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Por: MIGUEL ÁNGEL AGUILAR
Periodista

En una entrevista concedida a la periodista Mika Brzesinski el martes 22 de noviembre el presidente electo de Estados Unidos Donald Trump, que permanecía recluido en su torre del oro o por lo menos dorada de la Quinta Avenida neoyorquina, asegura que no presionará para que haya una investigación criminal a Hillary Clinton por el asunto de los correos electrónicos confidenciales enviados a través de servidores no oficiales. Se diría así que se repliega hacia la clemencia después de una campaña en la que afirmaba que con él en la Casa Blanca la señora Clinton estaría en la cárcel. Ahora, de modo súbito, como si tuviera reflejos de humanidad se deja invadir por la pena que le suscita quien ha sido su rival en las presidenciales del 8 de noviembre atendiendo a que "ya ha pasado bastante". Luego, ampliando el foco sobre la familia Clinton, añade que no quiere hacerles daño y que son buena gente, en una actitud propia del perdonavidas mafioso.
Llegados aquí, más allá de registrar unos cambios de actitud, que oscilan desde la sañuda persecución durante la campaña de las presidenciales a la indulgente clemencia tras el reconocimiento de su victoria, la cuestión a dilucidar es cómo alguien -por muy presidente de los Estados Unidos que vaya a ser a partir de su inauguración el próximo 20 de enero- pueda contar entre sus atribuciones con la de abrir una investigación criminal a una ciudadana estadounidense e incluso meterla en la cárcel. Porque si así fuera nos encontraríamos ante la pulverización del principio de separación de poderes, piedra de toque de la existencia del Estado de Derecho. Hagamos notar también que si el hombrón del peluquín amarillo careciera de semejantes competencias el hecho de que haya osado exhibirlas en falso sin que al hacerlo se haya desatado escándalo público alguno certificaría la degradación cívica de un electorado y de unos medios de comunicación impasibles que estarían entrando en caída libre con grave pérdida de masa encefálica y de autoridad moral, cuando apenas faltan dos meses para que el electo se instale de inquilino en la Casa Blanca. 

"Más de dos millones de votos populares de ventaja sobre su rival debieran permitir a Hillary recuperarse al menos para reclamar respeto y también para rechazar con energía la conmiseración que le ofrece Trump"

En todo caso, últimos viajeros llegados de Nueva York informan de que la candidata demócrata, Hillary Clinton, continua sumida, tal vez para siempre, en la depresión de la derrota sin mostrar síntomas de recuperación pese a que en el recuento final obtuviera 64.227.373 papeletas a su favor lo cual representa una ventaja de 2.064.621 sobre las que dieron respaldo a su contrincante, el republicano Donald Trump. Se diría que sobre ella solo gravita cómo se han traducido los millones de votos populares en la distribución de los 538 compromisarios que, a fin de cuentas, son quienes fungen como electores para la designación del presidente. Una traducción basada en los que tiene asignado cada uno de los Estados, que en absoluto guarda proporcionalidad con su respectiva dimensión demográfica. De ahí que, sin trampa ni cartón, la relación final de compromisarios demócratas y republicanos pudiera acabar invirtiendo los resultados de los votos depositados en las urnas y alzar como vencedor a Trump quien logró sumar en sus filas 306 frente a los 232 obtenidos por Clinton. 
Más de dos millones de votos populares de ventaja sobre su rival debieran permitir a Hillary recuperarse al menos para reclamar respeto y también para rechazar con energía la conmiseración que le ofrece Trump. Ni un minuto más debiera aceptar la Clinton que semejante energúmeno se refiriera a ella diciendo que le da pena, ni tampoco para rehusar la indulgencia que le ofrece impregnada en una simulación de buenos sentimientos, que debería indicarle los guardara para mejor ocasión. De modo que desprovista como está de aforamientos y otras martingalas, la señora Hillary Clinton tendría que enfrentarse decidida al matonismo de Trump y de los tramposos en los que se ha apoyado durante su indigna campaña empezando por el impresentable y sectario director del FBI James B. Comey. 
Escribiendo desde Estocolmo, Goran Rosenberg se declara conforme con el Papa Francisco quien entrevistado en una publicación sueca sostiene que "el envilecimiento de los otros" tal como es practicado por Trump "es una forma de terrorismo". Porque "cada ser humano es capaz de transformarse en un terrorista simplemente por un abuso del lenguaje". El Papa precisa que no está hablando acerca de dar una batalla a la manera de como combate en una guerra sino que se refiere a una engañosa y oculta forma de terrorismo que usa las palabras como bombas que explotan, causando devastación en la vida de las gentes. Señala que ésta es una forma de criminalidad cuya raíz es el pecado original de la que cada uno se sirve con el intento de ampliar un espacio para sí mismo destruyendo el de los otros.

