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ENSXXI Nº 9
SEPTIEMBRE - OCTUBRE 2006

JOSÉ MARÍA GARCÍA ALONSO
Economista e Inspector de Finanzas del Estado

Escribir sobre la realidad económica española implica un ejercicio complejo en el que se mezclan, complementándose, los análisis de la evolución histórica de los hechos económicos, de las características del presente, y de las previsiones sobre el futuro. Al desarrollarse la vida económica por ciclos, como la mayoría de lo viviente, es especialmente útil estudiar períodos significativos de expansión y recesión para identificar características homogéneas de los mismos, que ayudan a definir, valorar y comparar los comportamientos de las distintas economías.
Si tuviéramos que definir el carácter esencial de lo económico, nos decidiríamos por “la interrelación de actividades entre agentes económicos de espacios diferentes”, sería el “comercio” de siempre, o lo que ahora llamamos “Globalización”. En el actual contexto de la técnica, todo hecho económico relevante sucedido en cualquier parte del mundo se traslada al resto en oleadas de diversa intensidad y temporalidad.
En el mundo económico actual es muy destacable, también, el grado de institucionalización de La Información y La Opinión. El fondo Monetario Internacional, la Unión Europea, el Banco de España, y otros Institutos Públicos, elaboran sistemáticamente series de datos y análisis de comportamiento sobre todas las economías del mundo, junto a recomendaciones a los Gobiernos sobre las políticas de actuación.

"En el actual contexto de la técnica, todo hecho económico relevante sucedido en cualquier parte del mundo se traslada al resto en oleadas de diversa intensidad y temporalidad"

Los párrafos anteriores vienen a propósito de la estructuración y tono del presente comentario:
a) La evolución de las economías europea y mundial es absolutamente relevante en el comportamiento de la economía española, y su análisis sintético ayudará a enmarcar los valores y defectos propios de la misma.
b) El comentario se centrará preferentemente en el período que va desde comienzos de 1999, entrada plena en la Unión Monetaria, hasta la actualidad, aunque haremos referencia a dos periodos anteriores que mostrarán cual  profundo ha sido nuestro grado de transformación: 1.- Desde la transición política hasta el Acuerdo de Adhesión a la Unión Europea. (1975- 1985); 2.- Desde el Acuerdo hasta la entrada en el euro. (1986-1999).
c) La evolución de las ideas económicas, con predominio en cada etapa de las que mejor interpretaban las realidades cambiantes, ha cristalizado en fórmulas de política económica homogéneas aplicables a las diversas situaciones, que asumidas por los Organismos Internacionales son recomendadas a los Gobiernos que las integran,  que cada vez tienen menos margen de discrecionalidad.  Es, en definitiva,  “el fin de la improvisación en economía”.   

La evolución de la actividad económica mundial. En el primer Capítulo del Informe del FMI de abril del 2006, sobre “Globalización e inflación“ se recogen una serie de gráficos de indicadores de la economía mundial sobre crecimientos  del PIB, PIB per cápita, índice de precios al Consumo, volumen de comercio, tipos de interés reales a largo plazo, y precio del petróleo y primeras materias, desde 1970 hasta 2010, que son especialmente significativos. De ellos colegimos algunas primeras reflexiones:
1. Estamos en un largo período de crecimiento mundial, con tendencia creciente que va desde el 3,5% del PIB en 1970 al 5% en el 2010. Esa misma tendencia con menos intensidad general y perfiles más acusados en las crisis se aprecia en los PIB per capita. Igualmente, el comercio mundial refleja idéntico comportamiento, aún con bajadas más extremadas en los años centrales de las crisis.
2. Se identifican claramente las cuatro fases de menor crecimiento,  la primera y segunda crisis del petróleo, (1974-1975 y 1979-1982); el hundimiento de los mercados inmobiliario y financiero: (1991-1993); y la explosión de la burbuja bursátil por los excesos de expectativas sobre el  cambio tecnológico (2001-2002).
3. La progresiva y acelerada tendencia del Índice de Precios al Consumo en los países desarrollados a partir de los primeros noventa hacia cotas inferiores al 2,5%, olvidando inflaciones de dos dígitos de los años setenta y ochenta. Esta misma dirección es seguida aunque de forma más tardía e inconsistente por los países en vías de desarrollo.

