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ENSXXI Nº 22
NOVIEMBRE - DICIEMBRE 2008

JOSÉ ARISTÓNICO GARCÍA SÁNCHEZ
Notario honorario

TODO FLUYE

No es una novela, por más que pergeñe una estructura básica para sostener  personajes y drama. No es una crónica,  por más que algunos hechos históricos como la muerte de Stalin el 5 de marzo de 1953, la liberación de algunos presos políticos o las hambrunas de Ucrania constituyan claves significativas de la narración. Tampoco es un libro de memorias, por más que se trate de esa última obra que todo autor inevitablemente convierte en el espejo de su propia existencia. Estamos ante una obra de recapitulación, un testamento literario, un libro de confesiones por boca ajena, un enjuiciamiento severo de la sociedad rusa de todos los tiempos. Una obra que en sus reflexiones, a partir de elocuentes anécdotas, reparte por igual censura y lamento sobre el destino del pueblo ruso que, por más que todo continúe fluyendo a su alrededor, sigue manteniendo el germen de la esclavitud en la secreta oscuridad de su alma.
Pero ante todo y sobre todo esta obra de Grossman es un canto heroico a la libertad del hombre, un conjunto de reflexiones noveladas que conforman una epopeya en prosa a la gloria de la libertad. La ley sagrada de la vida, dice Grossman, se formuló con una evidencia  trágica: que la libertad del hombre está por encima de todo,  no hay en el mundo objetivo por el cual se pueda sacrificar. La historia de la humanidad es la historia de su libertad, porque la libertad no es necesidad convertida en conciencia, como pensaba Engels. La libertad es diametralmente opuesta a la necesidad, es la necesidad superada. Solo hay progreso cuando hay avances en la libertad, una libertad que es un bien igual a la vida misma y que es inmortal a uno y otro lado del alambre de espino. No hay felicidad más grande, dice el protagonista, que salir del campo, aunque sea ciego, sin piernas y arrastrándote sobre el vientre, y morir en libertad, aunque fuera tan solo a diez metros del maldito alambre de espino.

"Donde Grossman nos lleva al escalofrío es describiendo el alma del revolucionario fanático, un personaje que no  se agotó por cierto con la revolución rusa y que surge sistemáticamente con el terrorismo. Un hombre bueno por naturaleza, fascinado por la soñada comuna mundial, dispuesto a sacrificar todo por la revolución, que marchando directamente a la hoguera por ella habría sido feliz....."

Nada pueden extrañar estas reflexiones en boca de quien ha pasado treinta  años de reclusión en Siberia por haber defendido la libertad. Es el caso del protagonista de la narración, Iván Grigórievich, liberado tras la muerte de Stalin,  momento en que un mínimo aperturismo, que permitió conocer las miserias de muchas delaciones y denuncias falsas, de condenas bajo torturas y acusaciones prefabricadas, hizo estremecerse a parte de la sociedad rusa que por primera vez en su vida fue objeto de un sentimiento desconocido, algo turbio y tormentoso, un sentimiento de culpabilidad por su debilidad moral y su disposición, nacida con sinceridad del fondo de su alma, a aceptar mentiras notorias. Todos se sintieron culpables. Fuerzas de plomo, oscuras, los habían empujado, millones de toneladas habían pesado sobre ellos. No había inocentes entre los vivos, todos eran culpables; tú, el acusado, tú, el fiscal, y yo, que estoy pensando en el acusado, en el fiscal y en el juez. Es el eterno enjuiciamiento a la pasividad social.
La salida de la prisión de Ivan Griegorevich y su reencuentro con sus familiares, con sus amigos, con los recuerdos de la mujer que amaba, con su delator, y su comprobación de que la vida seguía fluyendo a su alrededor en Moscú y Leningrado, es el entablado de esta narración que sirve de excusa a los trágicos cantos, denuncias  y lamentos  del autor. 
También hace Grossman, en la última parte de su obra, un ensayo por elevación sobre el alma rusa, a la que califica despectivamente de esclava milenaria, ligada primero a la tierra, luego al propietario de la tierra y después al funcionario del Estado, un alma que solo y tanto más progresa cuanto más esclava se sienta y resulte. Así pasó con Pedro el Grande, con Catalina..... y cuando comenzaba a soñar con la libertad, eligió a Lenin quien, con su fanática fe en la omnipotencia del bisturí, destruyó todo, agricultura, industria y almas, para luego sucumbir como todos ante el hado fatal de la historia de Rusia, que le constriñó inexorablemente a revivir la ancestral maldición de Rusia, el vínculo entre desarrollo y esclavitud. Lenin y la generación bolchevique no creían en el valor de la libertad, liquidaron a los demócratas que lucharon contra el zar y luego a los propios correvolucionarios…, y los hombres nuevos no creían en la libertad ni en la revolución, eran hijos del Estado creado por ella, y el Estado que parecía ser un medio, resultó ser un fin, un autócrata sombrío que se convirtió en el nuevo “amo” de su espíritu. ¿Cuándo será libre y  humana el alma de Rusia? Tal vez nunca, responde desesperanzado Grossman.

