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REVISTA N59-PRINCIPAL

ENSXXI Nº 59
ENERO - FEBRERO 2015

MIGUEL ÁNGEL AGUILAR
Periodista

Hay medidas que se facilitan a la población civil para hacer frente a determinadas amenazas. Pueden ser vacunas, que inmunizan ante el avance de epidemias; aislamientos temporales que sellan un perímetro sanitario impermeable al contagio de infecciones; antídotos que neutralizan contaminaciones tóxicas del agua de boca o de la atmósfera;  ropa anti radiactiva en prevención de ataques nucleares; máscaras que evitan la inhalación de gases venenosos procedentes de bombardeos enemigos. Estas ayudas, cualquiera que sea la forma que revistan, vienen acompañadas siempre de las correspondientes instrucciones de uso. A veces sencillas, como el prospecto de un específico farmacéutico que señala las incompatibilidades, las contraindicaciones, los efectos secundarios y la dosificación apropiada, según la edad y el grado de afectación. Otras, más amplias en forma de manual para el usuario.
Pero las medidas más arriba enumeradas y el adiestramiento para utilizarlas, mediante la práctica de los ejercicios preceptivos, deberían complementarse con otras ayudas en aras de restablecer el equilibrio psíquico, alterado por la dieta informativa de alta toxicidad que constituye el nutriente básico de la población de nuestro país. Por ahí llegamos a la necesidad urgente de distribuir el manual de autoprotección contra la manipulación informativa, que empieza a reclamarse como un recurso de primera necesidad. La jornada de debate, que fue convocada por la Asociación de Periodistas Europeos en Madrid el pasado noviembre, lo puso de manifiesto con intervenciones esclarecedoras de periodistas de todo el arco mediático. El encuentro buscaba aproximarse de una parte, a las permanentes proclamaciones retóricas que los medios hacen de los afanes de servicio a sus audiencias y, de otra, a la praxis simultánea del cultivo de sus más bajos instintos, generadora de prósperos recursos.

"Existe la necesidad urgente de distribuir el manual de autoprotección contra la manipulación informativa, que empieza a reclamarse como un recurso de primera necesidad"

Se diría que los medios intentan identificar los prejuicios de sus audiencias para ponerse a su servicio. De ahí la creciente polarización de la prensa que, tiznada por los intereses personales o económicos de sus propietarios o editores, se entrega al seguidísimo de un determinado sector de potenciales lectores oyentes o espectadores para intentar ofrecerles lo que anticipan que quieren leer, oír o ver de modo que su versión informativa sea coincidente. Porque consideran que el modo de captar o fidelizar a ese sector es emitir en su misma longitud de onda, sin mostrar disentimiento alguno, ni añadir elementos de contextualización, que induzcan cualquier cuestionamiento. Semejante pauta damnifica también a los periodistas al obligarles a la renuncia a ese grado de independencia respecto al medio en el que ejercen, que tanto contribuye al equilibrio psicológico.  
El manual de autoprotección que aquí se propugna debería ilustrar sobre los engaños intencionados de los medios de comunicación, cómo detectarlos y desactivarlos. Debería también incentivar el sentido crítico, la sospecha inteligente, de los lectores, oyentes y espectadores para evitar que engullan el contenido de los medios sin el debido respeto la distancia reglamentaria, que tiene como resultado el amontonamiento y la falta de perspectiva. La distribución masiva de estos manuales debería hacerse a partir de las escuelas de segunda enseñanza donde, con ayuda de copias de los diarios, de escuchas de programas informativos de radio y proyección de programas informativos de televisión, convendría trabajar con el alumnado sobre casos prácticos que adiestren a los escolares en la detección y neutralización de las manipulaciones.
El poder político, de manera preeminente, pero todos los demás poderes, económicos, bancarios, patronales, sindicales, corporativos, religiosos, deportivos, etc. intentan desde su misma instauración acceder a la manipulación de los medios, servirse de ellos para presentar su perfil más favorable y escamotearles las realidades susceptibles de generarles desprestigio. Además, las nuevas tecnologías de la información han dado auge a otra manipulación, la procedente del público lector, oyente o espectador. Ahora, la interacción en tiempo real de los medios con sus audiencias, la conexión instantánea entre lo que están emitiendo y la respuesta suscitada en la audiencia, puede medirse en términos cuantitativos con la derivada correspondiente para su explotación publicitaria.
Los periódicos impresos parecían los más refractarios a esta última manipulación pero los mapas de calor elaborados a partir de ellos les han hecho entrar en esa parrilla, aunque donde mejor reina la métrica de la audiencia es en televisión porque el mercado publicitario es por completo reactivo a esos datos, como señala el director de eldiario.es, Ignacio Escolar. Mayor, más detallado y más instantáneo es el seguimiento que las publicaciones digitales pueden hacer de sus visitantes. Queda a su alcance saber en directo qué está pinchando cada uno, cuánto tiempo lee, de qué noticia viene, si ha llegado a esa página desde las redes sociales, por la portada o por un correo electrónico, si es su primera visita o si lleva tiempo haciéndolo. Por ahí podría venir una corriente degeneradora que llevara a satisfacer las demandas del público, con tendencia natural a la depravación.

