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REVISTA76-PRINCIPAL

ENSXXI Nº 76
NOVIEMBRE - DICIEMBRE 2017

Por: BERNARDO YNZENGA
Doctor arquitecto y profesor ad honórem en ETSA Madrid y FARQ Montevideo



ESPECIAL DE NAVIDAD

Meditación sobre la forma

Si vivimos en una ciudad relativamente grande, viajamos a otro país y alguien nos pregunta como es la ciudad en que vivimos, ¿cómo la describiríamos? O si cuando volvemos nos preguntaran, al revés, como era la que hemos visitado, ¿qué contaríamos? No lo tendríamos fácil, porque no es fácil. Si nos paramos a pensar nos daríamos cuenta de que no lo sabemos porque en cualquiera de los dos casos la ciudad es demasiado grande y diversa. En la que visitamos habrá muchísimas zonas a las que no hemos ido y muchísimos edificios que no hemos visto; y en la nuestra no tantísimos pero también muchos. Normalmente solo conocemos partes y no muy en detalle: nuestra calle y lo más próximo; los trayectos que recorremos en nuestros desplazamientos; la zona en que trabajamos o estudiamos; los sitios donde viven las personas a las que vemos; los lugares o centros donde quedamos con los amigos, compramos, hacemos deporte, paseamos; las zonas a las que solemos ir o hemos ido alguna vez; el centro, para el quién lo vive o lo visita... Ese conjunto de lugares, edificios y recorridos conocidos -nuestra experiencia urbana- no tiene en sí forma, o al menos no lo que convencionalmente se entiende por “forma”.
La forma de un rostro, o de una flor, o de un edificio o de una plaza se puede dibujar; pero si quisiésemos responder a esas preguntas con un dibujo improvisado en la servilleta de un bar el resultado en el mejor de los casos sería un gráfico desigual: mucho papel en blanco; algunas indicaciones precisas con el nombre o silueta de algún monumento, aisladas o colocadas en su posición relativa; manchas que representan barrios con o sin la geometría de sus calles; líneas que lo unen... algunas cosas hitos o zonas y sus relaciones; un esquema topológico. Una torre Eiffel acá, un Sacre Coeur allá, la traza de los Campos Elíseos, el Sena, el sitio donde estaba el hotel, por supuesto el Museo del Louvre si se visitó, el barrio latino o las zonas de tiendas según las preferencias... y, “voilá”: París. No es una hipótesis. Es un experimento que se ha hecho muchas veces con resultados parecidos: gráficos, mapas mentales, que hablan más de los hábitos e información de quien dibuja que de la realidad sobre la que se le interroga.

Frente a esto, algunos podrían decir que la verdadera “forma de la ciudad” es cosa de cartógrafos, que está en los mapas (o en las maquetas del conjunto urbano) porque en ellos está todo y en su sitio; especialmente en los que -maravillosos algunos- además de las calles dibujan en detalle los edificios y los monumentos, las avenidas y los parques, el paisaje alrededor y orlas numeradas diciendo qué es cada cosa. Su atractivo está en que nos muestran con una mirada en vertical, teóricamente desde el cielo, ámbitos, relaciones y geometrías que desde el suelo -andando, en coche o en bus- no vemos; y menos desde el metro que suprime lo intermedio.
Creo que primero fue en una bienal de Sao Paulo pero lo vi en el inmenso vestíbulo de la Intendencia de Montevideo: sobre el suelo una enorme foto aérea de la ciudad; los visitantes podían pisarla, andar por encima, pararse, comentar... Mirando hacia abajo, desde el cielo virtual de cada uno, descubrían a sus pies la “verdadera” forma de su ciudad, “¡mira!, ¡mira! aquí vivo yo, y allí mis padres y acá mi novio; esto es la Rambla y aquí el teatro de verano; y aquí...” Disfrutaban descubriendo lo que sin haber visto antes reconocían. A falta de mapa está el atractivo de subir al punto alto para ver dónde está cada cosa y cómo es. Por eso los campanarios, los miradores, las torres -cuanto más altas mejor- atraen a tantos y tantos. Porque desde ahí arriba el gráfico incompleto que podríamos dibujar se perfila y toma cuerpo: la imagen difusa adquiere forma.