"También hace Grossman un ensayo por elevación sobre el alma rusa,  a la que califica despectivamente de esclava milenaria"

Sigue resultando fascinante leer sus reflexiones. Quien haya leído su obra maestra Vida y destino, hace poco comentada en estas páginas como una de las narraciones magistrales del siglo XX, comprenderá cómo, a pesar de tratarse de un mensaje crítico  recurrente iniciado hace décadas con el GULAG, Grossman consigue enfoques y matices de una sensibilidad y agudeza tan aceradas y discurre por niveles de tal altura y nobleza, que siempre despierta en el lector sensaciones desconocidas e ideas originales en su análisis de los valores eternos del hombre.
Nada hay que objetar a su maestría narrativa. En la obra está para probarlo la modélica narración del asesinato en masa de los campesinos de Ucrania, seis millones al menos, más muertos que en Stalingrado, a quienes Stalin condenó a morir de hambre acusándolos de traición al Estado por no haberse cumplido los planes quinquenales. El avance progresivo del hambre y de la muerte que se abatía lenta pero implacablemente sobre toda la población adquiere caracteres escalofriantes sin caer en la sensiblería.
Tampoco se puede poner en duda su capacidad para diseñar personajes. Valga como ejemplo la descripción del alma del confidente, del delator asesino, de las mujeres en los campos y en las celdas cuyas ventanas estaban  tapiadas con gruesos tableros de madera en las que el paso  de las horas no lo determinaban ni el sol ni las estrellas, sino los reglamentos internos de la prisión.... Pero donde Grossman nos lleva al escalofrío es describiendo el alma del revolucionario fanático, un personaje que no  se agotó por cierto con la revolución rusa y que surge sistemáticamente con el terrorismo. Un hombre bueno por naturaleza, fascinado por la soñada comuna mundial, dispuesto a sacrificar todo por la revolución, que marchando directamente a la hoguera por ella habría sido feliz..... Y que, aunque la propia revolución le encarceló luego  y lo pisoteó, no permite que flaquee su fe en la  bondad de la causa, no vacila un instante y se inmola mirándola con amor, como el  perro que mira al dueño que le castiga, una mirada dulce, triste y fanáticamente devota, y en sus últimos estertores de agonía, cuando le sacrifica estrangulándolo con una cuerda, mira al amo con dulzura y amor, con aquella fe que condujo a la muerte a los primeros mártires cristianos.

"La sociedad rusa por primera vez en su vida fue objeto de un sentimiento desconocido, algo turbio y tormentoso, un sentimiento de culpabilidad por su debilidad moral y su disposición  a aceptar mentiras notorias. Todos se sintieron culpables. Fuerzas de plomo, oscuras, los habían empujado, millones de toneladas habían pesado  sobre ellos. No había inocentes entre los vivos, todos eran culpables; tú, el acusado, tú, el fiscal, y yo, que estoy pensando en el acusado, en el fiscal y en el juez. Es el eterno enjuiciamiento a la pasividad social"

Algo se le puede perdonar al hombre, si en el lodo y el hedor de la violencia de aquellos campos, continúa siendo un ser humano, concluye Grossman, quien al final se pregunta: ¿Tiene razón  Hegel cuando afirma que todo lo real es racional? El autor lo niega. Todo lo inhumano es absurdo e inútil. Todo fluye. Solo una fuerza permanece, se desarrolla y vive, la libertad. Vivir significa ser un hombre libre.

