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ENSXXI Nº 5
ENERO - FEBRERO 2006

JOAQUÍN ESTEFANÍA
Escritor y periodista. Fue director del diario EL PAÍS. En la actualidad dirige la Escuela de Periodismo de la UAM / EL PAÍS

Aunque todavía no se conocen datos significativos sobre lo ocurrido durante el pasado año, las cifras de población correspondientes a 2004 sirven de cartografía para conocer algunos rasgos de la inmigración en España. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), al finalizar dicho ejercicio había en España empadronados 44,1 millones de personas, de las cuales el 8,5% (3,7 millones) son extranjeros. Estos porcentajes, que se han acelerado de modo compulsivo en los últimos años (en 2001 ese grupo ascendía a 1,3 millones y representaba el 3,3% de la población total), sitúan a nuestro país entre los europeos que tienen un mayor porcentaje de ciudadanos nacidos fuera de sus fronteras que conviven con los autóctonos.
Las tendencias son igual de significativas: durante 2004 hubo un 23% más de extranjeros que un año antes. De los 3,7 millones, 1,6 estaban en situación irregular (sin papeles); si se tiene en cuenta que durante 2005 tuvo lugar un intenso proceso de regularización al que se presentaron casi 700.000 ciudadanos, ello indicaría que pese a ello, todavía entre 900.000 y un millón de inmigrantes seguía sin papeles, sin contar con los que hayan entrado de modo clandestino desde entonces. La distribución por comunidades autónomas no es homogénea: siete autonomías (Baleares, Madrid, Comunidad Valenciana, Murcia, Cataluña, Canarias y Rioja) tienen porcentajes de población extranjera por encima del 10%, mientras que Extremadura, Asturias, Galicia y País Vasco no superan en ningún caso el 3,5%. La zona mediterránea y Madrid están a la cabeza del crecimiento demográfico, mientras las comunidades autónomas del interior y del norte, en general, pierden peso poblacional en el conjunto del territorio.

"En los asuntos relacionados con la inmigración hay que reivindicar con radicalidad el concepto de ciudadanía. Un ciudadano sólo lo es si lo es completamente, no a medias"

Los dos colectivos extranjeros más numerosos en nuestro país son los marroquíes y los ecuatorianos, cada uno de ellos con casi medio millón de personas. Marruecos y Ecuador son dos zonas subdesarrolladas del planeta y aunque las causas de la inmigración no se pueden determinar sólo por la penuria económica sino también por la búsqueda de la libertad, la huida de las guerras, y en el caso de las mujeres por la fuga de marcos familiares represivos, la pobreza y el hambre son circunstancias muy mayoritarias en los movimientos masivos de personas.

La escalera del desarrollo. En este momento conviene recordar la distribución de ciudadanos del mundo en la escalera del desarrollo. Se observa una distancia casi inimaginable entre las regiones más pobres y más ricas del mundo, con todos los grados posibles entre ellas; se vislumbra el papel fundamental que desempeñan la ciencia y la tecnología en el proceso de desarrollo, y se detecta una progresión de este último que pasa de la agricultura de subsistencia a la industria ligera y la urbanización, y luego a los servicios de alta tecnología.
Tomemos la metodología escogida por Jeffrey Sachs, economista norteamericano, principal asesor del secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Kofi Annan, para lograr los Objetivos de Desarrollo del Milenio (en esencia, reducir la pobreza a la mitad en el mundo a partir del año 2015), en su libro.
El fin de la pobreza (Editorial Debate): si el desarrollo económico es una escalera con peldaños cada vez más altos que representan pasos adelante en el camino hacia el bienestar económico, hay aproximadamente 1.000 millones de personas -la sexta parte de la humanidad- que se hallan demasiado enfermos, hambrientos  o necesitados incluso para poner un pie en el primer peldaño de la escalera del desarrollo; esas personas son "los más pobres de entre los pobres" o los "pobres extremos" del planeta.
Todas viven en países en países en vías de desarrollo (en los países ricos existe la pobreza, pero no se trata de pobreza extrema). Si son víctimas de una sequía o una inundación de grandes dimensiones, de un episodio de enfermedad grave o de un hundimiento del precio del mercado mundial de los productos agrícolas que comercializan, es probable que el resultado sea un sufrimiento extremo o quizá incluso la muerte. Sus ingresos representan sólo unos céntimos diarios.
En el segundo escalón de la escalera del desarrollo se encuentra la parte superior del mundo de rentas bajas, formada aproximadamente por otros 1.500 millones de personas, los "pobres", que viven por encima de la mera subsistencia. Si bien la supervivencia diaria está más o menos asegurada, tanto en el campo como en la ciudad les cuesta mucho que les salgan las cuentas. La muerte no está llamando a su puerta, pero la penuria económica y la falta de servicios básicos como el agua potable y letrinas que funcionen como es debido forman parte de su vida cotidiana.
En total, los pobres extremos (1.000 millones) y los pobres (otros 1.500 millones) suman aproximadamente el 40% de la humanidad.
Otros 2.500 millones de personas se encuentran un poco más arriba en la escalera citada, en el mundo de las rentas medias. Se trata de familias de ingresos medios, pero desde luego no se las reconocería como parte de la clase media según los criterios de los países ricos. Sus rentas pueden ser de unos cuantos miles de dólares anuales. En su mayoría viven en ciudades y pueden conseguir ciertas comodidades para sus viviendas, tal vez incluso agua corriente. En el punto más elevado de la escalera están los 1.000 millones de personas restantes, aproximadamente una sexta parte de la población del planeta, pertenecientes al mundo de las rentas altas. Entre esas familias están los habitantes de los países ricos, pero también el creciente número de personas acomodadas que viven en los países de rentas medias.