"Una torre Eiffel acá, un Sacre Coeur allá, la traza de los Campos Elíseos, el Sena, el sitio donde estaba el hotel, por supuesto el Museo del Louvre si se visitó, el barrio latino o las zonas de tiendas según las preferencias... y, 'voilá': París"

Imagen: es la palabra clave. Para quien la vive, la ciudad no tiene forma. Si la ha visitado o recorrido mucho y tiene mucha memoria y mantiene registro detallado de todo o estudia los mapas, aprenderá la forma. Si no, lo que tiene, lo que en general tenemos todos, es una imagen o, mejor dicho, un mosaico de imágenes distintas, en muchas escalas y de muchas clases, conglomeradas e interrelacionadas en una especie de nube reconocible con identidad propia, una “gestalt” (palabra alemana de difícil traducción: una forma sin forma, un algo unificado e indefinible en el que cada elemento es singular pero cuya identidad es más que la suma de todos ellos).
Referida al entorno urbano, podríamos decir que la imagen es la confluencia de los “rasgos”, o características formales específicas que asociamos a su todo o a sus distintas partes. En ella aparecerán rasgos de algunos barrios o zonas, de calles y espacios públicos, de edificios. Con seguridad puede haberlos de más cosas -diremos algo de ello- pero de esas seguro que los hay.
Cuando ya hace tiempo que un barrio “es” tiene mucha inercia. Se ha consolidado, ya está hecho. Su estructura general y el tono de su arquitectura cambian poco. El centro de la ciudad sería el ejemplo paradigmático. Sus rasgos esenciales están fijados en nuestra memoria individual o colectiva. Sin embargo el tiempo los modifica incluso en un instante.
Los anuncios superpuestos en las fachadas, ocultándolas a veces, las renovaciones y limpiezas de los frentes de edificios, las luces y otras intervenciones epidérmicas hacen que la realidad de la ciudad percibida sea otra (como ocurre en el teatro con la escenografía o en un rostro con el maquillaje). Las colas que se forman para subir a los autobuses de techo descubierto, ver las iluminaciones de navidad y descubrir con sorpresa que con una mirada distinta, bajo una luz distinta, las cosas pueden ser más mágicas, dan testimonio de ello.
Lo que hay y lo que transcurre en sus calles -el brillo de los nuevos vehículos, la diversidad de gentes y sus modos, modas y colores de vestimenta, el mobiliario urbano de último diseño, la pavimentación, los artefactos- modifican la imagen percibida insertándola en la contemporaneidad al igual que el mobiliario puede cambiar una habitación de arcaica a moderna, o la utilería y el atrezo marcar el tono y la época de una escena. El contraste entre la foto de una calle o plaza de hace cincuenta años y otra de hoy es prueba elocuente de ello: es la misma, pero no. También la densidad, prima hermana del éxito y motor de cambio, modifica radicalmente la imagen: quienes quieren vender y quienes quieren lucirse necesitan que haya gente que les vea, y las gentes van donde hay cosas que ver o comercios en que volcar el consumismo: gente y visibilidad, visibilidad y gente van de la mano en una espiral ascendente con efectos evidentes en los rasgos que asociamos a los lugares en donde ambas convergen. Y allá donde se da, la intensidad de esa actividad domina y altera la percepción de lo real.

