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ENSXXI Nº 58
NOVIEMBRE - DICIEMBRE 2014

LOS LIBROS por JOSÉ ARISTÓNICO GARCÍA SÁNCHEZ

Buscando, como merecido tributo de homenaje y reconocimiento, la última obra, casi póstuma, de uno de los mejores narradores del panorama literario de nuestro país recientemente fallecido, Ramiro Pinilla, resultó que ésta era una novela policíaca o del llamado genero negro, lo que no debe extrañar porque ya no se puede mantener la infamia  de que la novela negra es literatura barata o género menor.
Aunque los primeros exponentes de este estilo se concibieran como mera literatura de evasión dirigida a la clase trabajadora o proletaria de la época y se editasen en folletines y periódicos de bajo precio y papel amarillento (estética pulp), el género se fue depurando progresivamente hasta alcanzar cotas artísticamente notables.
Ya hubo antecedentes importantes en Europa, especialmente en Inglaterra, como la novela gótica o de horror del XIX, y en época más cercana los entrañables libros de aventuras policíacas caracterizadas por planteamientos  lineales, desarrollo temporal inverso -–sigue las averiguaciones del detective-- y racionalismo deductivo. La creación en Berlín de la policía prusiana en 1822 y la de Scotland Yard en 1829 en Londres, y la prohibición de la confesión bajo tortura, indujeron a los detectives a explicitar la solución de los enigmas criminales mediante pistas y deducciones,  lo que enseguida empezó a ser novelado alcanzándose cimas sorprendentes --y cito solo a los más populares-- con Sir. Arthur Conan Doyle y su inmortal Sherlock Holmes y luego con Agatha Christie y  su Hércules Poirot, que llegó a ser tan “real” que a su muerte mereció una esquela en The New York Times. Eran narraciones noveladas de enigmas, intrigas y sospechas con solución de paz feliz, desarrolladas bajo el estricto racionalismo de la lógica.

"No se puede mantener la infamia  de que la novela negra es literatura barata o un género menor"

Sabido es que los verdaderos estereotipos del género novela negra como tal empezaron a editarse en la revista Black Mask --de donde le viene el nombre--, en la Norteamérica de la Gran Depresión y la Ley seca, en los ambientes sórdidos del gangsterismo y el hampa degradada que luego el cine vulgarizó. Una sociedad empobrecida, básicamente insegura en la que se había instalado el miedo, se veía reflejada en esas narraciones de entretenimiento que reproducían situaciones de zozobra cuya solución final con triunfo del orden,  atenuaban en cierto modo su inquietud.
No hacía mucho que la sociedad había recibido el impacto del existencialismo. Su exponente más agudo, la filosofía de la angustia que propagó Kierkegaard --El concepto de angustia es de 1844-- estaba creando melancolía y depresión en la conciencia ciudadana. Era el mensaje existencial: una humanidad hundida en el lodo de la inteligencia y en la desesperación silenciosa por la tragedia de un yo sujeto a la tiranía del temor. En ese contexto leer historias de misterio que la inteligencia humana era capaz de descifrar, era un alivio. Esos enigmas inventados que dramatizaban la desolación y la amargura vital de personas y situaciones que la inteligencia o los resortes del sistema social conseguían superar, eran una forma de alivio para aquellas almas atormentadas por misterios y causas desconocidas e impredecibles.

"La filosofía de la angustia que propagó Kierkegaard --El concepto de angustia es de 1844-- estaba creando melancolía y depresión en la conciencia ciudadana"

