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ENSXXI Nº 23
ENERO - FEBRERO 2009

JAVIER SÁENZ DE PIPAÓN Y MENGS
(UCM y CUNEF), de Sáenz de Pipaón y del Rosal, Abogados

PERSPECTIVAS EN TORNO A LA CRISIS ECONÓMICA

Mantenía Tamames en 1984, en su Prólogo a la edición española de F. de Glosets, Siempre más, Folio, Barcelona, 1985, que para salvar las exigencias de la producción, "la solución más simple e inmediata de preservar los privilegios a unos y extenderlos en parte a otros acabaría por instalar a la sociedad definitivamente en el estancamiento o incluso en la recesión".
Para entonces, hacía ya trece años que se había venido reuniendo el Foro Económico Mundial y había ido tomando cuerpo -según es bien sabido- la expresión hombre de Davos como manifestación de una cultura dominante en el Occidente blanco, una cultura que no tiene necesidad de fidelidades nacionales, que considera las fronteras gravemente perturbadoras y que por lo mismo, propugna su desaparición juntamente con la de los aranceles pero sólo los de los países más pobres. En este contexto, se piensa que la representación de los Estados nacionales no son sino reliquias del pasado que perturban la globalización elitista, el liberalismo y el crecimiento y sus integrantes van a hacer un uso sui géneris del lenguaje, de manera que en ellos las mismas expresiones -libertad, paz, solidaridad, tolerancia, democracia, derechos humanos, persona, pobreza, calentamiento global- nunca tendrán el mismo sentido que para el hombre de Nairobi -Foro Social Mundial- que, a partir de la cita de Porto Alegre de los años 2001 y 2002, abarca desde los grupos antisistema hasta los altermundistas: solidaridad y simetría en una globalización en la que los ciudadanos asumen directamente la toma de decisiones.

"Estamos hablando del negocio ficticio, del negocio inexistente, que conecta a los mercados financieros con la fenomenología criminal defraudatoria y, a escala global, con la paralización de las variables de las que depende la economía real"

Así pues, mientras en este último se defiende una democracia de aproximación, como opción opuesta a la democracia representativa, aquél aboga por el protagonismo del mercado para, en ambos casos, desplazar el poder desde el Estado a otros estamentos: las asambleas, en un caso, los mercados mundiales, en el otro.
Paralelamente, desencajado el mundo capitalista por las inferencias sugeridas interesadamente a raíz de la caída del muro -está claro que somos nosotros los que teníamos razón-, se radicaliza la oposición entre capital y trabajo y con ello la exacerbada perspectiva del beneficio capitalista coloca al sistema de mercado fuera de la dinámica del poder político.
Pues bien, el hecho es que, como hemos podido ver, han terminado imponiéndose las fuerzas que operan en tales mercados mundiales, alimentando con ello una criminogenética derivada, por una parte, de la impunidad impuesta por lo difuso e impersonal de los mismos unida a las limitaciones propias del Derecho penal clásico, que no puede dejar de asumir determinados principios si no quiere dejar de serlo y, por otra, de la dejación de las responsabilidades estatales tanto en el ejercicio del ius puniendi como en la instrumentación de un Derecho penal objetivo garantista que no por ello deje a la sociedad desprotegida desde la perspectiva conservadora y electoralista de la fórmula ley y orden.
Es inevitable, pues, referirse en este punto a la delincuencia de cuello duro -delito financiero-, en cuya modalidad delictiva termina desembocando la criminalidad organizada que opera en los mercados mundiales de la droga, de las armas, de la explotación de seres humanos... y cuya rentabilidad se incrementa considerablemente al hilo de políticas estatales represivas poco meditadas, que, a su vez, facilitan la corrupción de los estamentos locales y, muy especialmente, a través del blanqueo, intensifican su incidencia en los mercados financieros cuyas posibilidades y poder potencian de forma muy significativa con la contribución -consciente o inconsciente- de determinados manipuladores financieros ya que, como es obvio, son los que mejor conocen el funcionamiento de los mecanismos operativos en ese medio en cuestión y, cuya cooperación no es, por tanto, casual.
No estamos hablando ahora, sin embargo, de negocios especulativos o de alto riesgo. El reproche moral no puede confundirse ni es necesariamente coincidente con la desaprobación penal. Las soluciones amparadas en tales ámbitos pueden incluso ser opuestas. La moral puede conducir al sacrificio. El Derecho penal no puede obligar a nadie a comportamientos heroicos.
De lo que estamos hablando, pues, es del negocio ficticio, del negocio inexistente, que conecta a los mercados financieros con la fenomenología criminal defraudatoria y, a escala global, con la paralización de las variables de las que depende la economía real. No hay voluntad de romper con esa artificialización de la vida económica puesto que ello supondría renunciar a la cultura del beneficio capitalista exacerbado del que hablábamos. A nadie le importa que el precio no corresponda al valor, mientras a nadie le preocupe el contenido del cofre siempre vacío objeto de transmisiones sucesivas a precios ascendentes sin fundamento alguno en cada escalón.

"La delincuencia de cuello duro -delito financiero-, cuya modalidad delictiva termina desembocando la criminalidad organizada que opera en los mercados mundiales de la droga, de las armas, de la explotación de seres humanos"

Tampoco al Estado. Diríase que impotente para frenar el delito, trata de enmascarar su fracaso, aparentando recurrir a otras alternativas supuestamente eficaces e instrumentar medios de sosegar la natural reacción de protesta de los ciudadanos haciéndoles creer que, si bien no previene, al menos sí reprime, que si bien no evita, al menos sí compensa la sensación desagradable que el delito inspira con la agradable que se deriva de la imposición del castigo al culpable y de la neutralización de la fuente del daño. Todo ello, en realidad, de una manera simbólica o mágica que convierte al Derecho penal en demagogia.
Ante tanto desconcierto, la alternativa de las vías económicas no parece despertar mayor entusiasmo. Los especialistas, a la hora de aventurar un programa de recuperación, no solamente no son convincentes, sino que tampoco intentan siquiera serlo y, al final, parece haberse impuesto paradójicamente el criterio, que no es en absoluto nuevo, de la socialización de las pérdidas, que, en muchos casos, pudiera expresarse con más precisión como socialización del botín.
La alternativa de las vías jurídicas habría de apuntar, en primer lugar, al restablecimiento del orden perturbado y, en este punto, oponer lo justo a lo injusto pasa por el resarcimiento del daño, valorado según criterios que no podrán ignorar los principios de la Victimología -cómo contribuye la víctima a la consumación delictiva- y previa la exigencia de responsabilidad ante el orden jurisdiccional que proceda y, en este punto, bueno sería traer a colación, sin perjuicio de otras calificaciones más drásticas, el artículo 122 del Código penal:
"El que por título lucrativo hubiere participado de los efectos de un delito o falta, está obligado a la restitución de la cosa o al resarcimiento del daño hasta la cuantía de su participación".
En segundo lugar, a un diseño de política criminal bien meditado desde el punto de vista etiológico, con vistas a un futuro inmediato en el que se salga al paso de la fenomenología criminal conocida y, además, se neutralice la que es de esperar suscite con especial virulencia la situación que vivimos.
En suma, no está tan claro que fuésemos nosotros los que teníamos razón.

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