"Algunos podrían decir que la verdadera 'forma de la ciudad' es cosa de cartógrafos, que está en los mapas (o en las maquetas del conjunto urbano) porque en ellos está todo y en su sitio"

Volviendo a los rasgos de un barrio consolidado, con tiempos más lentos vemos el efecto de procesos metabólicos que sin cambiar la apariencia básica de los edificios van sustituyendo con otros los usos o usuarios que había y con ello los rasgos de la imagen conjunta: terciarización, gentrificación, turistificación serían las palabras clave. Y lo mismo ocurre con los rasgos de los espacios públicos, mejorados o distorsionados por el surgir de nuevos o distintos usos y usuarios; para bien cuando prevalece la participación, la sensibilidad ciudadana y el compromiso de quien proyecta; para mucho menos bien cuando se les cambia, invade o privatiza al servicio de intereses mercantiles y codicias comerciales, turísticas o recaudatorias.
También somos testigos de otro tipo de sustituciones menos generalizadas pero con gran impacto puntual e icónico: el surgir de edificios nuevos previa demolición o transformación de los que había o la ocupación de los pocos vacíos que aún quedasen. En ellos los cambios y las modas y los modos se hacen más evidentes. Como nuevos que son, e independientemente de que su diseño pretenda o no dialogar con lo existente, cada uno (o mejor dicho las empresas, sociedades o instituciones que los promueven) busca mostrar su “ser lo mejor” y expresarlo a su modo con el lenguaje arquitectónico y los materiales “más del momento”, lo más actual... Acentos singulares cuya contemporaneidad tiñe con su efecto a al entorno en que se ubican. Sus fachadas son los rostros que quieren mostrar. Vistos junto a otros que en su día también quisieron ser contemporáneos despliegan, alineados en los frentes de calle, cual un museo, una exposición local de historia de la arquitectura, el sedimento de estilos (y tipologías en su caso) con los que se creó y sigue creando la ciudad.
La globalización y con ella el tamaño de las grandes empresas y la inmensa acumulación de capital inmobiliario están cambiando espectacularmente la escala y la intención de sus edificios y el tamaño y el carácter de las zonas donde la ciudad se expande. En las partes centrales de las ciudades o en lo que en su día fue su entorno próximo, los suelos que antes ocupaban estaciones de ferrocarril, puertos, industrias y otras estructuras o infraestructuras obsoletas son hoy lugares privilegiados reciclados para convertirlos en ámbitos de “contemporaneidad” y escaparate de nuevas formas. El paradigmático y espectacular Museo Guggenheim sobre lo que fueron terrenos industriales junto a la ría de Bilbao, la High Line que convierte en paseo elevado una línea de ferrocarril de mercancías en Manhattan, la impresionante recién inaugurada Filarmónica del Elba sobre almacenes de tabaco y cacao en el reciclado del puerto de Hamburgo, el complejo edifico de la Compañía China de Televisión sobre zonas de renovación en Pekín, son algunos de los muchos casos que podríamos mencionar.
En ellos, y en otros enclaves privilegiados, junto a actuaciones que brillan por su rigor formal y constructivo, como algunos de los muchos edificios dotacionales o los nuevos rascacielos o edificios residenciales en tantas y tantas ciudades, surgen edificios que además de cumplir su función (y no siempre) tienen el objetivo sobreañadido de convertirse en icono o imagen de marca e incluso símbolo de singularidad y contemporaneidad, a mayor lustre de la auto imagen que quieren proyectar empresarios y directivos. Cada uno de ellos, además de desear ser formidable, quiere también ser y mostrase singular, distinto, único, mayor, o más alto, con materiales más tecnológicamente avanzados... Una estrategia invasiva de postureo formalista -que curva y contorsiona lo recto, fragmenta y separa lo junto, inclina lo horizontal buscando la sorpresa de la diferencia- despliega frente a nosotros un alarde de formas insólitas y novedosas al extremo paradójico de que lo normal sea ser distinto: gestos de exceso epatantes que quisieran convertir en ciudad-anuncio el paisaje de todos.

