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REVISTA110

ENSXXI Nº 114
MARZO - ABRIL 2024

Por: JOHN MÜLLER
Periodista y escritor


John Müller González es periodista. De origen chileno, ha desarrollado casi toda su carrera en España. Se graduó en la Pontificia Universidad Católica de Chile. En 1987 obtuvo una beca para participar en el XVI Programa de Graduados Latinoamericanos de la Universidad de Navarra. Se inició en el periodismo en el semanario chileno Hoy, opositor al régimen militar de Augusto Pinochet. Tras su estancia en Pamplona, se vinculó al rotativo español Diario 16, que dirigía Pedro J. Ramírez, quien le designó corresponsal en Chile. En 1989 participó en la fundación del diario La Gaceta de los Negocios (marzo de 1989) y El Mundo (23 de octubre de 1989). Desarrolló casi toda su carrera en este último diario, con la única excepción del período 1995-1996 en que dirigió El Universal de Caracas. En 1996, El Universal obtuvo el Premio Nacional de Periodismo en Venezuela. Escribe una columna de asuntos económicos en El Mundo (“Ajuste de cuentas”) y mantiene a diario un programa en Radio Pauta de Chile. Es autor de varios libros, entre ellos Leones contra Dioses (Ed. Península, 2015), una crónica de la crisis económica en España.

Quizá la mejor forma de entender a Donald Trump y lo que ha sido su presidencia es leer la novela El Gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald. Todo lo que describe este libro -el decorado, los protagonistas, la moralidad de los locos años 20 en EEUU, la fortuna de Gatsby originada en la venta de alcohol ilegal, la fiesta interminable en su lujosa mansión- evoca a Trump, a Melania, a Mar-a-lago y a Rudy Giuliani. Como Jay Gatsby, Trump es un hombre que vive de las apariencias de una fortuna que no se sabe bien cómo ha ganado o si aún existe.

A comienzos de 2017, cuando faltaba una semana para que iniciara su mandato, Marty Baron, el director del Washington Post, me describió en su despacho a Trump como un personaje que le debía mucho a los medios de comunicación, porque prácticamente toda su carrera se basaba en su capacidad de explotarlos. No solo protagonizaba los spots para vender sus propiedades, sino que se convirtió en personaje público gracias a ellos y se consagró en The Apprentice, el espectáculo televisivo que presentó durante 14 temporadas en la cadena NBC.

“Nada de esto hubiera sido posible sin la tecnología de internet. Pero Trump no inventó el populismo. Por lo tanto, hay que admitir que tampoco hubiese sido posible sin que otras instituciones de la democracia estadounidense fallaran y una de las más importantes ha sido la Prensa”

Por esta razón, Baron no tenía claro si Trump iba a continuar atacando a los medios de comunicación que exhibían una larga trayectoria de credibilidad informativa, como The New York Times o su propio diario, o llegaría a una coexistencia pacífica con ellos. El tiempo demostró que Trump no solo los siguió atacando cada vez que pudo, sino que, aprovechando el poder de la Casa Blanca, instaló su propia realidad apelando directamente al pueblo norteamericano a través de Twitter, contando con unos cuantos medios aliados (tibiamente el Wall Street Journal, más entusiastas la Fox y el New York Post, y totalmente entregado Breitbar, el sitio de su amigo Steve Bannon), y aislando en una realidad separada a los disidentes a cuyas preguntas no respondía y los acusaba de difundir fake news.
Este esquema le fue útil hasta el 6 de enero de 2021, fecha en que el Congreso debía proclamar al vencedor de la elección presidencial. Ese día, las redes sociales, que tanto le habían servido para alzarse por encima del establishment y dialogar directamente con los norteamericanos, se convirtieron en una trampa en la que Trump se metió solo al respaldar a los asaltantes del Capitolio. Con ese gesto, enlodó para siempre su Presidencia.

Tecnología y fallo institucional
Nada de esto hubiera sido posible sin la tecnología de internet. Pero Trump no inventó el populismo. Por lo tanto, hay que admitir que tampoco hubiese sido posible sin que otras instituciones de la democracia estadounidense fallaran y una de las más importantes ha sido la Prensa, una industria que se encuentra en decadencia, muy debilitada porque ha perdido la gran mayoría de los recursos que antaño fluían hacia su modelo de negocio y que no sabe si sobrevivirá a los cambios tecnológicos, pero a la que se le sigue exigiendo que cumpla su papel de contrapeso del poder en las democracias.
En EEUU, unos 2.100 diarios han dejado de editarse desde 2004, lo que supone una tasa de mortalidad de casi el 25% respecto a los que existían en aquel año, según un estudio de la UNC Hussman School of Journalism and Media. La consecuencia es que 1.800 comunidades que tenían un periódico local en 2004 carecían de él al comienzo de 2020. Los nuevos “desiertos informativos” no solo abundan en localidades deprimidas, ahora la tendencia también ha llegado a las ciudades prósperas. El proceso, además, se aceleró con la pandemia. Solo en el año 2020 unas 300 cabeceras periodísticas desaparecieron.

