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ENSXXI Nº 35
ENERO - FEBRERO 2011

JOSÉ ARISTÓNICO GARCÍA SÁNCHEZ
Decano honorario

Auténticos testimonios  de la historia

Ante mí ... Así comienzan todas las escrituras notariales para dejar constancia de la inmediatez del notario con los hechos que narra en actas y escrituras, y así podrían empezar las crónicas de la historia que Martín & Borja de Riquer  han reunido en un libro en dos volúmenes  que con el título Reportajes de la Historia acaba de publicar la Editorial Acantilado (2010).

"Es toda  una antología de testimonios directos  sobre hechos históricos relevantes,  que  supone la consagración como criterio mas fiable, también desde el ángulo  de la historia, del principio notarial por excelencia, el de inmediación directa del que testifica con los hechos que narra"

La muerte de Rasputin narrada por su propio asesino el conde Yusúpov,  la erupción del Vesubio narrada por Plinio el Joven que huyó de Pompeya sacudiéndose las cenizas que caían sin cesar sobre su túnica, la declaración del templario Villar-le-Duc dispuesto a confesar si así lo querían que había dado muerte a nuestro Señor, o la huida de la nobleza rusa de los bolcheviques en 1919 contada por la propia Gran Duquesa Maria de  Rusia.
Son ciento cincuenta y tres relatos realizados por testigos directos sobre hechos ocurridos en todos los continentes durante los últimos veintiséis siglos de historia de la humanidad. El primero sobre la peste que asoló a Atenas el verano del año 430 a. C.,  escrito nada menos que  por Tucídides, testigo directo de los estragos que sufrió la ciudad, y el último sobre la guerra que el Presidente Bush declaró contra Irak el 4 de Febrero de 2003 escrito por reporteros de la Agencia EFE que la presenciaron, a veces en primera línea.
Toda una antología de testimonios directos  sobre hechos históricos relevantes,  que  supone la consagración como criterio mas fiable, también desde el ángulo  de la historia, del principio notarial por excelencia, el de inmediación directa del que testifica con los hechos que narra.  Son relatos hechos por los propios protagonistas -a veces  héroes- de la gesta narrada,  o al menos testigos directos de lo que relatan. Y aunque a veces el narrador esté tan comprometido con lo que narra que, por más esfuerzos que haga en ser ecuánime y objetivo, forzosamente se ha de dejar llevar de cierta parcialidad, la condición de testimonio directo e inmediato de los hechos transmite al lector  tal plus  de valores, detalles e impresiones que nunca los encontraríamos  en el mejor y más sereno historiador que no hubiera presenciado los hechos. Es el reconocimiento, por estos dos insignes historiadores, de un valor que constituye la espina dorsal de la función notarial y determina los poderosos efectos que la Ley reconoce a su testimonio: la presencia directa e inmediata del notario con los hechos que narra convierte ope legis en irreversible su testimonio, y en el caso de la historia dota a las crónicas del testigo directo de superior credibilidad  y  fehaciencia que la  que pueda reivindicar para sus hipótesis y deducciones el historiador más valorado.  La supuesta subjetividad de la narración personal queda siempre relegada por la poderosa  fuerza del valor testimonial de lo narrado por quien ha presenciado los hechos.

"La condición de testimonio directo e inmediato de los hechos transmite al lector  tal plus  de valores, detalles e impresiones que nunca los encontraríamos  en el mejor y más sereno historiador que no hubiera presenciado los hechos"