"La evolución de las ideas económicas  ha cristalizado en  fórmulas de política económica homogéneas asumidas por los Organismos Internacionales y recomendadas a los Gobiernos que las integran, que cada vez tienen menos margen de discrecionalidad"

4. El descenso progresivo de los tipos de interés reales a largo plazo, que alcanzan máximos entre el 15-20% en los años 80,  a partir de 1995 hasta mantenerse de forma estable por debajo del 3% en los últimos años.
En resumen, y admitiendo las inmensas diferencias entre las diversas zonas y países del mundo (efectos China, India, países productores de materias primas, etc.) estamos desde, al menos 25 años, en una fase de fuerte crecimiento de la producción mundial con tendencias muy firmes al control de la inflación, y al mantenimiento de bajos tipos de interés real a largo plazo.

La Economía Española. Hablar hoy día de la economía española, sin hacer especial hincapié del grado de integración europea y de las vicisitudes de este proceso, es un ejercicio incompleto. Hay un consenso bastante generalizado de que lo más decisivo de la economía española desde 1959 han sido sus impulsos de internacionalización, de apertura al exterior—Plan de Estabilización de 1959; Acuerdo Preferente de 1970; Adhesión a la Unión Europea en 1985, y Ratificación a comienzos de 1986; ingreso en el Sistema Monetario Europeo a mediados de 1989; Ratificación del Tratado de Maastricht en 1992; y entrada en la moneda única en 1999– que coinciden con los momentos más brillantes de expansión económica.

"Estamos en una fase de fuerte crecimiento de la producción mundial con tendencias muy firmes al control de la inflación, y al mantenimiento de bajos tipos de interés real a largo plazo"

La conveniencia de la integración europea ha sido un hecho incontrovertible para la opinión pública y la clase política que ha alimentado, no solo la conciencia para alcanzar mayores niveles de bienestar social, sino la asunción de los compromisos a largo plazo para alcanzarlos, y todo ello bajo una filosofía inspirada en los principios básicos de mercado único europeo; de economía de mercado con intervención pública, estrategia no inflacionista, cohesión entre territorios.
Los dos aspectos que reflejan de forma más rotunda el grado de integración son: a) la apertura comercial; y b) el grado de convergencia. El grado de apertura de la economía española (exportaciones + importaciones respecto al PIB ) ha pasado en 20 años (1985-2004) del 26,4 al 66,9 % del PIB real, del que el 77% corresponde a la Unión Europea, y a su vez, el 75% de este porcentaje a Francia, Alemania, Reino Unido e Italia. Es decir, la participación recíproca de nuestra economía y la de los cuatro países principales de la Unión es un hecho decisivo para conocer el comportamiento de la misma  y de sus capacidades de desarrollo.
La variación del grado de convergencia (ratio del PIB per cápita español con la media de la UE 15) es un índice muy expresivo del éxito del esfuerzo español a lo largo de los últimos 45 años: Primera fase de 1960-75, con un crecimiento del 60% al 82%; Segunda fase del 75-85 con un retroceso hasta el 73%; y tercera fase del 86-2005 en la que se consigue un aumento ininterrumpido, salvo en los años de la crisis 91-93, hasta cotas próximas al 90%.
Así pues, la historia explicativa de la capacidad de la sociedad española para alcanzar los niveles de bienestar de nuestros socios europeos, es una historia de éxito, que se acelera a partir de 1999.

