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REVISTA110

ENSXXI Nº 114
MARZO - ABRIL 2024

Por: JOSÉ ARISTÓNICO GARCÍA SÁNCHEZ
Presidente de EL NOTARIO DEL SIGLO XXI


LOS LIBROS

La filóloga maña Irene Vallejo nos propone, en un sugerente ensayo, una excursión cultural al mundo clásico bajo el aliento de Alejandro Magno y con destino final en la Biblioteca de Alejandría

El libro tótem humano
Al igual que la filosofía incluye, según decía Heidegger, pensar sobre los propios pensamientos, la literatura también puede realizarse escribiendo un libro sobre los libros. Así pensó certeramente Irene Vallejo. El libro es, ha sido, objeto de deseo, de adicción… Van Doren confesaba la angustia que sufría al no tener a mano un libro, poder olerlo, tocarlo, acariciarlo… Se han escrito libros sobre los modos de usarlo, como la Breve historia del leer (Ariel). Y hasta ha sido objeto de culto y devoción. Alejandro Magno dormía con un ejemplar de la Ilíada del que nunca se separaba. Y cuando le llevaron el objeto más precioso del botín del derrotado Darío, un cofre fabuloso, Alejandro rechazó guardar en él oro, trofeos, joyas o dinero como le sugerían. Ordenó que en él solo se guardara su Ilíada. El libro para sus fans es un tótem, es además omnímodo, atrae, sugiere y hasta palpita. Horacio en una de sus epístolas dialoga con su propio libro como si estuviera vivo acusándolo de estar deseando llegar a las librerías para ser usado.

Cierto que no siempre fue así. Sócrates, que nunca escribió, despotricó contra la escritura cuando ésta apareció, posterga a la memoria, dice en Fedro de Platón, la palabra escrita parece hablar contigo como si fuese inteligente pero si le preguntas algo porque deseas saber más, sigue repitiendo lo mismo una y otra vez…, los libros no son capaces de defenderse. Argumento en línea con el usado por Schopenhauer cuando aconsejó no subrayar lo que encontramos en los libros porque anotarlo significará entregarlo al olvido, y similar al que hoy llamamos efecto Google o relajación memorística que nos hace recordar mejor dónde se encuentra un dato que el propio dato. Claro es que ni uno ni otro han convencido. Baste objetarles que esos menosprecios al libro han tenido que recurrir a un libro para subsistir y sin él ni los recordaríamos.

"Irene Vallejo, con su peculiar estilo, convierte en una aventura apasionante la descripción de las sucesivas etapas de la génesis del libro"

Porque el libro es la médula de la cultura, el instrumento más asombroso al alcance del hombre, es una extensión de su memoria y de su imaginación. Y aunque en este momento abundan los agoreros que vaticinan su desaparición inexorable en aras de las nuevas tecnologías, la legión de sus adictos, que admiten que continuará la secuencia de cambios formales evolutivos, viven en la convicción absoluta de que permanecerá para siempre el espíritu de la palabra escrita y el ansia de compartir toda la belleza y toda la sabiduría que los libros albergan y que la humanidad ha saciado siempre a su través.

Apología del libro
Este mismo mensaje late en el ensayo de la zaragozana Irene Vallejo, doctorada europea en filología clásica en las Universidades de Zaragoza y Florencia, El infinito en un junco (Ed. Siruela, 2019) que va ya por la 5ª edición, que ha obtenido entre otros el Premio al ojo critico de narrativa 2019, el premio Las Librerías recomiendan de no ficción 2020, y lleva varias semanas encabezando listas de ventas. No es solo una historia del libro. Entreverado en datos y fechas sobre su invención, recibe el lector un baño enciclopédico de episodios, anécdotas y reflexiones ilustrativos de su evolución. Desde el barro o la arcilla al e-book, y desde los aedos y escribas a los actuales detractores. Es una enciclopedia cultural que desentraña y actualiza el legado del mundo grecorromano y una reflexión sobre las paradojas y analogías con fenómenos culturales de la actualidad.