No es ésta la única conexión de los autores con la institución notarial. El relato nº 18 de la obra es una auténtica acta notarial, extendida en latín el 6 de marzo de 1193 por Pedro, notario de Tarragona,  y firmada también por otro notario, Ferrer, notario del señor arzobispo, que contiene  el testamento sacramental del arzobispo de Tarragona Berenguer de Vilademuls dictado, en un intervalo que su asesino, tras golpearlo con saña, le concedió para que testara antes de destrozar sanguinariamente su cuerpo y esparcir su cerebro por la hierba.   Notarial es también el acta  extendida en  Madrid en febrero de 1526, recogida como relato nº 48,  que constata  protestas por los tratos recibidos por el rey Francisco I de Francia durante su cautiverio en la capital. Y notariales  podrían ser, y de hecho tal vez lo sean,  las actas que relatan  la consagración de Felipe I de Francia el 23 de Mayo de 1059 a que se refiere la narración catorce.
Nada de esto nos debe extrañar. Borja de Riquer i Permanyer es biznieto del que fue decano del Colegio de Notarios de Barcelona Ricardo Permanyer i Ayats que, entre otros méritos, tiene el de  ser  el notario que, a pesar de formar parte de una familia de marcado carácter conservador, monárquico y católico ferviente, asistió y autorizó el testamento del entonces repudiado por los estamentos,  Francisco Ferrer i Guardia la noche anterior a ser ajusticiado, para lo que se constituyó en la capilla del Castillo de Montjuich a las 12,30 horas del día 13 de octubre de 1909 terminando su redacción a las 4,30 de la mañana y firmando como testigos dos guardias del cuerpo de vigilancia de la fortaleza, según consta en la copia del testamento expedida en 1991 por el notario Archivero don Ángel Martínez Sarrión, que obra en la Fundación Francesc Ferrer i Guardia.

"Padre e hijo han realizado una selección de textos históricos que suponen otros tantos testimonios directos de la historia, verdaderas actas notariales que,  por su inmediatez y su empatía con los hechos que narran, adquieren el valor de narraciones vivas, crónicas palpitantes de una realidad que está impactando en directo al que la describe"

Hoy Borja de Riquer y Permanyer (1945), bisnieto de este notario, es un brillante catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona, especialista en historia de los siglos XIX y XX singularmente en catalanismo y en  franquismo. Y su padre Martín de Riquer y Morera (1914) conde de Casa Dávalos y Grande de España, Doctor en filología románica, medievalista, Premio Príncipe de Asturias, de la Real Academia Española, combatiente carlista en la guerra civil y senador por designación real,  es un medievalista de indiscutida autoridad internacional.
Admirable resulta esta colaboración paterno filial para la selección contenida en esta obra, que es desarrollo y actualización de otra anterior de Martín de Riquer de 1962 reeditada en 1972 y hoy completamente descatalogada. Esta vez padre e hijo han realizado una selección de textos históricos que, además de su interés histórico y  su calidad, suponen otros tantos testimonios directos de la historia, verdaderas actas notariales que,  por su inmediatez y su empatía con los hechos que narran, adquieren el valor de narraciones vivas, crónicas palpitantes de una realidad que está impactando en directo al que la describe.
El  proceso y muerte de Juana de Arco, el atentado contra Fernando el Católico, el sacco de Roma, la noche de San Bartolomé, el asesinato de Enrique IV, la toma de la Bastilla, el final de Robespierre, la primera sesión de las Cortes de Cádiz, la boda de Napoleón III y Eugenia de Montijo,  el atentado contra Alfonso XIII en la C/ Mayor el día de su boda  o el incendio del Reichstag son narrados por testigos presenciales. Y el propio  Tucídides, Jenofonte o Julio César,  Churchill, De Gaulle, Goebbels o el General Paulus, Eisenhower, Adenauer, Ben Gurion o Gorbachov, todos en primera persona, narran también acontecimientos de los que fueron protagonistas.
No falta la parte cómica, como la crónica del toledano incombustible  presentado en Paris en 1803  que llamó la atención de la Sorbona, o la parte frívola como los hermanos siameses exhibidos en Paris en 1836 o los chismes de la corte de Versalles en el reinado de  Luís XIV y Luís V.
Son 153 relatos para cuya selección no ha sido indiferente la calidad literaria de los textos. Ocupan,  en dos volúmenes,  casi 3.000 páginas,  pero  tienen la ventaja singular de que el lector puede seleccionar a su antojo, utilizando  cualquier criterio, incluso el azar, para su lectura, pues los episodios narrados "todos" tienen plena autonomía

