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ENSXXI Nº 22
NOVIEMBRE - DICIEMBRE 2008

SEGISMUNDO ÁLVAREZ
Notario de Madrid

FACETAS DE LA CRISIS ECONÓMICA

En un país bien gobernado, la pobreza es algo de lo que avergonzarse.
En un país mal gobernado la riqueza es algo de lo que avergonzarse.
(Confucio)

La dramática crisis financiera, y la necesidad -real o supuesta- de intervenciones estatales en casi todos los países han vuelto a poner de actualidad el debate entre mercado y estado, poniendo en un lado a los liberales y en el otro a que reivindican a keynes o directamente el socialismo1.
Aunque el mundo financiero atrae todos los focos, no es desde luego la única parte del mercado que ha fallado últimamente. El funcionamiento del mercado inmobiliario ha sido un desastre. Primero se produjo un enorme aumento de los precios, que dificultaba el acceso a la vivienda. Al mercado le pareció natural que en España se construyeran casi tantas viviendas como en el resto de Europa junta durante varios años. Se negó siempre que este mercado estuviera sometido a ciclos -cuando de la última burbuja no habían pasado ni veinte años-. Nadie vio venir el súbito parón de ventas, ni los promotores, ni los Bancos que les prestaban dinero -lo cual es aún más grave-. Peor aún le ha ido a otros mercados en principio más líquidos y transparentes. La evolución del precio del petróleo es otro caso llamativo, y basta para ello ver el gráfico
En algo más de un año se triplica su precio, para en menos de 4 meses volver al precio original. Esa volatilidad tiene un enorme coste para las empresas y para la economía en general que no puede asignar correctamente los recursos.
Pero sin duda el caso más grave es el de los alimentos, tema del que se habló algo hace un año y del que ya nadie se acuerda. En este caso en menos de un año el precio del trigo sube un 170 %, para bajar después en 4 meses a los niveles iniciales (el arroz, aún más importante en la dieta básica de los más pobres llegó a subir un 217%). No podemos dejar de detenernos en este tema. La crisis financiera, que ciertamente pone en peligro millones de puestos de trabajo, ocupa diariamente las portadas de los periódicos y reúne a los todos los números de G que podamos imaginar. Pero esta subida de precios que ven en el gráfico ha causado hambrunas, revueltas, muertos, y apenas ha dado para un par de días de titulares.
Se trata de fallos del mercado con gravísimas consecuencias: esas variaciones súbitas impiden la correcta asignación de recursos (que plantar y cuándo, por ejemplo) que es lo que en principio asegura el mercado. Además, en el caso de la comida, produce terribles efectos en terceros que no intervienen directamente en este mercado. Finalmente y sobre todo revelan que el mercado no está funcionando como tal: a él no se acude a comprar y a vender un producto, sino a especular con él. Todavía hace unos meses se decía que la subida de los alimentos se debía a las subvenciones al biofuel, al aumento de población o al cambio de costumbres, y como siempre a China2. Y se acusaba de ver fantasmas a los que señalaban a los especuladores como los responsables. Sin embargo se sabía que había hedge funds dedicados en exclusiva a esta especulación (OSPRAIE), y que numerosos fondos, incluso dirigidos a pequeños inversores, se dedicaban a intervenir en los mercados con el único fin de especular, hasta tal punto que a menudo el volumen del mercado de futuros es muy superior a las posibles cosechas. Tras el espectacular derrumbe de los precios de estas materias primas, queda claro que el aumento de la demanda  sólo era la causa de una ínfima parte del aumento del precio, correspondiendo el resto a movimientos especulativos.
Que los mercados teóricamente más transparentes y líquidos están en manos de los especuladores ha quedado también claro en la reciente escalada del valor de la acción de Volkswagen. Un día esta empresa de coches llegó a valer más que todas las empresas del IBEX juntas, debido a las maniobras de los hedge funds y probablemente de su accionista Porsche, pasando en pocos días de nuevo a una tercera parte de su valor.

