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Por: IGNACIO MALDONADO RAMOS
Notario de Madrid

 

Cuando en el curso de los acontecimientos humanos se hace necesario para un pueblo disolver los lazos políticos que le unen a otro… un mínimo respeto hacia las opiniones de la humanidad exige que se declaren las causas que le impelen a tal separación.
Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América, 1776

Desde que en el año 2016 los ciudadanos británicos decidieron en referéndum abandonar la Unión Europea, estamos asistiendo a un cúmulo de acciones y reacciones al respecto que ponen a prueba la paciencia de todos los involucrados. Esto se acumula a la inicial perplejidad y extrañeza que dicha iniciativa ha provocado en el resto de los socios comunitarios, que no acaban de comprender los motivos que han llevado a sus vecinos insulares a adoptar tal decisión, después de más de cuarenta años de una fructífera vida en común, al menos en apariencia. Y máxime cuando el proceso del Reino Unido hacia la integración no fue precisamente un camino de rosas.

Efectivamente, cuando se creó el Mercado Común en 1953, fueron muchas las dudas que se suscitaron entre los restantes países europeos en cuanto a su viabilidad y futuro. Sin embargo, la nueva institución obtuvo pronto un resonante éxito, en base a lo cual el Reino Unido, bajo el gobierno Tory de Harold Macmillan, solicitó el ingreso en la organización. Ahí tropezaron con la oposición frontal del Presidente De Gaulle, fiel a la secular desconfianza francesa hacia la “pérfida Albión”. Varios años después, el premier laborista Harold Wilson volvió a plantear el ingreso, pero Francia reiteró su veto. Al fin, después del fallecimiento de De Gaulle, su sucesor, Georges Pompidou, accedió a la ampliación, y la Gran Bretaña entró, junto con Irlanda, Dinamarca y Grecia en la a partir de entonces llamada “Europa de los Diez”.
Las fricciones, sin embargo, no tardaron en dejarse sentir. El ingreso se obtuvo bajo el Primer Ministro conservador, Edward Heath, quien casi inmediatamente hubo de ceder el gobierno a su rival laborista, Wilson, vencedor en las elecciones que se habían celebrado seguidamente. En su campaña electoral, éste había prometido la celebración de un referéndum para ratificar la adhesión, el cual se verificó en 1974. La cosa no pasó de un susto para los partidarios de la integración, ya que la medida fue aprobada por una amplia mayoría de los votantes.
A partir de entonces, la futura Unión Europea contó con un miembro fiel y activo, beneficiada por la aportación de ilustres personalidades británicas, como Roy Jenkins, Chris Patten o León Brittan, que contribuyeron decisivamente a su consolidación. No obstante, tampoco dejaron de suscitarse desencuentros y conflictos. Así, cuando Jacques Delors impulsó en los años ochenta la llamada agencia social en la Comunidad, el gobierno de Margaret Thatcher se opuso frontalmente a tales medidas, demasiado socializantes para la conservadora “Dama de Hierro”. Su sucesor, John Major, tuvo que aguantar la tremenda humillación que para el país supuso el necesario abandono del entonces vigente Sistema Monetario Europeo, tras los despiadados ataques a la libra esterlina propiciados por el financiero George Soros. Y el siguiente primer ministro laborista, Tony Blair, afrontó la tremenda crisis causada por la importación de carne contaminada procedente de sus socios europeos, popularmente conocida como las vacas locas.

"Cuando se creó el Mercado Común en 1953, fueron muchas las dudas que se suscitaron entre los restantes países europeos en cuanto a su viabilidad y futuro. Sin embargo, la nueva institución obtuvo pronto un resonante éxito, en base a lo cual el Reino Unido, bajo el gobierno Tory de Harold Macmillan, solicitó el ingreso en la organización"

