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REVISTA93

ENSXXI Nº 93
SEPTIEMBRE - OCTUBRE 2020

Por: JOSÉ ARISTÓNICO GARCÍA SÁNCHEZ
Presidente de EL NOTARIO DEL SIGLO XXI


LOS LIBROS

La aparición en 1962 del pecio de El Batavia ha permitido recuperar fielmente la memoria de su hundimiento y de la masacre que le siguió

El aldabonazo que para revisar la leyenda negra ha supuesto la profesora Roca Barea con su obra Imperiofobia comentada en su día en esta revista, aún mantiene activo su rebufo. Unas veces en polémicas estériles, como aquí se denunció a propósito de su siguiente obra, Fracasología, o en apologías fervientes como la del escritor y periodista bilbaíno Pedro F. Barbadillo en la serie Eso no estaba en mi libro, en este caso, de Historia del Imperio español (Ed. Almuzara, Madrid 2020), en la que enumera y cataloga las gestas españolas, añadiendo a las ya sabidas, conquistas, primeras catedrales y universidades de América, primer país en excluir la esclavitud... etc., otras primicias interesantes y olvidadas como la participación activa de las mujeres en la gobernanza del Imperio desde Isabel, o los títulos nobiliarios, rentas y señoríos con que la Corona española distinguió a los descendientes de Atahualpa y Moctezuma del que por cierto desciende curiosamente por ejemplo el Duque de Ahumada fundador de la Guardia Civil.

También hay otras obras desde luego, las más, con estudios severos de lo que fue realmente la colonización americana. Incluso el rebufo de la obra de Barea ha extendido su influencia a revisar lo que fue la colonización del Índico y las islas de las especias, o los episodios que ocurrían en las metrópolis de la propia Europa, crispada en esa segunda mitad del siglo XVI y primera del XVII, por una tensión religioso/nacionalista que provocó atrocidades inauditas que muchas de las veces iban quedando en una penumbra más o menos intencionada.

"El escritor y periodista australiano Peter Fitz-Simons reconstruye minuciosamente la pasmosa y poco divulgada historia del naufragio en 1629 de un buque emblemático que llevaba ese nombre, Batavia"

Tumultos religiosos en Flandes
Miremos un momento, por ejemplo, hacia el foco de mayores revueltas, las Provincias Unidas. ¿Quién recuerda a los corsarios calvinistas, los llamados Mendigos del mar, y las atrocidades con que asolaron costas y puertos y los crueles desmanes que ordenó su infame caudillo Lumey de la Marck y otros fanáticos calvinistas de la época protegidos todos ellos por cierto por Guillermo de Orange, como recuerda Roca Barea en la obra citada? Las guerras de Flandes entre las tropas imperiales y rebeldes, en realidad provocadas, según aduce, por un nacionalismo belicoso envuelto en la bandera del luteranismo, fue brutal por ambas partes y dejó una estela de odios recíprocos y crueldad que la propaganda luterana exclusivizó en el Duque de Alba cuando sus métodos nunca alcanzaron las cotas de los Tudor en Irlanda, los Habsburgo en Transilvania, los exaltados de Guisa el día de San Bartolomé o los calvinistas fanáticos de Orange, Ryhove y Hembyze por ejemplo, en Gante y otros lugares de las Provincias Unidas.

"Era un famoso galeón holandés cuyo naufragio pasó a la historia, como el de otros dos barcos señeros, el Titanic y el Vasa, por ocurrir en su primera y única singladura. Pero que superó a éstos en fama por la truculencia de lo vivido por los supervivientes tras el naufragio"

Y siguiendo este hilo recordemos que Guillermo de Orange, el agente europeo más activo de la propaganda hispanofóbica, el difusor de las más virulentas insidias contra el Anticristo, Felipe II, y el más torticero en los ataques a la Inquisición y la colonización americana, no tuvo escrúpulo alguno en abjurar del luteranismo y convertirse al calvinismo con toda su familia solo para atraer a su causa a calvinistas y hugonotes. Ni para con una mano proteger el filibusterismo radical incitando a pillajes y estragos y enarbolar con la otra el puritanismo como norma moral. ¡Ay del puritanismo de aquella época! No está de más recordar aquí la reflexión del gran filósofo rumano Emil Cioran de que si se pusiera en un plantillo el mal que los puros han derramado en el mundo y en el otro el procedente de los llamados corruptos, la balanza se inclinaría sin dudarlo hacia el primer platillo.