Los períodos antecedentes:  transición y ajuste 1975-1985. En 1975 se inicia un proceso profundo de reforma política que conduce de la dictadura a la democracia y que genera incertidumbres de todo orden, al menos, hasta bien entrado el gobierno socialista de 1982. Adicionalmente, durante la mayor parte de los años de esta década estamos inmersos en una crisis económica mundial importante que se inicia con la subida de los precios del petróleo a partir de diciembre de 1973, y que se continúa con una segunda subida a partir de 1978 que obliga a un profundo reajuste de las estructuras productivas.
La economía española, que venía de un amplio período de expansión desde 1959 con un modelo poco abierto al exterior, muy intervenido por el sector público en las industrias básicas, de financiación privilegiada y de alta tasa de paro estructural, no hace los primeros deberes del ajuste en 1974 por motivos políticos (no introducir más tensiones en un fin de régimen) y al atrasar la resolución de los problemas agudiza la crisis y la traslada a la naciente democracia. Las dificultades para implementar el ajuste siguen existiendo durante la mayor parte del proceso político de la transición debido a los vaivenes que en la política económica produce la debilidad de los Gobiernos, y solamente se arbitran medidas estabilizadoras en Los Pactos de la Moncloa que surten efecto únicamente durante 1978, y posteriormente, por el Programa Económico a Medio Plazo del gobierno socialista de 1982-85.
El origen y proceso de esta crisis es muy clásico: La fuerte expansión de la liquidez mundial, consecuencia de los persistentes déficits americanos, produce importantes crecimientos de la Demanda Interna y tensiones en precios, salarios y déficit exterior, que junto a la explosión de los precios mundiales de primeras materias y el empeoramiento de nuestra relación de intercambio aceleran todos los desequilibrios de la economía.
En esta década coinciden todos los aspectos críticos del modelo económico español, agravados por la crisis política:
- Espiral de precios-salarios, reflejo de las luchas de los grupos sociales por proteger sus niveles de renta, que acaba en cifras superiores al 20% para las dos variables.  
- Crisis empresarial con bajada de beneficios y reducción de la inversión.
- Déficit de Ahorro Nacional y especialmente del sector público, todavía de débil dimensión respecto al PIB, con tasas crecientes de déficit público.
- Alto nivel de desempleo (Superior al 20% )
- Déficit Exterior creciente, con apertura internacional insuficiente
- Dificultades de financiación y tipos de interés crecientes.

"La historia explicativa de la capacidad de la sociedad española para alcanzar los niveles de bienestar de nuestros socios europeos, es una historia de éxito, que se acelera a partir de 1999"

Integración europea y primer ciclo de expansión 1986-91. El comienzo de la recuperación mundial liderada por Estados Unidos a partir de 1983, el Plan de ajuste aplicado a partir de 1982, y la entrada en la Unión Europea en 1985, producen un cambio radical en la economía española que inicia un fuerte período de expansión que se extiende hasta 1989, continúa con menos fuerza y más desequilibrios en 1990-91, y a finales de éste se precipita en una intensa crisis que se mantiene hasta 1993.
El modelo de comportamiento de la economía durante la época de expansión es radicalmente distinto al de los años 70: A pesar de la caída del crudo y de las primeras materias, se mantiene la moderación salarial y se reduce la inflación, con lo que se recuperan los excedentes empresariales y los salarios reales, y en un segundo impulso se refuerza la inversión, el empleo y el consumo, al tiempo que la mejora del clima político alimenta la confianza empresarial y la inversión extranjera. El reflejo en los índices económico-sociales es espectacular: Ganancia de 6 puntos en inflación y tasa de paro; mejoras del 4% del PIB en el déficit exterior, y de entre 1 –1,5% en el crecimiento del PIB. No obstante, mantenemos aún tasas relativas muy altas de inflación (5-7%), paro (16%) y déficit público, que a pesar del fuerte crecimiento, no ha conseguido bajar del entorno 4-5%.
Hacía finales de la década vuelven a perfilarse las características de la economía española que la conducen a los desequilibrios ya conocidos,  en la medida que no ha sabido enfrentar en los años de bonanza las reformas estructurales que permitieran a los mercados de bienes y servicios una mayor flexibilidad y capacidad de oferta, junto con mayor competitividad cara a los mercados exteriores. Una vez más, el exceso de demanda interna sobre la tendencia de crecimiento del producto potencial, y su desviación hacia a altos ritmos del consumo privado y de financiación de las familias, junto a la incapacidad del sector público para limitar sus gastos, dan lugar a la ya conocida propensión al incremento de la inflación, siempre por encima de nuestros socios europeos, y al progresivo deterioro del equilibrio exterior y de pérdida de competitividad.