Gnosticismo musical

¿Qué es la música? ¿Cómo determinar su naturaleza y esencia? ¿Es sólo un lenguaje o puede hablarse de un logos musical, una suerte de ratio inmanente a la música que trasciende el nivel emocional?  O lo que es lo mismo ¿la música sólo despierta pasiones, sentimientos y afectos como era lugar común desde el Romanticismo hasta Wagner, o apela también a la inteligencia, al pensamiento,  e incluso trasciende más allá de emoción y razón a un  dominio espiritual superior que le es propio en exclusiva?

"Trias pretende llevar  el mundo musical de los sentimientos al dominio de la razón para trascenderlo e iluminarlo  con sus conceptos y  categorías.  Y para ello apela obsesivamente al nexo entre sensibilidad e inteligencia del que fluye la imaginación sonora como fuente de la gnosis musical"

A esta y otras preguntas de similar enjundia trata de responder, con altura y solvencia indiscutidas,  Eugenio Trias Sagnier (Barcelona 1942) en su más reciente obra, recién publicada, La imaginación sonora. Argumentos musicales (Galaxia-Gutemberg Círculo de lectores 2010), que complementa, forma un díptico, dice el autor,  con otra obra suya publicada en la misma editorial en 2007, El canto de las sirenas, de la que se dio noticia en un su día en las páginas de esta revista. No se trata de una segunda parte, son obras independientes aunque complementarias que ahora constituyen un díptico, pero que el autor convertiría con gusto en un tríptico, según confiesa en el prólogo,  para experimentar también la imaginación sonora en obras de autores dejados en el tintero en el díptico ya publicado, aproximándonos así a la gnosis de autores tan sugerentes como los músicos rusos o los españoles Tomás Luis de Victoria o Manuel de Falla, lo que constituiría  una visión exhaustiva del panorama musical  de occidente. Venturosamente  la publicación de ese futurible tercer volumen ni restaría ni añadiría valor a la obra que comentamos que, como El canto de las Sirenas, tiene autonomía sobrada para sostenerse sólidamente sobre su propia estructura argumental.

"Su obra, cada capítulo del arco en que despliega sus análisis, no es una  reseña histórica o descriptiva, ni lo pretende, solo es una  ascesis que por vía simbólica trata de encontrar la clave,  la gnosis del misterio del universo sonoro de cada compositor"

La imaginación sonora se mueve en un arco que comienza hacia el año mil,  con la invención en los monasterios cistercienses de la escritura musical y  el contrapunto y su culminación religiosa en Palestrina y madrigalesca o profana en Orlando di Lasso, y termina en los albores del año dos mil, con el giro decisivo que en la revolución musical en marcha supuso György Ligeti, húngaro superviviente de campos de concentración y fugitivo del terror con que se  aplastó en 1956 la primavera de Praga,  quien  en los laboratorios de electroacústica de Colonia elaboró una teoría revolucionaria que desplazó drásticamente armonía, ritmo y melodía hacia las afueras del núcleo musical,  y erigió en pilares estructurales del universo sonoro el color tímbrico, la intensidad y la dinámica. Ah! Y Giacinto Scelsi, músico enigmático, casi desconocido,  auténtico descubrimiento de un Trias enfervorizado, que cierra la incursión milenaria del autor  por el cosmos musical,   con una vuelta a la naturaleza -se marchó a componer al paisaje celestial del Tibet, con sus paisajes montañosos y sus sonidos naturales como el gong-, hasta liberar la materia sonora primigenia,  tratando el sonido, en un monismo fónico, como un organismo viviente, una célula que se expande de forma dinámica y vital.
Pero aunque ese arco se apoya en los pilares más consistentes del universo musical,y por su orden cronológico,  Bach, Haydn, Mozart, Beethoven, Wagner  etc.... la obra que comentamos no constituye una historia de la música. Eugenio Trias no hace historiografía ni ensaya sobre todos los músicos, ni siquiera sobre todos los señeros, ni tampoco sobre todas las obras o las más conocidas de los compositores escogidos, sino solo sobre aquellas  que tienen mayor carga simbólica según la estrategia adoptada por el autor de,  a través de los símbolos, llevar  el mundo musical de los sentimientos al dominio de la razón para trascenderlo e iluminarlo  con sus conceptos y  categorías.  Y para ello Trias apela obsesivamente al nexo entre sensibilidad e inteligencia del que fluye la imaginación sonora como fuente de la gnosis musical.

