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Por: RUBÉN LAINA RELANO
Dr. Ingeniero de Montes
Profesor de la ETSI Montes, Forestales y Medio Natural. UPM

ANTONIO LÓPEZ SANTALLA
Ingeniero de Montes
Organismo Autónomo de Parques Nacionales
Ex Jefe de Servicio del Área de Defensa contra Incendios For


CLIMA

El objetivo principal de este artículo es ordenar y sintetizar la información en relación a estos fenómenos y conectar con algunos asuntos de carácter normativo pensando en los posibles intereses de los lectores de esta revista (1).

Este verano se han quemado 260.000 hectáreas de montes en España que retratan un mal año. Junto con este dato, un abrumador flujo de artículos, fotos, vídeos cortos de sucesos, testimonios breves: evacuaciones, el tren atrapado, otros accidentes, entrevistas a pie de campo... En esta era de sobreinformación ¿quién es capaz de construirse una visión realista y objetiva así?

Contextualizando la magnitud del problema en el espacio y en el tiempo
De las 260.000 hectáreas forestales afectadas, 115.000 hectáreas son arboladas. El resto es suelo de uso forestal habitado por matorral y/o herbáceas. Los montes arbolados son generalmente ecosistemas de más lenta recuperación y de mayor valor ecológico. Los últimos 10 años en promedio se han quemado 24.000 hectáreas arboladas. A este ritmo pudiera parecer que nos quedamos sin montes arbolados, pero si se mantuviera esa media, tardaría en quemarse toda la superficie arbolada española casi 360 años. Sin embargo, los datos que aporta la Estadística Forestal Española indican que la superficie arbolada aumenta, siendo actualmente un 65% superior a la que ocupaba hace medio siglo, explicado fundamentalmente por el abandono de pastos y otras tierras de uso agrícola. Además, lo largo de este supuesto periodo de 360 años la variada flora autóctona está propiciando una regeneración natural que, con el paso del tiempo y en ausencia de otros impactos, permitiría la recuperación de la vegetación.

“Remontarse al fatídico año 1994 no es remontarse muy atrás y por tanto no es este 2022 el más grave de los recientes tiempos forestales”

La valoración unánime es que estamos ante un año muy malo, y que hay que remontarse a 1994 para encontrar cifras peores, el doble de malas. La gestión forestal suele planificarse en torno a turnos. Un turno es un periodo de tiempo igual la edad de madurez de la especie arbórea que principalmente ocupa un monte y que transcurrido este tiempo empieza su decadencia vegetativa y debería procederse a cortas de arbolado intensas dando espacio para una regeneración. Estos turnos dependen de la especie pero con permiso de la ciencia forestal, se va a tomar 100 años como referencia, para facilitar el entendimiento de lo siguiente. Remontarse al fatídico año 1994 no es remontarse muy atrás y por tanto no es este 2022 el más grave de los recientes tiempos forestales. Para contextualizar los incendios forestales, convendría pensar en lo que ha pasado 100 años antes y lo que pudiera pasar en los siguientes 100.

Las oportunidades y límites en la lucha contra incendios
Se puede apuntar una buena noticia dentro de este desastre y es que después de una pandemia, de tantas guerras y desplazados, es importante que socialmente la conservación de los montes ocupe un lugar destacable. Ahora bien, no solo atención, sino sobre todo se reivindica más recursos para cuidar los montes. Según se publicó en OSBO digital, en España en 2019 se gastaron 600 millones de euros para la extinción y la Asociación de Empresas Forestales ASEMFO para el año 2018 cifró en aproximadamente 945 millones de euros las inversiones forestales para el conjunto de España, que incluirían los 600 anteriores. Por tanto, con 945 millones de euros de inversiones anuales se atiende a la gestión de todo el suelo forestal, que son casi 28 millones de hectáreas. El Ayuntamiento de Madrid, por poner en escala esta cifra, tiene un presupuesto de más de 100 millones de euros para sus áreas verdes, alrededor de 6.500 hectáreas.

