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ENSXXI Nº 16
NOVIEMBRE - DICIEMBRE 2007

MIGUEL ÁNGEL AGUILAR
Periodista

Era en noviembre de 1964 cuando Robert F. Kennedy pugnaba por ser candidato a las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Aquí en Madrid, por entonces, de elecciones nada pero la información internacional era un vivero de pretextos para escribir entre líneas. Rafael Calvo Serer publicaba en la tercera página del diario “MADRID” su artículo Retirarse a tiempo. No al general De Gaulle que, por entenderse dirigido a un general mucho más próximo residenciado en El Pardo, acarrearía el cierre por cuatro meses del periódico. Por su parte, en el diario “ABC”, Luis María Antón, continuaba ensayando sus guiños monárquicos, que estuvieron a punto de costarnos la instauración de la monarquía. Una mañana logró sacar a la portada del rotativo de la calle de Serrano la imagen del senador por Nueva York bajo un titular audaz del siguiente tenor: “El tirón dinástico de las repúblicas”.
Todavía los falangistas residuales continuaban en el disfrute de muy poderosos altavoces mediáticos. Con su ayuda exhibían actitudes refractarias a la monarquía, hablaban del régimen gloriosamente fenecido, conforme a la fraseología joséantoniana, y se inclinaban por un pintoresco regencialismo compatible con la ambigüedad de la llamada Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado. Regencialismo que siempre imaginaban encabezado por algún general azul, a lo Muñoz Grandes primero o Iniesta Cano después, susceptible en cualquier caso de ser manipulado a voluntad. La cuestión de las formas de gobierno se planteaba en las sobremesas de la buena sociedad, tan agradecida a la placidez del franquismo, por decirlo con la afortunada expresión de Jaime Mayor Oreja, como inquieta ante la edad que iba sumando el caudillo y los problemas planteados por la continuidad de un régimen muy personal e intransferible.
De Franco llegaban expresiones que descartaban cualquier atisbo de retiro. Se le escuchaba decir aquello de “mientras Dios me de vida estaré con vosotros” o expresiones más rotundas del tipo de “quien recibe el honor y acepta el peso del caudillaje no puede darse al relevo ni al descanso”. Al mismo tiempo, un almirante, Abárzuza, acudía como representante del general a la boda en Atenas del príncipe Juan Carlos con la princesa Sofía y se habilitaba el palacio de la Zarzuela para que fuera la residencia de la pareja, aunque sin título alguno habilitante bajo la mera condición de okupas. Luis María Ansón, que cristalizaba como tantos de nosotros en el sector juanista con sede en Estoril, se afanaba por demostrar la superioridad del sistema monárquico.

"Siendo todos los hombres iguales en su origen, ninguno debería tener por nacimiento un derecho que le situara en perpetua preferencia frente a otros y quien pudiera merecer algunos honores de sus contemporáneos en absoluto podría transmitirlos a sus descendientes como una herencia"

El incansable príncipe de los periodistas, forjador de la JUME, ponderaba las virtudes de una forma de Gobierno que evitaba sacar a subasta la Jefatura del Estado, que eliminaba la pugna partidista en la cumbre de las instituciones, que aseguraba la continuidad histórica de España y tantas otras cosas que Luis María iba sacando de los arrumbados baúles doctrinales de los reaccionarios de la “Action française” de Charles Maurras y de sus émulos españoles, siempre dos pasos retrasados salvo cuando se nos adelantaron Jaime Balmes y Donoso Cortes que tanto interesó a Carl Schmidt. En aquellos tiempos al accidentalismo en las formas de gobierno, al que se acogió la Acción Popular de José María Gil Robles a partir de la proclamación de la República en 1931, se le hacían las más graves acusaciones.
Los más fervorosos monárquicos andaban esforzándose por demostrar la plena conformidad de esa forma de gobierno y sólo de esa con las pautas del derecho natural y desde esa convicción empezó el progresivo deslizamiento hacia la impugnación de los sistemas republicanos, como si entrañaran perversas desviaciones. Unos años antes en 1960, preso ya de esa febril obsesión, nuestro colega Ansón pronunció el discurso de recepción del premio “Luca de Tena”, que arrancaba diciendo aquello de “bajo las losas cargadas de historia del Palacio Real ya se oyen los pasos amigos del Monarca que llega”. Pero el monarca amigo se retrasaba y en su lugar aparecieron los agentes policiales de la Dirección General de Seguridad que procedieron a imponer la multa correspondiente.
Volvamos ahora a la portada del “ABC” con el tirón dinástico de las repúblicas y reconozcamos su carácter profético. En efecto, muchas décadas después podemos leer en el “FINANCIAL TIMES” del 21 de noviembre pasado una espléndida columna titulada A dynastic disease in American politics firmada por Grover Norquist, presidente de Americans for Tax Reform y autor del libro Leave Us Alone. Escribe Norquist que los Estados Unidos fueron fundados como una república constitucional sin lugar para reyes, duques ni otros indeseables en esa Nueva Jerusalén. Cita enseguida a Thomas Paine quien en su libro Common Sense negaba papel alguno a la monarquía hereditaria en el nuevo mundo donde “siendo todos los hombres iguales en su origen, ninguno debería tener por nacimiento un derecho procedente de su propia familia que le situara en perpetua preferencia frente a otros y que quien pudiera merecer algunos honores de sus contemporáneos en absoluto podría transmitirlos a sus descendientes como una herencia.
Luego nuestro columnista traza un panorama de la tendencia observable en América a tenor de la cual los candidatos son elegidos como resultado de una prerrogativa familiar. No sólo para el caso de la Presidencia, según se está viendo con los Bush y los Clinton, sino también para los puestos de Senadores, miembros de la Cámara de Representantes, Gobernadores de los Estados o Alcaldes de las principales ciudades. Aduce después Norquist los intentos de Hosni Mubarak para que le releve en la presidencia de Egipto su hijo o lo acaecido en Siria donde al presidente Hafez al-Assad le ha sucedido su hijo Bashar al-Assad o en Corea del Norte entregada a la dinastía comunista de los Kim. Estas tendencias vendrían a confirmar ese tirón dinástico de las repúblicas que de modo tan precoz detectaba Antón.
Pero a Norquist el fenómeno le lleva a alertar a los americanos para que recuerden la importancia de ser una república, para que eviten los peligros de pretensiones aristocráticas de cualquier género y para que sugieran a Chelsea Clinton y a Laura Bush la búsqueda de otras líneas de trabajo futuro fuera de la Casa Blanca.  

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