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REVISTA110

ENSXXI Nº 113
ENERO - FEBRERO 2024

Por: FERNANDO LEDESMA BARTRET
Consejero Permanente del Consejo de Estado


LOS LIBROS

El mismo día -sábado, 7 de noviembre del año 2020- que Biden gana las elecciones a la presidencia de USA termino de leer Una leve exageración del polaco Adam Zagajewski. A la alegría de vivir el triunfo del candidato demócrata y el despido del horrible presidente que han tenido los EE.UU. durante cuatro años, se añade el cúmulo de sensaciones gratísimas que me ha dejado la lectura de un libro tan bello, culto y enriquecedor.

No es una novela, ni un estudio histórico, ni un libro de poemas, ni una biografía, ni tampoco unas memorias. Es todo eso junto, escrito por un poeta que se ha propuesto reflexionar sobre el tiempo transcurrido desde su nacimiento en el año 1945 hasta la terminación del libro en 2015. No es solo el autor el protagonista de esos setenta años.

LIBRO 5

Es también Polonia devastada por sucesivas y dolorosísimas invasiones, es Europa, sobre todo el centro de Europa, la cultura centroeuropea, el hilo conductor de un pensamiento que toma como punto de partida la ciudad de la que procedía toda la familia Zagajewski: L´vov, hoy en territorio de Ucrania, originariamente polaca y en algún tiempo rusa, en la que el autor nació y de la que se siente orgulloso, y que su familia, siendo él muy pequeño, tuvo que abandonar, forzada por los ocupantes, para trasladarse a Cracovia, ciudades ambas que Zagajewski ama profundamente, cuya historia y monumentos ensalza, las murallas góticas, la gran plaza, la iglesia de Nuestra Señora y la Catedral de Wawel, en Cracovia, la magnífica Lemberg, Lvyv, Lvov, Lwow, cuatro nombres que a lo largo de la historia ha tenido esta soberbia ciudad que igualmente juega un papel importante en la historia que cuenta Philippe Sands en Calle este-oeste, ciudad de la que dice que, de haber sido controlada alguna vez por Italia, la habría llamado Leopolis, la Ciudad de los Leones, cuya Facultad de Derecho acumuló un gran prestigio.

“El autor salta de una reflexión a otra, avanza y retrocede en el tiempo, dejando siempre clara la huella de su preocupación por el sufrimiento de la humanidad”

El título de la obra es (pág. 254) la respuesta del padre de Adam (ingeniero, catedrático de universidad, desterrado de L´vov a varias ciudades, finalmente a Cracovia) a la pregunta de un periodista sobre un fragmento de un ensayo de su hijo titulado Dos ciudades. “Una leve exageración” es lo que el científico responde. Se explica que el autor haya elegido ese comentario de su padre como título del libro. Su familia tiene en la vida del autor una presencia relevante. Es una familia clásica, culta, más dedicada al saber que a ganar dinero, austera, orgullosa de su pasado, lectora de libros, admiradora de la cultura alemana y radicalmente hostil al nacionalsocialismo. Así también el autor, enemigo frontal de esa ideología y de la que, tras el final de la segunda guerra mundial, gobernó despóticamente en Polonia.
En realidad, las reflexiones del autor empiezan antes de la primera guerra mundial y se prolongan hasta tiempos actuales, lo que le permite exponer un pensamiento ordenado a interpretar las transformaciones que ha experimentado el mundo antes y después de las dos guerras mundiales. Es una valoración hecha por un defensor de la democracia, enemigo de cualquier forma de populismo, en cuya trayectoria ha influido enormemente el espanto inolvidable del holocausto judío, tan presente en Polonia (Varsovia, Auswisch).
Muchas páginas del libro están dedicadas a dialogar con el pensamiento de Tolstoi, Bergson, Nietzsche, Mann, Proust, Kafka, Kavafis, Rilke (Elegías de Duino), Cioran, Sartre, Camus, Simone Veil, Robert Musil, Primo Levi, Paul Claudel, Machado, Brodsky, tan estrechamente amigo del autor, y Milosz.
Adam, enamorado de la música, sitúa ésta en el nivel superior de las artes. Bach, Mozart (Réquiem), Beethoven, Chopin (omnipresente), Brahms (Rapsodia), Shubert, Strauss, Bruckner (9ª sinfonía), Mahler (5ª sinfonía y La canción de la tierra), Górecki (sinfonía nº 3), entre otras y sin olvidar el jazz, resuenan constantemente. Menos atención, aunque también está presente en la obra, dedica el autor a la pintura: Vermeer, Rembrandt, Giorgione, Tiziano, Miquel Barceló.

“Aspira a entender cuanto a su alrededor acontece, la búsqueda de la belleza y del bienestar espiritual, su identidad con los perseguidos y transterrados y su intransigencia con la superficialidad y las mentiras”

Zagajewski ha sido, es un gran viajero. Nos hace pasear por Berlín, París (disfruta en los Jardines de Luxemburgo, prefiere el metro parisino al U-bah de Berlín), Dresde, Barcelona, Houston, Chicago, Italia. Tengo la impresión de que por este último país siente verdadera debilidad: Verona, Vicenza, Ferrara, Ravena, Lucca, Parma, Padua y otros lugares de la Toscana que recorre de la mano de Zbigniew Herbert, también poeta y viajero, autor de Un bárbaro en el jardín. A las catedrales (Notre Dame y Chartres) ha dedicado largas jornadas en búsqueda del espíritu que las anima y del que se contagia.
Con aparente desorden narrativo -solo aparente porque la obra tiene un claro eje vertebrador- el autor salta de una reflexión a otra, avanza y retrocede en el tiempo, dejando siempre clara la huella de su preocupación por el sufrimiento de la humanidad, de su aspiración a entender cuanto a su alrededor acontece, de su búsqueda de la belleza y del bienestar espiritual, de su identidad con los perseguidos y transterrados, de su intransigencia con la superficialidad y las mentiras. No son de tristeza los caminos por los que discurre el pensamiento de Adam, pese a que, como ya he dicho, su país y su familia han sido muy castigados por la historia (no podía faltar en la obra y, efectivamente, está presente el recuerdo de los asesinatos de Katyn). La corriente que lo empuja nace en los manantiales de la Ilustración, se enriquece con el racionalismo humanista, incorpora los valores de lo religioso. Asume las ideas de un internacionalismo cosmopolita vitalmente necesitado de la cultura y preocupado por atender los requerimientos de las personas donde quiera que se hallen y cualquiera que sea su condición. Las personas, hombres y mujeres, están en el centro de sus reflexiones, de sus meditaciones y de su poesía, lo que por cierto le valió el reproche de algún colega que reclamaba para los poetas una especie de inmediatismo presencial. Adam por el contrario hace cuánto está a su alcance por aproximarse a la esencia de lo intemporal.
Deseando y necesitando el contacto con la naturaleza, su sensibilidad explica el amor que manifiesta hacia los árboles, los pájaros (los mirlos en primavera, los vencejos, las golondrinas, los gorriones). Y junto a todo ello, el entusiasmo como clave para entender el arte (pág. 265), su proximidad a “la belleza, la alegría y la desesperación de Mozart”. Tras volver a leer Guerra y paz, descubre que tenía un alma inmortal, lo que le provoca una explosión de alegría. Como la que deja la lectura de esta preciosa obra.

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