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ENSXXI Nº 35
ENERO - FEBRERO 2011

MIGUEL ÁNGEL AGUILAR
Periodista

Si como apunta Gonçalo Tavares a todo texto corresponde una banda sonora, la de esta columna debería ser la canción de Joaquín Sabina “Ahora que…”. Veamos. Ahora que todo son presagios de extinción de la prensa sobre papel; ahora que las publicaciones y los periodistas, en lugar de hacer mejor lo que saben hacer, prefieren entregarse a la duda corrosiva sobre si mismos y se afanan en destruir décadas de bien ganada credibilidad; ahora que las sociedades editoras han perdido su matriz familiar para entrar en bolsa y en lugar de responder ante los lectores, la sociedad y las instituciones cívicas sólo se consideran emplazadas ante los analistas de inversiones, obsesos en la vigilancia de la cuantía de los rendimientos trimestrales; ahora que, como ha explicado Luis Abril en la conferencia publicada en “Cuadernos de Periodistas”, colisiona la era de la información con la era de la conectividad; ahora que los ganadores en Internet resultan ser compañías ausentes de la producción de contenidos, como Apple, Google, Amazon y Facebook, limitadas a controlar la distribución, servicios y conexiones a audiencias masivas que confían en su hardware, en su software o en sus redes; ahora que ignoramos cómo va a financiarse en adelante la información; ahora que acabamos de celebrar el bicentenario del Decreto de “Libertad política de la Imprenta”, dado el 10 de Noviembre de 1810 por las Cortes de Cádiz; ahora que en el año entrante 2011 se  cumplen 40 años del cierre del diario “Madrid” por el gobierno de Franco, y 35 de la aparición de “El País” y “Diario 16”; ahora, por eso y muchas cosas más, es buen momento para intentar la recuperación del ambiente en que se produjeron el cierre y los nacimientos.

Reconozcamos que hubo un tiempo en que la prensa escrita era la referencia dominante, convivía con la radio y la televisión, que ya habían conseguido superarla en audiencia pero sin ceder su primacía. Sucedía en el campo de los medios de comunicación que su relevancia estaba en proporción inversa a su difusión. De manera que la prensa escrita conservaba intacta su capacidad de influir sobre las elites sociales y en especial sobre los periodistas que hacían la radio y la televisión para los cuales sólo merecía confianza lo que había aparecido ya “en los papeles”. La escucha de los informativos de radio y televisión transparentaba enseguida que sus guiones estaban tomados de los periódicos impresos. Lo mismo ocurría con las entrevistas, porque las preguntas que formulaban los periodistas tenían esa misma indiscutida procedencia. De modo que las ventajas de inmediatez y anticipación están de parte de la radio y la televisión, capaces como son de dar cuenta de los acontecimientos en directo, sin desfase temporal alguno. En tanto que la prensa escrita necesita que transcurran las horas dedicadas al proceso de fabricación y distribución, desde el momento en que entra la última noticia en una plancha hasta aquel en que las copias impresas quedan a disposición del público en los puntos de venta o en los domicilios de los suscriptores. Pero pese al desfase horario, la prensa escrita tendía a prevalecer.

"Ahora que todo son presagios de extinción de la prensa sobre papel; ahora que las publicaciones y los periodistas, en lugar de hacer mejor lo que saben hacer, prefieren entregarse a la duda corrosiva sobre si mismos y se afanan en destruir décadas de bien ganada credibilidad"

En aquellos tiempos, los periódicos eran el lugar donde, como ha escrito Jurgen Habermas (véase ¡Ay Europa!. Editorial Trota), se debatían los asuntos de la agenda pública democrática. Una función que ahora ignoramos dónde quedará residenciada. Entre nosotros, sería impropio hablar de prensa, una actividad que sólo es posible en condiciones de libertad hasta el momento en que por los caminos de la Transición llegamos a la Carta Magna de 1978. Antes pudo anidar ese fenómeno de la prensa en la Restauración y en la II República, la cual quedó bajo mínimos, a consecuencia del acoso de sus enemigos. De un lado, los que se sublevaron uniformados desde fuera empeñados en devolvernos a empujones al tiempo de las cruzadas y del otro, los que lo hicieron desde dentro queriendo  anticiparnos el milenarismo anarquista mientras deslegitimaban el régimen y lo convertían en un inválido internacional.

