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REVISTA110

ENSXXI Nº 113
ENERO - FEBRERO 2024

Por: JOSÉ ARISTÓNICO GARCÍA SÁNCHEZ
Presidente de EL NOTARIO DEL SIGLO XXI


LOS LIBROS

Guerra civil, Dictadura, Transición

Álvarez Junco reflexiona, como en su día hizo Habermas, sobre qué actitud hay que tomar ante el pasado infamante de nuestra historia con la que está indisolublemente ligada nuestra identidad y la de las generaciones posteriores

Solo una visión compleja y nunca maniquea del pasado llevará a formar personalidades multiculturales, abiertas y tolerantes, capaces de impartir una justicia transicional, que conduzca a la conciliación obligada de que habla Habermas

Un siglo maldito
No hace mucho se denostaba en estas páginas al siglo XX como un siglo para olvidar, o en frase de Albiac un siglo para borrar, merecedor de ser incluido, como en efecto hizo, en su Diccionario de adioses.
No puede desde luego servir de consuelo a lo vituperable del pasado de España en ese siglo, guerra civil y dictadura de cuatro décadas, que en los países de nuestro entorno se produjeran sucesos de igual o superior violencia, dos guerras mundiales, revoluciones cruentas en Rusia, Alemania, Italia o Hungría… que hicieron de la primera mitad de ese siglo uno de los periodos más sangrientos de la humanidad. Pero sí sirve para librarnos del baldón de que esa guerra del 36 y esa longeva dictadura puedan ser tenidas por algo excepcional, una característica denigratoria de un pueblo, una raza o una cultura anómala.

“Desgraciadamente todos los países de nuestro entorno arrastran un penoso bagaje de muertes, despotismos, genocidios o violaciones en los persistentes intentos de grupos o sectores sociales de imponerse a otros por la fuerza”

Desgraciadamente todos los países de nuestro entorno arrastran un penoso bagaje de muertes, despotismos, genocidios de minorías, deportaciones forzosas o violaciones, en los persistentes intentos de grupos o sectores sociales de imponerse a otros por la fuerza. Ni siquiera lo más vergonzoso, la violencia vindicativa de los vencedores, en nuestro caso la Ley de Responsabilidades Políticas de 1939, fue algo excepcional. De igual o similar modo fueron represaliados los perdedores por Tribunales Populares o ad hoc al final de las contiendas. Como denunció Albert Camus, al odio de los verdugos ha respondido el odio de las víctimas. Pocos países, en efecto, pueden excluirse de la explosión de terror bífido de un siglo que contabiliza más de 80 millones de muertos.

Un bagaje nefando
Pero que la espiral de violencia haya sido general, no puede servir de excusa a nuestro discurso, como no sirve el y tú más para contraargumentar una acusación. Pero sí debe servir para fijarse y aprender de los que corrieron igual suerte y con los que se debería competir para buscar entre todos la mejor fórmula de resarcir a las víctimas y digerir ese pasado vergonzante y traumático que a tantos países aflige, lo que Álvarez Junco llama pasado sucio, y que cada agrupación humana que lo arrastra, en lo que coincide con Habermas, tiene la responsabilidad inevitable de encarar. Sea para aplicar una justicia rigurosa e inmediata, Núremberg o Tokio por ejemplo. Sea para tratar de ocultar o minimizar lo ocurrido, caso de Turquía y el genocidio armenio, Francia con Vichy, Italia con Mussolini… O sea, que es lo obligado, para recordar y esclarecer lo ocurrido, repudiar los crímenes constatados, todos ellos, y ofrecer reparaciones compensatorias a las víctimas.

“Que la espiral de violencia haya sido general debe servir para fijarse y aprender de los que corrieron igual suerte y para buscar la mejor fórmula de resarcir a las víctimas y digerir ese pasado vergonzante, que Álvarez Junco llama pasado sucio, y que cada agrupación humana que lo arrastra tiene la responsabilidad inevitable de encarar”

Esto último es lo que ha intentado, de forma encomiable y ambiciosa, el afamado catedrático José Álvarez Junco, historiador científico o sociológico, en su meritoria obra Qué hacer con un pasado sucio que acaba de editar (mayo, 2022) Galaxia Gutenberg.
El autor tiene como permanente punto de mira nuestra guerra civil, la dictadura que le siguió y la Transición a la democracia en que desembocó. Pero utiliza como palanca de evaluación el análisis crítico del pasado traumático que arrastran casi todas las sociedades humanas, con especial detenimiento en las más cercanas.

