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REVISTAN67-PRINCIPAL

ENSXXI Nº 67
MAYO - JUNIO 2016

MIGUEL ÁNGEL AGUILAR
Periodista

Acaba de publicarse el volumen Yihadismo, del terror a la guerra, que compendia el seminario de ese mismo título organizado por la Asociación de Periodistas Europeos unos meses después de los atentados contra Charlie Hebdo. Sus páginas analizan desde distintas perspectivas la que se ha convertido en mayor amenaza para la seguridad. El modo de hacerlo, indagar si el yihadismo alentado por las precariedades y las exclusiones, trae causa de una interpretación teológica sesgada del Corán o si resulta de instrumentalizar las suras para convertirlas en ariete político. Cuestión capital es la de dirimir si el yihadismo debería combatirse a la manera de un fenómeno terrorista o si sería más conveniente proceder a una declaración de guerra, al modo de la war on terror lanzada por el presidente de los Estados Unidos George W. Bush tras la masacre de los atentados de Al Qaeda el 11 de septiembre de 2001.
Aquel fue un momento de obnubilación impropio de un inquilino de la Casa Blanca que dispone de la mejor información, los mejores expertos y los mejores asesores. Pero por encima de todo prevaleció esa inflamación patológica del poder que denominamos hubris. La acción terrorista percibida como un desafío intolerable desencadenó la necesidad de una réplica en términos de represalia física, de descarga visible sobre un territorio que hubo de ser predeterminado para que recibiera el golpe del escarmiento. Era urgente atornillar a una Al Qaeda incorpórea a una geografía culpable merecedora de recibir el fuego del cielo. Con la máxima celeridad se construyó el argumentario que habilitó a Afganistán como blanco a bombardear. Los aliados talibanes, punto de apoyo en tiempos anteriores para sumar dificultades a Moscú fueron transmutados en enemigos destinatarios privilegiados para el ejercicio de la venganza que debía brindarse como desagravio a la ciudadanía norteamericana humillada y desconcertada, incapaz de entender hubiera sucedido lo que sucedió en Nueva York. La opción fulminante se inclinó por el primitivismo de la visceralidad y descartó el método de la racionalidad lúcida y esclarecedora.

Claro que de la opción que acabara eligiendo el presidente George W. Bush acabaría determinando el marco legal disponible para las acciones a emprender. La declaración de guerra y el recurso al artículo quinto del Tratado de Washington constitutivo de la Alianza Atlántica donde se detallan las obligaciones correspondientes a la defensa colectiva, se hicieron al día siguiente y fueron interpretados como signo de fortaleza, de determinación, de compromiso con los conciudadanos, quienes parecieron dispuestos sin titubeos a emprender un camino de servidumbre, una vez que inoculados con la dosis adecuada de miedo, bajo cuyos efectos tóxicos propenden a dejarse arrebatar sus libertades y derechos en aras del bien superior de la seguridad. Nuestros custodios quedan así liberados de limitaciones legales entendidas en términos de ventajas brindadas al enemigo y acaban situándose por encima, en ese lugar donde el fin justifica los medios y está desplegado el campamento base de los terroristas.

"El combate a los bárbaros incurriendo en la misma barbarie que abominamos nos equipararía con ellos, borrando nuestras señas de identidad características"