"Las circunstancias de la desaprensiva colonización mercantil de las islas de las especias nunca incluyó la educación o conversión de los indígenas como la española, sino que se limitó como es sabido a la mera explotación implacable desde la prepotencia de su riqueza como único objetivo"

El aciago hundimiento de un galeón singular
Viene todo al caso de una obra que acaba de aparecer y que de algún modo ilustra y documenta el ambiente de intolerancia y crueldad que vivía la sociedad centroeuropea en esa era de guerras y persecuciones religiosas. Me refiero a la publicación, en la conocida colección de historia Papeles del tiempo (Ed. Machado Libros, Madrid, 2020), de un sorprendente trabajo, El Batavia, en el que el escritor y periodista australiano Peter Fitz-Simons reconstruye minuciosamente la pasmosa y poco divulgada historia del naufragio en 1629 de un buque emblemático que llevaba ese nombre, Batavia. 
Era un famoso galeón holandés cuyo naufragio pasó a la historia, como el de otros dos barcos señeros, el Titanic y el Vasa, por ocurrir en su primera y única singladura. Pero que superó a éstos en fama por la truculencia de lo vivido por los supervivientes tras el naufragio. El paso del tiempo y una subconsciente condena como tantas otras a cierta damnatio memoriae, habían ido difuminando esta historia. El descubrimiento del pecio en 1962 por un submarinista removió la memoria y recuperó la pavorosa crónica de este nefasto naufragio.

"Esta historia nos permite asistir a la génesis de un capitalismo balbuceante, entusiasta y excedido por una anomia absoluta, una ausencia de leyes o reglas morales, que pudieran encauzarle"

No es solo la salvaje brutalidad que siguió al naufragio lo que sorprende de la narración. También asombra la descripción de la atmósfera que rodeaba a aquella sociedad atormentada por luchas aparentemente religiosas que, como ya se ha dicho, envolvían convulsiones nacionalistas, y de las circunstancias de la desaprensiva colonización mercantil de las islas de las especias que habían descubierto para occidente los portugueses y que, aparte los abusos y excesos innegables en ambos casos, nunca incluyó la educación o conversión de los indígenas como la española, sino que se limitó como es sabido a la mera explotación implacable desde la prepotencia de su riqueza como único objetivo.

Capitalismo y negocio a ultranza
Y también tiene interés esta historia porque nos permite asistir a la génesis de un capitalismo balbuceante, entusiasta y excedido por una anomia absoluta que pudiera encauzarlo.
Ámsterdam inventó el comercio a gran escala y creó la primera empresa multinacional, la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, la VOC, una auténtica asociación de plutócratas, abierta a los poderosos mercaderes de la época que lo desearan, que podían invertir ad libitum en cada viaje-empresa la cantidad que quisieran arriesgar, pudiendo luego negociar en todo o en parte durante el periplo su participación o cuota invertida (hoy la llamaríamos paquete de acciones) y recibiendo, al concluir la empresa-viaje en cuestión, la parte del beneficio obtenido que correspondiera a su cuota en el negocio.

"No resulta aventurado suponer que en el espíritu de este capitalismo incipiente latían ya las teorías disparatadas hijas de una lógica erística que Max Weber divulgó dos siglos después en su obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo, sobre la relación entre riqueza y protestantismo"

No había más objetivo en aquellas expediciones que la ganancia, y a ella se supeditaba el viaje y la gestión. Y las artimañas o desmanes de cualquier laya a que hubiera que recurrir para obtenerla se cubrían hipócritamente con el manto aparentemente estricto del puritanismo. No resulta aventurado suponer que en el espíritu de este capitalismo incipiente latían ya las teorías disparatadas hijas de una lógica erística que Max Weber divulgó dos siglos después en su obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo, sobre la relación entre riqueza y protestantismo. Quizá ya en el siglo XVII esta confesión religiosa, en su modalidad calvinista, trataba de superar las enseñanzas evangélicas sobre la riqueza para justificar la predestinación a las ganancias y su purificación en base a una ética, otra, superior a cualquier moral cristiana. Potente síntoma delatador es el descarado lema de la poderosa multinacional de que hemos hablado: Jesús es bueno pero el negocio es mejor.

Los hechos escuetos son asombrosos
El Batavia es un barco. Un barco singular, irrepetible. Un galeón mercante de tres palos. No había uno igual en su época. 50 metros de eslora, 12 de manga, tres veces mayor que el Sta. María que llevó a Colón a América, su palo mayor alcanzaba 55 metros. Construido en los mejores astilleros de Holanda. Cada pieza de su armadura fue seleccionada con rigor. 1.700 m3 de madera de roble selecto necesitó su construcción. Desplazaba 1.200 toneladas. Decorado con esplendor, era el orgullo de los astilleros holandeses. Armado con 24 cañones, fue preparado para transportar, ya en su primera singladura, importantes tesoros de la Compañía, cofres de oro, diamantes, joyas, obras de arte… Solo admitió 50 pasajeros, pero le servían 190 oficiales y marineros, y 100 soldados mercenarios lo defendían. Era el barco más imponente, la enseña de la Compañía más poderosa y como tal recibió un nombre mítico, Batavia, en honor de los bátavos, famosa tribu germánica rebelde frente a Roma, ancestro de los neerlandeses y símbolo también de su rebelión frente a la opresión española, nombre que también asignaron al primer enclave comercial holandés en Oriente y que mantuvo su nombre Batawi hasta 1942 en que los japoneses le dieron su nombre actual, Yakarta.

