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REVISTA110

ENSXXI Nº 113
ENERO - FEBRERO 2024

Por: JOSÉ M. DE AREILZA CARVAJAL
Doctor en Derecho por la Universidad de Harvard
Profesor ordinario de ESADE y Cátedra Jean Monnet-ESADE
Secretario General de Aspen Institute España


José María de Areilza Carvajal, Profesor de ESADE y Secretario General de Aspen Intitute España. Fue nombrado titular de la Cátedra Jean Monnet-ESADE por la Comisión Europea en 2013. Ha sido profesor visitante en INSEAD Business School, London Business School y William & Mary School of Law, Virginia. De 1996 a 2000, fue Vocal Asesor para Asuntos Europeos del Gabinete del Presidente del Gobierno Español. Escribe una columna semanal en el diario ABC sobre política internacional. Es autor del libro "Poder y Derecho en la Unión Europea" (Civitas, 2014).

La invasión de Ucrania fue decidida por Vladimir Putin bajo el presupuesto de que los europeos y los norteamericanos no reaccionarían con firmeza y mucho menos al unísono. El dictador ruso se fiaba del precedente de su entrada en Crimea en 2014, una clara violación del Derecho Internacional con apenas costes, y del fiasco de la retirada occidental de Afganistán. Durante la pandemia, Putin se había aislado del mundo y en lugar de sumergirse en Tolstoi o en Chéjov había leído historia de Rusia a partir de relatos tenebrosos e imperiales. Acabó por pensarse heredero de los zares que, a través de muchos años de conflictos bélicos, convirtieron a su país en una gran potencia. El primer acto de su guerra fue un rotundo fracaso. El ejército ruso no pudo tomar Kiev en pocos días, como había planeado, sus ciberataques fueron repelidos y sus campañas de desinformación desmontadas. Tanto el pueblo ucraniano como un conjunto de cuarenta países liderados por Estados Unidos se aprestaron para frenar en seco la agresión. El presidente Joe Biden hizo gala de su larga experiencia en asuntos internacionales y supo tender puentes sobre el Atlántico, consultar a sus principales aliados europeos y activar todos los resortes de la OTAN. Por su parte, en el seno de la Unión Europea se tomaron decisiones históricas, que parecían imposibles unos meses antes: la Comisión financió la compra de armas para Ucrania, se aprobaron por unanimidad varios paquetes de sanciones contra el régimen de Moscú y se dio la bienvenida a cientos de miles de refugiados ucranianos sin provocar crisis políticas en los Estados de acogida. Alemania, gobernada por un tripartito en principio poco cohesionado, anunció a los pocos días de la invasión rusa un giro histórico en su política exterior y de defensa, con un aumento espectacular del gasto militar y un refuerzo de su compromiso con la Alianza Atlántica. El Reino Unido, todavía bajo el impacto del error histórico del Brexit, supo volcarse junto con los demás países europeos en la asistencia a Ucrania. Si Rusia no hubiera sido el país con más misiles nucleares del mundo, el apoyo occidental al gobierno de Kiev habría ido más allá, aportando armas no solo para defenderse sino para ganar la guerra. Enseguida empezaron a llegar a Moscú muy malas noticias, desde la falta de preparación y la desmoralización de su ejército a los problemas de logística y suministros.

“Durante la pandemia, Putin se había aislado del mundo y en lugar de sumergirse en Tolstoi o en Chéjov había leído historia de Rusia a partir de relatos tenebrosos e imperiales”

Vivimos desde entonces en el segundo acto de esta invasión, quince meses en los que el conflicto ha mutado en una guerra de atrición y de trincheras. Ninguno de los dos bandos tiene la capacidad de vencer con rotundidad al otro y confía en el desgaste del enemigo. La victoria solo puede llegar por la mayor capacidad de resistir los daños y el horror del conflicto. China había acordado una “alianza sin límites” con Rusia unas semanas antes de la invasión. Al torcerse los planes iniciales de Putin, ha ayudado a su socio con importaciones crecientes de gas y petróleo y, sobre todo, difundiendo en sus medios de comunicación y por todo el mundo un relato pro-ruso sobre las causas de la guerra. Ha frenado a Putin en su tentación de usar armas nucleares (el mismo mensaje sobre esta línea roja se lo ha hecho llegar Washington) y ha formulado una propuesta poco creíble de alto el fuego y mediación, como guiño a los europeos, con los que no quiere perder su relación económica y comercial. Para el régimen de Beijing tanto una victoria de Putin como su fracaso harán que una Rusia aislada de Occidente sea cada vez más dependiente de China.
Varias potencias regionales -India, Brasil, Arabia Saudí, Turquía- han aprovechado la escisión en dos bloques provocada por la invasión de Ucrania para buscar ventajas de uno y otro lado. Del mismo modo, muchos otros países han preferido no alinearse con Occidente y sus aliados y tampoco a favor de la entente chino-rusa, un desapego por parte del Sur que definirá cada vez más la geopolítica de los próximos años. En Estados Unidos, los quince meses de guerra en Ucrania han debilitado el apoyo popular al gobierno de Biden, en especial de los votantes republicanos. Los dos principales aspirantes conservadores a la Casa Blanca, Donald Trump y Ron DeSantis, reducirían el apoyo norteamericano a Kiev si llegan a la Casa Blanca, aunque del gobernador de Florida cabe esperar un cálculo más racional de intereses. La política exterior norteamericana tiene una sola prioridad, fundada además en un consenso bipartidista, y es frenar a China para mantener su hegemonía global. Ucrania es un jalón en este camino. Washington conmina a los europeos a devolver el apoyo norteamericano prestado haciendo funcionar la alianza transatlántica en el Pacífico, y más en concreto en lo que se refiere a Taiwan. La isla china es una democracia que incomoda a Beijing y además controla el 80% de la producción mundial de semiconductores. Estados Unidos ha anunciado que la defendería de una agresión externa y espera de los europeos la misma solidaridad que han mostrado ellos en nuestra frontera Este. No parece que muchos países de la Unión Europea estén dispuestos a dar este paso.