Una reflexión polifacética y plural
JAGS 1En el caso español no intenta Junco una nueva investigación de los hechos, que nada aportaría a una crónica ya manida desde todos los ángulos. Propone algo más ambicioso e interesante: una reflexión global y compleja a tres niveles. Primero sobre la narración histórica en sí, sintetizada, sin innovaciones, en base solo a datos fiables y comúnmente aceptados, y en eso hay que reconocer el esfuerzo loable que hace el autor por mantener una casi imposible ecuanimidad y asepsia en tema tan polarizado.

“Utiliza como palanca de evaluación el análisis crítico del pasado traumático que arrastran casi todas las sociedades humanas, con especial detenimiento en las más cercanas”

Entreverada con esa perspectiva, discurre una segunda e ilustrativa reflexión sobre cómo los españoles han digerido los hechos, han absorbido las diversas interpretaciones que las élites les han ido brindando en cada época y cómo las han integrado en la imagen, complaciente en general pero también autocompasiva, que figuraba como estereotipo en su imaginario.
Y concluye con una tercera reflexión, ésta sobre las diferentes políticas reparadoras que se han adoptado para con las víctimas y las que deberían adoptarse para superar el trauma y hacer las paces con esos pasados nefandos que atormentan las conciencias de las sociedades que los heredaron.

Un bisturí modélico para salvar contradicciones
El profesor Álvarez Junco, que confiesa sus simpatías juveniles solo por aquel incipiente y romántico anarquismo español y el fogoso demagogo que fue Lerroux, y que participó en su juventud en aquellas simpáticas revueltas de mayo del 68 en París del prohibido prohibir, etc., mantiene a lo largo de su meticulosa obra un riguroso respeto a las opiniones ajenas, defiende y practica la tolerancia, y no se considera en ningún momento poseedor de la verdad absoluta o conocedor de la solución definitiva de los temas que trata.

“Álvarez Junco mantiene a lo largo de su meticulosa obra un riguroso respeto a las opiniones ajenas, defiende y practica la tolerancia, y no se considera en ningún momento poseedor de la verdad”

Está convencido de que sobre los hechos históricos de nuestro pasado cercano, república, guerra y dictadura, nunca será posible convenir en una sola versión, ni siquiera la que redactase un científico puro salido de la mismísima gruta de Platón. La subjetividad en la interpretación, el criterio al recoger y valorar datos, la imposibilidad de hacer con los hechos comprobaciones experimentales como en las ciencias exactas, y la influencia del mito o relato legendario, determinarán las conclusiones de cada intérprete.
Por ello, en busca de la mayor precisión y exactitud posibles, destierra de la historia científica y excluye por tanto de su análisis para el relato sintético que proyecta, tanto las historias escolares, siempre simplificadas y moralizantes, como las políticas conmemorativas, por principio sesgadas a los fines políticos del momento. Y desde luego los mitos cargados de héroes y mártires que integran la memoria colectiva de cada una de las dos facciones extremas que siguen irreconciliables.

Análisis del trauma y la deseada regeneración
Y desde estos postulados irreprochables hace un esfuerzo encomiable para enhebrar su relato, que no es el de un cronista al uso sino el propio de un historiador/sociólogo consciente y responsable, que prioriza mantener el equilibrio necesario para que su diagnosis se mantenga en la fría racionalidad, con exclusión de emociones o impulsos sentimentales. Porque solo así, piensa, podrá su obra ser útil como contribución seria y sólida a la superación del trauma mediante la que Habermas llama reconciliación obligada. Es su único objetivo.
El trauma, claro es, lo originó la crisis política española desde el XIX y la pavorosa guerra civil en que desembocó el año 36, cuyas causas, todas ellas según Junco, fueron internas. Como también lo fueron las de la tensión política que le precedió durante todo aquel siglo.