"Un espectáculo dantesco. Barro, sangre y maldad refinada. Algunos rasgos de nobleza, generosidad y heroísmo que ni borran ni mitigan la brutalidad, el fanatismo, la lujuria, la codicia, la venganza, la dictadura del terror, la esclavitud sexual, el sadismo criminal que se desata entre aquellos centenares de náufragos"

El fletador era la todopoderosa y ya citada Compañía Holandesa de las Indias Orientales, de cuyo inmenso poder da testimonio que pudiera acuñar moneda, mantener ejércitos, firmar tratados o fundar colonias.
Como dramatis personae citemos solo la terna capital: Jacobs, el capitán del barco, marino avezado, cuya presunta máxima autoridad debía ceder ante Fco. Pelsaert, el representante del todopoderoso fletador. Y cierra la terna un boticario-droguero, dandy y maquiavélico a un tiempo, el desaprensivo Jeronimus Cornelisz, relacionado con la secta diabólica de los rosacruces.
Y también el argumento es simple. El monumental Batavia, con todo su esplendor como buque-insignia de una flota de otros ocho barcos, zarpó de Ámsterdam el 27 de octubre de 1628. A finales de abril de 1629, por un cambio de rumbo en el fragor de una tormenta en el Índico, quedó aislado de la flota que le acompañaba, y el 4 de junio chocó violentamente y quedó encallado en un arrecife en la costa australiana, en las Islas Abrolhos, de cuyo peligro y de la necesidad de estar ojo avizor habían advertido los navegantes portugueses al bautizarlas así, abra-los-olhos.
Da comienzo aquí un espectáculo dantesco del que el autor hace una descripción pormenorizada. Barro, sangre y maldad refinada. Algunos rasgos de nobleza, generosidad y heroísmo que ni borran ni mitigan la brutalidad, el fanatismo, la lujuria, la codicia, la venganza, la dictadura del terror, la esclavitud sexual, el sadismo criminal que se desata entre aquellos centenares de náufragos de los que, tras ese aquelarre de pasiones desaforadas escasamente sobrevivió un tercio.

Un libro de no-ficción creativa
El libro quiere ser histórico, no una novela. Su autor, avezado periodista, trata de hacer una crónica. Se atiene en todo a los dos únicos textos originales que se conservan, el Diario del commandeur de la poderosa VOC, Pelsaert, en el que éste describe de principio a fin con el rigor de testigo horrorizado su amarga experiencia y que aún se conserva en el Archivo Nacional holandés, y la carta retrospectiva que escribió a sus familiares el 11 de diciembre de 1629 el predicador del Batavia, Predikant’s Letter, que también vivió la tragedia en persona y que también se conserva. 
Para completar su crónica el autor ha investigado pecios y documentos in situ, ha viajado al lugar del naufragio en las Islas Abrolhos, se ha documentado con expertos y se ufana de que no hay un solo diálogo que no esté documentado en las fuentes originales, inspirándose solo de ellas para describir interacciones y conflictos entre los protagonistas, sin permitirse maniobra alguna que se salga de esos parámetros. Y ello a pesar de haber conseguido que el libro se lea como una novela.

"Los hechos son tan pavorosos per se que si se les añadiera un solo gramo de gravedad, los haría increíbles"

No hay duda de que Fitz-Simons consigue una narración atractiva, interesante, una verdadera recreación de la historia que solo acepta hechos contrastados y que en la restauración de lagunas cita siempre, a pie de página, el soporte que las documenta.
Por otro lado, la historia es tan extrema que no admite picantes añadidos. Si se añadieran solo le restarían credibilidad. Y la realidad es tan cruda que lo difícil es compaginarla con el auto-pregonado puritanismo calvinista. Los episodios peores, reales o inventados, de la denostada colonización española cuya leyenda negra tuvo allí su foco más venenoso, se quedan en pálido reflejo de la tragedia truculenta que narra este libro y de las tachas que salpican a toda la colonización de las Molucas.
Fitz-Simons asegura haber escrito un libro de no-ficción creativa en el que las piezas del puzzle de la historia son el resultado correcto de una investigación rigurosa sobre la época y las personas implicadas, y no haber encajado pieza alguna hasta tener la seguridad de que no distorsionaba la realidad de los hechos. Son tan pavorosos per se que, como ya se ha dicho, si se les añadiera un solo gramo de gravedad, los haría increíbles. Y contaminaría esta desdichada crónica de una de las más grandes tragedias provocadas por el hombre hace cuatro siglos.

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