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ENSXXI Nº 11

ENERO - FEBRERO 2007

LUIS MUÑOZ DE DIOS SÁEZ
Notario de Herencia (Ciudad Real)

Cada año se dan cerca de 3.000 adopciones de bebés chinos por españoles. Somos, junto con EEUU, el país más importador de infantes de tan lejano macroestado. Pero, a partir del 1 de mayo de 2007, China se ha permitido el lujo de introducir nuevas y drásticas restricciones a los extranjeros que aspiren a adoptar a sus niños. Tal es la avalancha de peticiones que viene recibiendo que pronto superarán el número de pequeños disponibles en los orfanatos.
Así, para empezar, los obesos mórbidos ya no podrán desde la primavera próxima devenir papás adoptivos de chinitos. Me complace la medida al ir en la tan acertada línea gubernamental de lucha contra las grasas saturadas. En este sentido, podía haberse aprovechado para extender la veda a los fumadores. En todo caso, los enfermos de cáncer tampoco podrán aspirar a adoptar en el país de la mayor economía emergente del mundo. La razón hay que buscarla en la presumiblemente corta longevidad de los excluidos, lo que nos debe llevar a disertar sobre la paternidad a corto plazo.
Aquí, en España, no sólo no se censura sino que hasta celebramos, algunos con entusiasmo, un doble fenómeno: por un lado, el de varones -actores y famosos, pobladores de la prensa rosa- octogenarios y aun nonagenarios que procrean bebés que bien podrían ser sus nietos o bisnietos; por otro lado, el de mujeres convertidas en madres biológicas, pese a la menopausia, con edad de abuela: el penúltimo día de 2006 una señora de 67 años dio a luz en una clínica de Barcelona a dos gemelos merced a un óvulo y semen que le fueron donados, con una exitosa fecundación “in vitro” de por medio. Es la parturienta más provecta de la historia.
La Ley de técnicas de reproducción asistida española no pone tope de edad a las mujeres que pretendan usarlas: sólo se les exige ser mayores de edad y capaces de obrar y se vela por que haya probabilidades de éxito en la gestación y que ni ésta ni el parto pongan en grave riesgo la salud psíquica ni física de la madre. Sólo nos preocupan la posible diabetes gestacional de la gestante, la hemorragia postparto, que los neonatos sean demasiado prematuros y precisen de incubadora, etc. Constituye un evidente progreso de la humanidad y todo progreso resulta “per se” saludable y plausible.
Prima en estos lares la libertad de cualquiera para solazarse siendo papá o mamá cuando y como quiera. Al hijo lo que más interesa es nacer. Que uno de los padres muera a los dos años del nacimiento o de la adopción no deja de ser un detalle de menor importancia: siempre habrá otro padre o un pariente que lo tutele y críe y, en su defecto, habrá una inclusa o será adoptable. No nos engañemos: todos somos prescindibles y fungibles.
Y si así están las cosas con la filiación por naturaleza (espontánea o asistida), no va a ser más la filiación por adopción. Ésta, la adopción, afirmaban los romanos, imita a la naturaleza. El axioma hoy se nos antoja más que periclitado, puesto que no hay propiamente naturaleza a la que imitar. O mejor planteado, lo natural únicamente forma la materia prima, con la que el ser humano puede modelar a su conveniencia la realidad. Por ello, dado que la naturaleza se supera a sí misma del modo como hemos visto, que la adopción la imite de veras y se supriman los máximos de edad para adoptar que en España emplean las Comunidades Autónomas por la vía de hecho, olvidando que el Código Civil tampoco impone techo alguno.  

"Los obesos mórbidos ya no podrán desde la primavera próxima devenir papás adoptivos de chinitos. Complace la medida al ir en la tan acertada línea gubernamental de lucha contra las grasas saturadas"