"La visión ética es la única que puede garantizar un sistema económico que de verdad favorezca al mayor número de personas y en el que no se produzcan gigantescas burbujas que funcionan como las clásicas estafas piramidales"

¿Y qué decir del mercado del crédito? La crisis financiera y su origen en las hipotecas subprime ha sido analizada hasta la saciedad, y por personas mejor preparadas que yo3. Pero está claro que en ese sector han fallado de manera estrepitosa casi todos los agentes. Al margen de las actuaciones de manipulación o de engaño a sus clientes, las entidades financieras no han sabido valorar el riesgo, que es su principal misión. Lo mismo cabe decir de las empresas de seguros y con más gravedad con las agencias de rating, para las que esa actividad es su única razón de ser.
Con este panorama no es extraño que el mismo Alan Greenspan, expresidentes de la Reserva Federa y famoso defensor del libre mercado y la desregulación haya reconocido que su ideología era equivocada al ver que los mercados libres habían fracasado.
¿Se acabó por tanto el libre mercado? ¿Es la solución, como se ha dicho, más estado y menos mercado? La solución no es tan clara. El debate sigue abierto, y prueba de ello son las muy matizadas conclusiones del famoso G20, que concluyen con una defensa del mercado y de la libre circulación de capitales.
De hecho numerosos economistas señalan que en este momento la intervención estatal es posible que empeore las cosas. El premio Nobel Scholes argumenta que la época pasada de desregulación ha permitido un gran crecimiento, favoreciendo la innovación. Que en cualquier caso la regulación va a remolque de los mecanismos que se inventan para eludirla. Y que siempre hay ciclos y excesos, cuyas consecuencias sirven para evitar que se repitan los errores del anterior.
A mi juicio son argumentos débiles. Lo primero es indemostrable: el aumento de la producción y de la riqueza de los últimos años se debe sin duda más al progreso tecnológico y al comercio internacional que a la libre circulación de capitales o a los derivados financieros. En los años 50 y 60 se produjo un gran crecimiento sin que intervinieran ni la desregulación ni la globalización. Y si la innovación financiera fuera tan buena, se habrían inventado mecanismos para evitar el sobrerriesgo financiero. El segundo argumento es inasumible, pues nos llevaría a despenalizar el robo pues todos sabemos que siempre va a haber ladrones. Y por último, el entender que como siempre va a haber crisis, para qué intentar reducirlas o evitarlas es equivalente a decir que la medicina no tiene sentido pues al final todos los hombres van a morir. Una cosa es que haya ciclos y otra que se puedan aplazar y sobre todo moderar sus efectos.
El problema es partir de posiciones dogmáticas. Para algunos liberales parece que en un principio fue el libre mercado, y todos vivíamos felices, guiados por la mano invisible que hacía que siguiendo nuestros intereses, conseguíamos el bien común. Esa arcadia nunca ha existido. Como dice Adam Smith, padre intelectual del liberalismo, "todo para mí, nada para los demás, parece haber sido durante toda la historia el vil lema de los poderosos". Se refiere no a los políticos sino sobre todo a los que detentan el poder económico, que en todo momento tratan de evitar que exista competencia. Son el derecho y la coacción del estado los que tienen que hacer que se respeten las reglas del mercado, pues los operadores por sí mismos tratarán de pervertirlas en su propio interés4. La libertad individual sin control no crea el mercado sino la opresión o el monopolio.
Esto es lo que nos dice la cita que encabeza este artículo: solo con una regulación justa impuesta por el estado se puede garantizar la equidad en la economía. Lo interesante es que se dijo en el siglo VI A.C.  y parece que todavía no nos enteramos.
