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REVISTA84

ENSXXI Nº 84
MARZO - ABRIL 2019

Por: MIGUEL ÁNGEL AGUILAR
Periodista


LA PERSPECTIVA

“Sin el partido bolchevique, el descontento popular sería como el vapor no encerrado en un cilindro”. Esta frase de Trotsky ha llevado a los teóricos del cambio político, y en concreto a los teóricos de la revolución, a establecer “la existencia del cilindro de Trotsky”, es decir, de un partido político u organización que canalice la acción colectiva, como condición necesaria para la realización de ésta. Más allá de ese contexto, el cilindro de Trotsky constituye la metáfora del funcionamiento del sistema político articulado entre las demandas de los ciudadanos que integran la comunidad política y las instituciones que ejercen el poder con capacidad de desarrollar las políticas públicas necesarias para satisfacerlas. Los cilindros apresan el vapor, lo transforman en energía que mueve los émbolos y ponen en marcha el barco o el tren. Tal es el rol -escribe Manuel Montobbio- que desempeñan, o deberían desempeñar, en el sistema político las estructuras de intermediación ya tengan vocación de atender las demandas de la ciudadanía en su conjunto, como los partidos políticos; o se limiten a impulsar las circunscritas a un determinado ámbito o interés colectivo, como es el caso de las organizaciones empresariales y de los sindicatos.

De Trotsky y la revolución venimos a Víctor Hugo quien advertía que “las revoluciones como los volcanes tienen sus días de llamas y sus años de humo” y al libro, Identidad, la demanda de dignidad y las políticas de resentimiento (Ediciones Deusto, Barcelona, 2019), de Francis Fukuyama donde se cuestiona una de las características más sorprendentes de la política global de la segunda década del siglo XXI: que las nuevas fuerzas que la conforman sean partidos y líderes nacionalistas o religiosos, las dos caras obsesivas de la identidad, que han pasado a sustituir a los partidos de izquierda enfocados en la lucha contra las diferencias de clase que campearon de forma hegemónica en el siglo XX. Sucedió que con el cambio de centuria en toda Europa los partidos de izquierda giraron al centro y en muchos casos se hicieron indistinguibles de sus coligados de centro derecha.

"Los teóricos de la revolución han establecido “la existencia del cilindro de Trotsky”, es decir, de un partido político u organización que canalice la acción colectiva, como condición necesaria para la realización de ésta"

Pero falta explicar por qué el aumento de la desigualdad global -referida más a la que divide por dentro a los países que a la establecida entre ellos- sumada a lo largo de las últimas tres décadas haya podido transcurrir en paralelo con la debilidad creciente de la izquierda. Lo esperable hubiera sido el resurgimiento de la izquierda en aquellos países donde son mayores los niveles de desigualdad, habida cuenta de que en las señas de identidad de las fuerzas situadas en ese cuadrante figura el propósito de utilizar el poder del Estado para redistribuir la riqueza. Desconcierta el fracaso de la izquierda a la hora de capitalizar el aumento de la desigualdad mundial y observar cómo en su lugar la derecha nacionalista haya tenido el crecimiento exponencial que apunta Fukuyama. Ningún consuelo aporta Ernest Gellner para quien en esencia los marxistas explican que el espíritu de la historia o la conciencia humana se equivocó trágicamente de modo que el mensaje del despertar destinado a las clases, por algún terrible error postal le fue entregado a las naciones. Menos aún que la causa de esta equivocación se atribuya a toro pasado a la forma en que los incentivos económicos se entrelazan con los problemas de identidad en el comportamiento humano. 

