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ENSXXI Nº 23
ENERO - FEBRERO 2009

En una época de confusión entre fines y medios, deseos y realidades, y de ausencia total de responsabilidad individual, la carta de despedida del presidente saliente del Consejo General del Notariado adquiere todo su significado. En cualquier otra, hubiera sido completamente incomprensible.
No es fácil entresacar el sentido general de la misiva (tampoco el particular de algunos de sus párrafos) ni la razón de fondo a la que obedece, pero tras leerla en repetidas ocasiones cabe identificar una idea fundamental: excusatio. Claro que aquí no cabe el adagio excusatio non petita accusatio manifesta, porque durante al menos tres años se han pedido reiteradamente al ahora ex presidente que rindiera cuentas y diese explicaciones por los errores cometidos. Pero lo cierto es que su mutismo recalcitrante (quizá esa discreción que menciona al inicio) y su negativa a intentar la reelección en el cargo, nos había hecho perder toda esperanza. Por eso, aquí, la excusatio extemporánea es casi non petita, e igualmente acusadora.
Más de la mitad del escrito se dedica a identificar con prolijidad minuciosa las reuniones mantenidas con autoridades políticas, estatales y autonómicas, y con representantes de asociaciones profesionales y empresariales. La relación, pese a recordar por su detalle al catálogo de las naves aqueas que desembarcaron en Troya, tiene lamentablemente un significado muy distinto. En nuestro caso la campaña no ha sido precisamente un éxito.

"La prolija relación de reuniones, pese a recordar por su detalle al catálogo de las naves aqueas que desembarcaron en Troya, tiene lamentablemente un significado muy distinto"

Hasta ahora, una de las pocas cosas que nadie había criticado al ex presidente ha sido la dedicación, esfuerzo y trabajo empleado en el desarrollo de su cometido. Pero, tras comparar las cuantiosas horas utilizadas en numerosísimas reuniones al más alto nivel con los paupérrimos y lamentables resultados, quizá no podamos ser tan benevolentes. Puede que un mayor recato a la hora de planear la agenda hubiera sido más provechoso. Menos, es difícil.
En cualquier caso, el ex presidente parece darnos a entender que él ha hecho lo que ha podido. Ha conseguido que le abrieran las puertas de los despachos y le escuchasen con cariño y deferencia, pero -he aquí el aciago imprevisto que ha frustrado todos sus esfuerzos y que viene a exonerarle definitivamente de cualquier responsabilidad- los registradores se han negado a cooperar.
No creo que a nadie le sorprenda escuchar que los registradores defienden posturas divergentes de las notariales sobre el sentido actual y configuración futura del sistema español de seguridad jurídica preventiva. Más bien parecería que, dando tal cosa por supuesta, la finalidad de tanta reunión debía ser precisamente limarlas y, si no fuera posible, convencer a las autoridades para que defiendan la más adecuada para el interés general, es decir, la nuestra. Sin embargo, si algo resulta claro a estas alturas, es que los resultados no se han correspondido con el deseo. Basta con recordar el infausto artículo 143 del Reglamento y las reiteradas Sentencias que han liquidado lo poco bueno que tal norma aportaba.
No obstante, no cabe discutir que tanta reunión sí ha sido útil para alguien. No para el Notariado, por supuesto, sino para sus variados interlocutores que han obtenido de este, a un coste cero -y hasta con alegría- esfuerzos ímprobos que van desde una reforma del índice único perentoria y espantosamente diseñada, hasta la gratuidad total de ciertos instrumentos. Para lo demás, seguimos esperando. Lo preocupante, sin embargo, es que el ex vicepresidente y actual presidente, apoyado por la largamente anunciada -para evitar incertidumbres- comisión permanente, manifestará la misma predisposición a reunirse que su predecesor. Al fin y al cabo le ha secundado fielmente, sin crítica alguna, durante todos estos años, por lo que no resulta temerario prever el mismo o parecido resultado.
Nuestro poco añorado protagonista se despide en su carta con una breve mención a las cuestiones internas del Notariado. En realidad, nos encontramos aquí ante una nueva excusatio -la de entrar en materia- en esta ocasión motivada por la "tristeza" que tal asunto le suscita. El recurso al desconsuelo para justificar el silencio no es precisamente algo propio de grandes oradores, que siempre vieron en él acicate del discurso, como con tanto genio demostró Marco Antonio en su elegía ante el pueblo congregado en el Foro. La excepción, obviamente, es que la causa y motivo principal de la tristeza sea imputable al orador. En ese caso el silencio es comprensible. Por nuestra parte, no sólo la tristeza, sino también la vergüenza y el bochorno que ciertas conductas nos suscitan, son precisamente las que nos imponen como obligación alzar la palabra y ejercer la crítica.

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