“Convive la preocupación por los bosques con cierta incomprensión de la gestión forestal. Actuaciones de clareos de arbolado, desbroces, apertura de pistas, quemas prescritas en base a la ciencia forestal, sufren en no pocas ocasiones cierto descrédito social”

La otra fuente de recursos económicos y herramientas de gestión procede de la exigua actividad económica que se da actualmente en los montes. De los montes se aprovechan de manera sostenible numerosos productos con valor de mercado, principalmente la madera, leñas-bioenergía, setas, caza, pesca, resina, corcho, y la gestión y extracción de los mismos en manos de trabajadores forestales, bajo las prescripciones de gestores de las comunidades autónomas y supervisión de propietarios revierte muy positivamente en los montes. El valor de estos productos antes de salir del monte se aproxima a los 1.200 millones de euros anuales.
Las dos fuentes de financiación anterior agotan los recursos a disposición de gestionar los bosques pero conviene rescatar en este sucinto inventario una demanda reclamada por muchas voces que es la monetización de los servicios ecosistémicos, esto es, el conjunto de procesos necesarios para la vida que sostienen los bosques: ciclo del agua, fijación de carbono o el freno contra la erosión y desertificación. Pero esto no llega. Como tampoco se incorpora a la cuenta de resultados del monte los 9.000 millones de euros que se estima se mueven alrededor del turismo rural, y algo tendrán que ver los 30 millones de visitas anuales a los parques naturales en esa actividad.

“Como ya desmontó la Fiscalía de Medio Ambiente de Galicia en 2006 a propósito de una oleada de incendios, ni mafias, ni tramas del fuego, sino un problema complejo y diverso, con más arraigo en nuestros modos de vida y uso del territorio que en perfiles pirómanos u oscuros intereses”

Se podría concluir que los montes, atendiendo a la inversión sobre ellos y al precio de sus productos, valen poco. Desde luego que todos sabemos distinguir valor de precio, pero es lo segundo lo que marca la capacidad de actuar, la capacidad de por ejemplo hacer prevención de incendios. Conviene, además, apuntar lo que supone una contradicción interna dentro de la sociedad. Convive la preocupación por los bosques con cierta incomprensión de la gestión forestal. Actuaciones de clareos de arbolado, desbroces, apertura de pistas, quemas prescritas en base a la ciencia forestal, sufren en no pocas ocasiones cierto descrédito social, quizá minoritario pero excesivamente visible. Recientemente, en los Monte de Utilidad Pública Vega del Tajo (Teruel), una actuación de mejora de los montes basada en una disminución de la densidad arbórea para estimular la consolidación de un estadio maduro de la masa saltó a la actualidad. No gustó a una persona que hábilmente construyó un discurso falsamente ambiental por el hecho de cortar una parte del arbolado. Las fotos de árboles cortados y máquinas en el monte corrieron como la espuma por las redes sociales, un medio por donde la ciencia en general y la forestal en particular propagan mucho más lentamente. Caso similar ocurrió en Sierra Bermeja, que tuvieron que parar unos trabajos forestales por similares presiones. Posteriormente esta zona fue afectada por el incendio de 2021 y el fuego dio la razón a la gestión forestal: la zona donde se hicieron trabajos de corta y retirada de parte del arbolado tuvo menor severidad, y por tanto ahora tiene mayor capacidad para su regeneración.

“Cualquier actuación forestal requiere solventar la barrera que constituye hoy en día la atomizada distribución y el elevado absentismo de la propiedad”

Sigamos aportando otros elementos para la comprensión del contexto. Se inician en España aproximadamente 10.000 incendios por año. Como ya desmontó la Fiscalía de Medio Ambiente de Galicia en 2006 a propósito de una oleada de incendios, ni mafias, ni tramas del fuego, sino un problema complejo y diverso, con más arraigo en nuestros modos de vida y uso del territorio que en perfiles pirómanos u oscuros intereses. Hay 10.000 causantes y 10.000 causas anuales, que llevan analizándose desde 1968, y ya se saben muchas cosas. Brevísimamente se puede decir que más de un tercio de las causas están relacionadas con actividades agrarias (quemas de restos vegetales -podas, rastrojos-, generación de pastos, trabajos mecanizados en verano), pero también: fumadores, igniciones desde carreteras, líneas eléctricas, ferrocarril, juegos de niños o rayos. Y de manera anecdótica están también las venganzas, los pirómanos, intereses sobre el suelo… Para enfrentar todo eso se articulan medidas de concienciación, conciliación y disuasión.

