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REVISTA110

ENSXXI Nº 113
ENERO - FEBRERO 2024

MANUEL GONZÁLEZ-MENESES
Notario de Madrid

Como mi antagonista y sin embargo amigo el profesor Manuel Atienza nos ha recordado muy oportunamente una obra literaria, El Lazarillo de Tormes, en su reciente artículo sobre la crueldad de la proyectada ley Gallardón de protección de la vida del concebido y de los derechos de la mujer embarazada, yo me voy a permitir también hacer referencia a una obra más reciente, en este caso no literaria sino cinematográfica, que quizá pueda tener algo más que ver con el tema.

Se trata de la película “Doce años de esclavitud”, del director británico Steve McQueen. Con independencia de su mayor o menor calidad técnica y artística –ha ganado el Óscar a la mejor película del año-, me parece una obra encomiable y necesaria porque se ocupa de un tema importante y aprovecha todos los recursos del cine contemporáneo para transmitir de forma muy impactante un mensaje moral que nadie puede dejar de compartir y que de vez en cuando conviene que se recuerde.
No obstante, hay algún aspecto tanto en la historia que se cuenta como en la forma de contarla que me suscita alguna reserva.
En cuanto a lo segundo -la forma-, lo que se nos narra es algo realmente muy crudo, y la denuncia que se pretende exige mostrar esa crudeza. Pero quizá el verismo de la narración no requiera ser tan explícito visualmente. Los imagineros suelen decir que a mal Cristo mucha sangre. Aquí pasa un poco lo mismo. Hay especialmente dos escenas -el protagonista colgado durante horas al borde de la asfixia intentando sostenerse sobre las puntas de los pies y la flagelación de la chica- en las que la recreación del sufrimiento bordea lo morboso.

"Esa sobre-exposición artística de la violencia propia de nuestro tiempo, incluso cuando se trata de denunciarla, termina produciendo una insensibilización general. Cada vez hay menos cosas que nos impacten, lo cual me parece que no debe ser bueno. Esto es algo que también tiene que ver con nuestro tema"

Como también apunta Atienza en su artículo, el tema de la relación entre la violencia y el arte es muy complejo. Por mi parte, creo que esa sobre-exposición artística de la violencia propia de nuestro tiempo, incluso cuando se trata de denunciarla, termina produciendo una insensibilización general. Cada vez hay menos cosas que nos impacten, lo cual me parece que no debe ser bueno. Esto es algo que también tiene que ver con nuestro tema.
En cuanto al fondo de la historia, un primer posible reparo o matización es que en el caso que sirve de base al argumento concurre una circunstancia muy particular: resulta que el protagonista, que sufre un sinfín de inhumanas penalidades, pese a ser de raza negra, no era jurídicamente un esclavo. Era, como todos los miembros de su familia, un ciudadano libre de Nueva York que, como consecuencia de un secuestro, pierde el reconocimiento de su identidad y condición y se ve sometido durante doce años al tratamiento propio de un esclavo en el Estado de Louisiana hasta que, desvanecido el equívoco, se restablece su status originario.
Al parecer, la experiencia de esta esclavización temporal que sufrió el personaje real que inspira la película -Solomon Northup- llevó a éste a convertirse en un activista de la causa abolicionista. Pero esta peculiar circunstancia –unida al dato de tratarse de una persona especialmente educada, sensible e inteligente- puede perturbar un tanto el mensaje. De alguna manera nos puede llevar a pensar que su caso era aún más injusto precisamente porque él era un hombre libre y su esclavización era jurídicamente injusta incluso para la legislación positiva de su tiempo.
Sin embargo, para nosotros, desde nuestra sensibilidad y escala de valores contemporánea, esa diferencia “jurídica” que entonces podía ser sentida como fundamental y agravante, hoy nos resulta irrelevante. Tan injustos nos parecen la privación de libertad y los padecimientos físicos y morales del protagonista como los que padecen los demás negros de la plantación aunque la esclavitud de éstos fuera entonces jurídicamente legítima y aunque los mismos no fueran tan cultivados, tan inteligentes y tan atractivos como aquél. Lo que nos parece rechazable es la esclavitud en general, como categoría. Nos parece inconcebible que un ordenamiento jurídico pudiera hacer semejante diferencia de trato y condición entre seres que para nosotros comparten con toda evidencia la misma condición humana.