Una historia sucinta de su génesis
Irene Vallejo, con su peculiar estilo, convierte en una aventura apasionante la descripción de las sucesivas etapas de la génesis del libro. Su pre-historia es una nebulosa de largos siglos de oralidad, los poemas se recitaban en público, los aedos griegos lo hacían en verso rítmico más fácil de recordar, la memoria era esencial, no olvidemos que las musas fueron hijas de la diosa de la memoria Mnemosine (de ella deriva la mnemotecnia). Homero (el que no ve) emerge poderoso de esa penumbra de la oralidad haciendo más fascinantes su Ilíada y su Odisea, hijas de esa era de relatos alados y palabras perdidas.

"Irrumpieron de súbito dos genialidades, alguien decidió dibujar los sonidos, otro genio adoptó los 15 signos fenicios consonánticos y 5 más para las vocales y conformó el alfabeto. Fue un avance transcendental, un acontecimiento mundial insuficientemente aclamado"

Más tarde, quizá 6.000 años a.X., dice Vallejo, empezaron a dibujarse los primeros signos escritos en Mesopotamia, en Egipto, en China. Siempre simbólicos. Símbolos de cosas, luego de ideas. A veces complejas como los jeroglíficos. Ahí irrumpieron de súbito dos genialidades, tan sencillas y transcendentes como la rueda o los vasos comunicantes, que podríamos añadir a los que S. Zweig llamó momentos estelares de la Humanidad. Una cuando, en lugar de dibujar cosas o ideas que serían infinitas, alguien decidió dibujar los sonidos que eran limitados. Y otra cuando, hacia el año 1250 a.X. después de que los fenicios al parecer, para mejor comerciar, decidieran retener solo los signos que representaban las consonantes simples, otro genio, en acto individual presumen todos, dos siglos después de la supuesta obra de Homero, adoptó los 15 signos fenicios consonánticos y 5 más para las vocales necesarias para pronunciarlas y conformó el alfabeto. Fue un avance transcendental, un acontecimiento mundial insuficientemente aclamado. A su estela aparecieron los escritos, los autores, la prosa, los rapsodas que -al contrario que los aedos itinerantes- recitaban textos fijos escritos, se extendió el aprendizaje en grupo y nacieron las escuelas.

"Vallejo se ha desembarazado del la jerga científica y con una prosa directa, se faja con el llamado lector medio o común. Para él proyecta la atractiva excursión que describe en su obra por los doce siglos del mundo clásico grecorromano"

No menos apasionante fue la carrera del soporte material del libro. Genios sumerios anónimos hacia el año 3500 a.X. dejaron la piedra por dura, e idearon la inscripción con hendiduras de punzón sobre tablillas de arcilla blanda de la ribera de los ríos de Mesopotamia. No mucho después los escribas egipcios advirtieron que la pasta de hojas del junco que abunda a orillas del Nilo, el papiro, era un material más fino, ligero y flexible que el barro, con la ventaja de que enrollado podía almacenar gran cantidad de escritura en poco espacio. Esos rollos relegaron a las tablillas. Y Pérgamo, por necesidad, en el siglo II, dio el tercer paso: al negarle papiros un faraón belicoso, recuperó la técnica de escribir sobre cuero y dio curso y nombre al pergamino. (Hubo que esperar diez siglos para que rollo y pergamino se vieran superados. Fue cuando los mercaderes de la seda trajeron de China y Samarcanda la novedad del papel, así llamado porque recuerda al papiro. La carrera había terminado).

Nacimiento y carrera triunfal del libro
Todos coinciden en la belleza de su prosa. Vallejo se ha desembarazado del la jerga científica o filológica, ha soltado lastre academicista, y con una prosa directa, amena y vigorosa, que conmueve, deleita y embauca, se faja con el lector, con todos los lectores, el erudito y el corriente, el llamado lector medio o común. Para él proyecta la atractiva excursión que describe en su obra por los doce siglos del mundo clásico grecorromano (desde la aparición de las primeras inscripciones hasta la desaparición de la Biblioteca de Alejandría fundamentalmente).