“Muchas personas encontraron más sencillo leerse un proyecto de ley o un estudio de una fuente directa que esperar al resumen mediocre de un periodista”

Los lectores, pero sobre todo la publicidad comercial que sostenía estos proyectos, ahora prefiere otros soportes. Y eso significa que algunos roles que cumplía la Prensa, como la articulación de demandas y la vigilancia crítica, ya no los puede desarrollar con la misma eficacia. Sin embargo, nadie se hace cargo de este vacío que empieza a hacerse cada vez más grande y disfuncional.
La credibilidad de la prensa ya estuvo en cuestión antes de internet, pero nunca de la manera en que lo está hoy. En la época analógica, era difícil que el periodismo rectificara y admitiera sus errores. Los diarios eran increíblemente soberbios en su tarea de explicar, como decía Chesterton, que Lord Jones había muerto a gente que no sabía que Lord Jones estaba vivo. Desde 1972, la empresa demoscópica Gallup ha preguntado sobre la confianza que despiertan los medios en EEUU. Sus datos indican que la confianza alcanzó un máximo en 1976, tres años después del escándalo Watergate que acabó con la Presidencia de Richard Nixon. Ese año, el 72% de los estadounidenses dijeron que tenían “mucha” o “bastante” confianza en los medios de comunicación. Con el advenimiento de la TV por cable y el auge de la radio en la década de 1980, ese número comenzó a bajar al 50% en la década de 1990, y permaneció allí durante casi una década.

La deconstrucción de la Prensa
Pero, con la popularización de internet, la gente empezó a tener acceso a fuentes directas de información y el proceso de intermediación informativa que hasta entonces habían monopolizado los diarios se debilitó. Muchas personas encontraron más sencillo leerse un proyecto de ley o un estudio de una fuente directa que esperar al resumen mediocre de un periodista. Desde el año 2000, la pérdida de confianza en la Prensa se aceleró, situándose por debajo del 50% en 2007. En septiembre de 2016, alcanzó un nuevo mínimo del 32% y entre los republicanos, fue de solo el 14%.
Cuando comenzaba la Red y nacían los primeros formatos, personas como Jeff Jarvis vaticinaron que los blogs y el periodismo ciudadano o voluntario desplazarían a los diarios. Entonces pensé que eso era imposible. ¿Cómo iba un solitario bloguero a realizar un trabajo de investigación de largo aliento como el que habían hecho Bob Woodward y Carl Bernstein en el Watergate sin contar con el respaldo de la señora Graham y su organización, The Washington Post? Efectivamente, no creo que ningún diario haya cerrado por culpa de un blog.

“El buscador terminó por destruir la función de intermediación de la Prensa atacando lo que era el corazón del periodismo: su poder de prescripción”

Pero entonces llegaron los buscadores y su capacidad de emplear los datos para darle satisfacción a la gente. El buscador terminó por destruir la función de intermediación de la Prensa atacando lo que era el corazón del periodismo: su poder de prescripción. Los periódicos impresos perdieron el enorme poder de decirle a la gente qué era lo importante y qué es lo que había que saber a diario. Es más, tenían la capacidad de decidir que una determinada noticia podía ocupar cuatro o cinco columnas en la primera página o un breve en la sección de Deportes. Incluso fijaban las reglas para decodificar el mensaje: en Occidente leemos de izquierda a derecha y de arriba abajo, y de la primera a la última página.
Todo eso desapareció cuando el buscador algorítmico empezó a devolverle al lector las noticias de los diarios convertidas en una línea de titular entre otros cientos de líneas con titulares. Nadie sabe hoy si esa noticia se publicó a una o a cinco columnas, con o sin ilustración o foto, en la portada del periódico o en páginas interiores. Los diarios, perfectamente estructurados en secciones, con tipografías elegantes y páginas perfectamente diseñadas, quedaron pulverizados por un buscador que los desintegraba a petición del público.
Ya iniciado el siglo XXI, el advenimiento de las redes sociales, en combinación con los smartphones, le dieron un golpe adicional a la prensa impresa y al periodismo. Por un lado, le arrebataron lo que le quedaba de su capacidad de intermediación y, por otro, sentenciaron su poder de prescripción, consolidando el proceso de deconstrucción. Podría parecer que este es un problema que amenaza a un soporte concreto -el diario impreso mientras las pantallas gozan de buena salud-, pero no es verdad. Todo el ecosistema informativo se ha visto alterado porque la prensa impresa disfrutaba de unos ingresos que le permitían financiar unos estándares de calidad y de contrastación informativa que los nuevos formatos no alcanzan a cumplir de manera sostenible.

El 11-S de las plataformas digitales
Hoy, los líderes como Trump, pero también las empresas y los partidos políticos, pueden apelar directamente a los ciudadanos, libres de molestos intermediarios que pretendan poner en cuestión su mensaje. Los sucesos del Capitolio de Washington demuestran que las redes sociales ofrecen una instancia de coordinación única para el activismo de cualquier tipo, incluso para aquel que pretenda acabar con una democracia.
La decisión de Jack Dorsey, el fundador de Twitter, de suspender y luego eliminar la cuenta de Trump, que supuestamente pretendía evitar que se organizara una insurrección en el país, no ha hecho más que abrir nuevas interrogantes. Desde Alemania, por ejemplo, Angela Merkel hizo saber a través de su portavoz que no estaba de acuerdo con la decisión de @Jack: “Este derecho fundamental [a la libertad de expresión] puede ser intervenido, pero de acuerdo con la ley y dentro del marco definido por los legisladores, no de acuerdo con una decisión del administrador de una red social".