Prosiguiendo con el catálogo de nuevas restricciones para adoptar en China, tampoco podrán hacerlo aquellas familias en las que ya convivan cinco o más hijos. Hay que congratularse de esta norma, ya que aquéllas han demostrado sobradamente una paternidad tan irresponsable con tamaña prole que no merecen ser contados entre los candidatos a adoptar. Además, se dan demasiadas probabilidades de que fueran hogares ultracatólicos, que pretenderían inocular su perniciosa superstición a los pobres niños orientales. La aconfesionalidad del Estado del artículo 16 de la Carta Magna se ha quedado corta y, por ello, ha de potenciarse hasta alcanzar la laicidad, que implica, como la Ley antitabaco, crear espacios públicos libres de malas influencias.
Hasta ahora Pekín reservaba un cupo del ocho por ciento de las adopciones a solteros y divorciados. En adelante, ya sólo se dará en adopción a parejas. Parece que no han leído la magnífica oda que ha escrito Pilar Cernuda a la adopción monoparental. Si una pareja es fuente de conflictos que pueden trastornar a los hijos, eliminada la pareja, se minimizan los traumas que los adoptantes pueden infligir a los adoptados. Además, si la adopción imita a la naturaleza, ésta no para de mostrarnos hijos biológicos con sólo la filiación materna determinada, desde que el mundo es mundo. Y a la naturaleza asistida tampoco se le restringe en este sentido: cualquier mujer puede obtener una inseminación artificial, aunque le falte la compañía de una pareja.
Por lo demás, continúan las autoridades del gigante asiático, contumaces, impidiendo que los homosexuales adopten. Todavía exigen a los adoptantes que firmen una abominable carta confesando su orientación o desorientación sexual. Desde mayo, sólo las parejas podrán postularse para adoptar y habrán de estar formadas por un hombre y una mujer, lo que privará a los vástagos chinos de crecer en la tolerancia hacia toda forma de sexualidad, en la superación de los roles tradicionales dentro de la pareja y en el seno de parejas libres de la execrable violencia machista que asola nuestro país.
Si bien, en honor a la verdad, la benemérita ley española contra dicha violencia de género plantea aporías cuando se aplica a la transexualidad, esa otra encomiable conquista de la libertad para el desarrollo de la personalidad que en nuestro país cumple ahora veinte años. Así, si un hombre transexuado en mujer agrede a una mujer, estando unidos en matrimonio, ¿quid iuris?, ¿al ser una pareja aparentemente lésbica, no entra en juego dicha ley o, por contra, ha de “levantarse el velo” del agresor y tenerlo por el varón que fue hasta el cambio de sexo? Y si un hombre atiza a una mujer transexuada en hombre con la que está emparejado, ¿a la víctima la reputamos hombre para no ofender su personalidad masculina o fémina para así mejor protegerla?.

"Una señora de 67 años dio a luz en una clínica de Barcelona a dos gemelos merced a un óvulo y semen que le fueron donados, con una exitosa fecundación “in vitro” de por medio. Es la parturienta más provecta de la historia"

Tras esta digresión, volvemos a la política china, donde está previsto limitar las adopciones a los matrimonios, dejando fuera a las parejas de hecho. Ahora que hasta el Estatuto de autonomía andaluz equipara ambas clases de convivencia, vienen los orientales con ritualismos caducos, como si los papeles obraran mágicamente el milagro de dotar de una mayor viabilidad a la pareja, cuando en España hoy el matrimonio se disuelve como un azucarillo en agua. Mas, no parecen del todo ingenuos estos chinos: no bastará con estar casado sino que se precisarán dos años de vida conyugal y, en el caso de que alguno de los cónyuges se haya divorciado y vuelto a casar, el período mínimo de convivencia marital se elevará cinco años. Y el cónyuge casado por tercera vez, tras dos divorcios, no tendrá derecho a adoptar. Se mira, pues, con recelo al divorcista ejerciente, como si de un fracasado o un frívolo se tratara, cuando representa el mejor exponente del ser humano libre para entrar y salir de la atadura conyugal, libertad que se penaliza.
Además, se han puesto elitistas: el patrimonio familiar habrá de superar los 60.000 euros, uno de los dos miembros de la pareja deberá trabajar y la renta anual por cada miembro de familia, adoptado inclusive, superar los 7.500 euros. Uno creía, por lo visto erróneamente, que el comunismo suponía una rigurosa igualdad ya no de oportunidades sino de resultados. Hiere reconocerle a George Orwell parte de verdad cuando denunciaba en “Animal farm” que todos son iguales, pero los hay más iguales que otros.
Los discapacitados físicos y sensoriales no podrán tampoco adoptar. Se ve que no conocen la ola legal y social a favor de los disminuidos que recorre la geografía estatal, que nos lleva incluso a admitir a ciegos como críticos de cine en nuestras Facultades universitarias. ¿Acaso un tetrapléjico no puede tener posibles para contratar a una cuidadora o cuidador que vista, asee y dé de comer al adoptado? Si tienen derecho, conforme a los nuevos Estatutos de Autonomía, a una muerte digna, ¿cómo no van a tenerlo para adoptar?