Eran simples novelas de crímenes y violencia, relatos cerrados de policías y bandas criminales.  Pero pronto se empezaron a integrar en su trama temas de mayor enjundia y profundidad, como la problemática social o el envilecimiento de las instituciones. Consideraciones sobre la violencia ritual, el hampa despótico, el crimen organizado o la corrupción política y judicial rampante etc.,  enriquecían las meras descripciones de escenarios y crímenes. También se empezaron a deslizar entre líneas análisis de las motivaciones del delito que no pocas veces rozaban la ambigüedad moral cuando no eran  una auténtica justificación encubierta del crimen, todo lo cual  desembocaba en un verdadero debate, que superaba la mera denuncia denuncia, sobre ética social y ciudadana. Por otro lado los epígonos de la novela negra americana, Chandler, Hammett o Cain, entre otros, en la descripción hiperrealista de las atmósferas asfixiantes de miedo, inseguridad o violencia en que se desarrollaba la acción criminal, en la utilización de personajes llenos de fuerza y credibilidad, en los diálogos chispeantes y cáusticos, y en la crítica social subyacente demostraban una singular maestría
Toda esta riqueza de contenidos y un creciente cuidado formal de la trama y la sintaxis por parte de los autores iba dotando de densidad y profundidad al género y elevando de forma progresiva su valor literario.
Pero paradójicamente el aviso sobre su calidad y su reconocimiento formal no tuvo lugar en Norteamérica, su lugar de origen,  sino en Europa donde se había exportado. Fue la publicación de la Serie Negra de Gallimard la que otorgó a este género el prestigio y la categoría literaria de la que muchos de sus autores se habían hecho acreedores.
No debe, por tanto, extrañar que Ramiro Pinilla y otros importantes escritores que habían triunfado en otros estilos hayan hecho escarceos en el género negro. Unas veces como un simple episodio dentro de una trama de orientación diferente, caso de Houellebecq en la magnífica obra de crítica social El mapa y el territorio, en la que intercala un peregrino episodio detectivesco que además de no empastar con la trama principal desluce la excelencia de una estupenda obra de critica social. Pero otras como auténticos seguidores del género negro. componiendo obras singulares de esta escuela aunque se desviaran radicalmente del estilo que los había hecho famosos.

"Chandler, Hammett o Cain, en la descripción hiperrealista de las atmósferas asfixiantes de miedo, inseguridad o violencia en los diálogos chispeantes y cáusticos, y en la crítica social subyacente demostraron una singular maestría"

Empezamos con el gran escritor vasco Ramiro Pinilla, de quien dimos noticia en su día por su magnífica trilogía Verdes valles, colinas rojas en la que apoyado en la saga de dos familias vascas, los Baskardo y los Altube, recreaba una historiografía, épica y crítica al tiempo del país vasco del último siglo centralizado en Getxo/Neguri de donde nunca se ha movido, que le valió, entre otros, el Premio Nacional de la Crítica y el Premio Nacional de Narrativa, y que le consagró como uno de los grandes narradores de nuestro país.
Pues bien este laureado escritor, en los últimos años de su vida, se ha incorporado con éxito al género de la novela policíaca creando un detective de ficción, émulo del Auguste Dupin de Poe o del Holmes de Doyle, encarnado en un librero de Getxo, Samuel Esparta, que con el método inquisitivo socrático de la tradición inglesa y con deducciones matemáticas de pequeñas pistas o indicios que deben encajarse como un rompecabezas preestablecido, resuelve en los ratos libres que le permite su actividad como librero los enigmas criminales que le plantean sus convecinos

"A pesar de su admiración por los dos grandes epígonos de la literatura negra norteamericana, Pinilla sigue la escuela inglesa clásica del thriller en sus tres etapas,  exploración, interrogatorio inquisitivo y deducción"