"Esta peculiar circunstancia –unida al dato de tratarse de una persona especialmente educada, sensible e inteligente- puede perturbar un tanto el mensaje. De alguna manera nos puede llevar a pensar que su caso era aún más injusto precisamente porque él era un hombre libre y su esclavización era jurídicamente injusta incluso para la legislación positiva de su tiempo"

Mi segunda matización en cuanto al fondo de la historia es la siguiente: es posible que la experiencia real del personaje –ya he indicado que la película está basada en hechos reales- fuera exactamente la que se nos narra en la película, pero, a mi modo de ver, la historia pierde un poco de fuerza precisamente porque la crueldad de los sucesivos capataces y patrones a los que se ve sometido el protagonista raya lo psicopatológico. En particular, su último amo es un verdadero psicópata, que trata con un sadismo demente a sus desgraciados esclavos.
Supongo que en la sociedad esclavista de las plantaciones sureñas habría unos cuantos o incluso muchos sádicos y perturbados. Pero a mí lo que me impresiona más de esta historia -como de todos los relatos sobre el holocausto judío- no es la vesania de aquellos dirigentes y ejecutores claramente dementes, sino más bien la insensibilidad generalizada en toda una sociedad de personas normales y corrientes, psíquicamente no afectadas por anomalía alguna.
Así, las escenas realmente impresionantes de la película no son las de violencia física, sino las que muestran esa inhumana insensibilidad, en particular, la escena de la compraventa de los esclavos en un establecimiento donde éstos son expuestos y examinados como simples mercancías. Y lo verdaderamente duro de esta escena no es lo que les está pasando a los negros –esa joven madre que se desgarra de dolor al verse separada de sus hijos-, sino la actitud de fría indiferencia de esos probos y respetables ciudadanos blancos que recorren el establecimiento interesándose por esta mercancía, a la que contemplan como si se tratase de elegir un caballo o una vaca, que muge y se revuelve al verse separada de su ternerillo.    

"El horror que realmente cuenta esta película no es la violencia de los golpes y las vejaciones, ni la ovina pasividad de los compañeros de infortunio egoístamente preocupados cada uno por su propia subsistencia, sino esa ceguera ante lo evidentemente humano que se tiene a la vista"

El efecto que produce en nosotros esa escena es de asombro ante la insensibilidad, ante la ceguera moral de esta gente. ¿Cómo podían no ver lo que a nosotros nos resulta tan evidente, que lo que tenían delante eran unos seres humanos, unos seres tan capaces de sufrimiento y felicidad, tan dignos de consideración y respeto como ellos mismos? ¿Cómo podían tratar a un ser humano como una cosa y no horrorizarse de sí mismos?
El horror que realmente cuenta esta película no es la violencia de los golpes y las vejaciones, ni la ovina pasividad de los compañeros de infortunio egoístamente preocupados cada uno por su propia subsistencia, sino esa ceguera ante lo evidentemente humano que se tiene a la vista.
Pues bien, éste es exactamente nuestro tema. Cuando volvamos a ver la humanidad de un feto de doce semanas –para lo que solo hay que dirigir la mirada sobre él-, y cuando volvamos a ver la humanidad de un feto de veinte semanas afectado por síndrome de Down –la misma que la de un feto de ese mismo tiempo no afectado por dicho síndrome, ¿o no?-, entonces nos daremos cuenta de dónde está realmente la crueldad en todo este asunto.

Resumen

Como réplica al artículo del profesor Manuel Atienza sobre la crueldad de la proyectada ley Gallardón de protección de la vida del concebido y de los derechos de la mujer embarazada, se presenta un comentario de la reciente película “Doce años de esclavitud” ganadora del Óscar 2014 a la mejor película.
Esta película narra con mucha crudeza una terrible historia de violencia y humillación en la sociedad esclavista del sur de los Estados Unidos a mediados del siglo XIX. Pero el horror que realmente cuenta esta película no es la violencia de los golpes y las vejaciones, sino la insensibilidad y ceguera de toda una sociedad ante lo evidentemente humano que se tiene a la vista.

Abstract

A comment on the recent film “Twelve Years a Slave”, winner in 2014 of the Oscar for best picture, is presented here in response to Professor Manuel Atienza´s article on the cruelty inherent to the Draft Bill presented by the Spanish Minister of Justice, Gallardón, concerning the protection of the unborn´s life and pregnant women´s rights.
The film tells, with great rawness, a terrible story of violence and humiliation that takes place in the slave-society of the southern United States of the mid-nineteenth century. But this film is not about the violence of the blows or the hazing, but about the lack of sensitivity and blindness of a whole society as far as the humane is concerned.

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