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REVISTA110

ENSXXI Nº 114
MARZO - ABRIL 2024

Por: JOSÉ ARISTÓNICO GARCÍA SÁNCHEZ
Presidente de EL NOTARIO DEL SIGLO XXI


LOS LIBROS

Carrére se explora a sí mismo en YOGA, escarba en su ego profundo modelando una narcisista autoconfiguración psíquica, y entre relatos sobre el drama del terrorismo y los campos de refugiados intercala un diagnóstico chispeante del complejo mundo en que vivimos

El libro estrella de la última rentrée literaria francesa, la de 2020 en plena pandemia, volvió a ser, como antes lo había sido Limonov (prix des prix 2011) y tres años después lo fue Le royaume, otra obra de un autor que sigue siendo desmesurado, canalla, golpista y místico en una pieza, pero imprescindible. Me refiero al pensador y literato francés rabiosamente actual Emmanuel Carrére, en cuyo nuevo autorretrato psiquiátrico él mismo se describe como una especie de monstruo de Frankenstein que se parece a la realidad de lo que era.

“Escribe lo que se le pasa por la cabeza en cada momento, como Montaigne, y si le tachan de egocentrismo responde que nada hay más interesante que un hombre ordinario, que sin estar lastrado por lo excepcional, de testimonio de lo que es ser hombre”

Su nueva obra, Yoga (P.O.L. París 2020, Anagrama, feb. 2021) de la que se vendieron de golpe 200.000 copias en Francia, es otro híbrido de reportaje, crónica, autobiografía y ensayo en fórmula exclusiva inimitable. Como él mismo confiesa, él escribe lo que se le pasa por la cabeza en cada momento, como Montaigne, su santo patrón, y si le tachan de egocentrismo responde con el maestro que nada hay más interesante que un hombre ordinario, no alguien de quien se leen sus memorias por sus hazañas, sino un quídam, cualquiera que no tenga otra particularidad que la de ser solo un hombre y poder, por este solo hecho y sin estar lastrado por lo excepcional, dar testimonio de lo que es ser hombre.
Carrére proyectaba en su nuevo libro trascribir, desnaturalizándola lo menos posible, la verdad de lo que se le vaya ocurriendo, lo que implica observarse a sí mismo, observar la respiración durante horas, tomar conciencia de los momentos en que los vritti (ondas de pensamiento que generamos inconscientemente) le han distraído y en los que ha recuperado la atención, practicando lo que Montaigne y los antiguos denominaban el ejercicio o la meditatio, también elemento nuclear del yoga, para así llegar a ese deseado estado de quietud y fascinación similar al de los místicos que se aproximan a la muerte sin pestañear.

“Al igual que Rembrandt, su pintor favorito, se pasó la vida escrutando su propio rostro, Carrére disecciona aquí obsesivamente su autofiguración psíquica en el mar flotante de la meditatio”

Yoga no es un libro unitario escrito con plan preestablecido. Es un híbrido, como se ha dicho, compuesto de retazos quodlibet que luego, como en el montaje de un film, hay que ensamblar, yuxtaponer, cortar, agregar o suprimir. En el caso había cuatro archivos a primera vista disparejos para montar.
El primero un archivo sobre el yoga, tema estrella del libro, con el relato del curso de Vispassana en el que Carrére se matriculó en un seminario de teletransportacion en la ciudad cuna del yoga, Tiruvanamalai. Diez días en silencio, todos los novicios aislados, sin libros ni móvil ni tablet, sin intercambio de miradas siquiera, diez horas al día de meditación intensiva para una absoluta limpieza mental, curso que contra su deseo tuvo que interrumpir bruscamente al tercer día como se dirá por causa del terrorismo islamista. Otro archivo sobre la depresión con tendencias suicidas y trastorno bipolar que le sobrevino tras su divorcio y que le obligó a ingresar en un sanatorio psiquiátrico. Y un tercero sobre su recuperación en la isla griega de Leros donde vivió desde dentro la tragedia de la inmigración y de los campos de refugiados. Suprimió forzado por exigencia explícita del contrato de divorcio el archivo sobre los detalles de la dolorosa ruptura, de final de un amor la califica, tras diez años de matrimonio con la periodista Hélene Devyuck.