"El manual de autoprotección que aquí se propugna debería ilustrar sobre los engaños intencionados de los medios de comunicación, cómo detectarlos y desactivarlos"

Además las nuevas posibilidades abiertas a la participación de los usuarios propenden de modo acelerado hacia el insulto y la descalificación, tanto más si pueden comparecer en el anonimato que estimula la agresión irresponsable sin coste alguno. Al periodista precario pueden impresionarle estas reacciones de los lectores que replican a los sistemas de interacción de los medios o que recurren a las redes sociales. Pero los editores perspicaces saben que el anunciante incluso el que intenta pervertir el juego para explotarlo en su favor valora en extremo la profesionalidad y el rigor en que se basa el intangible de la credibilidad del medio. Es también degenerativo que los medios se dediquen a halagar a sus audiencias para que se vean mejores a las demás en el espejo de Blancanieves que les ofrece el medio afín. Otra manera de manipular es el aplauso, por ejemplo en los programas de televisión con público en directo, donde un regidor que hace de jefe de claque determina cuándo, con qué intensidad y qué duración debe hacerse. Además ocurre que el aplauso suele estar vinculado a las mayores vilezas. Basta asomarse a cualquier mitin, a cualquier comparecencia pública de un político, para comprobar que los aplausos prenden al filo del insulto sin sentido. Asombra, por ejemplo, que la noche del 9-N el presidente de la Generalitat, Artur Mas, compareciera en el Pabellón de Italia para recoger aplausos siendo así que la campaña precedente a las urnas de cartón fue por completo tendenciosa y desequilibrada, sin espacio para el pluralismo, con reserva de linchamiento para los discrepantes. De modo que en vez de dar la vuelta al ruedo envanecido hubiera debido salir al tercio a ofrecer  rendidas excusas.               
Los periodistas han de evaluar la información en sus propios méritos, conforme al peso noticioso, a la noticiabilidad que arrojen bajo la Ley de la Gravitación Informativa, sin atender para su descarte a la averiguación de a quién perjudica o beneficia. También deben evitar otra manipulación muy sutil a veces a la que puede intentar someterles la fuente. Además, conviene que exijan el desenmascaramiento del anunciante, cuyo poder se ha multiplicado de forma directamente proporcional a su escasez, que ahora, con el brand content,  se avergüenza de exhibir su marca y prefiere esconderse detrás de la inducción de contenidos que tengan algún punto de tangencia con los intereses que le benefician. Ni siquiera encaramados a la cumbre del famoseo, los periodistas deberían ceder al espectáculo ni convertirse en protagonistas de la noticia. Refería un buen amigo que, mientras atendía una invitación de tres meses para dictar una serie de lecciones en torno a la transición en febrero de 1984 invitado por la Universidad de Carolina del Norte en su sede de Chapell Hill, se produjo un relevo en la dirección de The New York Times. Al saliente Rosentiel le preguntaron cuántas veces había sido noticia en el periódico que había encabezado durante una década y dijo que sólo dos: el día de su nombramiento y el de su relevo.

"Además las nuevas posibilidades abiertas a la participación de los usuarios propenden de modo acelerado hacia el insulto y la descalificación, tanto más si pueden comparecer en el anonimato que estimula la agresión irresponsable sin coste alguno"

Un proceder en las antípodas de los actuales usos ibéricos en particular por parte de los profesionales que han generado periódicos de autor, donde se hace noticia permanente de sus directores y se dedican páginas sin cuento a ocasiones sociales de muy dudoso interés público con motivo de premios o coloquios y conferencias. Abochornan los pies de foto de la marquesa del pollo frito con el presidente de la Cepyme y el conde de los sin tierra con el consejero delegado de barbitúricos elementales y por ahí adelante hasta completar 12 o 16 páginas como si fuera el trabajo fotográfico de un congreso de odontólogos ofrecido en un panel a los participantes para formular encargos, en épocas remotas antes de los teléfonos móviles que ahora sirven las ansias de imagen de cada uno.
Con la exageración y el verismo propios de la caricatura cabe decir que noticia es aquello que alguien está intentando que no se publique. Frente a la tendencia a sucumbir buscando ser trending topic, Rubén Amón, erigió la afirmación de fundador de la BBC, John Reith: sabemos lo que quieren los espectadores y como lo sabemos no se lo vamos a dar. Por eso señalaba que los periodistas deben levantar un dique inequívoco entre el deber y la conveniencia y romper el vasallaje ofrecido no sólo al poder sino a su clientela. Denunciaba también el conflicto de intereses de algunos profesionales que no tienen pudor en anunciar un banco o una compañía eléctrica. En aproximación autocrítica valerosa, sin alterar el tono del debate, se atrevió a decir que la profesión periodística es bastante corrupta. Para desdramatizar recuperó una anécdota de Camará, el apoderado taurino de Manolete, ante quien ponderaba lo mucho que valía el crítico Clarito que entonces se iniciaba. El comentario del maestro fue lacónico: “si, ¿cuánto vale?”. Esa es la duda que tenemos todos delante: ¿cuánto valemos, por cuánto se nos puede comprar y hasta cuánto estamos dispuestos a decir que somos incorruptibles?

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