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Por: BENIGNO PENDÁS GARCÍA
Catedrático de Ciencia Política de la Universidad CEU San Pablo. Ex director del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. Académico de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas

 

…y esta Constitución fue aprobada por los españoles el 6 de diciembre de 1978, cumplió los cuarenta años de su edad y fue objeto de festejos y agasajos, bien organizados y muy merecidos, aunque con aire inevitable de oficialismo convencional. Con ese motivo se publicaron también muy buenos libros (algunos monumentales) y números monográficos de revistas científicas y corporativas. Se celebraron jornadas, seminarios y congresos para cobijar sesudos estudios académicos. Hubo discursos brillantes, en los que nunca faltó la palabra “consenso”. Se tomaron imágenes de los líderes políticos, en tregua durante un rato, que hicieron declaraciones de tono institucional y, por eso mismo, con discreto eco en los medios de comunicación. Por cierto que aquí ya faltaban unos cuantos, y el observador imparcial empezó a sospechar: “el famoso consenso… no es lo que era”.

He dedicado (y pienso dedicar) lo mejor de mi vida profesional al servicio de una defensa activa de la España constitucional. Acepto con mucho gusto, cómo no, la propuesta de EL NOTARIO DEL SIGLO XXI para aportar nuevas reflexiones sobre este cuadragésimo aniversario. ¿Nuevas? A veces tengo la sensación de haberlo dicho ya todo. Sintetizo ahora la vertiente positiva, con argumentos que utilizo habitualmente, pero me extiendo en la faceta negativa, en forma de inquietudes, preocupaciones, incluso disgustos. Vamos a ello.

Elogios

“Una confianza audaz en la libertad”: el célebre texto de Pericles (recreado, acaso inventado, por Tucídides) es el discurso más brillante de la Historia de las ideas Políticas. Con la sobriedad de los clásicos, resume a la perfección ese “proyecto sugestivo” orteguiano que los españoles emprendimos JUNTOS hace ahora cuarenta años: confianza, audacia y libertad. No es el momento de entrar en detalles sobre aquel tiempo apasionante, tal vez idealizado por la nostalgia. Porque, como dijera Antonio Machado, “solo me acuerdo de la emoción de las cosas y se me olvida todo lo demás… ¡Grandes son las lagunas de mi memoria!”. Esa reminiscencia platónica nos lleva a reconocer como merecen a los protagonistas de la Transición modélica desde la dictadura a la democracia. A través de ellos se refleja la dignidad de la política, espejo de la vida, actividad noble como pocas cuando se orienta hacia el “bien común” o el “interés general”: dejemos que cada uno lo diga según sus preferencias, muy significativas para el historiador del pensamiento. Esa Política con mayúsculas, honesta y pulcra, permite (cito a otra ilustre orteguiana, María Zambrano), “humanizar la Historia, y aún la vida personal”. Me viene a la memoria, con sus grandezas y servidumbres, la figura de Adolfo Suárez. Me preocupa (lo pienso mucho últimamente) que para mis alumnos de la Facultad sea tan solo el nombre de un aeropuerto… Recuperar lo mejor de la política es tarea urgente e inexcusable. Ahí nos jugamos literalmente el futuro.

“Recuperar lo mejor de la política es tarea urgente e inexcusable. Ahí nos jugamos literalmente el futuro”

Por eso merece respeto y afecto la mejor Constitución de la historia de España, expresión de un poder constituyente que se hace presente con legítimo orgullo: “la Nación española, en uso de su soberanía…” (Preámbulo); “España se constituye…” (art. 1.1); “la soberanía nacional reside en el pueblo español…” (art. 1.2). Los fundamentos de nuestra Norma Fundamental siguen, a mi juicio, plenamente vigentes: a) la dignidad de la persona, centro y eje de los derechos fundamentales, algunos tan anhelados en aquellos días como la libertad de expresión o la participación política; b) la Monarquía parlamentaria, tanto por el papel determinante de la Corona como por la centralidad de las Cortes Generales en la vida democrática; c) en fin, y aquí estamos en el terreno de lo discutible, el Estado de las Autonomías, una solución -creo- moderada y ponderada para dar respuesta a una doble evidencia: la unidad y la pluralidad de España, como nación y como Estado. Nuestro país dejó atrás (o, al menos, eso parecía) esa vida “dividida y angustiada”, como gustaba decir don Américo Castro. Gracias a “las Transiciones” (no solo política y jurídica; también económica, social, cultural, incluso académica) España saltó, acaso con excesiva premura, de premoderna a posmoderna y pasamos a gozar (el verbo no es inocente) de una democracia igual de buena e igual de mala que nuestros socios y vecinos. Hemos vuelto a ocupar, gracias al Estado social y democrático de Derecho, el lugar que nos corresponde en Europa y en el mundo, y así lo reflejan (tengan el valor que tengan) las evaluaciones muy difundidas de The Economist o de Freedom House.
Constitución es democracia. Así se titula el capítulo introductorio que firmo en un libro ambicioso y coral que se acaba de publicar con ocasión de la efeméride: España constitucional (1978-2018). Trayectorias y perspectivas, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2018, prólogo del Rey Don Felipe VI, 5 volúmenes, 300 capítulos y más de 4.500 páginas, con participación de muchos de los mejores en el ámbito del Derecho, la Economía, la Sociología y la Ciencia Política, la Historia o las Humanidades . Fuera de la Constitución, en efecto, volvemos al estado de naturaleza hobbesiano, a la “guerra de todos contra todos” (en sentido metafórico, espero y deseo); en definitiva, con términos de Mircea Eliade, el cosmos volverá a ser caos. También los académicos, los intelectuales, quienes tenemos voz en el espacio público, hemos de contribuir con buenos argumentos, abriendo espacios a la moderación, sin exageraciones ni sectarismos.