La crisis de 1991-1993. Esta crisis que a escala mundial se caracteriza por altos tipos de interés y bajo crecimiento, con hundimiento de los mercados financieros e inmobiliario en diversos países, se intensifica en Europa por la Reunificación alemana y la crisis política europea (a partir del NO danés), y, aún más, en España debido al poco margen que tenemos para enfrentarla por nuestros altos índices relativos de inflación, paro, y déficit fiscal. La economía es, ahora, mucho más potente, pero el proceso de ajuste revela las debilidades clásicas de nuestro modelo económico y se agrava por las incertidumbres sobre su diagnóstico, y la política económica a aplicar.

"Aún siendo encomiable la marcha de los últimos 8 años de la economía española es absolutamente necesario corregir los desequilibrios crecientes para eliminar los riesgos de un aterrizaje abrupto"

No obstante, la fuerte crisis política y económica europea tiene la virtud de remover los obstáculos que impiden aplicar una política común de convergencia, y a partir de la Ratificación del Tratado de Maastricht de 1992 se reafirman las Políticas de Estabilidad, estabilidad presupuestaria y control de la inflación, como paso previo a la reducción de los tipos de interés reales y al impulso de la inversión, y todo ello, mediante un reforzamiento de las exigencias normativas a través del Pacto de Estabilidad y Desarrollo.
Es, justamente, a partir de 1993, y hasta la entrada en la Unión Monetaria (1999) que la economía española inicia un proceso firme e ininterrumpido de crecimiento de la inversión, de incremento de la ocupación y disminución del desempleo, y de consolidación, al fin,  del equilibrio fiscal, lo que produce, como lógica consecuencia, un crecimiento del PIB superior a nuestros socios europeos, y  una convergencia significativa en inflación (diferencial < 1%) y déficit exterior. Las exigencias para entrar en el euro han enervado de tal manera los esfuerzos estabilizadores de la sociedad española que todos los índices que reflejan la convergencia con Europa mejoran de forma consistente y nuestros desequilibrios endémicos parecen alejados.

La última fase de la economía española 1999-2006. Esta fase  incorpora los dos últimos años  de un amplio período de expansión de la economía mundial, que viene desde 1995  y que había mantenido crecimientos medios de la productividad y del PIB entre el 4-5%, y que se dió en llamar Nueva Economía por el alto componente de tecnologías de la comunicación y de la información en su gestación y desarrollo. Las altas rentabilidades producidas por las nuevas tecnologías afirman la confianza  de haber llegado a un círculo virtuoso estable de crecimiento sin inflación, con lo que se  multiplican las expectativas de beneficios, y del valor de los activos y se produce un exceso de inversión y gasto generalizado junto con un crecimiento exacerbado del crédito y de los riesgos. El ciclo acaba bruscamente cuando las rentabilidades no responden a las expectativas y se hunden los mercados de valores (pérdidas medias entre el 40-50%), se restringen enormemente los mercados crediticios, y la inversión desciende radicalmente tratando de ajustar el exceso de capacidad. Así, el período 2001-2003, es de ajuste con bajo crecimiento y riesgos evidentes de recesión (el crecimiento del PIB vuelve a entornos del 1%), y las Autoridades mundiales coordinadas preconizan una política monetaria de gran liquidez y bajos tipos de interés (En Estados Unidos bajan 525 puntos y se implanta  una política fiscal fuertemente expansiva).
Como ya sabemos, la economía española se comportaba magníficamente en las fases de expansión de las economías europea y mundial, y relativamente peor en las crisis que eran más largas y agudas, pero por primera vez, y de forma sorprendente, hemos superado la crisis del 2001-2002 mejor que nuestros socios europeos, e incluso, podríamos decir que no hemos tenido crisis en la medida que el crecimiento del PIB nunca bajó del 2,5%.
España enfrenta esta crisis en unas condiciones muy distintas a las anteriores, y no solamente por su mayor dimensión, grado de integración en la economía mundial, y estabilidad presupuestaria, sino porque estamos incorporados a la Unión Monetaria,  sistema de moneda fuerte,  dónde la política monetaria de fijación de tipos de interés viene dada más por las condiciones de los países centrales del área y menos por las nuestras, y la política cambiaria la determinan las vicisitudes del euro, y no las de la antigua peseta. Por tanto, por primera vez en nuestra historia, en el corto y medio plazo, los déficits de la balanza por cuenta corriente no son limitativos del crecimiento.
A partir de los años de la crisis se da con más intensidad la paradoja que mientras la economía española mantiene altos tipos de crecimiento, la economía alemana, principalmente, y las de los socios europeos más importantes (excepto UK) adolecen de lo contrario, bajas demandas de inversión y consumo, y altos déficits públicos, lo que influye para que el Banco Central Europeo mantenga bajos tipos de interés nominales y  España “disfrute” de lo contrario que necesitaría,  tipos de interés reales negativos.
Analizando con detenimiento las series de datos del período, comprobamos que el crecimiento del PIB, absoluto y por persona, de la formación bruta de capital,  de la creación de empleo, así como la disminución de la tasa de paro, y la aparición de superavits en las cuentas públicas se comparan con ventaja notable con la media de los países de la Unión Europea.
Dos de los grandes dramas históricos parecen remitir o desaparecer: a) Disminuye la tasa de paro a entornos similares a nuestros socios europeos (8-9%) con un proceso acelerado de creación de empleo, al tiempo de haber ocupado a más de 3 millones de inmigrantes; b) El déficit público se transforma en superávit.
Sobresaliente es también el comportamiento de la Formación Bruta de Capital, motor del desarrollo, que a pesar del acelerado proceso que mantiene desde la entrada en la Unión, casi 20 años, continúa con una pujanza extraordinaria, si bien con demasiado sesgo hacia la construcción e infraestructuras a costa de los bienes tecnológicos.
En un modelo tan brillante de funcionamiento algún desequilibrio debe existir, porque la perfección sólo existe como anhelo, y porque algunos hábitos adquiridos son difíciles de erradicar.
Si el análisis se centra en la evolución de los precios, sea medida por el deflactor del PIB, o por el índice de precios al consumo, la comparación europea es muy negativa, ya que el diferencial se mantiene, e incluso se amplía. Igualmente, sucede con la balanza por cuenta corriente, cuyo deterioro es constante y acelerado. Es plausible pensar que si no estuviéramos en el euro, la devaluación de la moneda y la subida de los tipos de interés a largo plazo estarían a la vuelta de la esquina.