“Son casi 10.000 los incendios que se inician en los montes anualmente y en tiempos inferiores a 30 minutos son atendidos por los operativos de extinción que sofocan el 70% antes de que alcancen 1 hectárea”

La estrategia punitiva
Más mano dura, se oye a veces. A este respecto, el Código Penal dentro del Título XVII tiene un capítulo específico para incendios forestales. Están tipificadas las penas para aquellas personas que iniciaran un incendio, que van de 1 a 5 años de cárcel y multas de 12 a 18 meses. Estas penas podrían incrementarse hasta 20 años de cárcel si hay más gravedad por los valores naturales, inmobiliarios o vidas humanas afectados. Al respecto, cabe preguntarse sobre la práctica y efectividad de esta normativa. Según datos de la Fiscalía se investigan aproximadamente 1.100 incendios, se encausan 400 personas y se condenan 120, en promedio. ¿Qué impacto tiene esto en el número total de incendios anual?, ¿en qué medida hay recursos para el seguimiento de estos procesos? Conviene decir y separar que la gran mayoría de los incendios se investigan por los servicios forestales, bomberos o SEPRONA para determinar la causa, y que los procesos iniciados por la Fiscalía son para identificar y enjuiciar al causante. Junto a la anterior normativa, las Comunidades Autónomas regulan de manera preventiva las actividades peligrosas en el monte prohibiéndolas en épocas o días de máximo riesgo meteorológico. Pero para entender la dificultad de estas regulaciones vamos a poner el ejemplo de la polémica suscitada a partir de la reciente aprobación de la Ley 7/2022, de 8 de abril, de residuos y suelos contaminados para una economía circular, que prohibía la quema de residuos vegetales. Se puede considerar que el legislador aborda y soluciona dos problemas, evitar el origen de miles de incendios (el 38% del total) y a la vez estimular la recogida y no quema de restos vegetales que podrían tener un aprovechamiento energético en tiempos de mucha escasez energética. Pero se puede argumentar, como han hecho asociaciones agrarias y colegios profesionales, que el legislador no ha considerado que en no pocas ocasiones son inviables económicamente tales prácticas y que puede estar generando un problema a muchas actividades agrarias, en su ya mermada viabilidad. En Galicia, Extremadura o Valencia, se tramitan anualmente cerca del millón de autorizaciones de quemas, que bien ejecutadas están contribuyendo a disminuir el riesgo de incendios.

“¿Qué ha tenido de extraordinario este año? Una meteorología muy adversa en cuanto a la sequía y las sucesivas olas de calor, que comenzaron antes de lo habitual (a finales de mayo) y que han predispuesto a las masas forestales a propagar incendios rapidísimos, de alta intensidad, es decir, fuera de la capacidad de extinción de los operativos”

Por último, un desafío que pueda ser de especial interés para los lectores de esta revista el de la propiedad forestal. Los montes tienen propietarios, que pueden ser públicos, mayoritariamente ayuntamientos, pero también privados. El 70% de los montes españoles está en manos privadas, troceado en muy pequeñas parcelas, algunas inaccesibles y que pertenecen en no pocas ocasiones a múltiples herederos que por su naturaleza proindivisa hace difícil alcanzar una diligente y eficaz interlocución para precisamente hacer gestión forestal. Y esto se puede entender con un ejemplo. Si los propietarios de una urbanización incrustada en un monte arbolado cumplieran la normativa de prevención e invirtieran en hacer un anillo de defensa (desbroces plurianuales, retirada de parte del arbolado, asegurar la accesibilidad), deberían localizar a un elevado número de propietarios forestales colindantes, convencerlos, celebrar acuerdos y actuar. Cualquier actuación forestal requiere por tanto solventar la barrera que constituye hoy en día la atomizada distribución y el elevado absentismo de la propiedad.

La eficacia de los medios de extinción, al límite
Son casi 10.000 los incendios que se inician en los montes anualmente y en tiempos inferiores a 30 minutos son atendidos por los operativos de extinción que sofocan el 70% antes de que alcancen 1 hectárea. El 30% restante afectan a más superficie, pero solo 21 llegan a constituirse en grandes incendios forestales, que pueden durar varios días y afectan además de suelo forestal zonas urbanas, industriales y carreteras. Este año se ha mantenido el número de siniestros pero ha crecido el número de grandes incendios (>500 ha), que han sido 55. ¿Qué ha tenido de extraordinario este año? Una meteorología muy adversa en cuanto a la sequía y las sucesivas olas de calor, que comenzaron antes de lo habitual (a finales de mayo) y que han predispuesto a las masas forestales a propagar incendios rapidísimos, de alta intensidad, es decir, fuera de la capacidad de extinción de los operativos. Las previsiones de cambio climático apuntan a que se va a tener que alargar el periodo de máxima disponibilidad, incurriendo en más costes. Pero simultáneamente a este pronóstico, se está viendo en algunos de los grandes incendios forestales que la capacidad de extinción puede estar cerca del límite. Por aportar ejemplos más concretos, se han dados casos donde los medios terrestres no pueden acercarse por la alta intensidad y comportamientos convectivos (a saltos) y los medios aéreos presentes no podían ya trabajar simultáneamente por falta de espacio aéreo. ¿Cómo organizar en condiciones de seguridad 20 medios aéreos para que trabajen sobre perímetros activos de 10 kilómetros de longitud? O incendios donde las descargas de agua apenas llegaban a hacer titubear frentes de llama colosales.