"Rosenberg: 'La victoriosa campaña electoral de Trump ha envenenado el clima político de las democracias liberales porque según hemos visto la difamación, el odio y la mentira pueden ser un atractivo camino que acelere la llegada al poder'"

Rosenberg teme que el ejemplo aportado por Trump estimule a las fuerzas oscuras que en Europa están ganando espacio cada día. Y concluye que la victoriosa campaña electoral de Trump ha envenenado el clima político de las democracias liberales porque según hemos visto la difamación, el odio y la mentira pueden ser un atractivo camino que acelere la llegada al poder. Cedant arma togae -que las armas cedan su lugar a la palabra- es la fórmula propugnada por el pacifismo ingenuo, pero examinado en detalle advertimos que se trata de una ilusión óptica porque a las armas les gustan las palabras que se convierten en nuevas armas, según ha escrito Philippe-Joseph Salazar en su libro Palabras armadas (Editorial Anagrama, Barcelona, 2016). Sabemos que siempre el antagonismo extremo acaba generando elementos miméticos en ambos polos. De ahí que ayude a entender a un islamófobo radical como Donald Trump analizarlo como si se tratara de un califa autoproclamado de esos que consideran su deber reclamar obediencia y que haciendo gala de su condición de buenos creyentes solo pueden subsistir en estado de guerra.
Se ha dicho que la sociología es la penosa demostración de lo obvio y en esa línea otro tanto podría decirse del foro internacional del Paley Center, reunido por primera vez el México el 17 de noviembre en torno al futuro de la industria de la información y el entretenimiento y el análisis del comportamiento de los medios durante la campaña electoral que ha encumbrado de modo inesperado a Donlad Trump a la presidencia de los Estados Unidos. Allí, por ejemplo, la presidenta de la RAI italiana se declaró desconectada de la realidad y dijo que los periodistas prefieren contar historias que llevan preparadas de casa en vez de reportar las que están cociéndose fuera en la calle. Es lo mismo que de manera precursora advertía hace más de cuarenta años nuestro Onésimo Anciones cuando señalaba: "las noticias no van a las redacciones, están en los bares". Cabría añadir que también están en las salas de espera de los aeropuertos, de los ferrocarriles, de los hospitales, de las clínicas de adelgazamiento, de las notarías o en la tribuna de prensa del Congreso de los Diputados, donde tras el abandono de los periodistas empieza a crecer la mala hierba de los asesores ministeriales.
Los convocados por el Paley Center en México se aplicaron el principio consolador del mal de muchos y se indultaron con toda diligencia aduciendo que la crisis de la prensa es global y que los adelantos tecnológicos han privado a los medios de la función de intermediar en el proceso de la comunicación, habida cuenta de que ahora el público es el que dice cuáles son los temas que le interesan. Pero el público siempre ha dado a entender sus intereses de diferentes maneras y de forma mensurable bastante aproximada, sin que ese conocimiento desencadenara un automatismo de respuesta obediente por parte de los medios para satisfacerlos siguiendo el mismo orden de prioridades. Recordemos a esos efectos al director de la BBC cuando declaraba "sabemos bien lo que quieren los oyentes y espectadores y precisamente por eso no se lo damos".

"Nuestro columnista propugna el ataque inclemente a la información falsa como si fuera un virus, reclama la difusión masiva del manual de autodefensa contra la manipulación informativa e intenta mentalizar a los lectores sobre la necesidad de suscribirse y pagar, con la seriedad de quien se alista para batallar en nombre de la verdad"

En cuanto a la misión a cumplir por los medios estadounidenses durante la presidencia de Trump, que se inaugurará el viernes 20 de enero, avancemos que será compleja. Porque frente a los estabilizadores automáticos empeñados en predecir un acoplamiento progresivo del presidente electo respecto a sus deberes y al respeto de los márgenes institucionales, Rutenberg cree que el presidente podría continuar el ascenso por la espiral iniciada en la campaña hasta alcanzar temperaturas de ebullición que presagiarían el desencadenamiento de estallidos sociales y minarían aún más la credibilidad del trabajo periodístico profesional. Es inaudito que Trump se haya pronunciado durante la campaña en favor de la tortura y que sólo en un encuentro con los periodistas de The New York Times en la sede del rotativo haya concedido que podría modificar su posición en el caso de que como le ha dicho un general retirado se comprobara que torturar es ineficaz.
Nuestro columnista propugna el ataque inclemente a la información falsa como si fuera un virus, reclama la difusión masiva del manual de autodefensa contra la manipulación informativa e intenta mentalizar a los lectores sobre la necesidad de suscribirse y pagar, con la seriedad de quien se alista para batallar en nombre de la verdad. La gente, en definitiva, ha de entender que se necesita buen periodismo en una era inundada de información falsa donde la reputación de los medios se ha visto degradada por los movimientos populistas en progresión que les acusan de pertenecer al sistema que, como dice el catecismo a propósito del infierno, consideran es la suma de todas las perversidades sin mezcla de bien alguno.

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