
ENSXXI Nº 123
SEPTIEMBRE - OCTUBRE 2025

La enseñanza: pilar de la sociedad
El inicio de un nuevo curso escolar es un buen momento para reflexionar sobre la educación, uno de los temas que más preocupan a los ciudadanos por sus importantes efectos personales, sociales y económicos.
Se suele señalar como primera finalidad de la enseñanza la transmisión de conocimientos a fin de que los estudiantes puedan adquirir unas destrezas que les permitan asumir las complejas tareas que se requieren en las sociedades modernas. El consenso sobre esta finalidad se vuelve borroso cuando se trata de concretar qué aptitudes deben adquirir los alumnos y cuáles son los métodos más idóneos. Para algunos, el objetivo es conseguir que el alumno aprenda el contenido de las diversas materias impartidas; por el contrario, para otros, se trata de alcanzar determinas competencias con las que se podrá después acceder a un conocimiento que es hoy de acceso público y universal. Aunque parece existir divergencia en la definición de esta finalidad, lo cierto es que ambas posturas coinciden en señalar que el objetivo no es formar personas que lo sepan todo, sino personas capaces de seguir aprendiendo a lo largo de su vida. La desavenencia surge acerca del grado mínimo de conocimientos que se debe alcanzar porque parece evidente que quien no sabe nada difícilmente tendrá herramientas para procurase nuevos conocimientos a lo largo de su vida. En definitiva, la discusión sobre los fines muchas veces encubre la polémica sobre los métodos, normalmente centrada en la importancia mayor o menor que se concede a la memoria en el proceso de aprendizaje.
Pero los fines de la educación no se agotan con el traspaso del conocimiento entre generaciones. Con razón se dice que debe procurarse una formación integral en valores, que genere ciudadanos críticos e implicados en la búsqueda y consecución del bien común. De nuevo este propósito se vuelve difuso cuando se trata de concretar cuáles son los valores compartidos por toda la sociedad que deben ser objeto de transmisión y aprendizaje. La necesaria formación de un acervo común tiene el peligro de deslizarse hacia el adoctrinamiento y vulnerar la inviolable libertad de pensamiento. Y este riesgo es mayor cuando la sociedad se polariza y se hace más difícil identificar qué valores son los compartidos por todos.
“El objetivo no es formar personas que lo sepan todo, sino personas capaces de seguir aprendiendo a lo largo de su vida”
Otra de las utilidades que presta la educación es servir como criterio de selección. A pesar de las críticas que suelen dirigirse contra el estado actual de la enseñanza existe, todavía, un reconocimiento hacia los centros educativos y los títulos que estos expiden. Para la sociedad es importante que esta finalidad selectiva se cumpla debidamente y asegure que el mérito atribuido al que posee un determinado título se corresponda con su valor personal. Sólo así se asegura que los puestos de mayor responsabilidad efectivamente sean ocupados por los mejores. De nuevo en este punto, surge la polémica acerca de la seriedad de determinadas titulaciones o del diseño de las pruebas de conocimiento que se utilizan como instrumentos de selección, fundamentalmente en el ámbito de la función pública.
Profundizando en su importancia social y económica, otro de los propósitos que persigue la labor educativa es el de servir como factor de igualación subrayando que debe actuar como palanca para el ascensor social a fin de conseguir, a través de la misma, acercarnos al ansiado objetivo de la igualdad de oportunidades.
Aunque este ideal no es necesariamente incompatible con los fines enunciados, en la práctica se genera un conflicto entre calidad de la instrucción y su función social, cuando la extensión de la educación a toda la población tiene lugar a costa de una relajación en la exigencia. La solución dependerá del aspecto en el que se ponga un mayor acento y habrá que decidir si importa más asegurar un determinado grado de conocimiento en quien ha superado todas las fases de su formación, incluida la carrera universitaria, o procurar el acceso casi universal a la enseñanza superior, aunque sea rebajando su nivel.
Como puede observarse, son muchas y ambiciosas las expectativas y, en consecuencia, grave la responsabilidad que se traslada a los centros de enseñanza y los profesores que imparten su docencia en los mismos. Para cumplir con tan importante tarea es imprescindible la vocación, el conocimiento y la capacidad de los maestros, pero también que estos cuenten con los medios necesarios. Son relevantes, desde luego, los medios materiales, entre los que habrá que plantearse la suficiencia de su retribución, pero también deben tomarse en consideración otros elementos intangibles con respecto a los cuales todos podemos colaborar. Reconocer la autoridad del docente, prestigiar el saber o incentivar la cultura del esfuerzo, son tareas que debe afrontar la sociedad para crear un clima que favorezca el interés y el deseo de aprender. También habrá que pensar en fórmulas que permitan atraer a los mejores profesores e investigadores y reducir la burocracia para descargarles de tareas administrativas que consumen un tiempo que estaría mejor invertido destinado a mejorar la docencia.
“Reconocer la autoridad del docente, prestigiar el saber o incentivar la cultura del esfuerzo, son tareas que debe afrontar la sociedad para crear un clima que favorezca el interés y el deseo de aprender”
Estas reflexiones, casi eternas, cobran nuevas perspectivas en una sociedad compleja, cambiante y afectada por un desarrollo tecnológico que incide especialmente en el campo de la enseñanza. Las nuevas tecnologías ofrecen nuevas herramientas que pueden ser beneficiosas para maestros y estudiantes, pero que, a la vez, tienen evidentes riesgos y peligros. Para los profesores una utilización incorrecta de estas tecnologías puede derivar en una enseñanza estandarizada desprovista de la necesaria aportación personal. En el caso de los alumnos los peligros se multiplican: por un lado, está la tentación de reducir el esfuerzo imprescindible en todo proceso de aprendizaje por las facilidades que ofrecen para completar las tareas. Pero tal vez más grave sea la disminución de la capacidad de concentración y reflexión que se aprecia en las generaciones que, desde su infancia, están acostumbradas a consumir un contenido rápido y superficial.
En este número contribuimos al debate sobre la enseñanza con referencia especial a la materia que mejor conocemos con dos magníficos artículos relativos a la enseñanza universitaria del Derecho. Ambos vienen precedidos por la Tribuna en la que, con ocasión de la celebración del Quinto Centenario de la Escuela de Salamanca, se hace una glosa de un momento afortunado en el que el conocimiento más avanzado del mundo se generó en la universidad española.
Tal vez no tengamos que aspirar a tanto, pero sí conviene redoblar nuestros esfuerzos para alcanzar las metas sobre las que existe consenso. Para eso será fundamental dotar de estabilidad a los planes de estudio, los métodos pedagógicos y la provisión de medios materiales, evitando los vaivenes tan frecuentes en los últimos tiempos. Del éxito de esta empresa depende, en gran medida, nuestro futuro como sociedad.