No es de extrañar, entonces, que cuando se produjo el significativo avance de la unión económica, mediante la creación del Banco Central Europeo y la aparición del Euro, Gran Bretaña optara por abstenerse, prefiriendo permanecer al margen, conservando sus propias instituciones financieras.
La gran depresión desatada a partir del 2008 contribuyó a difundir aún más el sentimiento antieuropeo entre la población británica, culpando a la Unión de haber propiciado la crisis por su errónea política económica. Este fenómeno se agudizó aún más a mediados de la presente década, tras la adopción de las medidas flexibilizadoras en la política migratoria de la Comunidad.
Todo ello ha contribuido a crear un denso clima de desconfianza, tendente a extender en la Gran Bretaña la necesidad de preservar la propia excepcionalidad y evitar que las normas procedentes de la Unión se apliquen en contra de los que las instituciones y órganos británicos decidan en los casos en conflicto.
Así las cosas, el gobierno conservador de David Cameron optó por dar satisfacción a los escépticos y plantear el segundo referéndum sobre la permanencia en la Unión Europea, aprovechando el procedimiento al respecto introducido en la reforma de 2007 en el artículo 50 del Tratado de la misma (1). Previamente a su celebración, el Premier dirigió al Presidente comunitario una misiva, en forma de memorial de agravios, donde expresaba los motivos que le habían impelido a adoptar tal iniciativa. En el mismo, aludía a las dificultades originadas por la coexistencia en el seno de la Comunidad de unos países adheridos al euro y de otros que no lo estaban, propiciando la famosa “Europa de dos velocidades”. Se quejaba también del exceso de regulación comunitario, que a su juicio se traducía en trabas a la competitividad, y pedía levantar las medidas que tendían a reducir la soberanía de los estados miembros y de sus parlamentos nacionales, en detrimento del principio de subsidiariedad. También se oponía frontalmente a las medidas en política migratoria, no solo respecto de personas procedentes de estados extracomunitarios, sino también de los súbditos de los futuros nuevos países miembros, en tanto éstos no alcanzasen un cierto grado de desarrollo económico.

"Se ha creado un denso clima de desconfianza, tendente a extender en la Gran Bretaña la necesidad de preservar la propia excepcionalidad y evitar que las normas procedentes de la Unión se apliquen en contra de los que las instituciones y órganos británicos decidan en los casos en conflicto"

El Consejo Europeo contestó con una Decisión, en la que trató de dar satisfacción suficiente a los temas planteados por los británicos. Con esto, Cameron enfocó el referéndum de un modo optimista, fomentando el voto por la permanencia, basando la campaña al respecto en el lema “lo mejor de ambos mundos”. La realidad, sin embargo, dio un vuelco a la cuestión y el Brexit (2) fue ganador, si bien por una muy exigua mayoría, en torno al 52% de los votantes.
Desaparecido Cameron de la escena política, su sucesora, Theresa May, afrontó las negociaciones que para dar efectividad al resultado del Referéndum imponen las normas comunitarias. En un primer momento, se impuso un cordial espíritu de colaboración entre ambas partes implicadas. Aparentemente, nadie quería un Brexit duro, expresión acuñada por el propio Presidente de la Comisión Europea, Donald Tusk. Además, todos estaban de acuerdo en preservar los derechos de los ciudadanos implicados, tanto en lo referente a los ingleses residentes en los restantes países de la Unión, como a los miembros de éstos radicados en el Reino Unido. La Unión Europea fijó unas directrices para la negociación del acuerdo de salida, y estableció unas reglas de transparencia al respecto, tras de lo cual los representantes de las dos partes implicadas iniciaron las conversaciones, en rondas sucesivas.
Los asuntos a discutir abarcaban, lógicamente, muy diversos puntos de vista. Algunos de los temas se resolvieron muy pronto y de modo satisfactorio para ambas partes, como la reubicación de las agencias comunitarias ubicadas en el Reino Unido (la ABA, o agencia bancaria europea, y la EME, del medicamento). Otros aspectos resultaban más duros de pelar, como el del pago de la deuda a cargo del Reino Unido, debida a sus compromisos de financiación, o el del establecimiento de un marco para las relaciones futuras entre la Unión Europea y una Gran Bretaña ya extracomunitaria. Pero el más espinoso de todos fue (y sigue siendo) el de la cuestión de Irlanda del Norte.