"Hubo un tiempo en que la prensa escrita era la referencia dominante, convivía con la radio y la televisión, que ya habían conseguido superarla en audiencia pero sin ceder su primacía"

Tuvimos una ley de Prensa dictada por Ramón Serrano Súñer en 1938, que la convertía en un aparato de propaganda, y así seguimos sin rechistar, con censura previa y consignas de inserción obligatoria, decididos a no crearle un contratiempo al sistema franquista hasta la Ley Fraga de 1966. La nueva norma proclamaba la libertad en el  artículo 1º y disuadía de emplearla a partir del 2º, mediante un ingenioso sistema de sanciones administrativas contundentes de efectividad inmediata. Periódicos había los de siempre, los que habían conservado algunas familias que cayeron geográficamente en zona sublevada o que consiguieron recuperar terminada la guerra las cabeceras de su propiedad. El resto eran periódicos incautados a los partidos y organizaciones sindicales y que uncidos al yugo y las flechas de falange y a las flores y abejas que figuraban en los escudos de la Organización de los Sindicatos verticales. Pero desde 1940 andan las familias Busquets y Sacristán intentando que les devuelvan el “Heraldo de Madrid” del que se incautaba Falange el mismo 28 de marzo de 1939, sin que por parte alguna hayan querido oírles. Pronto, en un libro que se espera con atención, el periodista Gil Toll va a compilar todos los detalles que ha podido rastrear de este caso. Como en el juego del póker o de las siete y media el régimen estaba servido, rehusaba aceptar la edición de más cabeceras. Son célebres aquellas declaraciones de Franco –“nunca he tenido problemas con la prensa”- cuando los 25 años de paziencia, como los denominó La Codorniz. Ya hemos podido ver que le bastaba con recibir su permanente halago, espontáneo o inducido, y cuando era preciso censurarla, llenarla de consignas o cerrarla. Por eso no quería ni autorizaba más diarios, ni más emisoras, las cuales, por si acaso, estaban privadas de ofrecer programas informativos y obligadas a conectar con Radio Nacional de España para ofrecer la versión oficial, que se conocía como el parte, que así adquiría el carácter de única. Con Televisión tampoco había problema porque solo existía la cadena pública TVE, que empezó emitiendo dos horas al día.
Así y todo, los periódicos tenían un impacto relevante. Por lo general se prestaban gustosos a cualquier vileza que favoreciera al régimen pero, en caso contrario, bastaba una presión proporcionada para que desistieran de ofrecer resistencia alguna. Recuérdese el comportamiento rastrero de la prensa cuando el llamado Contubernio de Munich, un Congreso del Movimiento Europeo celebrado entre el 5 y el 8 de junio de 1962, en el que se pedían elecciones generales libres en España. Una petición que hizo temblar al régimen y suspender los artículos del Fuero de los Españoles que reconocían la libertad de residencia, de modo que los participantes hubieron de elegir entre permanecer en el extranjero o quedar desterrados en la isla de Fuerteventura. Luego, a partir de la Ley Fraga, su promotor y administrador se aplicaba con esmero a suministrar los estímulos y escarmientos precisos para evitar que cundieran los malos ejemplos. Por ejemplo, las sanciones económicas o el cierre temporal de las publicaciones, el de más larga duración fue el aplicado al diario “Madrid” el 30 de mayo de 1968 por dos meses que se prorrogaron otros dos hasta sumar cuatro. Cuando la dosis fue considerada insuficiente, el 25 de noviembre de 1971, el Gobierno a propuesta del ministro  Alfredo Sánchez Bella procedió al cierre definitivo, una hazaña frente a un adversario inerme, de la que siempre se sentía muy orgulloso, según manifestaba en declaraciones y entrevistas incluso después de aprobada la Constitución.

"La Ley Fraga de 1966 proclamaba la libertad en el  artículo 1º y disuadía de emplearla a partir del 2º, mediante un ingenioso sistema de sanciones administrativas contundentes de efectividad inmediata"

