, hasta que a finales del siglo XX cambió la tendencia para convertirse en país de inmigración.
Fechada a 1 de enero de 2007, el INE realizó una macro encuesta (Encuesta Nacional de Inmigración -ENI-) que arrojó unos resultados en buena parte inesperados:
- El 52,9% de los nacidos en el Extranjero que estaban ocupados cuando se les encuestó tenía un contrato laboral indefinido. Proporción que llegaba hasta el 81,8% entre los varones con alta cualificación.
- Quienes tenían un contrato laboral indefinido llevaban -de media- 61,4 meses (algo más de cinco años) en el último empleo, duración que bajaba a 16,8 meses entre los contratados temporalmente.

“La demografía española tiene características particulares, que son: una fecundidad (número de hijos por mujer o Indicador Sintético de Fecundidad -ISF-) de las más bajas del mundo y una esperanza de vida de las más altas del mundo”

Las cosas han cambiado después y no a mejor. Del 75% al 77% de los nacidos en el Extranjero y que residían en España a 1 de enero de 2019 eran, bien americanos (un 42%), bien europeos (33% a 35%). Los africanos eran del 16% al 18%, de los cuales más del 70% eran marroquíes. Los asiáticos eran entre el 6,5% y el 7,3% (de los que casi un 40% eran chinos). Se trata de una población apreciablemente más joven que la población española autóctona (8 años menos en media de edad a comienzos de 2017, según el Padrón municipal).
España no tiene un problema de inmigración pero sí lo tiene de integración social de sus inmigrantes. Prueba de ello es la bajísima presencia de los hijos de inmigrantes en las aulas universitarias.

Un envejecimiento creciente y disparado
Se suele usar como índice de envejecimiento la proporción de personas mayores de una edad x (generalmente x =65 años) respecto a la población total, mientras que la longevidad se mide por el número de personas mayores de esa edad x.
Pues bien, en el índice de envejecimiento apenas influye la mortalidad observada en el tiempo anterior al momento en el que se realiza la medida, mientras que en la longevidad (número de personas mayores) el peso de la mortalidad es determinante.
El 1 de enero de 2018 el porcentaje de personas de 65 años y más era en España el 19,2%, ligeramente por debajo del conjunto de la UE (28 países), que era del 19,7%, y del 20,9% para la población nacida en España. Conviene recordar que en 1976 esa proporción era en España del 10,4%.
Los nacidos en el extranjero y residentes en España tenían a 1 de enero de 2019 un índice de envejecimiento mucho menor: el 9%, lo cual evidencia el papel “moderador” que sobre el envejecimiento ejerce la inmigración. Sin embargo, los distintos modelos prospectivos que se vienen realizando muestran que las migraciones difícilmente pueden revertir la caída de la fecundidad y el consiguiente proceso de envejecimiento que se está produciendo en España y en Europa.

¿Es sostenible nuestro sistema de pensiones?
Uno de los problemas que más preocupan hoy a los españoles es el futuro de las pensiones, y este problema ha puesto a la Demografía a la vista del gran público. Y es lógico que así se vea, dada la evolución del número de mayores y del creciente índice de envejecimiento.
Ese mayor envejecimiento no significa que la tasa de dependencia (población dependiente dividida entre población potencialmente activa) vaya a ser mayor, ya que mientras aumenta el número de jubilados se reduce el número de niños y jóvenes. Pero una cosa es que la proporción entre activos y dependientes no se deteriore demasiado y otra que tenga las mismas implicaciones que la población dependiente se componga mayoritariamente de jubilados, como será cada vez más en el caso de España.

“La fecundidad española viene siendo desde hace muchos años inferior a la del conjunto de la UE”

Dos precisiones:
a) Los jubilados son “más caros” de mantener que los niños, y lo son más cuanto más ancianos sean, y generen más gasto en sanidad y dependencia.
b) Desde el punto de vista económico, el gasto en jubilados es una consunción de recursos. Es moralmente justa, y es bueno que una sociedad trate bien a sus mayores, pero el dinero empleado en ellos no deja de ser gasto consuntivo. En cambio, el dinero dedicado a la crianza de niños no es un “gasto” sino una “inversión en futuro”, porque los niños de hoy son los que generarán la riqueza de mañana que, entre otras cosas, permitirá pagar pensiones a los jubilados.
A menudo se deduce del creciente envejecimiento que “el sistema de pensiones va a ser insostenible”. Pero las pensiones de hoy se pagan por los empleados (y las empresas) de hoy y hoy hay en España todavía millones de personas sin encontrar empleo -cosa que nada tiene que ver con el envejecimiento-, siendo precisamente esa falta de empleo, y de empleos de alta productividad, lo que más influye actualmente en el déficit dentro del sistema de pensiones, si bien ya se va notando, y se notará cada vez más, salvo retrasos considerables de la edad de jubilación, el impacto en el sistema de pensiones de la inversión que se ha producido en la pirámide de población.

A modo de conclusión
En síntesis, se puede afirmar que los problemas demográficos españoles (y europeos) giran en torno a una muy baja fecundidad. Y sin embargo los deseos de tener hijos de las mujeres españolas en edad fecunda se colocan -según las encuestas de fecundidad de Eurostat, que en España realiza el INE- por encima de los niveles de reposición (2,05 hijos por mujer). Deseos que no llegan a realizarse ni de lejos.
En esa diferencia entre “deseos y realidades” influyen muy variados factores, que podríamos agrupar en dos:
1. Comportamientos demográficos.
2. Condiciones sociales.

“Los problemas demográficos españoles (y europeos) giran en torno a una muy baja fecundidad”

Entre los primeros está la inestabilidad familiar (o de las parejas) con una muy alta divorciabilidad y una decreciente nupcialidad. En cuanto a los condicionamientos sociales, se pueden señalar, reduciendo mucho, el escaso apoyo económico a la natalidad, la escasa defensa profesional que reciben las mujeres y la desigual distribución (hombre vs mujer) en las labores hogareñas. Además del alto paro juvenil y los bajos salarios en edades tempranas, que conducen a una emancipación cada vez más tardía.
Resulta evidente, por tanto, que conseguir revertir la tendencia depresiva actual de la fecundidad no es cosa fácil y menos lo será si ciertos mensajes ideológicos dirigidos a las mujeres están cargados de desprecio hacia la maternidad.

JOAQUIN LEGUINA ILUSTRACION



(1) Se ha evitado entrar en los cambios demográficos que se han producido en España a causa de la pandemia, por eso no se utilizarán datos de 2020, 2021 y 2022.
(2) Número medio de años que viviría una generación sometida a la mortalidad por edades de un periodo (normalmente dos años) del calendario.

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