“Existen por tanto sólidos elementos que cobijan algunas oportunidades de cambiar y mejorar nuestra forma de estar en el territorio, y la gestión forestal es una herramienta para conseguirlo”

¿Dónde está la solución?
No hay una única solución que sea además sencilla y al alcance de un artículo. La Conferencia Sectorial de Medio Ambiente abordó la complejidad de los incendios y apuntó unas Orientaciones Estratégicas para la Gestión de Incendios Forestales pidiendo una implicación en los incendios, del conjunto de actores públicos y privados con algún grado de responsabilidad en su gestión y señalando la transversalidad sectorial del problema. Pero por intentar aterrizar alguna de las principales estrategias y partiendo de elementos ya analizados en este artículo, si sobre la meteorología y las previsiones de cambio climático no se puede actuar a corto plazo, si los operativos gozan de una notable eficacia, pues bien, queda intervenir con más intensidad sobre el otro factor del incendio: la vegetación. Esto es un clamor unánime del sector forestal. Esto se incluye dentro de la gestión forestal y a mayor escala, gestión del territorio. Y vamos a intentar una formulación más tangible y cercana al lector mirando el problema desde donde mayoritariamente lo mira la sociedad, desde el momento de la catástrofe, desde las llamas, desde los servicios de extinción que piden montes defendibles. Esto serían montes dotados con pistas forestales adecuadas, más frecuencia de áreas aclaradas (con menos densidad arbórea y sin matorral), bosques con estructuras que propaguen peor (donde han tenido que practicarse cortas planificadas de arbolado), puntos de agua, enclavados agrícolas o pastizales. Implementar esto en las 18 millones de hectáreas arboladas es un reto gigante para la disponibilidad presupuestaria y la economía forestal actual. Se trata de buscar sinergias con otras estrategias como la economía circular, el reto demográfico o las políticas agrícolas.
Nos rodean 27 millones de hectáreas forestales, 18 de ellas arboladas. Una superficie habitada con centenares de especies vegetales que han incorporado extraordinarios mecanismos de supervivencia o regeneración frente a los incendios, siempre y cuando estos no sean muy severos. Allí viven pocas personas que sostienen una pequeña economía, pero de gran valor ambiental y con efectos en todo el territorio. Esto está acompañado por una unanimidad social por defendernos de los incendios. Existe por tanto sólidos elementos que cobijan algunas oportunidades de cambiar y mejorar nuestra forma de estar en el territorio, y la gestión forestal es una herramienta para conseguirlo.

RUBEN LAINA - ANTONIO LOPEZ ilustracion

(1) Referencias consultadas:
- Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico. Avance informativo del 1 de enero al 31 de octubre de 2022 (Estadística General de Incendios Forestales). (Consultado 16/11/2022).
- ASEMFO. XI Estudio de inversiones en el sector forestal, 2017 y 2018. 2020. (Consultado 16/11/2022).
- Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico. Estrategias para la gestión de incendios forestales, 28/07/2022. (Consultado 16/11/2022).

Palabras clave: Incendios forestales, Montes, Cambio climático.
Keywords: Wildfires, Climate change, Forest conservation.

Resumen

El objetivo principal de este artículo es ordenar y sintetizar la información en relación a estos fenómenos y conectar con algunos asuntos de carácter normativo pensando en los posibles intereses de los lectores de esta revista. Este verano se han quemado 260.000 hectáreas de montes en España que retratan un mal año. Junto con este dato hacemos un somero repaso a aspectos cruciales en la lucha contra los incendios forestales: causalidad de incendios y código penal, políticas agrarias y propiedad forestal.

Abstract

The main objective of this article is to consider and summarise the information related to these situations and to link them to some regulatory issues, considering the possible interests of the readers of this journal. 260,000 hectares of forest were burn in Spain last summer, in what was a very bad year. This figure is the basis for a brief review of crucial issues in the fight against forest fires: causes of fires and the penal code, agricultural policies and ownership of forests.

 

 

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