"Una carrera brillante, en la que habría que insertar dos genialidades, una de máxima trascendencia, el trasvase de lenguas, la traducción de textos, corolario lógico del proceso de globalización que imaginó Alejandro"

El libro es el hilo conductor de las historias y reflexiones de Vallejo. Es el protagonista. Vallejo comenta toda su genética. Ya vimos la de la escritura y la de su soporte material. Con igual entusiasmo imagina la aparición del primer libro de páginas, apunta al que Heráclito depositó en el siglo VI en el templo de Artemisa en Éfeso. Era un grupo de tablillas enlazadas con anillas o correas (en latín códices). Luego fueron manojos de hojas de papiro o de piel que se doblaban en pliegos, y cuando los romanos, en lugar de atarlos, los empezaron a coser, mantuvieron para ellos el nombre de la correa, códice (cuando era de leyes código). Fue la ruina de los rollos de papiro que entraron en declive extintivo, aunque aún subsiste el término rollo para designar el aún vigente Master of the rolls inglés, el rol de cada actor en el teatro o el rollo de lo que aburre porque tenía que ser volteado, del latín volvere. (Otra paradoja: de volvere deriva volumen, palabra que acabó por error reservada para los códices, que no se voltean).
Sigue Vallejo deleitándose en las últimas etapas del progreso triunfal del libro, la separación de las palabras, la irrupción de los signos de puntuación, las ilustraciones, los primores de miniaturistas e iluminadores medievales, las encuadernaciones, la titulación (puesta al final del rollo o al comienzo en los códices) etc… Una carrera brillante, en la que habría que insertar otras dos genialidades, una menor, la de utilizar el alfabeto para ordenar y archivar textos, y otra de máxima trascendencia, la del Tolomeo visionario que decidió el trasvase de lenguas, la traducción de textos, corolario lógico del proceso de globalización que imaginó Alejandro Magno y quiso ver realizado en una Alejandría/cosmópolis, ciudad del mundo.

El libro, símbolo del cosmopolitismo
Porque aunque el hilo conductor del ensayo de Vallejo sea la historia del libro, sobre esa historia trasciende otra de mayor calado: un canto a la universalidad que cristalizó en aquella Alejandría cosmopolita, polis del mundo conocido, sus dos bibliotecas de vocación ecuménica, su Museo, no de exhibición como es ahora, sino de creación, templo de culto a las musas. Y sobre todo, el griego como idioma común.
En realidad era el desarrollo de una tendencia con sólidas raíces en Atenas, destacada por W. Jaeger, que ya apuntó Isócrates tiempo atrás, cuando al reducir la paideia a las cosas supremas manifestaba no entender que el sentimiento de solidaridad se detuviera en las fronteras de la raza helénica dando así un poderoso impulso a la corriente panhelénica que se abría paso con favor y sin gran oposición hacia Alejandría. La fusión en esta ciudad de las poblaciones multiétnicas (griegos, egipcios, macedonios, asiáticos y judíos) y de las religiones (el dios Serapis de nueva creación como patrono de la ciudad, era una síntesis de dioses griegos y egipcios) impulsaban el helenismo y con el sueño de Alejandro de convertirla en la ciudad del mundo, cosmópolis.

"Era el desarrollo de una tendencia que ya apuntó Isócrates tiempo atrás, cuando al reducir la paideia a las cosas supremas manifestaba no entender que el sentimiento de solidaridad se detuviera en las fronteras de la raza helénica"

La realidad es que ese afán de universalidad que tenía Alejandro conquistando mundos y aboliendo fronteras, solo se hizo realidad en los cientos de miles de rollos de papiro que llegó a almacenar la biblioteca de Alejandría, en el afán de coleccionismo absoluto de los tres primeros Tolomeos y en esa decisión genial de globalizar el saber mediante el trasvase de lenguas, la traducción de textos, auténtico exponente del helenismo cosmopolita rampante. Era acaso la culminación de un sueño colectivo. La humanidad mediterránea presentía la llegada de una nueva era de horizontes abiertos. El hombre de aquel siglo -que había visto diluirse la eleutheria e isonomía, libertad e igualdad, pilares de la democracia ateniense y de la ciudad/estado- se refugia en su individualidad y se siente por primera vez miembro de una comunidad sin fronteras, una comunidad de comunidades diferentes unificadas por una cultura común, el helenismo. Es el precedente del gran sueño europeo de una ciudadanía universal. Y tal vez la primera manifestación del humanismo.
Tan asombroso resultó el prestigio de esa civilización que es la primera vez en la historia que una superpotencia, Roma, asumió el legado de un pueblo subyugado como ingrediente de su propia identidad. Los romanos, conscientes de la superioridad helena, interiorizaron su cultura, adoptaron su alfabeto y no se sintieron humillados porque los preceptores de sus hijos fueran los esclavos. Se había producido el más despiadado trasvase cultural de la historia. No fue una emigración voluntaria de científicos y artistas a otros confines como pasó en ocasiones posteriores. Los intelectuales griegos aparecieron en la Urbe para ser vendidos como esclavos.