“La España de 2018 es mejor, yo diría que mucho mejor, que aquella de 1978. Por eso la Constitución vale, y vale mucho”

Termino con los elogios. El balance es claramente positivo: la España de 2018 es mejor, yo diría que mucho mejor, que aquella de 1978. Por eso la Constitución vale, y vale mucho. Un país incómodo ante ciertos aspectos de la Modernidad la hizo suya con entusiasmo juvenil, en la búsqueda proustiana del tiempo perdido. Llegamos “tarde, pero bien”, resume con acierto Javier Gomá. La Transición supo encerrar bajo siete llaves (casi) todos los viejos demonios históricos. Hemos construido una democracia hoy día inquieta, igual que todas las demás. El centro político, con sus matices, sigue siendo la clave: al margen de aventuras con poco recorrido, la derecha ha resistido mejor que la izquierda la tentación populista. Las instituciones democráticas funcionan más o menos bien. El Estado social hace frente con éxito razonable a las crisis periódicas. El Estado de Derecho, obviamente mejorable, garantiza los derechos y libertades.
Hasta aquí las luces. Pero cuidado con las sombras: según advierte Goethe, “también en tierra firme hay naufragios”.

Inquietudes

Cuarenta años no pasan en balde. Hemos perdido la inocencia, no siempre feliz, de la infancia y la adolescencia para alcanzar tiempos de madurez, propios para hacer balance y aprovechar la experiencia. A mi juicio, repito, los fundamentos siguen siendo perfectamente válidos. Pero, como el personaje de Alejo Carpentier, “la tierra me iba cansando”. Abundan las metáforas, convertidas en lugares comunes: hay fatiga de materiales, dicen unos; no se debe abrir la caja de Pandora, contestan otros. Sobre una eventual reforma, es imprescindible distinguir entre quienes pretenden la ruptura, con grave riesgo para la convivencia, y quienes propugnan dicha reforma con intención de reforzar la Constitución. Con los primeros no hay mucho que hablar; con los segundos, es posible y deseable abrir un debate con argumentos racionales.
Para identificar las inquietudes, podemos clasificarlas en dos bloques: déficit democrático y quiebra territorial. Veamos por qué.

“Para identificar las inquietudes podemos clasificarlas en dos bloques: déficit democrático y quiebra territorial”

A) Nuestra democracia, faltaría más, es imperfecta. En rigor, escribe Sartori, “comparada consigo misma, la democracia siempre decepciona”. Seamos, pues, sensatos, porque no hay bálsamo de Fierabrás que cure de un día para otro todos los males. Pero los problemas están ahí. Los partidos (y sindicatos y entidades análogas) son como son: la tentación oligárquica aparece más pronto que tarde y no se libran de ella los “nuevos” partidos, en cuanto intuyen la proximidad del poder. Los derechos y libertades, a pesar de que el Título I es muy valioso, requieren una puesta al día: ahora hay “más” igualdad que hace cuarenta años, las nuevas tecnologías cambian el mundo cada día y algunos “principios rectores” exigen un replanteamiento: ¿tal vez como genuinos derechos? Conviene, en todo caso, no levantar expectativas imposibles (o muy difíciles) de cumplir, que son una fuente segura de frustraciones y protestas. La vida parlamentaria es mejorable, desde el procedimiento legislativo hasta los medios de control al Ejecutivo. La propia experiencia reciente con el artículo 99 (investidura) y 113 (moción de censura) invita a extraer conclusiones para el futuro. El Poder Judicial, su autogobierno, la independencia de los jueces, la ordenación de los procesos (en especial, los penales) son cuestiones abiertas y los “bandazos” del legislador y de los responsables políticos no ayudan a encauzarlos.
Este catálogo mínimo podría ampliarse a gusto del lector. No sé si me gusta, después de haber trabajado bajo su estela, la palabra “regeneración”. Pero aquí sigue, a falta de otra mejor, y todos nos entendemos. Un último apunte, de plena actualidad. Es muy lógico debatir sobre los aforamientos, aunque convendría escuchar todos los argumentos y no solo los más aparentes. Pero no es apropiado plantear una reforma aislada de la Constitución, por razones coyunturales y con evidente improvisación de los contenidos. Menos mal (para eso sirven las instituciones) que el asunto se encarga al Consejo de Estado, alterando sobre la marcha los planes iniciales del Gobierno. Este no es el camino de las reformas, y así lo piensa una mayoría muy notable de los expertos, incluidos muchos que son favorables a la reducción sustancial del número de aforados. En pocas palabras: la reforma de la Constitución no puede ser utilizada como arma arrojadiza en la política cotidiana.