¿Qué causas han determinado esta situación?. Sobre la tendencia general positiva que presenta la economía española desde 1993 hay dos hechos extraordinarios que incorporar al modelo: 1.- La política monetaria expansiva al margen de nuestras condiciones de demanda, y; 2.- La incorporación masiva de inmigrantes al mercado de trabajo, que entre otras cosas produce una multiplicación del crédito hipotecario y de la inversión en construcción de viviendas.
Este modelo de crecimiento tan vigoroso y presentable en tantos aspectos, presenta riesgos y debilidades importantes que deberían corregirse con las políticas correspondientes:
El primer riesgo viene asociado a la evolución de la economía mundial, dónde Estados Unidos está tratando de corregir sus desequilibrios frenando el crecimiento de la demanda mediante una política de subida de tipos de interés y devaluación del dólar (lo que deberíamos hacer nosotros y no podemos), combinada con la revaluación de China y otros países excedentarios. Si esta operación no saliera bien, o no fuera tan suave como se prevé la bajada de actividad, existe un riesgo cierto de caída de los mercados, subida de tipos de interés y ajustes en la actividad inmobiliaria y el empleo.
La incapacidad para crecer con estabilidad de precios está erosionando gravemente nuestra competitividad con el exterior y minando el potencial de crecimiento futuro. Son muchas las causas, conocidas y repetidas durante años: a) el mal comportamiento de los sectores de distribución y servicios, y  de los sectores de bienes públicos básicos, b) la inflexibilidad del mercado de trabajo y de sus sistemas de negociación, c) el bajo componente tecnológico de las exportaciones, etc. Es un problema que requerirá atención prioritaria de todas las autoridades y grupos sociales de la sociedad española para incrementar el grado de liberalización de los sectores más implicados.