Su última novela Cadáveres en la playa (Tusquets Barcelona, octubre 2014) publicada el mes anterior a su muerte, trata de resolver el enigma de un enterramiento hecho por falangistas durante la guerra civil en la playa de Getxo que remueve las conciencias en 1970 cuando se teme que las corrientes marinas que están arrastrando la arena puedan dejarlo al descubierto. El problema estriba en que el enterramiento fue subrepticiamente presenciado por el viejo bañero del lugar, aun vivo, que vio también cómo alguien añadió a los fusilados un cadáver más que portaba en una carretilla y que se presume lo hizo el asesino cuya identidad debe averiguar Esparza. Pinilla desarrolla la trama en la más ortodoxa versión clásica utilizando métodos indagatorios racionalizados. A pesar de su admiración, repetidamente confesada, por los dos grandes epígonos de la literatura negra norteamericana, Raymond Chandler y Dashiell Hammett, sigue la escuela inglesa clásica del thriller en sus tres etapas,  exploración, interrogatorio inquisitivo y deducción, sin desviaciones o veleidades en torno al mal, la culpa o la autojustificación moral. Pinilla no coquetea con el cinismo o la duda, ni su detective-tipo está de vuelta de todo. Las coordenadas morales de los personajes, culpables o inocentes, no son discutibles, son firmes y sólidas. Es más. Presume en ellos, en todos, un rasgo poco habitual de nobleza, honor y dignidad que dificultará al culpable descubierto vivir en el futuro con el peso de su culpa. Pinilla esboza más que desarrolla, como ya hizo en una novela anterior, La higuera, una indagación sobre el honor, sobre la fuerza psicológica necesaria para soportar el peso del delito, sobre la energía del desasosiego y sobre si el cinismo es capaz de desactivar o al menos acallar el remordimiento interior. A Esparza le basta con inocular en el asesino el terror psicológico que, como en cierto modo en Crimen y Castigo, puede torturar al culpable, internamente arrepentido, y hacerle dudar de si podrá afrontar su pasado –el delito está prescrito-- y resistir la mirada de sus convecinos. Hay en la obra de Pinilla un sustrato ético, tal vez de origen religioso, que basta. No hacen falta policías ni jueces civiles.

"Pinilla esboza una indagación sobre el honor, sobre la fuerza psicológica necesaria para soportar el peso del delito, sobre la energía del desasosiego y sobre si el cinismo es capaz de desactivar o al menos acallar el remordimiento interior"

Tampoco es ortodoxa otra novela negra, ésta francesa, que, como en el caso anterior, también es novela menor frente a otra gran obra del mismo autor que aquí se editó antes y que le consagró definitivamente como gran escritor. Me refiero a Pierre Lemaitre, que obtuvo los más prestigiosos galardones franceses de novela, entre ellos el Goncourt 2013, con su obra Nos vemos allá arriba (Ed. Salamandra, Barcelona 2014) y que constituye un escalofriante drama psicológico enmarcado en una crónica social y política de la Francia posterior a la Gran Guerra.
Ahora acaba de ser publicada otra novela suya anterior de la serie negra Vestido de novia (Alfaguara, Madrid, 2014). No es comparable en ambición y proyecto con la antes citada, pero sí demuestra de sobra la categoría literaria del autor. Es un thriller perfecto, una obra dominada por la intriga y el suspense, una obra que atrapa al lector y no le permite desviar su atención del misterio que irradia una narración vertiginosa, una narración que está reproduciendo con las palabras y giros sintácticos,  insuflándolos en el lector, el vértigo y la ansiedad de una protagonista fugitiva, que corre sin tregua ni descanso, en estampida permanente.

La obra inspirada, según el autor reconoce, en un ensayo psiquiátrico, L’effort pour rendre l’autre fou, entra en terrenos psicóticos que enriquecen el misterio y la intriga por la manipulación psicológica que el autor proyecta y desarrolla de forma magistral sembrando dudas crecientes que permiten a los actores y al propio lector ir desvelando el misterio de forma escalonada.
Puede encuadrarse en la más clásica tradición de la novelística de enigmas. Los personajes, escasísimos, viven y transmiten su angustia. La atmósfera que recrea es asfixiante por el miedo, la inseguridad, la zozobra y las dudas que flotan sin cesar. La justificación psiquiátrica final es de escaso rigor científico, lo que el propio autor reconoce en la obra y justifica como error intencionado integrado en el guión. Un guión, por cierto, trabajado hasta el detalle, capaz de engañar al propio lector y que sitúa al autor en la lista de los grandes narradores de enigmas. Apenas roza la crítica social ni cualquier otro tema, la narración no admite desvíos ni distracciones. Es pura narración casi onomatopéyica de la angustia.