“Progresivo ensimismamiento penetrante buscando el centro de gravedad sereno y luminoso… Algo tan alejado del ideal místico del cristianismo que rebosa contenidos, como frontalmente opuesto al hueco que producen las entrañas llenas de aire de que habla Nietzsche”

El resultado es un fundido de aparente-no-ficción, que recoge la vida del autor entre 2015 y 2018, pero que incluye, aunque no lo dice, situaciones irreales y personajes ficticios junto a otros reales a veces sublimados. A pesar de su reiterada confesión de que el género de literatura que él practica es un lugar donde nunca se miente, lo que escribo -dice- es quizá narcisista y vanidoso pero no miento, puedo jurar ante el tribunal de los ángeles que escribo sin hipocresía lo que acontece, lo que pienso y lo que soy, lo cual, ciertamente, añade con ironía, no brinda motivos para alardear. A pesar, repito, de esta confesión lapidaria, en Yoga, aparte la omisión forzada de todo lo referente a su divorcio/causa de su depresión, hay otros elementos ficticios. Algunos incluso podrían incluirse entre las páginas más brillantes del libro, como el relato de las sesiones sublimadas de sus casi místicas relaciones amorosas en éxtasis silente continuado en el Hotel Cornavin de Ginebra y la relación incorpórea varios años después de solo visu anhelante, solo miradas ávidas, en la sala de espera del aeropuerto de Las Azores, siempre con la misma desconocida, cuyo nombre nunca supo ni preguntó, la mujer de los gemelos la llama, con la que a pesar de la intensidad bilateral recíproca y continuada nunca cruzó, según dice, palabra alguna. O la exaltación etílica hasta llegar a la euforia de la danza báquica con Erika bailando quince o veinte veces seguidas la Polonesa nº 5, Heroica, de Chopin en la versión de Martha Argerich. Estos episodios, y otros que podríamos añadir, son narraciones muy brillantes, y tal vez idealizadas por trasposición al terreno amoroso de las técnicas del yoga.

“Carrére interrumpió abruptamente el curso de meditación al tercer día cuando se enteró del atentado contra Charlie Hebdo donde murió su intimo amigo Bernard, cuya oración fúnebre debió pronunciar sustituyendo a su amigo Houellebecq”

El yoga en efecto da título al libro y pende como leitmotiv sobre toda la obra, pero solo agota como tema central el primer archivo. Al igual que Rembrandt, su pintor favorito, se pasó la vida escrutando su propio rostro, Carrére disecciona aquí obsesivamente su autofiguración psíquica en el mar flotante de la meditatio. Superar la conciencia mediante la autoobservación, agudizar la atención, ser uno mismo el objeto de tus pensamientos, buscar en el interior la zona secreta e irradiante de nuestro yo. No hacer otra cosa que mirar hacia dentro, no juzgar los pensamientos ni propios ni ajenos, examinar quién somos realmente, ver las cosas como son sin añadidos subconscientes. Observar la respiración, solo eso, no hacer nada, solo vivir, escrutar el inconsciente. Y ya en estadio superior querer una cosa y la opuesta, adelantar tus pies hacia atrás, empujar al tiempo lo de fuera hacia dentro y lo de dentro hacia afuera, movimientos centrifugo y centrípeto a la vez, impulsar al tiempo la parte superior del cuerpo hacia arriba y la parte inferior hacia abajo. Tardar cuatro o cinco horas con la cuchara en la mano en recorrer los cuarenta centímetros que hay del plato a la boca... Es decir un progresivo ensimismamiento penetrante buscando el centro de gravedad sereno y luminoso… Algo tan alejado del ideal místico del cristianismo que rebosa contenidos, como frontalmente opuesto al hueco que producen las entrañas llenas de aire de que habla Nietzsche.
Yoga deriva de yugo, al que se uncen parejas de caballos o bueyes para sujetarlos. Pero esta vez no bastó para sujetarle. Carrére interrumpió abruptamente el curso de meditación al tercer día cuando se enteró del atentado contra Charlie Hebdo donde murió su intimo amigo Bernard, cuya oración fúnebre en las exequias debió pronunciar sustituyendo a su amigo Houellebecq alejado prudentemente por lo reciente de la publicación de su obra antiislámica Sumisión.

“La narración coge dinamismo y alcanza tonos superlativos cuando Carrére reproduce magistralmente el relato en detalle del tortuoso viaje, en etapas pavorosas, casi siempre de noche, con episodios escalofriantes de uno de los refugiados”

Esto enfrentó a Carrére con el terrorismo islamista y abre el siguiente capítulo, otro archivo, éste en tempo tenebroso con bajada a los infiernos: el divorcio y una depresión profunda que le obliga a internarse durante cuatro meses en una clínica psiquiátrica, la elitista St. Anne, diagnosticado de depresión caracterizada con elementos melancólicos e ideas suicidas en el marco de una perturbación bipolar del tipo 2. Fue tratado con electroshocks, terapia electroconvulsiva. Sus demonios le acosan. La angustia, alarmante, va trazando nuevos episodios de su autobiografía psiquiátrica bipolar. Toma conciencia de que pienses lo que pienses, hagas lo que hagas, no puedes fiarte de ti mismo porque dentro de un mismo hombre hay otro y los dos son enemigos. El texto abandona el tono amable, con cierta dosis de humor incluso, del primer archivo para entrar en tempo de tinieblas. No sabe curar su mal, pero sí sabe describirlo y lo hace a conciencia. Se tortura releyendo sus obras anteriores en versión clínica. En su delirio entroniza a San Pablo, héroe de su anterior obra El reino, que se torturaba tras su conversión con el temor de volver a lo anterior, como el santo patrón de los bipolares. Le tortura su obsesión por ser reconocido como gran escritor, incluso confiesa sus celos de su rival Houellebecq. Indaga en lo más profundo del pozo existencial. Insiste en el examen obsesivo de sí mismo revelando un ego narcisista, cargante y a veces despótico.