"La Crisis de 1929 dio al traste con la confianza en la capacidad autónoma del mercado para corregir el funcionamiento de la economía"

Si bien, en el largo proceso de convergencia los esfuerzos en la formación de capital han mejorado intensamente la relación capital/ trabajo en la mayoría de los campos, las inversiones en tecnología, investigación y desarrollo y actividades de comunicaciones e información han sido inferiores a las de nuestros competidores, y hemos perdido ventaja comparativa. No obstante, es difícil alcanzar altas cotas de inversión en estas actividades de vanguardia cuando se están invirtiendo porcentajes altísimos del PIB en construcción de viviendas e infraestructuras. Es necesario frenar  el exceso en unas actividades para estimular otras.
En resumen, aún siendo encomiable la marcha de los últimos 8 años de la economía española es absolutamente necesario corregir los desequilibrios crecientes para eliminar los riesgos de un aterrizaje abrupto.

Algunas reflexiones finales. Después del rápido periplo por nuestra reciente historia económica quedan en el substrato ciertas características y problemas esenciales que la definirían en este momento:
La amplia integración con los principales países de la Unión Europea, confirmada, tanto por los flujos de comercio como por la estructura sectorial productiva,  y por los similares niveles de ingresos y gastos públicos.
La fuerte capacidad de la economía española para crecer, acompañada de una sensibilidad extremada en los ciclos y gran correspondencia en la evolución de los mismos con nuestros socios, excepto en la última crisis.
Extraordinario esfuerzo inversor, firme y mantenido a lo largo de 20 años en bienes de equipo, infraestructuras y construcción de viviendas, con la debilidad de la baja composición de capital tecnológico.
Gran capacidad de creación de empleo, aunque habrá que testar su eficacia cuando la construcción baje a niveles más normales. (Actualmente 250.000 viviendas por encima de la mejor media de la década anterior).
La imposibilidad de dominar la inflación, y principalmente, por el lado de los servicios, cuando la economía crece por encima del 2%. Ello nos induce a pensar en  la inflexibilidad de la Oferta del sistema productivo y en sus cuellos de botella, y en la necesidad de liberalización en los sectores de redes, distribución y servicios.
La excesiva vitalidad de los procesos de crecimiento del Consumo y       endeudamiento familiar, así como de la financiación empresarial, frente al necesario ahorro de los períodos de fuerte inversión.
La divergencia de la Política Monetaria Europea, común a todos los países, con las necesidades españolas, acompañada con la ausencia de una mínima política estabilizadora del Banco de España. (Véanse los excesos de crecimiento del crédito hipotecario). La pasividad de la  Política Fiscal, enmarcada en un contexto global de ligera bajada de impuestos directos y de competencia sobre la tributación del ahorro, y la necesidad de hacer una política contractiva. En definitiva, reducida utilización de las dos políticas económicas básicas.
Las dificultades que para plantear estrategias de futuro en políticas básicas genera el proceso de descentralización de competencias del Estado en Comunidades Autónomas, de las que no se coordinan e informan tardíamente. Baste recordar aquí, las de Sanidad, Vivienda, Comercio Interior, Turismo y Transportes. O se implanta una política de seria disciplina en los procedimientos que permita al Estado (que por cierto también son las Comunidades Autónomas) ejercer aquéllas políticas o el caos está servido.

