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ENSXXI Nº 5
ENERO - FEBRERO 2006

MIGUEL ÁNGEL AGUILAR
Periodista

Veremos muy pronto si estamos ante el Estatut prometido, pero debo reconocer que esta columna si lo estaba al menos desde el número 4 de la revista “El Notario” correspondiente a noviembre-diciembre. Se ha escrito mientras la fumata blanca se dejaba ver en la chimenea del palacio de la Moncloa anunciando el acuerdo logrado sobre el Estatut de Cataluña en la madrugada del domingo 22 de enero. Era la conclusión escenificada del encuentro entre el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y el líder de Convergencia y Unió (CiU), Artur Mas, sin más estímulos gastronómicos, según se nos dice, que unas botellas de agua, unos cartuchos de cacahuetes y unas bolsas de patatas fritas a la inglesa. Eran todavía momentos inaugurales en los que predominaba un sentimiento generalizado de alivio, después de tantos meses de sobresaturación polémica invadida por graves conceptos constitucionales y por encarnizadas pretensiones económicas.

"Las disposiciones del Estatut deberán ser generalizables a las demás comunidades autónomas. Y ese será el contraste definitivo"

Enseguida conviene advertir que el acuerdo fue presentado al público de a pie con el calificativo de global. Gran acierto cuando se diría que fuera de la globalización, como antes fuera de la Iglesia, no  hay salvación. Pero como se dijo desde el  principio se trataba de un acuerdo global. Es decir, todavía en estado gaseoso pendiente de un proceso primero de licuación y luego de solidificación hasta convertirlo en un texto legible. Entonces, con los calores de junio próximo, volveremos a las comparaciones textuales entre la propuesta inicial y la redacción final a doble columna. Por supuesto, los insaciables, como Moisés al culminar la travesía del desierto, se sentirán excluidos del Estatut prometido. Se oirán también los gritos del desencanto orteguiano del 31, a base de “no es esto, no es esto”, dedicados a la república naciente y desviada.
Pero, entre tanto, ya están ahí los problemas de protagonismo. Un protagonismo del que ha sabido apoderarse con gran habilidad el convergente Artur Mas, quien ha puesto el Estatut a su nombre para pasar triunfante por la recta de tribunas, como los caballos ganadores en el recién recuperado hipódromo de la Zarzuela. Por eso, la Esquerra Republicana de Catalunya de Josep Lluis Carod Rovira, al sentirse postergada en los afectos de ZP, prepara desquites, más o menos efectistas, que pueden tener efectos colaterales. Y mejor no hablar de Pasqual Maragall cuya luz, como la de algunas estrellas extinguidas tiempo ha, nos sigue llegando aunque lleve ya algunos meses sin emitir energía alguna.   
Como los lectores recuerdan bien, la propuesta de Estatut formulada por el Parlament de Cataluña fue tomada en consideración por el Pleno del Congreso de los Diputados el pasado 2 de noviembre con el único voto en contra del grupo Popular. En aquella sesión memorable, como ya comentamos en la anterior columna, intervinieron Manuela de Madre del PSC, Artur Mas de CiU y Josep Lluis Carod Rovira de ERC, como miembros de la delegación del Parlament. Funcionaron con arreglo a una inteligente división del trabajo para llegar así a diferentes públicos y desempeñar distintos papeles capaces de suscitar esperanzas en Cataluña y de calmar susceptibilidades en el resto de España.