Pero la filigrana de la civilización en la que queremos vivir consiste como escribía Milan Kundera en combatir la injusticia sin incurrir en ella. De ahí que el elemento diferencial que nos califica sea la cuidadosa elección de los procedimientos. El combate a los bárbaros incurriendo en la misma barbarie que abominamos nos equipararía con ellos, borrando nuestras señas de identidad características. Por eso, con lucidez certera concluye Hans Magnus Enzensberger en sus Ensayos sobre las discordias (Editorial Anagrama. Barcelona, 2016) que "cuanto más intensamente se defiende y cuanto más se amuralla una civilización frente a una amenaza exterior, menor será lo que finalmente quede por defender". Si convalidáramos la tortura en Guantánamo o en Abu Graib ¿qué reproche podríamos formular a nuestros adversarios por las torturas que ellos emplean? Y en cuanto a los bárbaros Enzensberger enmienda a Cavafis y a Coetze para precisar que "no es necesario que esperemos su llegada; siempre han estado entre nosotros".
Salomé Zourabichvili, a la sazón Subdirectora de Asuntos Estratégicos, Seguridad y Desarme del Quai d´Orsay, había advertido en una edición anterior del seminario de Defensa de la Asociación de Periodistas Europeos, la correspondiente a junio de 2001, cuando todos ignorábamos lo que nos depararía el 11-S, que después de tantos años amenazados por los fuertes deberíamos prestar atención a la amenaza planteada por los débiles, que según pronosticaba pasaría a ser la más grave. Por aquel entonces los estrategas afinaban el concepto de guerra limpia capaz de causar daños inaceptables al enemigo con la garantía de quedar a salvo de sufrir bajas propias con mal encaje en las opiniones públicas. Zourabichvili deducía que esta asimetría induciría como respuesta la guerra más sucia utilizando el recurso al terrorismo más brutal. Un pronóstico confirmado el 11-S y en otros episodios de masacres sangrientas como las de Madrid, Londres, Paris o Bruselas, además de las ocurridas en las capitales árabes. Nada iguala la eficacia del suicida que se inmola ni es menos detectable. Ningún aro es susceptible a la alteración perversa de las convicciones mentales. De nuevo Enzensberger subraya que "al fracasado le queda resignarse a su suerte y claudicar; a la víctima, reclamar satisfacción; al derrotado, prepararse para el asalto siguiente. Pero que el perdedor radical, por el contrario, se aparta de los demás, se vuelve invisible, cuida su quimera, concentra sus energías y espera su hora".
La opulencia y la miseria son vecinos de incompatibilidad creciente cuanto más se extreman. Además sucede que la proximidad de ambos fenómenos se multiplica en una sociedad globalizada, donde el último pueblo del país más pobre está expuesto a las imágenes de la opulencia más exageradas del estilo de vida occidental. A partir de ahí, una utilización de las tensiones resultantes de la desigualdad puede desencadenar los conflictos más violentos. El Daesh demuestra otra vez que quienes nada tienen que perder son más dúctiles y maleables a la hora de imbuirles ideas grandilocuentes como la necesidad de establecer un califato sobre todas las tierras que alguna vez fueron musulmanas o convertir la sharia en la única fuente de derecho. Esta utilización del poder polemógeno de la religión para nada es exclusiva del Islam sino que alcanza otros monoteísmos como el cristianismo fundamentalista que de manera un tanto circense utiliza Donald Trump, en su campaña para ser proclamado candidato del Partido Republicano en las elecciones a la presidencia de los Estados Unidos de noviembre de 2016; el judaísmo militante que ha contribuido a enquistar el conflicto de Oriente Medio e incluso el hinduísmo que encontró una manifestación violenta en el Bharatiya Janata Party. El caso del Daesh es el más preocupante ya que se ha erigido en vencedor de la macabra lucha por la supremacía del terror que le disputaba Al Qaeda, siempre en competencia por el uso de una violencia extrema y la difusión mediática de la barbarie como propaganda por la acción.
A la espera del manual que nos aleccione sobre el modo de empleo de los dioses, con atención particular al caso de las religiones monoteístas, los debates resumidos en las páginas del volumen que aquí se comenta, esclarecieron que el combate al terrorismo yihadista requiere entender dos de sus bases de apoyo: su economía y sus sistemas de captación. Respecto a la primera, parece que la crisis del petróleo y los efectos de los bombardeos están erosionando la financiación del Daesh, aunque aún mantienen activo un complejo sistema de recaudación basado en el tráfico de drogas y de armas, las donaciones privadas de jeques millonarios, la extorsión y los saqueos. En relación al reclutamiento, el grupo terrorista ha conjugado el arcaísmo de sus argumentos y de sus métodos con un uso eficiente de la modernidad, ya que es a través de Internet y de las redes sociales como difunden su propaganda, buena prueba de que, como en otros momentos de la historia, las nuevas tecnologías son de doble uso y susceptibles de ponerse al servicio de la barbarie.

"La opulencia y la miseria son vecinos de incompatibilidad creciente cuanto más se extreman"

Así que a través de las nuevas tecnologías se forman, organizan y alientan los foreing terrorist fighters, que suponen el mayor riesgo de terrorismo yihadista en territorio occidental. Se trata generalmente de nativos europeos supuestamente integrados que, a pesar de ser inmigrantes de segunda o tercera generación, nunca lograron adaptarse y que se radicalizan con la absorción de mensajes que circulan con relativa impunidad en las redes sociales. De ellos, los que suponen una amenaza mayor son los denominados yihadistas frustrados que, ante la imposibilidad de realizar su inmersión en la yihad desplazándose a Siria, se radicalizan y reciben el adiestramiento en el uso de armas y explosivos sin salir de su casa, de manera anónima e impune, utilizando solamente un ordenador o un teléfono móvil y utilizando las redes para establecer conexiones. Recuperemos con Enzensberger la figura del perdedor radical que experimenta un poderío excepcional en el momento del estallido; su acto le permite triunfar sobre los demás aniquilándolos. Por otro lado, al acabar con su propia vida ofrece la cara opuesta de esa sensación de poderío, a saber, la sospecha de que su existencia carezca de valor. Continuará.

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