Ahora bien, el mismo peligro dogmático encontramos detrás de los defensores de la intervención estatal. Cuando un político dice que a partir de ahora habrá más Estado y menos mercado, yo lo que oigo es: a partir de ahora, yo, el político, tendré más poder económico. Como dijo Galbraith: "el capitalismo consiste que el hombre explota al hombre: el comunismo es justo al revés". Con la intervención estatal se corre el riesgo de que se haga en beneficio de los propios políticos o sus simpatizantes, o simplemente de los más poderosos económicamente, que son los que tienen capacidad de influir en el poder político. No podemos dejar de advertir este peligro en las medidas que se han tomado para refinanciar a los Bancos, tanto en España como en el exterior. Debe hacernos sospechar el que muchos supuestos liberales -y por supuesto los beneficiarios de la intervención- digan que la regulación es mala pero que la intervención es necesaria5. Y resulta no ya sospechoso sino escandaloso que se pretenda que las ayudas no se hagan de manera transparente.

"Además de la regulación es necesario mejorar la supervisión, pues de nada sirve la primera si no hay órganos que comprueben su cumplimiento. Para este control no bastan los tribunales de Justicia"

El escepticismo frente a ambos bandos no debe por supuesto llevar a la parálisis, sino a elegir la solución menos mala. La historia demuestra el pésimo resultado de que sea un gobierno el que gestione la economía con carácter general, y que su gestión de determinadas parcelas requiere transparencia y control6 para no caer en la ineficiencia o la corrupción. Pero indudablemente el mercado, para que funcione la mano invisible, necesita regulación y vigilancia. Se trata de mejor mercado y mejor estado, no de una elección entre uno y otro.
En particular la crisis ha puesto de manifiesto que la regulación, que ya existe, ha resultado inadecuada y tiene que ser revisada en algunos sectores y en particular en el mundo financiero.
Las deficiencias de la regulación se deben en parte a que la globalización implica nuevos retos. Primero porque los operadores económicos son mayores, y por lo tanto tienen más poder tanto para manipular el mercado, como para influir en el poder político. Por otra, porque la libre circulación de capitales les permite elegir para determinadas actividades aquellas jurisdicciones con regulaciones menos exigentes. Por ello es tan necesario que exista una coordinación en cuanto a los requisitos que se exigen a las entidades financieras desde el punto de vista de control del riesgo. Esto también existe (los acuerdos conocidos como Basilea 1), y se estaba en proceso de implementar su reforma. Reforma que ya ha quedado descartada, pues la evolución del riesgo se encomendaba a las hoy absolutamente desprestigiadas agencias de rating. Hay que inventar algo nuevo, como recogen las conclusiones del G20
Pero la deficiente regulación deriva también de unos presupuestos ideológicos equivocados. Como ha escrito Stiglitz7, parte de la crisis se debe a haber encargado el control a personas que no creen que el control sea necesario (léase Greenspan, o Paulson). Tampoco se puede encargar a los afectados pues la tan defendida autorregulación, que ha brillado por su ausencia.
El sobre-endeudamiento ha tenido también una raíz ideológica. El mismo Greenspan8 explica su oposición a la regulación porque limita la asunción de riesgos, y defiende que "en la economía de mercado, el aumento de la deuda va de la mano del progreso". Esto ha sido admitido como un mantra, en el mundo financiero y empresarial, en el que se ha privilegiado la financiación ajena frente a los recursos propios, sin pensar en las consecuencias de este apalancamiento cuando no se pudieran mantener los beneficios o subieran los intereses. Este apalancamiento se realiza además a menudo por entidades que casi no están sujetas a supervisión ni obligadas a dar información de sus actividades, como los hedge funds, o las empresas de capital riesgo. Lo grave es que esto no es nuevo, pues la crisis del hedge fund LTCM en 1988 hizo necesaria una intervención pública9. Resulta que no hay que poner límites al riesgo, porque eso reduce el crecimiento, pero cuando algo va mal, el riesgo no lo asumen los que lo han tomado -que normalmente se han hecho ricos por el camino- sino el Estado (es decir el dinero y ahorro de cada uno de nosotros). Al final resulta que la desregulación, la falta de control, no eran una ideología sino el medio que usaron unos pocos para estafar al resto. Decía Bertrand Russell que para algunos capitalistas el sagrado principio de la libertad se resume una máxima: los afortunados no deben verse limitados en el ejercicio de la tiranía sobre los desafortunados.