Los tiempos del nacional catolicismo parecían próximos a caducar. Entonces,  arrimados al Papa Juan, el ex ministro Joaquín Ruiz Jiménez y sus compañeros de viaje conseguían en 1966 autorización para sacar una publicación mensual “Cuadernos para el Diálogo” que se abrió a todo el espectro de las fuerzas democráticas. De más atrás venía el semanario “Destino” con firmas como la de Dionisio Ridruejo; también “Triunfo”, enmascarado en la cultura, y “Sábado gráfico”, animado por Eugenio Suárez. Todas ellas tomaban sus riesgos y soportaban los castigos. En 1972 aparecía, de la mano de Juan Tomás de Salas, “Cambio 16”. Iba etiquetado como “semanario de economía y sociedad”, sin duda para no infundir sospechas como aquel coñac de las botellas disfrazado de noviembre en el Romance de la Guardia Civil Española. “Cuadernos” tenía su público numerado, aunque su influencia iba más allá y se multiplicaba merced al eco que prestaban a la publicación algunos corresponsales extranjeros comprometidos a favor de la recuperación de las libertades en nuestro país. “Cambio 16” era una apuesta distinta pero en sus dos primeros años parecía confinada en unas tiradas  por debajo de los 3.000 ejemplares. Entonces se produjo la primera enfermedad de Franco, al que ingresaban en la Clínica de su nombre el 9 de julio de 1974 aquejado de flebitis. Las crónicas políticas que José Oneto, a partir de ese momento, empezaba a firmar en el semanario disparaban sus ventas que, en unos meses, se acercaban a los 200.000 ejemplares, una cifra sin parangón en la prensa española. Oneto daba información que en ninguna otra parte aparecía y además referente a un hecho nuevo porque, por primera vez, aterrizábamos en la lógica aristotélica según la cual si todo hombre es mortal y si Franco era hombre, debería concluirse que también era mortal, más aún parecía que se estaba muriendo.
También, a partir de 1972 el grupo promotor del diario “El País”, que ya había reunido el capital y los créditos, se preparaba intensamente para la salida del periódico. Sus dirigentes pugnaban sin éxito por conseguir la autorización pertinente. Se les fue negando hasta después de la muerte de Franco, de forma que sólo pudo aparecer el 5 de mayo de 1976. Puede parecer paradójico pero a “El País” le iba a ser de gran ayuda el bloqueo al que fue sometido por el régimen franquista. Porque había empleado el tiempo en adiestrar su redacción, preparar la planta de impresión, organizar la empresa, definir el papel del Consejero Delegado, función que acabaría en manos de Jesús Polanco, desembolsar el capital y lograr los empréstitos del Banco de Crédito Industrial. Y cuando al fin salía a la calle, lo hacía sin reverencia ni compromiso alguno con el régimen que fenecía. Los padres fundadores se habían preparado para un largo invierno, calculaban que al cabo de tres años estarían vendiendo 60.000 ejemplares. Otra cuestión es que el éxito fuera fulminante y en pocos meses la tirada de “El País” se situara en los 300.000 ejemplares y adelantara a las de todos sus competidores. Que el éxito desencadena envidias y odios sarracenos es cuestión sabida pero las envidias y los odios que suscitaba “El País” desbordaba exponencialmente el que de manera proporcional le hubiera correspondido. Esa desproporción, está todavía exigiendo un análisis riguroso, sin el cual muchas cuestiones de estos últimos 35 años resultan incomprensibles.

"El éxito repentino de 'Cambio 16' llevó a los del núcleo duro a sentirse de modo súbito descubridores de una peculiar piedra filosofal, que todo lo que ellos pasaran por esa piedra habría de convertirse en periodismo de primera calidad y en éxito garantizado, lo que no pasara quedaría reducido a mera bazofia"

Frente al tempo, la preparación, la profesionalidad, la austeridad  y la solvencia que puede rastrearse en el caso de “El País”, la salida de “Diario 16” representa un caso paradigmático de desenfreno, improvisación, amateurismo, despilfarro, gracia y coraje llevado casi al absurdo. El éxito repentino de “Cambio 16”, donde nunca hubo ni organización empresarial, ni capital desembolsado, ni plan financiero, ni planta industrial, les llevó a los del núcleo duro a sentirse de modo súbito descubridores de una peculiar piedra filosofal, de forma que todo lo que ellos pasaran por esa piedra habría de convertirse en periodismo de primera calidad y en éxito garantizado, de la misma manera que lo que no pasara quedaría reducido a mera bazofia. Al ver en mayo “El País” en la calle, Juan Tomás de Salas, Romualdo de Toledo, Ricardo Utrilla y demás compañeros de fervor decidían sacar “Diario 16” en octubre, sin darse más que cinco meses y medio para tamaña tarea periodística, empresarial, industrial y financiera. Sin que les temblara el pulso se lanzaban a improvisar un periódico, carentes de todo, pero convencidos de que la marca milagrosa en su poder les llevaría a alcanzar en el primer semestre una tirada de 300.000 ejemplares, cifra que superaba la suma de todas las ventas de todos los diarios que se editaban entonces en Madrid. Continuará.

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