“El primer acto de su guerra fue un rotundo fracaso. El ejército ruso no pudo tomar Kiev en pocos días, como había planeado, sus ciberataques fueron repelidos y sus campañas de desinformación desmontadas”

Los europeos hemos pasado este primer año de guerra sufriendo las consecuencias económicas del conflicto, empezando por la subida del precio de la energía y los alimentos. Las sanciones a Moscú nos han dañado más que a los norteamericanos, que por otra parte han resultado beneficiados al poder vender su gas a altos precios. La Unión Europea ha conseguido reducir enormemente la dependencia de las importaciones de energía de Rusia. Países como Hungría o Italia han enfriado sus buenas relaciones con Putin y Finlandia y Suecia han dado el paso histórico de ingresar en la OTAN. Pero el cansancio empieza a hacer mella. En el Consejo Europeo no hay liderazgo para aprovechar la cohesión ante la emergencia planteada en Ucrania y poner en pie rápidamente una verdadera política de seguridad y defensa. Alemania toma decisiones por su cuenta sobre compra de sistemas de defensa aérea o aviones de combate. La industria europea de defensa está al límite de sus capacidades. La fabricación de material militar sigue haciéndose desde lógicas nacionales, es decir, sin que el armamento sea luego compatible entre los distintos ejércitos europeos.
En Ucrania la población ha dado muestras de heroísmo y unidad. Han conseguido, por ejemplo, que la producción agrícola solo baje un 10%. El odio a todo lo ruso es el sentimiento común y ya no tiene futuro una cultura dual, ucraniana y rusa. El presidente Zelenski se ha convertido en un admirado símbolo global de la resistencia frente a la tiranía y por ahora no contempla nada distinto de una victoria completa, Crimea incluida. Por su parte, Putin puede permitirse seguir enviando miles de soldados a Ucrania, a pesar de las aproximadas 100.000 bajas sufridas. No tiene contestación interna, controla los medios de comunicación y es una figura popular. Explica con una épica hiper-nacionalista cómo Rusia está “resistiendo la agresión occidental” e incluso puede declarar la victoria en cualquier momento y seguir en el poder. No obstante, el dictador calcula que puede ganar la guerra si ésta se alarga varios años. También sabe que si Donald Trump vuelve al poder tendrá la posibilidad de lograr una salida más que airosa.

“En Ucrania la población ha dado muestras de heroísmo y unidad. Han conseguido, por ejemplo, que la producción agrícola solo baje un 10%. El odio a todo lo ruso es el sentimiento común y ya no tiene futuro una cultura dual, ucraniana y rusa”

El tercer acto será el desenlace, aún desconocido, de la invasión de Ucrania. Antes de las elecciones norteamericanas de noviembre de 2024 es posible que Biden aspire a lograr un alto el fuego e intente sentar en una mesa de negociación a rusos y ucranianos. Sería una manera de demostrar a sus ciudadanos que la enorme inversión que ha hecho de capital político produce resultados. También de frenar con realismo los costes cada vez mayores que supone el apoyo occidental a Ucrania. Estados Unidos podría dedicar así todas sus energías a la contención de China. Los asuntos a tratar en una futura de conferencia de paz entre Ucrania y Rusia son muy difíciles: fronteras, reconstrucción, reparaciones, responsabilidad internacional de Rusia, derechos de las minorías rusófonas en el Este de Ucrania, garantías de seguridad y pertenencia de este país a la OTAN y a la Unión Europea. La paz se construirá sobre unas bases que tardarán mucho tiempo en negociarse y mientras tanto la amenaza rusa y la inestabilidad seguirán presentes en la frontera oriental de Europa. Como ha subrayado Ursula von der Leyen, esta invasión es un ataque a la economía, los valores y el futuro de todos los europeos, no solo de los ucranianos. Pero la necesidad de avanzar con rapidez hacia una defensa europea, que refuerce y complemente la Alianza Atlántica, no sólo es una respuesta al revanchismo ruso, sino que está relacionada con un cambio histórico, la entrada en una nueva era de grandes rivalidades. El lugar de Europa en el nuevo desorden mundial está por definir y lo más importante es que seamos nosotros los que decidamos cómo proteger nuestros intereses y proyectar los valores que nos definen como civilización.

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