En suma, es evidente que la regulación es necesaria y que debe ir en dos sentidos. Primero, exigir mayor transparencia e información en cualquier mercado y en particular a todos los agentes del mundo financiero. Y segundo, aumentar los márgenes de seguridad en la asunción del riesgo: mayor capitalización, mayor exigencia de dotar reservas, y adecuado reflejo contable de todos los riesgos asumidos. Esto no debe exigirse solo a los bancos comerciales, sino a todas las entidades cuyas actividades pueden tener consecuencias para todo el sistema, como los bancos de inversión, hedge funds, y probablemente también a empresas con importantes brazos financieros y a sociedades de capital riesgo.
Estas dos líneas de actuación tienen que tener como objetivo también limitar los movimientos de capital puramente especulativos. La postura de determinados sectores suele ser primero negar su existencia, o cuando no queda más remedio decir que aportan liquidez a los mercados. Pero se ha demostrado que lo que producen es inestabilidad -pues amplifican los movimientos al alza y a la baja-, y mercados no transparentes -pues manipulan los mercados en su beneficio10.
Además de la regulación es necesario mejorar la supervisión, pues de nada sirve la primera si no hay órganos que comprueben su cumplimiento. Para este control, dadas sus características, no bastan los tribunales de Justicia. Tampoco han bastado los agentes del mercado que podían supervisar, como ha revelado el fracaso de las agencias de rating: pagadas por los que emiten los activos que hay que evaluar, han dado las calificaciones más altas a activos que hoy no valen nada, y sin asumir responsabilidad alguna. Está claro que sólo organismos independientes y profesionalizados pueden ejercer el control. A nivel internacional el Banco de España ahora es el objeto de todos los parabienes por haber establecido normas más exigentes. Pero hace nada se nos decía, en nombre del eficientismo y del crecimiento, que el modelo a seguir el super-desregulado de Islandia (hoy oficialmente en quiebra).
La actual crisis pone deja claro que tanto la regulación como la supervisión han de tener una coordinación internacional para ser efectivas en este mundo globalizado y de libre circulación de capitales. Las conclusiones del G20 van en la dirección correcta en el fondo (regulación y supervisión y mayor coordinación internacional), pero cuando se examinan con detenimiento causan algo de escepticismo. En muchos aspectos confían de nuevo demasiado en la autorregulación por las entidades financieras11, y las cuestiones más importantes -y por tanto los más urgentes- las remiten al largo plazo. No entiendo porque se debe esperar al largo plazo para "aplicar medidas contra jurisdicciones con falta de cooperación y de transparencia que plantean riesgos o actividades financieras ilícitas", es decir, de los paraísos fiscales. Por supuesto la tibieza de estas recomendaciones no debe ser obstáculo para que se dicten normas nacionales o comunitarias más exigentes y en el corto plazo.
Hasta aquí me he referido solo al aspecto técnico-jurídico de cómo la regulación es necesaria para el funcionamiento de los mercados. Pero cada vez son más las voces  que dicen que el problema es ético y se habla de una refundación del capitalismo sobre bases éticas (Sarkozy). Me perdonarán cierto escepticismo, pues hace un año, con los precios de los alimentos por las nubes, los beneficios de la banca en la estratosfera -y los bonus de los ejecutivos en la exosfera-  nadie se acordaba de la ética. Y que ahora sea Berlusconi el que reclame ética en la economía...