“Ahora ha buscado la posibilidad de zambullirse en el interior de uno mismo mediante el yoga al que considera, como el cristianismo o el budismo, otra religión laica que trata de despertar en nuestro interior profundo la vía de acceso a la luz”

En extraña paradoja la tercera parte o mejor el tercer archivo, abre un tempo allegro luminoso y vitalista pleno de energía. Carrére sale de la clínica y viaja a las islas griegas para recuperarse. En Leros, en una escuela de literatura creativa se topa con el problema de la inmigración. En concreto se implica con cuatro adolescentes, tres afganos y un paquistaní, todos refugiados a la espera de cualquier cosa, siempre será mejor. La narración coge dinamismo y alcanza tonos superlativos cuando Carrére reproduce magistralmente el relato en detalle del tortuoso viaje, en etapas pavorosas, casi siempre de noche, con episodios escalofriantes de uno de los refugiados. El atropello salvaje por el propio conductor de la furgoneta pasando intencionadamente por encima del cuerpo de uno de los fugitivos caídos a la calzada por azar para no demorar el viaje. O el abandono en campo abierto de un bebé por su propia madre porque en aquel tropel amontonado de migrantes no había una gota de leche y las bolitas de opio no bastaban para calmar su llanto. La estremecedora narración deja al descubierto la sonrojante tragedia de la inmigración y de los campos de refugiados, tema que disecciona pero del que se abstiene de opinar, aunque deja caer el presentimiento de que alguno llegará a Europa y harto de rechazos y maltratos se radicalizará y se hará explotar para que exploten con él el mayor número de personas como nosotros. Aún así es la parte más animosa del libro, la más vitalista, donde el autor deja a un lado tanto la fina ironía del primer archivo como la brocha destructiva del segundo.

“Carrére escarba en su ego profundo sin llegar nunca a la meta, quizá porque no existe o porque la meta sea la nada, el vacio”

Esta amalgama de archivos desconexos podría chirriar, pero al final todo queda engarzado por la enorme fuerza de la experiencia vital y la narración candente del autor. Aunque a veces tenga que recurrir para armonizar los opuestos a su bipolaridad diagnosticada, la versión chiflada de la gran ley de la alternancia, del yin nace el yang y del yang el yin, los polos opuestos de la sabiduría divina que el sabio considera complementarios y el loco los ve como enemigos pugnando encarnizadamente por su perdición.
Su bipolaridad ya había conducido hace años a Carrére a una depresión suicida que le dejó bloqueado, y de la que quiso salir zambulléndose de cabeza en el cristianismo en el que veía una posibilidad de olvidarse de uno mismo y moverse en dirección a los demás, la buena nueva que promovió en su nacimiento en el siglo I una asombrosa inversión de la escala de valores entonces dominante. Pero esa experiencia, narrada en El Reino, no le bastó.
Ahora ha buscado la posibilidad de zambullirse en el interior de uno mismo mediante el yoga al que considera, como el cristianismo o el budismo, otra religión laica que trata de despertar en nuestro interior profundo la vía de acceso a la luz, a la zona secreta e irradiante en el interior de uno mismo, esa habitación dentro de uno mismo que basta con empujar la puerta para entrar en ella.

“Es un autorretrato, una autobiografía continuada que centra la tensión creativa entre la exploración del yo y la insatisfacción por el fracaso de no encontrar lo que busca o la frustración de no saber qué es lo que espera”

Con una franqueza brutal y absoluta honradez Carrére va ensartando en clave literaria retazos de su yo atormentado y notas chispeantes de vida real en un puzle sobre el que flota permanentemente su autorretrato psiquiátrico. Carrére solo trata en esta obra de explorarse a sí mismo, escarba en su ego profundo sin llegar nunca la meta, quizá porque no existe o porque la meta sea la nada, el vacio.
En el texto, como se ha dicho, se intercalan crónicas de terrorismo y de la inmigración, campo de refugiados de Leros, pero él, como es habitual, siempre interfiere en la narración con su propia subjetividad angustiada como espejo de la realidad del relato. Alaba a las personas que empiezan sus frases por tu pero el siempre las empieza por yo. Lógico. Es un autorretrato, una autobiografía continuada que centra la tensión creativa entre la exploración del yo y la insatisfacción por el fracaso de no encontrar lo que busca o la frustración de no saber qué es lo que espera.

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