"Una vez hecha la enumeración de cada una de las limitaciones al derecho a adoptar, lo que más molesta proviene del hecho de que no se pueda culpar de ellas a la tradición cristiana tan propia del Estado español"

Tampoco los enfermos mentales podrán adoptar en el Celeste Imperio. Ni siquiera los que tomen ansiolíticos o antidepresivos. Por lo visto, en China no han llegado a apreciar la simpática neurosis de Woody Allen. Si éste se ha casado con la oriental a la que adoptó, ello no habla necesariamente en contra de la adopción que realizó, pues el amor puede mudar perfectamente de paternofilial en erótico sin merma alguna de su esencia. La adopción incestuosa ha de admitirse sin problema, pues no hay posible disgenesia en la prole que engendre la nueva pareja, siendo diversos los patrimonios genéticos de sus miembros.
El incesto, a fin de cuentas, permanece como el último tabú en caer, y caerá, afortunadamente, siempre que quede garantizado que no haya progenie –si ambos integrantes de la pareja están esterilizados o son del mismo sexo- o que ésta no vaya a sufrir malformación posible. No cabe crear ciudadanos de segunda categoría, a los que no podamos mirar a los ojos sin sentir la vergüenza de tratarlos con discriminación negativa. Que dos hermanas no puedan casarse va en contra de la institución del matrimonio civil tal como ha quedado diseñada acá desde 2005. Insidiosos, sus detractores espetan que ya no significa nada el matrimonio, como lo predican de la reciente navidad laica, cuando, bien mirado, ahora lo denota todo, pues cada uno puede llenarlos del sentido que más le plazca, sin imposiciones ni cortapisas de ningún género.
No obstante, una vez hecha la enumeración y el análisis de cada una de las draconianas limitaciones al derecho a adoptar, lo que más molesta de todas ellas proviene del frustrante hecho de que no se pueda culpar de ellas a la tradición cristiana tan propia, a nuestro pesar, del Estado español. Con lo socorridos que resultan el eslogan de que la fe no legisla, o la proclamación de la laicidad como único espacio posible de convivencia armónica entre las diversas culturas, si no fuera porque, según me consta, en China la libertad religiosa brilla por su ausencia y únicamente se da cancha pública a la llamada Iglesia Patriótica, acríticamente adicta al omnipresente Partido Comunista. Inquieta que en el país donde impera la dictadura del proletariado no hayan comprendido todavía que la única dictadura admisible es la del relativismo.
Evidente se hace que la Alianza de Civilizaciones ha de abrazar no solamente al Islam sino también a regímenes ateos hasta que les entre en la mollera que no hay una única familia, sino muchos modelos de familia alternativos, todos ellos de idéntico valor. Cada ser humano forma consigo mismo, pese a su individualidad, una familia autosuficiente, siempre que se sienta familia y quiera ser una familia. Ya hemos superado la discriminatoria exigencia de que hagan falta, al menos, dos personas para hacer una familia. Les ayudaría a los orientales para comprenderlo la implantación de una asignatura como la Educación para la ciudadanía.
Pero, sobre todas las cosas, hay que negarse rotundamente a ver en la nueva legislación china asomo alguno de esa torpe superchería que dominó las mentes de los europeos durante casi dos milenios llamada ley natural, supuestamente inscrita en la razón y el corazón de los seres humanos de toda época y lugar. Prueba de su condición de entelequia la depara el incontestable dato de que la filosofía progresista gana terreno con el tiempo en un número creciente de países. La pura casualidad explica satisfactoriamente que todavía resistan, aferrados al conservadurismo, tantos Estados en los cinco continentes frente a la mutación cultural que viene dándose en Occidente desde Occam hasta hoy.
Nosotros, los postmodernos, hemos colocado en la cima de nuestras complacencias la autosuficiencia. A ella coadyuvan las antes citadas técnicas de reproducción asistida, que ahorran a tantas personas el maltrago de acudir a la adopción. Pues bien, irrita tener que admitir que las liberadoras interrupciones voluntarias del embarazo (91.674 sólo en 2006 en España) motivan nuestro déficit de niños adoptables y de la consiguiente necesidad de importarlos del exterior, con el penoso resultado de nuestra dependencia de mentalidades tan retrógradas como la china aquí expuesta. Fastidia que nos intenten impartir lecciones sobre el buen cuidado de los niños.

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