Pero indudablemente la cuestión ideológica de la que hemos hablado antes tiene implicaciones éticas. En el ámbito económico llevamos  décadas esclavos de las teorías del eficientismo de la escuela de Chicago, trasladadas el Derecho a través del análisis económico del derecho12. Cualquier decisión política tenía que tener como única finalidad la eficiencia,  cualquier control era un coste a remover,  la seguridad era un valor secundario frente a la celeridad,  y la prudencia directamente no era un valor en una sociedad que solo estima el beneficio. Esto, admitámoslo, no ha sido solo cosa de los malvados Norteamericanos y sus bancos de inversión, sino que se ha infiltrado en todos los niveles de la sociedad. La opinión pública ha admitido a simples especuladores como modelos de empresario; el poder político -de derecha y de izquierda- ha legislado como si la desregulación de cualquier sector fuera necesariamente un bien, o ha alentado las más sorprendentes compras apalancadas; la gente "normal" ha comprado inmuebles con la única finalidad de venderlos rápido ... Y todo esto estaba bien. Si  persiguiendo mi beneficio de forma egoista contribuyo al bien común, sobra cualquier consideración moral sobre la forma de obtención de mi beneficio -o sobre su importe-. Tampoco debe importar si eso nos lleva a una sociedad en la que se pueda vivir en paz o con dignidad. La eficiencia y el crecimiento económico se encargarían de todo.
Pero la teoría es falsa y en realidad nunca fue la de Adam Smith, que partió de presupuestos éticos. Reconociendo que la búsqueda del propio interés es una constante de la naturaleza humana, defendió la necesidad de un marco jurídico que permita la existencia de un mercado no controlado por los poderosos y una libertad para comerciar, en beneficio del mayor número (en realidad, lo mismo que Confucio). Es importante decir hoy que el beneficio es sólo uno de los objetivos de la empresa, o quizás más bien un medio que está al servicio de los verdaderos objetivos. La empresa tiene como finalidad también proveer de bienes a la sociedad, obtener la satisfacción de los clientes, crear empleo (empezando por el del empresario), y perdurar para seguir prestando ese conjunto de beneficios a la sociedad. El beneficio como único objetivo termina devorando a su padre (la empresa) y al propio sistema. Así ha sucedido con los ya desaparecidos bancos de inversión, en teoría el lugar de encuentro de los profesionales más inteligentes -y por tanto mejor pagados- del mundo13. Algunos de ellos, por cierto, sí han hecho sus cálculos perfectamente, y ahora que sus empresas han quebrado tienen dinero para vivir el resto de sus vidas o incluso para comprar algún resto de su propia empresa a precio de ganga.
Al final, si el beneficio es la única misión, solo la especulación tiene sentido. Si además la globalización, la disponibilidad de financiación, y la libre circulación de capitales permite que se acumulen enormes beneficios en muy poco tiempo -aunque con enorme riesgo- el desastre está servido. La teoría ha resultado no sólo inmoral, sino ineficiente.
La visión ética es la única que puede garantizar un sistema económico que de verdad favorezca al mayor número de personas y en el que no se produzcan gigantescas burbujas que funcionan como las clásicas estafas piramidales. La misión de los poderes públicos es establecer un sistema que proteja la dignidad de todos y garantice la igualdad de oportunidades. En la mayoría de los casos la mejor manera de obtenerlo serán mercados transparentes, que necesitan una regulación clara y controles profesionales e independientes. En otros la justicia y la eficiencia exigirán una prestación pública de determinados servicios, que la sociedad civil deberá controlar, dentro del sistema democrático. Hoy además la actuación ética no puede prescindir del ámbito internacional y a veces impondrá decisiones impopulares. Casi cualquier político se apunta a limitar los salarios de los altos ejecutivos, pero hay otras cosas más importantes de las que nadie habla. Por ejemplo, hacer un análisis ético de lo que supone la Política Agraria de la Unión Europea, que subvenciona nuestra agricultura impidiendo la importación de productos de países más pobres. O de la necesidad de exigir a nivel internacional unos criterios fiscales y de transparencia en la extracción de materias primas en el tercer mundo por empresas del primero.