La integración. Esta última categoría no emigra por razones económicas. Los pobres del mundo sí los hacen, al menos de modo potencial, porque saben de la existencia de la escalera del desarrollo: las imágenes de prosperidad que les llegan a través de los medios de comunicación del otro lado del mundo les fascinan al tiempo que les atormentan. Por ello no sirve el concepto de "civilización" como referente del sistema de relaciones internacionales para estudiar la integración del extranjero en las sociedades receptoras. Dentro de lo que se denomina "civilización" hay experiencias distintas, contradicciones, ideologías y religiones diferentes, desiguales situaciones sociales y políticas. Además, son permeables y se han construido mediante la imbricación de unas en otras. No se puede considerar cada una de las civilizaciones como un todo. Las civilizaciones como bloques compactos no existen.

"El inmigrante no sólo llega a un Estado, sino también a una sociedad y debe cumplir también con aquellas leyes no escritas que proporcionan las condiciones mínimas para las relaciones humanas"

¿Cómo acomodar la diversidad realmente existente en nuestras sociedades que, en muchos casos, cada vez más son sociedades mundiales que contienen microcosmos con docenas de nacionalidades, lenguas o culturas? Hay que establecer una serie de semáforos que los ciudadanos podemos cruzar cuando están en verde, y ante los que tenemos que defendernos cuando están en rojo. Algunos de ellos pueden ser son siguientes:
a) Los inmigrantes deben respetar las leyes del Estado que los acoge, incluso si llegan de Estados con leyes diferentes; respetar las leyes no implica la obligación de amarlas, pero sí de cumplirlas. Todos los ciudadanos del Estado en cuestión, sean anfitriones o inmigrantes, deben ser iguales ante la ley.
b) El inmigrante no sólo llega a un Estado, sino también a una sociedad. Por tanto, debe cumplir también con aquellas leyes no escritas que proporcionan las condiciones mínimas para las relaciones humanas. La voluntad de aprender el idioma también forma parte de las leyes no escritas.
c) Los inmigrantes han de contribuir al bienestar del lugar que les acoge. Por lo tanto tienen que trabajar según sus capacidades y las pautas de su nuevo hogar.
d) El anfitrión también tiene obligaciones: el respeto a la diferencia es la más significativa. Como el anfitrión está siempre en posiciones de poder debe estimular las condiciones para una democracia de la diferencia. El anfitrión es que el concede o no refugio y el que establece las leyes domésticas. Por ello tiene obligaciones (éticas) ineludibles.
e) Los contenidos de las obligaciones del anfitrión y del inmigrante son de carácter diferente, pero las obligaciones son recíprocas y tienen que hacerse tan simétricas como sea humanamente posible.   
Para trabajar con coherencia en los asuntos relacionados con la inmigración hay que reivindicar con radicalidad el concepto de ciudadanía. Un ciudadano sólo lo es si lo es completamente, no a medias. Para ello, los ciudadanos -de fuera y de dentro- debemos contener en nuestra personalidad los tres aspectos de la ciudadanía: ciudadanía política (el derecho a elegir y ser elegidos), civil (los derechos propios de las personas libres: libertad de pensamiento, expresión, a una justicia rápida y equitativa sin diferencias por razones de clase, raza o cultura) y ciudadanía social (los derechos básicos para subsistir con un mínimo de seguridad; los derechos mínimos por el hecho de existir, no para existir).

 

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