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ENSXXI Nº 40
NOVIEMBRE - DICIEMBRE 2011

XIII

Las fotocopiadoras

Al principio -nosotros ingresamos en la carrera a mediados del siglo XX, en 1950, en La Coruña- todas las matrices había que hacerlas a pluma, estilográfica o de mojar, excepto los poderes judiciales y las actas de protesto, que venían impresas. Había fenomenales pendolistas, que exhibían una letra redondilla perfectamente asequible y hasta los signos notariales eran un prodigio de caligrafía, que cada opositor había ensayado previamente durante la oposición... por si cabía la posibilidad de utilizarlos.
Luego estaban les corregidores de las escrituras, que había que rectificar, por si una "l" se había colocado en lugar de una "b" y había que modificarla, todo lo cual originaba retrasos, ya que ambos protagonistas charlaban acerca de sí su moto cambiaba mal y había que llevarla al cuñado del otro lector, etc. etc.
Más adelante, paulatinamente, con la poderosa lentitud de todos los fenómenos históricos, como decía el Castán, fueron llegando las fotocopiadoras, encabezadas por la voluminosa Rank Xeros, que había, al principio, que alquilar y que requería que el funcionario apareciera por el despacho una vez al mes, verificando las copias hechas, todo lo cual motivó que se hicieran las miniescrituras, que fotocopiaban dos páginas a la vez... hasta hoy, en donde aprietas una tecla y la escritura, total o parcial, con indicación de todo hasta el importe, honorarios y suplidos notariales. Tempus veredes...
Con el cambio proliferaron las marcas, cada una de las cuales se inventaba algo y así cada una de ellas aportaba un avance respecto a las anteriores.
Todo esto nos dio ocasión a lanzar otra inocentada. Para ello imaginamos un escrito, del Colegio Notarial, naturalmente, en el que se decía que una marca americana, algo así como la Newprint, se había comprometido, e ilustraba con ello a la corporación notarial, que tal máquina era la última en precisión, velocidad y aportaciones, como imprimir por ambas caras, paginar cada copia, llevar un índice alfabético de todas y cada una de sus copias, lo que facilitaba la consulta y hasta servía para el índice, y, sobre todo, comprendía nada menos que la cuantía y su precio, con indicación de las copias, etc. etc. Y, sobre todo, imprimía en color, si se apretaba el botón adecuado. La adquisición podía abonarse al contado o en hasta doce plazos sin recargo alguno y, naturalmente, sin fianza. Se ofrecía una garantía de hasta diez años así como una revisión anual hecha por peritos de la casa, etc. etc. Y, claro es, había que apuntarse en el Colegio para saber la Newprint de cuantas podía servir y este llamamiento se hacía a todos los Notarios de España, que podían solicitar a través de nuestro Colegio Notarial. Y, lo mejor: El precio de cada artefacto era aproximadamente la mitad de todos los anteriores, ya que la empresa americana quería introducirse en España dando un brioso paso al frente.
Las repercusiones recayeron sobre el ámbito notarial, sin afectar al entorno familiar y a los amigos, ya que se trataba de una reforma en los equipamientos de las notarías lo que privaba de los comentarios de los allegados. No obstante, los hubo.
Los primeros afectados fueron, como en anteriores ocasiones, los sufridos integrantes de nuestro cuerpo administrativo y así, nuestra amable y eficaz colaboradora la que, con toda amabilidad, nos hizo constar que la peculiar destinataria de la inocentada había sido ella, ya que le estaban llegando cartas y llamadas telefónicas de los Notarios de los diferentes puntos de España solicitando precios y condiciones.
Un querido compañero del Levante telefoneó al Colegio para que le apuntaran a la adquisición de la maquinaria preguntando que si había que enviar algún dinero como   señal. Varios colegas de Madrid, también por teléfono, solicitaron se anotaran sus   nombres entre los futuros adquirentes, ya que, lógicamente, había que ver su  funcionamiento. Y hasta un querido amigo gallego solicitó información para saber si,  entregando su copiadora, “ya usada" podría descontar su precio, y nuestra gentil colaboradora del Colegio, como era una de las primeras consultas, le contestó que no podía darle respuesta satisfactoria, pero que podría conservarla "como reserva”.
En fin, pensamos que el fin de la ciencia es producir economía de pensamiento como la maquina ahorra economía de fuerza, aunque estamos convencidos de que los científicos se esfuerzan por hacer posible lo imposible, mientras que los políticos, por hacer lo posible imposible.

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