“El trauma lo originó la crisis política española desde el XIX y la pavorosa guerra civil en que desembocó el año 36, cuyas causas, todas ellas según Junco, fueron internas”

Y para investigar su origen, como punto de partida, analiza el concepto que los españoles tienen de sí mismos, es decir, la autoimagen que han ido elaborando desde que los íberos ocuparon esta península, proceso que Junco desarrolla con agudos y originales matices de percepción, que le llevan a concluir en el diagnóstico que ya en su día hizo Juan Linz: España tiene una construcción estatal temprana y una nacionalización tardía e incompleta, en la que no irrumpió la modernidad hasta 1808, ya en el siglo XIX, siglo cuyos avatares determinaron una introspección histórica pesimista y autocompasiva que difundieron luego las élites, más a partir del Desastre del 98.
Resulta gratificante, y sorprendente a la vez, el análisis que Álvarez Junco hace del proceso que, durante todo el siglo XIX, condujo a España a ese estado de autoflagelación colectiva. Como lo es el resumen esquemático que hace de nuestra historia del siglo XX, con la ya congénita y enquistada polarización social aunque variaran los ejes y las direcciones de la brújula política de cada momento: fascistas/comunistas, conservadores/radicales, monárquicos/republicanos, nacionalismos en choque, guerra de clases…, que terminaron en los años treinta con sacas de unos y paseos del otro y con el resultado final de centenares de miles de víctimas tanto de los nacionales como de los leales: 1,6% de la población muerta de forma violenta.

Paliativos que recortan notoriedad
Pese a ese espectacular dramatismo, nuestro pesimismo autodestructivo debe perder notoriedad si se advierte que, como ya se dijo, en esa primera mitad del siglo XX alrededor de España se vivían catástrofes más sangrientas y más difíciles de digerir. El repaso que Junco hace del escenario mundial, no solo en Europa, también en África y América Latina, es suficientemente esclarecedor.

“Juan Linz: España tiene una construcción estatal temprana y una nacionalización tardía e incompleta, en la que no irrumpió la modernidad hasta 1808”

También debería rebajar el pesimismo la ejemplar Transición Política a la democracia, de exquisita y reconocida pulcritud, a pesar de que -contra lo que se repite- no fue pacífica, pues dejó entre seis o siete centenares de muertos, aunque cierto es que la violencia nunca fue el factor determinante del proceso, lo que enaltece su significación.
Y, reconocido y repudiado el horror, también cuenta evaluar las medidas reparadoras para resarcir el daño físico y moral de las víctimas de estas masacres, haciendo un examen crítico de las ya tomadas, muchas con generosidad poco habitual, pero siempre insatisfactorias, algo que siempre ocurrirá mientras subsistan los radicalismos que aún empujan hacia los extremos a parte de nuestra sociedad.

Qué hacer con ese penoso lastre
Y llegados al final del minucioso relato histórico de Junco, siempre guiado por una sutileza desapasionada y notoria para esquivar las tentaciones de subjetividad y sectarismo, y de ensalzar su modélico bisturí para exponer y combinar puntos de vista, a veces contradictorios o interpretables, pero siempre originales, habría que valorar si es oportuno rememorar tanta violencia y escarbar en una mochila tan llena de suciedad.

“Debería rebajar el pesimismo la ejemplar Transición Política a la democracia, de exquisita y reconocida pulcritud”

La realidad es que a pesar del tiempo transcurrido, las cosas no parecen haber cambiado demasiado. La polarización continua y el análisis del pasado reciente no llama al optimismo: apenas se ha rebajado la autopercepción pesimista y la desesperanza en la regeneración. También a Junco se le trasluce esto cuando afirma que solo una visión compleja y nunca maniquea del pasado llevará a formar personalidades multiculturales, abiertas y tolerantes, capaces de impartir una justicia transicional, la que conduzca a la conciliación obligada de Habermas. Porque solo buenos intelectuales, los que son capaces de comprender y transmitir la complejidad y la ecuanimidad -que nada tiene que ver con simetría o equidistancia- de la historia, contribuirán a formar identidades libres capaces de aceptar la diversidad.