"El de Lemaitre es un thriller perfecto, una obra dominada por la intriga y el suspense, una narración que está reproduciendo con las palabras y giros sintácticos el vértigo y la ansiedad de la protagonista fugitiva"

Son dos obras recientes que se desvían de los estereotipos a que había conducido la concepción norteamericana del género policíaco de evasión que alcanzó su punto culminante, como ya se ha dicho, en las décadas siguientes a la Gran Depresión del 29 y cuyos parámetros quedaron fijados por las obras maestras de Chandler y Hammett y sus respectivos detectives de cámara, Marlowe y Spade, y popularizados en las inolvidables realizaciones para la gran pantalla de Houston, Hawks, Reed o Lang y demás grandes directores del cine negro de los cincuenta.
Los parámetros del género negro han demostrado una gran fecundidad, y su esquema ha sido utilizado para narraciones de la más diversa índole. Pinilla y Lemaitre, por ej., como hemos comentado, no participan de la ambigüedad ética ni se refugian en el Código de la relatividad moral como era frecuente en el género y nunca traspasan las líneas rojas de la moral, la ilicitud o la injusticia.  
Pero ahora hablamos sólo del método, de la fórmula del género. Su esquema formal, el suspense, la intriga suspendida o elongada como método de narración ha traspasado todas las fronteras y se ha utilizado en la narración de todos los temas.

"Las reglas del trhiller  podrían resumirse en una sola que predomina sobre todas los demás: la obsesión por tener atrapado al lector excitando su curiosidad. Aunque esto en ocasiones, como dijo Onetti, tal vez sea lo que sobra"

Por supuesto en el género policiaco. En nuestro país lo han usado entre otros Vázquez Montalbán, E. Mendoza o Martínez Reverte; en los países nórdicos, Islandia y toda la Escandinavia, ha habido recientemente una eclosión insólita que ha marcado un hito comercial con la trilogía, excesivamente valorada por cierto, Millennium de Stieg Larsson, y en Gran Bretaña, en los países mediterráneos y centroeuropeos ha habido una oleada inabarcable de obras con tramas de misterio y suspense que se engloban bajo la denominación universal de trhillers.
Pero también ha servido para las narraciones más variopintas. El canon ortodoxo ha seguido utilizándose, con las naturales variaciones, para denunciar nuevas formas de delincuencia organizada, crímenes y andanzas de la mafia o de los cárteles de la droga, etc., casi siempre acompañados de los consabidas alusiones a la corrupción política o judicial y al deterioro o descomposición de las estructuras político-sociales del estado. Y también para embarcar  al lector en tramas de enigmas fantasiosos como ocurrió con otras obras de ficción, también exageradamente valoradas, como aquel que fue hace años máximo best-seller El Código da Vinci y sus imitadores.  Y a veces incluso este método se ha ensayado para narrar historia real, con el riesgo de sacrificar el rigor histórico a la fórmula del suspense, lo que casi siempre ocurre.
Descripciones hiperrrealistas y escabrosas, abundantes diálogos a ser posible chispeantes y capciosos, ritmo rápido y ágil, lenguaje elíptico o metafórico, sintaxis directa, en los tiempos actuales sexo frecuente y si es posible anómalo, suspense dosificado y estirajado al máximo, capítulos cortos que finalicen siempre dejando en ascuas la curiosidad del lector. He ahí las reglas del trhiller que, como los mandamientos, podrían resumirse en una sola que predomina sobre todas los demás: la obsesión por tener atrapado al lector excitando su curiosidad. Aunque esto en ocasiones, como dijo Onetti, tal vez sea lo que sobra a muchas de las obras de este bloque inmenso de trhillers que nos abruma para que logren un reconocimiento literario de altura         

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