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Por: MIGUEL ÁNGEL AGUILAR
Periodista

Jean-François Revel en el prefacio al Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu de Maurice Joly publicado en Bruselas a la altura de 1864, explica la posibilidad de injertar un poder autoritario en una sociedad con instituciones liberales. Una pretensión que colisiona de modo frontal con la tesis de Montesquieu para quien el continuo progreso de la democracia, de la liberalización, de la consolidación de las instituciones y de la actualización de las costumbres haría imposible el retorno a ciertas prácticas. Enseguida Revel recuerda cuántas veces había escuchado ese “imposible” optimista, desmentido con el regreso a los peores errores, sin respetar el atrevido dictamen del osado Francis Fukuyama, quien subido al triunfalismo por la caída del muro de Berlín, pronosticó el fin de la historia de forma tan insolente, sin tener en cuenta la fuerza gravitatoria de las pasiones inmutables aunque se enmascaren y despisten con alguna novedad tecnológica.
Nuestro Maquiavelo señala a Montesquieu, su interlocutor en los infiernos a lo largo de estas páginas, que en materia de despotismo es posible otra concepción distinta a la oriental. Y el prologuista Revel apunta que desde la muerte de Stalin el despotismo oriental ha demostrado ser viable en forma colegiada y desvinculado del culto a la personalidad al que parecía adherido. Sostiene también que el despotismo moderno parece viable con independencia del poder personal del que se mostraba inseparable. Así dejaba en claro que el autoritarismo, sea personal o colegiado, es una cuestión secundaria y que en verdad lo relevante es la confiscación del poder y los métodos precisos para que dicha confiscación sea tolerada, sin infundir sospechas en ciudadanos distinguidos que están insertos en comunidades políticas dotadas de las mejores tradiciones democráticas occidentales. 
El caso es que Maurice Joly, esta vez por boca de Maquiavelo, analiza con lucidez las astucias y artimañas de que se vale el poder absoluto, al tiempo que anticipa y denuncia las estratagemas utilizadas por los déspotas que dictan constituciones aparentes con el solo fin de disimular su poderío. En cuanto a Montesquieu, que comparece como defensor de la causa de la democracia y de la libertad dentro de la ley, en un momento dado se queda sin habla, desconcertado, al comprobar que la fortaleza principal de su interlocutor ya no es la astucia sin escrúpulos de su Príncipe modelo, sino la apatía política del pueblo sojuzgable, impregnado del Discurso sobre la servidumbre voluntaria de Étienne de la Boétie (véase Trotta Editorial, 2008).

"Maurice Joly, esta vez por boca de Maquiavelo, analiza con lucidez las astucias y artimañas de que se vale el poder absoluto, al tiempo que anticipa y denuncia las estratagemas utilizadas por los déspotas que dictan constituciones aparentes con el solo fin de disimular su poderío"

Joly, el creador del imaginario diálogo que aquí glosamos, percibe de forma clarividente la función que en un régimen de derecha al uso se asigna a la técnica de manipulación de la opinión pública. Se trata no tanto de violentar a los hombres como de desarmarlos, no tanto combatir sus pasiones como de borrarlas, no tanto de contrariar sus instintos como de burlarlos, en el convencimiento de que es mejor que proscribir sus ideas trastocarlas apropiándose de ellas. Porque, según nuestro nuevo Maquiavelo el primer cuidado que debe tener un régimen de esa naturaleza es el de envolver la confiscación del poder en un lenguaje de fraseología liberal. La forma más eficaz de proceder es la de aturdir a la opinión, obrar en ella incesantes distorsiones, desconcertarla mediante toda suerte de movimientos diversos.
Por eso, Maquiavelo aconseja al déspota moderno que, por ejemplo, multiplique las declaraciones izquierdistas sobre política exterior con el objeto de ejercer más fácilmente la opresión en el ámbito interno. Es decir, que se finja progresista platónico en el exterior, mientras dentro del propio país inocula el miedo generador de docilidad y sumisión cada vez que un movimiento reivindicativo traduce aspiraciones de cambio. Este Maquiavelo de ficción, recreado por Joly en la época del Segundo Imperio, atribuye un papel decisivo al arte de la palabra en la política moderna. Es decir, que con 70 años de anticipación abre camino a la neolengua de la que vendría a hablarnos George Orwell.
El florentino precisa en detalle cómo debe diseñarse la imagen del príncipe a base de "insistir en la impenetrabilidad de sus designios, en su poder de simulación, en el misterio de su verdadero pensamiento". Subraya que de este modo, la versatilidad del jefe, al amparo de su mutismo, parece profundidad, y su oportunismo enigmático sabiduría; así se favorece el olvido de los mediocres resultados de su accionar con el recurso a palabras pomposas, que terminan por borrar la distinción entre una y otra cosa. El estudio de la relación entre impenetrabilidad y liderazgo nos llevaría en esta España nuestra de los días en curso a encomiar los hallazgos de los asesores áulicos de Rajoy para presentarlo investido de la impenetrabilidad de la materia a base de emular su hermetismo y gusto por la ambigüedad indescifrable y el doble sentido que deja al público sumido en la perplejidad. En línea con aquel general superlativo, cuarenta años en el poder agarrado al prestigio del terror administrado en las dosis precisas para escarmentar, cuando aconsejaba "haga usted como yo, no se meta en política". Claro que este juego requiere una pléyade de exégetas de adhesión inquebrantable que glosen admirativamente las nimiedades según convenga.