Teoría económica, Política económica, y Política. A lo largo del siglo XX hemos asistido a variaciones en el pensamiento económico que, sobre la dominación de la estructura teórica clásica con las incorporaciones de los marginalistas y de las escuelas del equilibrio general, (la afirmación del mercado como mecanismo óptimo de asignación de recursos) han ido añadiendo enfoques complementarios que han orientado las políticas económicas de acuerdo con la realidad. Al mismo tiempo, el avance en los instrumentos de investigación ha permitido la profundización en la estimación de variables y la verificación de hipótesis para formalizar más adecuadamente determinadas funciones de comportamiento e influir en el grado de intensidad de la aplicación de determinadas políticas.
La Crisis de 1929, con todas sus secuelas depresivas durante una década, da al traste con la confianza en la capacidad del mercado para corregir autónomamente el funcionamiento de la economía y hace de partera de la Teoría Keynesiana, orientada al apoyo y dirección de la demanda efectiva a través de la función intervencionista del Estado, y especialmente, con el instrumento de la Política Fiscal.
Esta forma de entender la Política económica, que se instala durante 25 años después de la segunda guerra mundial, empieza a agrietarse con los excesos inflacionistas y las crisis de las primeras materias de los años 70. Entre tanto, la Política Monetaria ha ido ganando protagonismo con la confirmación empírica de la mayor estabilidad de la demanda de dinero, y por tanto, de su mayor eficacia para directamente, o a través de variables intermedias, manejar la cantidad de dinero y estabilizar los precios. El mayor protagonismo de la política monetaria modera el de la fiscal, y además la experiencia de los años 70-80 es que los países que mejor han controlado la inflación han tenido mejores resultados de crecimiento. También en todos estos años de ajuste se desarrollan potentes políticas de Oferta que fundamentalmente defienden la liberalización de sectores como forma de ganar productividad y eficiencia.
No obstante, los riesgos de cambios bruscos que en las magnitudes económicas producen ambas políticas activas alumbra la nueva teoría de Expectativas Racionales con modelos de ajustes sucesivos que realizan los agentes económicos, y que justifican la necesidad de eliminar la discrecionalidad e imponer normas en la ejecución de ambas políticas. Es una nueva forma, tan antigua, de afirmar que el libre juego de las fuerzas del mercado es el mecanismo óptimo de asignación de recursos.
La debilidad de esta teoría es la constatación de que las expectativas muchas veces  son “irracionales”. El ejemplo paradigmático de ello se encuentra en la última crisis del 2001-2002. Cuando los teóricos de la Nueva Economía “desregulada” para el sector privado creen encontrar el círculo virtuoso del crecimiento estable sin inflación, la irracionalidad de las expectativas (desviación sobre el sentido común económico), produce una crisis recesiva a escala mundial, que las Autoridades internacionales, y especialmente las de Estados Unidos, solo saben resolver con políticas Keynesianas, políticas monetarias y fiscales fuertemente expansionistas.

"La sociedad española ha sabido enfrentar los retos políticos y económicos de los últimos treinta años con una conciencia colectiva de esfuerzo y de responsabilidad"

En resumen, y sin perjuicio del permanente proceso de discusión teórica, en el momento actual suele aplicarse un “mix” de políticas para cada situación y objetivos. Las políticas monetarias interpretadas y ejecutadas por instituciones independientes, los Bancos Centrales, tienen por finalidad controlar la inflación, como objetivo directo o indirecto, y además ejecutar otras políticas, estabilizadoras en general, y discrecionales en situaciones de crisis. Las políticas fiscales, aparte de su clásica acción compensatoria de la demanda,  se reservan también como políticas activas  para  impulso de la demanda a corto plazo en situaciones recesivas.   Las políticas de Oferta son más estructurales y de largo plazo, de ordenación y liberalización de sectores y mercados, pero suelen implementarse en etapas de ajuste en las que es necesario ganar productividad y eficacia.

El condicionamiento de las Políticas Económicas. Como ya anticipamos anteriormente, este cuerpo de teorías y de políticas económicas se filtra a la mayoría de los países a través del FMI y de los Bancos Centrales y orientan, y en cierta forma condicionan, la acción de los Gobiernos.
En el caso de España, que pertenece a la Unión Europea, además del entorno mencionado tiene que cumplir las normas, recomendaciones y procedimientos que se ha dado la Unión para conseguir la convergencia efectiva hacia el Mercado Único. En efecto, la Política Monetaria está centralizada en el Banco Central Europeo, aunque se instrumenta descentralizadamente. (Hemos comentado lo discrepante de esta política europea con nuestras necesidades del último ciclo). En Política Fiscal y Presupuestaria la coordinación es más débil, aunque la acción de los Gobiernos está restringida por normas vinculantes y procedimientos de seguimiento y vigilancia. (Limitaciones sobre el déficit y deuda públicos, armonización del IVA e impuestos al ahorro, etc.). Las políticas sobre normas restrictivas de la competencia empresarial  y proteccionismo comercial es muy estricta y necesaria para construir un único mercado. (En algunos casos interpretables entre los Gobiernos y la Comisión). En las Políticas Estructurales la autonomía de los Gobiernos es muy amplia, y solo se establecen objetivos generales de no obligado cumplimiento, sino de información y revisión. En este campo es interesante las grandes líneas de recomendaciones de Reforma estructural para España, que se recogen en el Plan Nacional de Reformas:
- Refuerzo de la Estabilidad Macroeconómica y Presupuestaria.
- Plan Estratégico de Infraestructuras y Transporte y Programa de gestión y utilización del agua.
- Aumento y mejora de capital humano.
- La estrategia de I+D.
- Más competencia, eficiencia de las Administraciones Públicas, y competitividad.
- Mercado de trabajo y Diálogo social.
- Plan de fomento empresarial.
Estas líneas tan generales, más un conjunto de medidas y objetivos en el clásico documento administrativo construido al margen de los agentes, refleja el grado de exigencia que se da a su ejecución. No obstante, sirve como agenda para orientar el futuro.