Paradojas y analogías con la modernidad
Es propensa Vallejo en su ensayo a establecer comparaciones y encontrar analogías, que ilustran y amenizan su relato. El mito de la gruta de Platón y la saga Matrix. La utopía que Platón describe en Las leyes del control oficial total y la distopía del Ministerio de la Verdad imaginada por Orwell en 1984. Aristófanes y los actuales procesos contra humoristas. Tito Livio o Virgilio huyendo de seguidores fanáticos y el fenómeno fan de la actualidad. El coleccionismo total de los Tolomeos y la aspiración de Borges a una Biblioteca de Babel integral. Y traza un paralelismo sugerente entre internet/Silicon Valley y lo que representó Alejandría con su Gran Biblioteca y su Serapeo.

"El libro alberga toda la cultura, todo el saber y sentir humanos, en él cabe el infinito, ese es el mensaje del título de la obra de Vallejo, el infinito en un junco -el papiro- o en corteza de árbol -de ahí deriva la palabra libro-"

Tampoco faltan concesiones, integradas con tino en el contexto. Al feminismo hoy rampante, por ejemplo, de escasa relevancia -con la excepción de Safo- en el mundo clásico. Vallejo subraya que el primer autor del mundo que firmó un texto con su propio nombre es una mujer, son los versos de una sacerdotisa sumeria Enheduanna. Resalta la corriente de rebeldía femenina que representaban las hetairas y destaca el protagonismo mítico de Aspasia, Antígona o Lisístrata, o en el mundo romano de Sulpicia con sus admirables y atrevidos poemas autobiográficos de amor. También hace un guiño al localismo. Trato de favor no inmerecido desde luego, reciben el epigramista Marcial y el polígrafo Quintiliano, ambos de cuna aragonesa, Calatayud el primero y Calahorra el segundo, a los que Vallejo rodea de justos laureles.
No olvida la página necrológica, la persecución y censura de libros. Y su destrucción sistémica y fatalmente periódica. Otra historia de la infamia, la bibliocastia ritual de la barbarie. Empezando por la quema por tres veces de la Biblioteca de Alejandría, los aquelarres medievales… Incluso ahora, ya en el siglo XX, las hogueras nazis, las purgas soviéticas, el vandalismo en Sarajevo, y más cerca aun, en pleno siglo XXI el saqueo consentido por Occidente en Irak... Precisamente en Irak, donde se caligrafió la primera escritura.

Apoteosis del libro
Vallejo es una apasionada de los libros y de la lectura. El libro, aunque sea en la forma moderna de e-book o audiolibro, es la conquista más importante de la razón humana, símbolo de la libertad del hombre, el mejor instrumento para compartir ideas, sentimientos y alegrías. El libro alberga toda la cultura, todo el saber y sentir humanos, en él cabe el infinito, ese es el mensaje del título de la obra de Vallejo, el infinito en un junco -el papiro- o en corteza de árbol -de ahí deriva la palabra libro-.

"Como escribió Stephen Zweig los libros se escribieron para unir, por encima del propio aliento, a los seres humanos"

La obra de Vallejo es un homenaje, un monumento para la eternidad al libro y a la lectura. Leer esta obra equivale a realizar un viaje libre, informado, divertido e instructivo por el mundo cultural grecorromano, con visitas y ensoñaciones múltiples a parajes y personajes sugestivos, un viaje cuyo hilo conductor que evitará que nos perdamos es el libro, cuya meta final será la Biblioteca de Alejandría santuario del imaginario cultural de occidente, y cuyo guía-conductor será Alejandro el Magno (el maldito para los persas) el primero que soñó con la ciudadanía universal y que a los 22 años fundó esa ciudad con la idea de que se convirtiera en biblioteca total. Porque como escribió Stephen Zweig los libros se escribieron para unir, por encima del propio aliento, a los seres humanos.

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