"Se trata no tanto de violentar a los hombres como de desarmarlos, no tanto combatir sus pasiones como de borrarlas, no tanto de contrariar sus instintos como de burlarlos, en el convencimiento de que es mejor que proscribir sus ideas trastocarlas apropiándose de ellas"

La técnica para el manejo de la opinión pública asigna una función clave a las relaciones entre el poder y la prensa. Por eso el Maquiavelo de Joly indica que suprimir formalmente la libertad de prensa sería una torpeza y que es más útil al poder canalizarla, guiarla a distancia, empleando mil estratagemas. Por ejemplo, haciéndose criticar por alguno de los periódicos mercenarios como demostración de libertad mientras se suscita una saludable propensión a la autocensura mediante un depurado arte de la intimidación. Entre nosotros la vicepresidenta para todo, Soraya Sáenz de Santamaría, ha sabido desplegar estos procedimientos de manera admirable. Pero si avanzamos hasta el diálogo duodécimo leeremos como el florentino, al observar que en los países parlamentarios, los gobiernos sucumben por obra de la prensa, vislumbra la posibilidad de neutralizar a la prensa por medio de la prensa misma. De ahí su conclusión: "Puesto que el periodismo es una fuerza tan poderosa, ¿Sabéis que hará mi gobierno? Se hará periodista, será la encarnación del periodismo". Visión profética, señala en este punto Revel, si se tiene en cuenta que Joly no pudo prever la electrónica, ni que llegaría el día en que el Estado se apropiaría del más influyente de todos los órganos de prensa de un país: la radio-televisión.
En esa exploración nuestro prologuista averigua que uno de los pilares del despotismo moderno es la subinformación que por una retroalimentación del efecto sobre la causa cuanto mayor es, menor es su percepción por los ciudadanos. De ahí que la primera regla del arte de oprimir consista en delimitar el umbral que no debe sobrepasarse por una censura demasiado conspicua ni por una libertad real. Por añadidura el poderoso puede estar cierto de que difícilmente la multitud se indigna por un problema de prensa o de información. Sabe también que el periodista es en la masa ciudadana más impopular que el político que lo amordaza. El manual del déspota moderno sobre el arte de transformar insensiblemente una democracia en un régimen autoritario incluye un capítulo sobre cómo desquiciar las instituciones liberales sin abrogarlas expresamente. Operación que supone contar con el apoyo popular y que el pueblo esté subinformado. De manera que, privado de información, tenga cada vez menos necesidad de ella, a medida que se vaya perdiendo el gusto. El profesor Bernardo Díaz Nosty tiene bien estudiado que una dieta mediática como la suministrada a los españolas tan pobre en nutrientes críticos favorece el conformismo igual que el bromuro que se administraba en los cuarteles calmaba la lívido de la clase de tropa.

"Suprimir formalmente la libertad de prensa sería una torpeza y es más útil al poder canalizarla, guiarla a distancia, empleando mil estratagemas"

Esa es la pendiente deslizante hacia distintas formas de dictadura, caracterizadas por la confusión y concentración de poderes. También por el triunfo de la arbitrariedad de forma que el individuo no está jamás al abrigo de la injusticia cuando sólo la ley lo ampara. En definitiva lo que Maurice Joly aporta a la ciencia política, es la definición exacta y la descripción minuciosa de un régimen muy particular: el de la democracia desvirtuada, que como precisa Revel, ya era llamado cesarismo por los antiguos, y que difiere del totalitarismo y del autoritarismo de las dictaduras clásicas. Recordemos que el cesarismo resulta de una invocación indebida de la voluntad de aquellos a quienes aniquila políticamente. Porque es invocando el apoyo popular como los líderes políticos reducen a la impotencia a sus adversarios. El malabarismo de sus valedores acaba así por crear una mezcla de democracia y dictadura para la que Revel propone el neologismo de democradura, que hace relación al uso abusivo de principio de la mayoría, mientras el profesor Santos Juliá prefiere denominar autocracia electiva.
Parece que la lección más importante del libro que venimos glosando, donde se imagina este apasionante y lúcido diálogo ente Maquiavelo y Montesquieu, es que la democracia va más allá del apoyo popular que se da por supuesto, que su clave reside en que haya reglas que codifiquen el derecho absoluto del hombre a gobernarse a sí mismo. Por eso viene como de molde la afirmación de Edmon Barke en sus Reflections on the Revolution in France, según la cual, "el primer derecho del hombre en una sociedad civilizada es el de estar protegido contra las consecuencias de su propia necedad".

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