La responsabilidad política. Para valorar el grado de responsabilidad que tienen los Gobiernos en el limitado ejercicio de sus políticas, habría que tener en cuenta cuales son normadas, coordinadas, recomendadas o libres, y cúal es el grado de cumplimiento de cada una, lo que probablemente exigiría un manual. Sin embargo, puede hacerse un ejercicio ligero de adscripción de logros y defectos significativos de los que han ocupado el Gobierno de España desde  el fin de la dictadura.  
A la Unión de Centro Democrático habría que concederle la enorme habilidad para desarrollar la estrategia política de la transición, y llevarla a cabo, pero en asuntos económicos recibiría un suspenso amplio. Es cierto, que en su etapa había que ejecutar un difícil ajuste, que ya venía postergado, pero no tuvieron la decisión ni la fuerza política para llevarlo a cabo, y se deterioran de forma significativa todas las magnitudes económicas y sociales.
Para el Gobierno Socialista habría que reservar un sitio de honor por la entrada en La Unión Europea, seguramente el acontecimiento político y económico más relevante del siglo pasado, y aunque fue un proceso largo y de alta participación de todas las fuerzas políticas, siempre mostró aquél una especial predisposición en la mejor tradición de las fuerzas progresistas españolas. Son hechos positivos relevantes el primer ajuste del sector industrial después de la crisis del petróleo, enfrentando una reconversión muy necesaria con altos costes sociales iniciales, y la definitiva consolidación de la dimensión de los  presupuestos públicos, con derechos básicos de cobertura casi universal en sanidad, educación y pensiones, con la penalización negativa de haber sido incapaces de controlar el déficit público. En la última fase de Gobierno el nuevo impulso a las competencias del Estado Autonómico sin haber alcanzado las necesarias dosis de Información y Coordinación en las competencias ya cedidas, representa una huida hacia delante negativa para la ejecución de estrategias generales del Estado.
Para el Gobierno Popular reservaríamos el empeño y éxito de corrección de los déficits públicos, que se consigue paulatinamente después de sus primeros años de Gobierno, y que incluso, lleva más allá de los criterios del Pacto de Estabilidad Europeo. Habría que enfrentar esa política superortodoxa que limita la acción anticíclica del Presupuesto a una situación de crisis. Tendríamos que apuntar en su debe el oportunismo que practica en el sector público empresarial al privatizar las empresas más importantes del País en sectores estratégicos, sin estructurar definitivamente la competencia en los mismos, al tiempo que no aprovecha las fuertes plusvalías para reconvertir definitivamente el resto de empresas deficitarias. (Astilleros, televisión, etc.)  
Es de destacar muy positivamente la moderación y racionalidad de las fuerzas sindicales que, en general, han mantenido una alta moderación y sentido del equilibrio en el reparto de rentas, y un sentido de prudencia en las negociaciones sobre la reforma del mercado de trabajo en el que se ha ido avanzando hacia una mayor flexibilidad y eficacia.
En las líneas generales de reforma estructural de los sectores significativos ha habido consenso interno y externo, y se han logrado objetivos importantes en el Sistema Financiero y en Infraestructuras, y resta una gran labor que hacer en el Sector Energético, Telecomunicaciones, I + D, Nuevas Tecnologías y los Sectores de Distribución y Comercio Interior.
En resumen, la sociedad española ha sabido enfrentar los retos políticos y económicos de los últimos treinta años con una conciencia colectiva de esfuerzo y de responsabilidad, sintiéndose protagonista de su futuro, y apoyándose en las Instituciones y el Sistema Democrático para canalizar sus energías y participar todos en el objetivo común de alcanzar mayores niveles de bienestar y progreso.  

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