Por último hay que destacar que la ética ha de jugar un papel fundamental no sólo en la regulación, que es el tema de este artículo, sino en las operaciones de rescate que se están llevando a cabo. Es imposible hablar de ética si no existe una responsabilidad por las acciones. Cualquier actuación del estado debe tener en cuenta no solo los efectos prácticos inmediatos, sino que cada cual debe sufrir las consecuencias de su mala actuación. Que se sepa quién ha actuado de forma irresponsable no es estigmatizar, sino establecer una responsabilidad14. Es fundamental que no se trate por igual a los que han actuado de forma distinta, beneficiando así a los más osados o incompetentes. Y no se puede "ayudar" solo a los más poderosos (entidades de crédito) en detrimento de los más débiles (PYMES y particulares), cuando los primeros han sido los principales responsables de la crisis.

1 La crisis no deja de aportarnos sorpresas: tan pronto Berlusconi hace un llamamiento a la ética en la economía como Sarkozy se descubre socialista.
2 El economista en diciembre 2007 daba como portada "The end of cheap food" y explicaba porque era un cambio definitivo. Lo mismo, por supuesto se decía del petróleo, que nunca se vería ya el petróleo a menos de 100 dólares. En mayo de 2008, el analista de Goldman Sachs revisaba al alza las previsiones para fijarlas en 148$/barril para la segunda mitad del 2008. Actualmente fluctúa entre 50 y 100 $
3 Y en algunos casos, con brillantez humorística:
http://www.youtube.com/watch?v=mzJmTCYmo9g
4 Contra lo que advierte Adam Smith, que plantea incluso la conveniencia de evitar las reuniones entre miembros del mismo gremio.
5 Esta es ahora la línea de la ultraliberal revista "The Economist". No hay que olvidar que el plan de rescate financiero en EEUU ha sido diseñado por Paulson, un exdirectivo de Goldman Sachs, al frente de la cual tuvo un papel fundamental en el crecimiento de los derivados que han originado la crisis.
6 Lo cual no quiere decir que determinados servicios públicos no puedan ser prestados mejor por el Estado, como por ejemplo la salud o la educación como yo defendí en EL NOTARIO DEL SIGLO XXI, ENERO 2007
7 Stiglitz recibió el premio de economía por su estudio de uno de las causas de los fallos de mercado, las asimetrías de la información.
8 Leido en una excelente crítica de Raimundo Ortega en Revista de Libros:
http://www.revistadelibros.com/articulo_completo.php?art=12
9 Miren como el articulo de 1988 de Perez-Reverte tiene plena actualidad: http://elblogempresarial.blogspot.com/2008/11/los-amos-del-mundo-arturo-perez-reverte.html
10 El colmo del cinismo especulativo lo ofrece la actuación de Goldman Sachs en relación con los títulos de hipotecas subprime. Después de haber colocado entre sus clientes millones de estos títulos, el año pasado alardeaban de que habían compensado las pérdidas que ellos mismos tuvieron en este sector con  ventas en corto de estos mismos productos.
11 ¿De verdad alguien se cree que la solución es como dice el G20 "animar a las instituciones a examinar sus controles internos"? ¿Que animando se conseguirá evitar "esquemas de recompensas excesivas para quienes toman posiciones con demasiado riesgo"  y "mostrar diligencia sobre productos estructurados y las garantías"?.
12 En este sentido, el articulo de FONT GALÁN en el último número de esta revista.
13 Dando la razón a otro economista, Galbraith, que dijo que "la riqueza, aún en los casos más improbables, consigue dar el aspecto de la inteligencia"
14 La frase es inadmisible. ¿Habrá que dar al incompetente o vago el mismo bonus que a los empleados diligentes, para que el primero -pobrecito...- no quede estigmatizado frente a sus compañeros?

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