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ENSXXI Nº 25
MAYO - JUNIO 2009

JUAN CRUZ
Periodista

Ahora que he estado en Roma un editor italiano que publica libros políticos me ha preguntado por Savater, y yo le he contado una historia que liga a Fernando con uno de los personajes que más le quiso, el siciliano Leonardo Sciascia.
Sciascia estaba en España tomando notas para un libro que iba a hacer "e hizo" con el fotógrafo Fernando Scianna, y José Ortega Spottorno lo invitó a cenar, en uno de los buenos restaurantes de Madrid, quizá El Bodegón o el Zalacaín, que están cerca. Asmático como yo, Sciascia tenía dificultad para conversar en medio de aquella atmósfera húmeda y llena de humo.
Pero conversó; hablaban él y don José Ortega de la situación española (era poco después del golpe de Estado de 1981) y en un momento determinado Sciascia me preguntó:
--¿Hay algún filósofo joven español que merezca la pena publicar en Italia?
Le dije rápidamente:
--Fernando Savater.
Le conté algunas cosas, le hablé de algunos libros, y sobre todo le hablé del porvenir de la energía de aquel joven (entonces joven era hasta Sciascia) filósofo que amaba a Cioran y a Borges y que también amaba los caballos.

"Cuando Sciascia supo que Savater había sido galardonado le debió pasar por su mente que yo ya lo sábía. Era fácil intuir que aquel personaje inquieto, cultísimo, lector infatigable y conversador divertidísimo, no sólo iba a ganar aquel premio sino una enorme reputación nacional e internacional"

Y Sciascia tomó nota. Entonces no había teléfonos móviles, y aunque yo trabaja en la sección de Cultura de El País no podía saber, y no sabía en ese momento, que esa misma noche Savater había obtenido su primer premio español, el premio nacional de Ensayo por la que entonces era su última obra, creo que Panfleto contra el todo.
Así que al día siguiente, cuando Sciascia supo, seguramente por el propio El País, que Savater había sido galardonado le debió pasar por su mente que yo ya lo sabía. No lo sabía, pero era fácil intuir que aquel personaje inquieto, cultísimo, un lector infatigable y un conversador divertidísimo, no sólo iba a ganar aquel premio en concreto sino una enorme reputación nacional e internacional, e incluso el premio Planeta por una novela en la que, cómo no, habla con los caballos, sus mejores amigos, aparte de Sara y unos cuantos.
¿Y de dónde viene la energía? Creo que de la lectura, y de no haber renunciado al placer de la lectura que le place; hace poco me dijo, cuando salió el libro en el que recopila (casi) todo lo que ha escrito sobre libros y películas de terror, misterio y aventura, que cuando empieza a leer termina; cuando el libro le gusta mucho, lo hace con pausa, y lee rápidamente los libros que no le gustan. Pero se lo lee todo.
De la lectura nace su capacidad de asociación de ideas; no desdeña los juegos, pero sabe que los carga el diablo; fue un gran amigo de Guillermo Cabrera Infante, con cuyo ingenio verbal podía competir sin perder ni un punto. Esa faceta de jugador de palabras le ha servido para condimentar sus artículos, que son una expresión magistral de su manera de indagar en la parte de atrás de la realidad.
Como Jorge de Ibergüengoitia, el gran columnista mexicano que Javier Marías (otro savateriano, como Savater es mariaísta, si esto se puede escribir así) ha devuelto a la vida editorial española, lo que hace Savater (en prensa) es como el teatro de la paradoja: tú lo esperas en una esquina, pues él sale por otra; nunca deja de sorprenderte, acaso porque él mismo se sorprende; la suya, y casi literalmente, es una mirada divertida, no se centra en un solo punto, va cambiando el lugar del foco de manera que, sin marearse, el lector se encuentre siguiendo sus propios razonamientos como si él se los encontrara al tiempo que los encuentran los otros.
Así que el fundamento de sus encuentros y de sus descubrimientos (literarios, filosóficos, incluso morales, es decir, políticos) son la energía y la lectura; de la juntura de ambas viene la escritura, que es veloz, como si le estuvieran esperando en otro sitio, acaso para seguir escribiendo, o leyendo. A veces he visto sus escritos en papel, antes de ser llevados a la imprenta (cuando todavía se escribía en papel para la imprenta), y me he fijado que a Savater no le importa el sitio donde escribe, ni el papel, y lo rompe allá donde haya terminado, como si guardara papel para otras ideas.
Esa actitud de aprovechamiento (del papel, de las ideas) la aplica Savater, también, al uso del tiempo; cada vez que le he entrevistado en los últimos años me ha citado muy temprano en su casa; a veces está en bata, recién duchado, ya ha escuchado la radio, ya ha leído la prensa, y las dos cosas las ha hecho casi simultáneamente mientras pedaleaba (ya que no ha podido montar a caballo) en una bicicleta estática que tiene junto a los libros de Unamuno y de Voltaire, y de Sciascia, precisamente.
Es, como decía Gregorio Marañón de sí mismo, un trapero del tiempo; un trapero radical; desde esa entrevista, o desde cualquier compromiso que haya adquirido con otros, Savater se dedica (se dedicaba, ahora está jubilado) a sus clases en la Universidad, a sus libros; y es un radical también para que no le quiten del almuerzo el coñac y de la sobremesa la siesta, que es quizá el momento más religioso del día.
Y durante todo ese tiempo ríe, ríe siempre, se ríe de sí mismo y ríe con las ocurrencias de los otros, y cuando ríe de los otros es temible, como cuando se enfada, pero este no es un artículo para hablar de Savater enfadado sino feliz. Le conocí en una ocasión muy particular, en 1972, porque mis editores de entonces (Manuel Padorno, Josefina Betancor, de Taller de Ediciones JB) le pidieron que presentara en Madrid (Librería Forum) mi primer libro; le recuerdo, enjuto, movible, vital, y riéndose, y luego le recuerdo hablando a toda velocidad de aquel libro, "un manuscrito encontrado en un campo de concentración ..." Claro, dirán ustedes, por eso le quiere; qué va, le quiero porque siempre, incluso cuando no creo en aquello que él defiende, siento que me podría delante de un pelotón si viera que alguien pretende hacerle daño.
Savater es uno de esos personajes con los que da gusto estar porque también da gusto estar con él cuando estamos en desacuerdo.
Ahora ya es un premio Planeta, un tipo mediático, alguien del que me preguntan siempre cuando voy por ahí, y siempre me lo imagino como un muchacho que se hubiera encontrado un libro maravilloso en una habitación clara y sigue ahí leyéndolo, y riendo. Y el otro día, en Italia, lo recordé ganando un premio al tiempo que Sciascia escribía su nombre en la servilleta de un restaurante.

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