"Surgen así, como fruto de su imaginación sonora, la concepción como conciencia de culpa y pecado de la música de Palestrina, la visión como una canción de cuna de la cantata final de la Pasión según San Mateo, o la aparición divina en la inflexión final del último tiempo de la novena sinfonía"

Eugenio Trías no es músico ni historiador. Es catedrático de Filosofía en la Escuela de Arquitectura de Barcelona y ahora imparte la Cátedra de las Ideas en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra,  y en su larga trayectoria profesional  ha abordado todo y sólo los campos del conocimiento en los que la filosofía pueda germinar, aunque siempre ha demostrado marcadas preferencias por los entresijos de la estética y de la religión.
Trías ha intentado abrir pasillos secretos entre la estética musical y la religión entendida como anhelo espiritual pues, para Trías, ambos dominios mantienen una comunicación constante a través de los símbolos. Por eso su obra, cada capítulo del arco en que despliega sus análisis, no es una  reseña histórica o descriptiva, ni lo pretende, solo es una  ascesis que por vía simbólica trata de encontrar la clave,  la gnosis del misterio del universo sonoro de cada compositor.
Y para ello, armado con un bagaje filosófico apabullante, Trías embarca su imaginación sonora sobre las ondas que  cada compositor agita, transmitiéndonos  en sus ensayos el resultado de aplicar a sus pulsiones emocionales la comprensión intelectual de la materia sonora a través de los símbolos sustentados en la phoné, la materia musical. Y así, entre esa maraña de erudición filosófica,  va exponiendo las concreciones, casi siempre enroscadas en los pilares que absorben las obsesiones de Trías: la muerte -muerte y resurrección, muerte e inmortalidad-  y la religión,  no en su acepción confesional sino como aspiración del espíritu.
Surgen así, con la fluidez que permiten los partos filosóficos,  como fruto de su imaginación sonora, la concepción como conciencia de culpa y pecado de la música de Palestrina, por ejemplo;  la mística de los adagios de Mozart, la visión como una canción de cuna, una pura berceuse, de la cantata final de la Pasión según San Mateo, o la aparición divina en la inflexión final del último tiempo de la novena sinfonía. Un Beethoven juvenil hubiera terminado la obra tras el coro trepidante, pero el Beethoven maduro,  tras el tutti del coro, da  un giro en redondo hacia un clima religioso donde, en un adagio di cantata, se consuma la fraternidad en un dios amoroso panteísta, presentido o barruntado en el insólito final de esta sinfonía,  que adquiere presencia real en la Missa Solemnis que el músico compuso a continuación.
Y otras muchas concreciones que podríamos seguir citando del  rico acerbo de la  imaginación sonora  de Trías, a cuya verosimilitud podríamos aplicar el viejo proverbio italiano si non e vero e ben trovato. Lástima que el alarde de erudición filosófica de la obra endurezca la exposición y dificulte en ocasiones a los no iniciados su comprensión. Pero de lo que nadie puede dudar es de que su lectura enriquecerá los sueños de los que degusten la música,  aun en la convicción de que  difícilmente podrán encajonarse en los esquemas modestos y frágiles de la razón humana unos flujos musicales que si  también complacen, como escribió Mozart a su padre en una célebre carta,  a los que gozan sin saber la razón de su placer, complacerán  en forma máxima a los que entren en el santuario de la música y descubran el misterio, la  gnosis del universo sonoro.

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