"Oyendo a los enviados del Parlament parecería que la guerra civil del 36 hubiera sido de España contra Cataluña, su lengua y su gente, por la que todos los demás españoles tendrían una grave deuda pendiente"

Hubo, sin embargo, un punto de coincidencia mortificante en las referencias históricas compartidas por los tres, que de modo sorprendente ninguno de los grupos de la Cámara entró a replicar. Nos contaron una historia para niños según la cual Cataluña y los catalanes habían sido siempre irreprochables, trabajadores, honrados, hacendosos y entregados sin descanso al cultivo de los derechos humanos al menos desde Wifredo el Piloso en adelante.
Los enviados del Parlament vinieron a decirnos en el Congreso de los Diputados que Cataluña no había padecido más desventuras que las infligidas por esa España monstruosa de la que se consideran por completo ajenos e irresponsables. Oyéndoles parecería que la guerra civil del 36 hubiera sido una guerra de España contra Cataluña, contra su lengua y contra su gente por la que todos los demás españoles tendrían una grave deuda pendiente. Y lo mismo señalan al presentarse como víctimas del Conde Duque de Olivares, en tiempos de Felipe IV, y de Felipe V, primer monarca de la casa de Borbón.
Pero si nos acercamos a los hechos reales podemos observar cómo en su Cuartel General de Burgos Franco estaba rodeado de catalanes, cómo muchos otros catalanes combatieron eficazmente en las filas franquistas, cómo Porcioles, Samaranch, Gual Villalbí o López Rodó eran también catalanes. Además aquí nadie está dispuesto a subrogarse en la reparación de los daños que causaran el Conde Duque o Felipe V, porque antes de causarlos en Cataluña los habían anticipado en el resto de España.

"Los insaciables, como Moisés al culminar la travesía del desierto, se sentirán excluidos del Estatut prometido"

De manera que se confirma el título puesto por Jorge Wagensberg a su último libro: Cuantos más cómos, menos por qués. Que lucidez la de nuestro autor cuando escribe que las verdades sirven para encarar el futuro y las mentiras para soportar el pasado  y que las verdades se descubren mientras las mentiras se construyen. Claro que estos atisbos parecen enunciados con validez en el campo de la ciencia en el que nuestro autor se haya instalado sin que sea legítima su extrapolación al ámbito de las llamadas ciencias sociales. Porque, en particular, como nos tiene probado Eric Hobswan en su libro “La invención de la historia” se podría declarar vigente la ley de Lavoisier de forma que también aquí “nada se crea, ni se destruye, sólo se transforma”, naturalmente al servicio del poder que se encuentra en acto o en potencia de llegar a serlo.
Conforme a estas pautas de entendimiento se podrían revisar los episodios de seny o de rausha con algunos espacios dedicados al espanto creado en el Mediterráneo cuando aquello de la venganza catalana y el desperta ferro de los almogávares. También hablaríamos de aranceles y de proteccionismos y del advenimiento del dictador Miguel Primo de Rivera desde la capitanía general de Cataluña, tan respaldado y confortado en Barcelona para lanzarse a la regeneración de España. Pero este ejercicio de reproches a dos bandas es de comprobada esterilidad. Por eso convendría con toda sobriedad regresar a la lectura del  texto sobre el que han negociado a partir de noviembre pasado de un lado el grupo Socialista y el Gobierno y de otro, los grupos integrados en el tripartito –PSC, ERC e IC les Verts- con el estrambote de CiU.
El hecho es que en la columna publicada en el número 4 de la revista “El Notario”, correspondiente a noviembre-diciembre pasado, bajo el título “Historia del Estatut” dejábamos a los lectores plantados ante la doble naturaleza, ondulatoria y corpuscular de la luz y acompañábamos a Einstein en el lanzamiento de la Teoría de la Relatividad Especial, según la cual las leyes que rigen los fenómenos físicos deben ser independientes del sistema de referencia desde el que se observan.
Pero recordemos que Einstein limitaba la validez de su enunciado a los sistemas llamados inerciales, que son los que se mueven uno con respecto a otro a velocidad uniforme siguiendo una trayectoria rectilínea, aunque puedan estar dotados de orientaciones diferentes. A esta prueba de validez quedará sujeta la última redacción que se alcance para el Estatut. Porque sus disposiciones deberán ser también independiente del sistema de referencia desde el que se observan. Es decir, generalizables a las demás comunidades autónomas. Y ese será el contraste definitivo. Continuará.

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