"Para quien la vive, la ciudad no tiene forma. Si la ha visitado o recorrido mucho y tiene mucha memoria y mantiene registro detallado de todo o estudia los mapas, aprenderá la forma"

En las zonas donde la ciudad se expande y al filo de las autovías surgen los nuevos centros de actividad o compras, la forma es otra y se forma de otro modo. Construidas en muy poco tiempo en procesos muy rápidos son campo de operaciones del gran capital inmobiliario. No vamos a comentar aquí su mecánica económico-financiera pero si la tónica genérica de sus resultados. Barrios trazados pensando menos en la calidad del nuevo entorno urbano que en la facilidad y rapidez de comercialización de los nuevos solares: más para el dinero que para las gentes. Edificios, los más, conservadoramente predecibles como si toda innovación creativa fuese sospechosa, revestidos con fachadas no disonantes de apariencia IKEA (modernidad convencional y sin sorpresas universalmente aceptable). Barrios “a estrenar” a los que la cotidianeidad tardará en llegar... Barrios que la mayoría ni visitamos ni conocemos pero que son parte indisoluble de la imagen-ciudad de sus residentes. Afectan directamente a menos gentes pero genéricamente están en la mente de muchos porque aun sin conocerlos sabemos que están ahí.
Como la imagen de nuestro entorno es caleidoscópica y un artículo tiene sus límites, nos hemos dejado fuera muchas cosas, positivas unas y no tanto otras, modélicas y banales. No hemos hablado de la importancia formal de cosas tales como la textura y las hechuras de los sistemas de calles, ni de cómo se relacionan con los edificios, ni del tono y carácter de su arquitectura: lo recto de Nueva York y sus contrastes de alturas; lo orgánico de Londres; lo caótico de Roma; la arrogancia alto burguesa de París; la calma sosegada de las ciudades centro europeas; la instantaneidad de los nuevos centros en las ciudades del Golfo; o de tantos otros rasgos en los que podríamos pensar si repasamos nuestras imágenes estándar de ciudades que conocemos.
Tampoco hemos mencionado aspectos inmateriales que adjetivan la imagen: el color, el carácter, el enfado y el desenfado, el silencio o el ruido, el torbellino o el orden, las voces, la luminosidad o la umbría, el ritmo del tiempo, la belleza de lo igual y del contraste... Adjetivos que modifican nuestra percepción de la realidad.
Si volvemos al comienzo vemos que en la imagen de la ciudad que conocemos hay muchas percepciones distintas sobre lo mismo, que nos cuenta mil y una cosas que cambian o emergen en cada momento con pulsos y ritmos propios. En la base, la “forma” de la ciudad es el sustrato estable en que sedimenta la imagen de nuestro entorno. Sobre ella los cambios incrementales, los nuevos edificios y espacios, los eventos singulares alteran y añaden rasgos a su fisonomía pero no cambian su naturaleza. Y en la superficie y el momento las modificaciones epidérmicas, lo efímero, el modo en que cambia el modo en que la usamos, cambian su semblante. Todo ello forma parte de la forma, y querría encontrar su sitio en las frases con que responderíamos a las preguntas con que empezamos: ¿cómo es la ciudad en que vives?, ¿cómo era la que has visitado?

Palabras clave: Forma, Imagen, Ciudades.
Keywords: Form, Image, Cities.

Resumen

Si vivimos en una ciudad relativamente grande, viajamos a otro país y alguien nos pregunta como es la ciudad en que vivimos, ¿cómo la describiríamos? O si cuando volvemos nos preguntaran, al revés, como era la que hemos visitado, ¿qué contaríamos? No lo tendríamos fácil, porque no es fácil. Si nos paramos a pensar nos daríamos cuenta de que no lo sabemos porque en cualquiera de los dos casos la ciudad es demasiado grande y diversa. El conjunto de lugares, edificios y recorridos conocidos -nuestra experiencia urbana- no tiene en sí forma, o al menos no lo que convencionalmente se entiende por “forma”.

Abstract

If we live in a relatively large city, when we travel to another country and someone asks us what the city we live in is like, how would we describe it? Or if when we return we are asked the opposite question - what was the one we visited like - what would we say? We would not find it easy, because it is not easy. If we stopped to think, we would realise that we do not know, because the city is too large and too diverse in both cases. The range of places, buildings and journeys that we know - our urban experience - does not have a form in itself, or at least not what is conventionally understood by the word 'form'.

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