“Solo buenos intelectuales capaces de comprender y transmitir la complejidad y la ecuanimidad -que nada tiene que ver con simetría o equidistancia- de la historia, contribuirán a formar identidades libres capaces de aceptar la diversidad”

Y aún no hemos llegado a eso. Y el presente tampoco llama al optimismo. Junco pone un ejemplo: la Ley de Memoria Democrática actualmente en tramitación aún contiene expresiones retóricas en el extenso preámbulo y en su minucioso articulado que no responden a estas premisas ni respetan el equilibrio de la justicia transicional y que deberían recortarse para tomar la buena dirección, y no es el caso.
Y ¿qué hacer con ese zurrón de vergüenzas que aflige y aún divide a nuestra sociedad?
Obviarlo, ocultarlo, dejar que el tiempo lime aristas seria una cobardía. Hay que aplicar la valentía socrática, aude sapere, pero saber todo, esclarecer todo. Condenar los crímenes, todos. Y resarcir en lo posible.
No ya por temor a la vieja amenaza de que si se olvida el pasado este reaparecerá con más gravedad. Ni siquiera por el argumento ético de expurgar la que Habermas llama responsabilidad colectiva o culpa metafísica que heredan las comunidades por su pasado (¿hasta cuándo y con qué límites?).

“Es necesario desactivar los impulsos sentimentales que distorsionan la racionalidad cuando se basan en tópicos o entelequias inalcanzables, como la memoria del pasado, ajena, y la sobada verdad histórica”

La razón fundamental es que la política, por determinación genética, debe tener su objetivo siempre orientado hacia valores absolutos, en este caso la verdad histórica, la justicia reparadora y la paz para la obligada convivencia. Combinarlos en equilibrio estable es utópico y acaso imposible. Como lo es la que Junco llama justicia transicional, ideal complejo, quizá con una contradictio in terminis como la tiene la misma democracia, pero que debe ser la impartida por los buenos gobernantes, por los que demuestren, como ya se ha dicho, capacidad de aceptar la diversidad.

Control de memoria y verdad históricas
Cierto que no es previsible poder avenir a una sola posición a los que se declaran herederos o continuadores de la memoria colectiva de las víctimas de uno u otro bando. Pero es necesario desactivar los impulsos sentimentales que distorsionan la racionalidad de esas posiciones, sobre todo cuando se basan en entelequias inalcanzables, como la memoria, además ajena, y la verdad histórica.
La memoria es de hecho caprichosa y voluble, y genéticamente individual y subjetiva. Magris observó que lo contrario del olvido no es la memoria sino la verdad.

“Magris observó que lo contrario del olvido no es la memoria del pasado sino la verdad. Con similar sutileza Carrére nos avisa de que lo contrario de la verdad no es la mentira sino la certeza”

Y con similar sutileza Carrére nos avisa de que lo contrario de la verdad no es la mentira sino la certeza. Es decir el fanatismo y la polarización. Y ésta aquí aún no ha sido erradicada.
Triste es que últimamente además la polarización se ha exacerbado en España con nacionalismos simplificadores y victimistas que distorsionan el pasado y carecen de la racionalidad recetada, lo que dificulta aún más la correcta comprensión de los hechos.
Terminemos reconociendo que solo esfuerzos como el de Álvarez Junco ayudarán a distanciar y racionalizar el problema y preparar el terreno para que algún día alguien pueda solucionarlos, liberándonos de esa endémica crisis ideológica de autopercepción negativa y de la exacerbada polarización.