"Falta explicar por qué el aumento de la desigualdad global -referida más a la que divide por dentro a los países que a la establecida entre ellos- sumada a lo largo de las últimas tres décadas haya podido transcurrir en paralelo con la debilidad creciente de la izquierda"

En El primer hombre, que acaba de reeditar Tusquets como homenaje veinticinco años después de su primera aparición, Albert Camus -que sabía de la pobreza por haberla vivido, aunque nunca adujera esa vivencia personal como argumento en su propia defensa- escribe que “a fin de cuentas el único misterio es el de la pobreza, que hace que la gente no tenga ni nombre ni pasado”. Y es que la situación del hombre pobre, según observa Adam Smith en su Teoría de los sentimientos morales, lo convierte en invisible, condición de la que deriva la indignidad, un padecimiento más dañino que el de la falta de recursos. De modo que los economistas, cuando en una aproximación primaria sostienen que los humanos solo estarían incentivados por el deseo de los bienes materiales, olvidan el factor capital que representa la obtención del reconocimiento de los demás hasta alcanzar igual o superior nivel de dignidad. Porque, siempre, la búsqueda de la riqueza es inseparable de la de ser atendido, ser notado con simpatía, complacencia y aprobación. Así que el rico se enorgullece de su riqueza y el pobre se avergüenza de su pobreza, salvo en momentos fugaces de fiesta excepcionales como los descritos en la canción de Joan Manuel Serrat:

Vamos subiendo la cuesta
que arriba mi calle
se vistió de fiesta.
Y hoy el noble y el villano,
el prohombre y el gusano
bailan y se dan la mano
sin importarles la facha.
Juntos los encuentra el sol
a la sombra de un farol
empapados en alcohol
magreando a una muchacha.
Y con la resaca a cuestas
vuelve el pobre a su pobreza,
vuelve el rico a su riqueza
y el señor cura a sus misas.
Se despertó el bien y el mal
la zorra pobre al portal,
la zorra rica al rosal,
y el avaro a las divisas.

Al fomento del orgullo y la vergüenza, respectivamente de ricos y pobres, contribuyen, como nos tiene explicado Joaquín Estefanía en su libro Los años bárbaros, quienes ostentan el poder y la riqueza y lo utilizan para reforzar sus posiciones condicionando la forma de pensar del público, de modo que lleguen a ser aceptables unas diferencias que sin esa pedagogía serían percibidas como odiosas. Claro que para que esa tarea pueda cumplirse es preciso, además, que los medios de comunicación deserten de ejercer el poder compensatorio que les asignaba John Kenneth Galbraith. Deserción que arrastra, como ya ha quedado escrito en estas páginas, la pérdida de calidad de la democracia. Porque periodismo es atender a los rastros, pero también a las cicatrices y un periodista nunca desespera en la lucha por lo que cree verdadero y aunque sepa que su esfuerzo será inútil procede como si su acción pudiera influir en el curso de los acontecimientos. Está persuadido con Camus de que la nobleza del oficio está en la resistencia a la opresión, y por lo tanto en decir que sí a la soledad.

"Siempre, la búsqueda de la riqueza es inseparable de la de ser atendido, ser notado con simpatía, complacencia y aprobación. Así que el rico se enorgullece de su riqueza y el pobre se avergüenza de su pobreza"

En otro plano, Fukuyama disiente de que la diversidad sea en sí un bien incuestionable. Menciona Siria y Afganistán como lugares muy diversos y subraya que el resultado de esa diversidad ha sido violencia y conflicto y apunta que la diversidad étnica llevó a la implosión del Imperio austrohúngaro cuando las nacionalidades que lo componían decidieron que eran incapaces de convivir en una estructura política común. De manera que la Viena de Malher, Freud, Krauss o Wittgenstein dio paso al paroxismo de los enfrentamientos entre serbios, búlgaros, checos, eslovacos y demás. De esos años viene la mala fama de la identidad nacional por quedar asociada a un sentido excluyente de pertenencia denominado etnonacionalismo. Es en esa forma cerradamente étnica, intolerante, agresiva y profundamente iliberal donde reside el problema.
De manera que si el vapor queda fuera del cilindro de Trotsky y se disipa pierde toda capacidad de canalizar el impulso del émbolo en energía transformadora. En el ámbito militar sería la diferencia entre distribuir armas como quien distribuye raciones alimenticias o encuadrar en unidades a los reclutados porque enseguida se averigua que sin encuadramiento no hay disciplina. Y como con frecuencia los individuos perciben en términos de pérdida de identidad lo que es mera angustia económica derivada de la privación de recursos y acaba por forjarse un vínculo entre el ingreso y el estatus, los grupos ultra nacionalistas y ultra religiosos acaban resultando más atractivos que los de coloración izquierdista, basados en la división de clases. Atentos.

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