EL MITO CÁNOVAS

Minutos antes de la una de la tarde del 8 de agosto de 1897 un anarquista italiano llamado Michele Angiolillo disparó tres tiros a quemarropa a Antonio Canovas del Castillo, Presidente del Consejo de Ministros de España, que tuvo así un final trágico y grandioso. Merced al telégrafo de la Bolsa de Madrid, la noticia se conoció en Nueva York antes que en Londres o en París. El número de coronas que se recibieron en sus exequias superó las quinientas, destacando la del Ayuntamiento de Barcelona fabricada en bronce, hierro y plata oxidada. Mientras se sucedían las muestras oficiales de consternación, la prensa europea radical y revolucionaria acogía la noticia con ruidosa alegría calificando al difunto de verdugo. El Imparcial hablaba de la figura genial de Canovas y de su dictadura intelectual, calificándole de César de talento. El País mencionaba su patriotismo y anotaba su ingénita soberbia. El Siglo Futuro lo calificó como el más grande hombre del liberalismo español y el mayor enemigo de los católicos tradicionalistas. Se le comparó con Cisneros y se desbordaron las alabanzas al que era conocido admirativamente como el Monstruo. Pero la Bolsa de Madrid saludó la muerte del dignatario con una subida importante, tal vez pensando en la viabilidad de un pacto que evitara la catástrofe que fatalmente llegó al  año siguiente, el 98.
Ahí comenzó a forjarse, según este libro, el mito Canovas, el estadista por antonomasia, estrella rutilante de los conservadores españoles de todos los tiempos, bicha de los integristas y piedra de toque de progresistas y socialistas.
José Antonio Piqueras, catedrático de Historia Contemporánea de la Universitat Jaume I de Castellón, en esta cuidada obra (Canovas y la derecha española. Del magnicidio a los neocon, Editorial Península 2008) no analiza tanto la figura de Canovas como el canovismo, la formación del mito de la derecha española, la creación de un ideal conservador, el canovismo, que ha sido sistemáticamente instrumentado a su favor por toda la gama de la derecha española desde el ala liberal hasta los herederos más recalcitrantes de los neocons del siglo XXI. Ciertamente el exceso laudatorio, como poco ha dijo Diego López Garrido, dificulta percibir con nitidez los contornos de su figura, y el practicismo de su política hace arduo fijar un cuerpo doctrinal que logre el consenso de sus múltiples biógrafos y comentaristas.

"No analiza tanto la figura de Canovas como el canovismo, la formación del mito de la derecha española, la creación de un ideal conservador,  el canovismo, que ha sido sistemáticamente  instrumentado a su favor por toda la gama de la derecha española desde el ala liberal hasta los herederos más recalcitrantes de los neocons del siglo XXI"

La visión de Piqueras es crítica. El aparente desdén de Canovas para con el obrerismo, el sufragio universal, la democracia pura, o su tibieza con el esclavismo con la excusa circunstancial de las plantaciones de Cuba, su rigidez enfermiza, su dictadura intelectual, su intransigencia, su rancia concepción del Estado, son censuras en las que se apoya para  matizar la figura de quien desde el liderazgo de una minoría liberal-conservadora --así llamó decididamente a su partido--, llegó a convertirse en el Presidente de Gobierno más duradero del siglo XIX, fue artífice y guía de la Restauración y prácticamente dominó la política nacional desde 1874 hasta su muerte en 1897. Ciertamente la aportación de Piqueras enriquece el caleidoscopio de las facetas que presenta tan singular político.
Pero Piqueras dedica la mayor parte de su obra no al análisis de este malagueño y ateneísta de insigne significación en la política de nuestro siglo XIX y de siempre, sino al estudio de la fabricación del mito Cánovas-hombre de Estado, que a su juicio empezó el día de su trágica muerte y se engrandeció de forma decisiva a partir de la biografía del personaje que el marqués de Lema publicó en 1931.
En ella Lema definió a Cánovas como el equilibrio entre la tradición y el progreso, la autoridad y el orden, la unidad nacional y las libertades locales,  y, según Piqueras, difundió algunas gestas engañosas que fueron aceptados acríticamente por la derecha: un hipotético entendimiento con Estados Unidos que habría evitado la guerra de Cuba, ó un ilusorio rechazo de Cánovas a la restauración monárquica mediante pronunciamiento militar. A partir de ahí, según Piqueras, en publicaciones, homenajes y conmemoraciones se fabricó un mito legendario que fue enriqueciendo la figura de Canovas hasta convertirle en el ideal conservador que todo político de la derecha pretendió instrumentar a su favor, desde Antonio Maura hasta Fraga Iribarne,  que aspiró según Piqueras a ser el Canovas de la restauración de Juan Carlos, o el propio Aznar y los neocons que en los actos conmemorativos del centenario de su muerte en 1997,  capitalizaron su figura para FAES y el Partido Popular.  
Piqueras repasa de forma exhaustiva y brillante el panorama del canovismo con un análisis muy documentado y utilizando una prosa ágil y precisa que convierte la historia en una lectura apasionante.

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