“Nadie sabe hoy si esa noticia se publicó a una o a cinco columnas, con o sin ilustración o foto, en la portada del periódico o en páginas interiores. Los diarios, perfectamente estructurados en secciones, con tipografías elegantes y páginas perfectamente diseñadas, quedaron pulverizados por un buscador que los desintegraba a petición del público”

Otras redes como Facebook, Instagram, Snapchat, Twitch, Spotify y Shopify se sumaron a la decisión de Twitter. El propio Washington Post dio cuenta de la eficacia de la censura de las redes sociales. La desinformación online sobre el fraude electoral cayó un 73% después de que las redes sociales suspendieran las cuentas del presidente, según comprobó la firma de investigación social Zignal Labs.
Nadie como Thierry Breton, el comisario europeo de mercado interior, ha sido capaz de situar lo ocurrido en la capital norteamericana el 6 de enero en el actual juego de fuerzas globales: “Así como el 11 de septiembre marcó un cambio de paradigma para la seguridad global, 20 años después estamos siendo testigos de un antes y un después en el papel de las plataformas digitales en nuestra democracia”, escribió en Político el pasado 10 de enero.
“La insurrección de la semana pasada marcó el punto culminante de años de discursos de odio, incitación a la violencia, desinformación y estrategias de desestabilización que se han dejado correr sin restricciones en conocidas redes sociales. Los disturbios en Washington son una prueba de que un espacio digital poderoso, pero sin regular, que recuerda al Lejano Oeste, tiene un impacto profundo en los cimientos mismos de nuestras democracias modernas”.
En EEUU ya ha cuajado la idea entre los políticos y la comunidad académica de que las plataformas digitales (Google, Amazon, Apple, Facebook) han alcanzado un poder sin contrapeso. Casi nadie del establishment mira con simpatía a Zuckerberg, a Dorsey o a Bezos. La Comisión Federal de Comercio y varios fiscales estatales han emprendido acciones judiciales contra Facebook en diciembre pasado pidiendo directamente que la empresa sea dividida y el Departamento de Justicia inició una acción antimonopolios contra Google en octubre.

“En el mundo académico estadounidense -y eso le añade una inercia mayor al proceso- existe la sensación de que van por detrás de la Unión Europea en cuanto a regulación y que han descuidado el Derecho de la Competencia en estas dos décadas que van del siglo”

Además, en el mundo académico estadounidense -y eso le añade una inercia mayor al proceso- existe la sensación de que van por detrás de la Unión Europea en cuanto a regulación y que han descuidado el Derecho de la Competencia en estas dos décadas que van del siglo. Juristas y economistas están revisitando las leyes antitrust de finales del siglo XIX para hacer frente a estos nuevos “robber barons” (barones ladrones, término con el que se conocía a los magnates norteamericanos que se enriquecieron con grandes monopolios) de las plataformas digitales.
En su discurso inaugural, Joe Biden, el nuevo presidente de los EEUU, dejó claro que sabe dónde cree que está el problema de su país: “Hay verdades y hay mentiras. Mentiras contadas por poder y por lucro. Y cada uno de nosotros tiene un deber y una responsabilidad como ciudadanos, como estadounidenses, y especialmente como líderes, líderes que se han comprometido a honrar nuestra Constitución y proteger a nuestra nación, de defender la verdad y derrotar las mentiras”.
La presidencia de Trump ha sido lo más parecido a una de las fiestas de Gatsby: bajó los impuestos sin reducir el gasto público, recalentó la economía hasta eliminar el desempleo, protegió la producción nacional frente a la competencia extranjera, y utilizó las redes sociales hasta demostrarle a todo el mundo de manera evidente que se podía amenazar a la democracia más antigua del planeta con una serie de tuits. Y lo más probable es que sea el instrumento y no quien lo maneja quien primero pague las consecuencias.

Bibliografía
ABERNATHY, P. (2020). News Deserts and Ghost Newspapers: Will Local News Survive? Chapel Hill. UNC Hussman School of Journalism and Media. https://www.usnewsdeserts.com/reports/news-deserts-and-ghost-newspapers-will-local-news-survive/

THE MEDIA INSIGHT PROJECT (2017). People have more trust in ‘my’ media than ‘the’ media.https://www.americanpressinstitute.org/publications/reports/survey-research/my-media-more-trusted-than-the-media/

BRETON, T. (10 de enero de 2021). Capitol Hill — the 9/11 moment of social media. Político. https://www.politico.eu/article/thierry-breton-social-media-capitol-hill-riot/

JARVIS, J. (2015). El fin de los medios de comunicación de masas. Barcelona. Editorial: Gestión 2000.

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