“La reforma de la Constitución no puede ser utilizada como arma arrojadiza en la política cotidiana”

Estoy sinceramente a favor de este reformismo de corte regeneracionista, siempre y cuando evitemos las precipitaciones y las ocurrencias. Ocurre, sin embargo, que el tiempo político no puede ser menos propicio: legislatura frágil, elecciones en el horizonte, propuestas contradictorias. Vamos a estudiar en serio y, más adelante, ya veremos cómo evoluciona la situación política.
B) El verdadero problema no resuelto se llama Cataluña. Tenemos la tentación, sin duda bienintencionada, de envolver una carga en profundidad contra la Constitución en una discusión técnica sobre la organización territorial. Los llamados significativamente “soberanistas” impugnan nada menos que la titularidad del poder constituyente. Después de muchos eufemismos, hablan sin matices de independencia. Es, pura y simplemente, la quiebra de la Constitución, de la nación y del Estado. Hay que ponerse muy serios, aunque sin incurrir en dramas ni histerismos. Acabar con un Estado nacional que cuenta ya varios siglos es un desafío de dimensión histórica. Mucho más, si lleva consigo la exclusión de la mitad de los ciudadanos de Cataluña, porque el “supremacismo” (sin eufemismos: racismo) es incompatible con la democracia constitucional. Es inútil rasgarse las vestiduras, buscar culpables por maldad o por torpeza o amenazar con el Apocalipsis: la realidad existe al margen de nuestras preferencias. Pero de ningún modo es admisible el derrotismo y, mucho menos, el entreguismo: la España constitucional tiene razón desde el punto de vista histórico, político, jurídico-constitucional, socioeconómico y (yo diría que es lo principal) de la psicología social, los afectos y el sentido común. El enemigo no es imbatible y si sucede algo irreparable la culpa será tanto propia como ajena.

“El verdadero problema no resuelto se llama Cataluña”

La batalla de las ideas es determinante. Para empezar, Cataluña, como España, Europa o cualquier otra entidad sociocultural, es una sociedad abierta y plural, muy lejos de las esencias historicistas (y retrógradas) cuyo monopolio pretenden ejercer los nacionalistas. Se puede ser catalán de muchas maneras; también, por supuesto, siendo al mismo tiempo español, europeo y cosmopolita, como yo mismo puedo aseverar por mi propia condición. Conste que hablo de mí (aunque somos unos cuantos millones) porque -como decía Unamuno- soy “el hombre que tengo más a mano”.
Cuando se hace frente a un conflicto existencial (y aquí es pertinente citar a Carl Schmitt y no a Hans Kelsen), suele ser inútil plantear soluciones intermedias, que el nacionalismo radical desprecia una y otra vez. A estas alturas, no sirve (no sirvió nunca, en realidad) hablar de “nación de naciones” o de más financiación y nuevas competencias. Tampoco, me temo, ofrecer el federalismo, un concepto que solo se puede utilizar en plural, como dice la profesora italiana Tania Groppi. Hay, en efecto, federalismo dual o cooperativo, coming together o holding together o -en otro nivel del discurso académico- light (elementos “federalizantes”), “serio” (Estatutos cuasiconstitucionales y poder judicial propio) y “fuerte” (muy cerca de la Confederación, que ya es un sujeto de Derecho Internacional y no de Derecho Constitucional).
Así pues, la España constitucional ha sido, es y (eso espero) será un éxito del que todos, casi todos, estamos orgullosos. No hay que dejarse llevar por la tristeza cívica, como decía el personaje de Dostoievski, o por ese pesimismo estéril que heredamos del 98. Los enemigos de la Constitución no son imbatibles, siempre y cuando la sociedad española actúe con madurez y los políticos con responsabilidad. Termino con Borges, lúcido como siempre: “Hoy, si se emprende una aventura, está destinada al fracaso”.

Palabras clave: España constitucional, Reformas, Madurez, Responsabilidad.
Keywords: Constitutional Spain, Reforms, Maturity, Responsibility.

Resumen

La España constitucional ha sido, es y será un éxito del que todos, casi todos, estamos orgullosos. No hay que dejarse llevar por la tristeza cívica o por el pesimismo estéril. Los enemigos de la Constitución no son imbatibles, siempre y cuando la sociedad española actúe con madurez y los políticos con responsabilidad.

Abstract

Constitutional Spain has been and will be a success that everyone - or almost everyone - is proud of. We must not let ourselves be swayed by civic disillusion or sterile pessimism. The enemies of the Constitution are not invincible, provided that Spanish society acts maturely, and our politicians act responsibly.

 

 

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