Crímenes contra la humanidad

Leyre Sáenz de Pipaón analiza y critica la jurisdicción penal universal

JAGS 2Oportunamente, cuando están en boca de toda la critica mundial los crímenes de guerra denunciados en Ucrania por la invasión rusa, aparece un concienzudo estudio de los que la autora llama Crímenes universales (Ed. Dykinson, Madrid, 2022), una constante en la humanidad, perpetrados incluso por los países teóricamente más cultos y civilizados, aunque no se hayan tipificado específicamente como crímenes de lesa humanidad sino a partir de Núremberg 1945. La autora, doctora en Derecho, profesora y conocida criminóloga Leyre Sáenz de Pipaon, hace un excelente estudio de los casos recientes más paradigmáticos, Chile, Argentina, Guantánamo, China, etc., analiza su etiología y adelanta razonadas propuestas para la prevención y la solución jurisdiccional de estos crímenes, recalcando eso sí que, conforme a la escala de valores que propugna, incluso en la jurisdicción criminal universal, la persona y sus derechos básicos deben quedar por encima de la soberanía de los Estados.

Legítimas deslegitimadas

Victorio Magariños presenta en el Colegio Notarial de Madrid su nueva obra, Libertad para ordenar la sucesión, que considera injustificadas a las legítimas

La contundencia de su argumentación evidencia la urgencia de un cambio legislativo que las suprima, moderando la libertad de testar con el derecho de asistencia a los familiares necesitados

No es solo una opinión personal. Una tendencia ya mayoritaria en la doctrina científica y en el sentir general de la realidad social, entienden que las legítimas suponen una limitación a la libertad de testar sin justificación razonable. Tampoco puede alegarse que formen parte de una venerable tradición, pues nunca las reservas legitimarias fueron obligatorias ni generales ni en Derecho Romano, ni en el Medievo europeo. Su origen hay que buscarlo en la Ilustración y el liberalismo revolucionario, y no para reconocer derechos a nadie, sino para acabar con los mayorazgos, dividir los patrimonios familiares y conseguir que los predios entraran en el comercio. Con este fin se creó el derecho de todos los hermanos a participar del patrimonio familiar, así se consagró en el Code Napoleón y se recogió en todos los códigos tributarios de éste.
Nunca las legítimas obligatorias fueron convincentes para todos. Gran parte de los filósofos siempre han defendido que transmitir post mortem estaba anclado en el mismo derecho de propiedad y era una consecuencia natural de los derechos de la persona. En cambio, el derecho a suceder, como precisó el propio Kant, no existe por Derecho Natural, y esta misma posición negativa fue sustentada en nuestro país en el mismo período codificador por personalidades como Joaquín Costa, Concepción Arenal.

“Todos coincidieron en la necesidad de proceder con urgencia al oportuno cambio legislativo para subsanar la actual anomalía tan perturbadora”

JAGS 3Victorio Magariños ha realizado un trabajo exhaustivo, investigando la evolución de las legítimas en todas las épocas de nuestra historia y en la de los países de nuestro entorno. Y ha razonado contundentemente cómo las legítimas ni están amparadas por la Constitución, ni forman parte inalterable de nuestra tradición, ni tienen sentido en la actual coyuntura social, de lo que los despachos notariales son testigos de excepción, pues impiden ordenar la sucesión en función del interés familiar que nadie mejor que el testador puede valorar, sin que la ley pueda usurpar, como explicó Oscar Wilde, con sus raseros ramplones y miserables la escala de nuestros afectos. El propio Tribunal Supremo ha sido consciente de la injusticia que a veces entrañan las legítimas y ha tenido que recurrir para subsanarla a suavizar los requisitos de institución tan odiosa como la desheredación.
En el acto de presentación de libro tan esencial (“Libertad para ordenar la sucesión”, Dykinson, 2022), presidido por la Vicedecana Concepción Barrio, hizo una modélica laudatio del autor Ignacio Solís, ratificó y justificó con perspicacia los argumentos del libro Antonio Pau, y cerró el acto Victorio Magariños insistiendo en la necesidad de que la demandada libertad de testar debe ir acompañada de la responsabilidad del testador al ordenar su sucesión para dejar cumplido el derecho de asistencia de ascendientes, descendientes menores y familiares con alguna discapacidad.
Todos coincidieron en la necesidad de proceder con urgencia al oportuno cambio legislativo para subsanar la actual anomalía tan perturbadora.

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