"La posibilidad de un Brexit duro hace temblar a los agentes económicos, que enumeran los riesgos y consecuencias negativas que el mismo podía tener para las entidades involucradas"

Como es sabido, el nombre correcto del estado implicado es el de “Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte”. Esta última entidad forma parte integrante del país, pero se encuentra separada del resto del mismo por el mar, y es fronterizo con la República de Irlanda, país a su vez independiente y comunitario, con el que le unen unos lazos muy estrechos, que dieron lugar a un terrible conflicto en la segunda mitad del siglo pasado. El llamado acuerdo de Viernes Santo de 1998, con el que se puso término a esa situación, estableció que los habitantes de Irlanda del Norte tienen derecho a ser considerados, a su elección, como británicos o irlandeses, o las dos cosas a la vez, sin que ningún cambio posterior en el estatus de aquella pudiera afectar a esta prerrogativa.
Lógicamente, dicho acuerdo sería contradicho por el re-establecimiento de una frontera física y efectiva entre las dos Irlandas, necesaria en función del abandono de una de ellas de la Unión Europea (3). Por eso, los negociadores británicos pusieron un especial énfasis en la adopción de una cláusula de salvaguardia al acuerdo (el famoso backstop). El tema no resultó fácil de digerir y fue la principal causa del retraso en someter al Parlamento de Westminster la aprobación de los textos al final alcanzados por los negociadores.
Cuando al cabo se planteó la cuestión en la cámara británica, se hizo público el dictamen del Attorney General (4) sobre el backstop, en el cual se consideraba que los términos del acuerdo propuesto no fijaban un plazo máximo de duración del mismo, por lo cual, en su opinión, Irlanda del Norte, y con ella la Gran Bretaña, se encontraría ligada indefinidamente a Europa en una unión aduanera, mientas no se alcanzase un consenso unánime al respecto. Las sucesivas votaciones que seguidamente se celebraron en el Parlamento rechazaron frontalmente el acuerdo negociado por el gobierno de Theresa May. Ésta había solicitado entre tanto varios aplazamientos a la Unión, que al final cristalizaron en fijar como fecha fatídica la del 31 de octubre del presente año. Posteriormente, dimitió, siendo sustituida por Boris Johnson, cuya trayectoria y actuaciones se encuentran presentes en estos momentos en todos los medios de comunicación. Éste ha vuelto a solicitar otra prórroga, y reclama una renegociación de los términos de la salvaguarda para Irlanda del Norte.

"Se ha barajado también la posibilidad de que Escocia e Irlanda, descontentos con la política del gobierno británico, opten por la secesión, en base a que sus habitantes votaron mayoritariamente en el referéndum a favor de la permanencia en la Comunidad"

Actualmente la cuestión se encuentra en un punto muerto. La Unión Europea no está dispuesta a rectificar el acuerdo alcanzado, si bien se abre a negociaciones posteriores sobre los elementos del mismo. El Gobierno y el Parlamento Británico rechazan, por su parte, la manera en que se ha configurado el backstop, y amenazan con una salida dura o violenta de la Unión Europea. Al mismo tiempo, la situación política en el Reino Unido ha alcanzado unos insospechados nieles de paroxismo, que amenazan la estabilidad de las instituciones del país. Lo que en principio parecía iba a ser un acuerdo de caballeros se ha convertido en una pelea barriobajera, en la que los políticos implicados se descalifican mutuamente, ante la mirada atónita de sus ex socios comunitarios.
La posibilidad de un Brexit duro hace temblar a los agentes económicos, que enumeran los riesgos y consecuencias negativas que el mismo podía tener para las entidades involucradas. Sus partidarios las minimizan, recordando casos anteriores de cambios radicales en las estructuras económicas en los que las aguas terminaron por volver a su cauce, como el cierre temporal de los Bancos ordenado por Roosevelt en Estados Unidos en 1933, o la brusca anulación del Reichsmark impuesta en Alemania por las autoridades vencedoras en la guerra en 1948. Así, se opina que, si bien la imposición de fronteras puede tener un efecto desfavorable inicial, el mero transcurso del tiempo lo corregirá. Al respecto, se suelen citar ciertos precedentes históricos en los que el Reino Unido se aisló, dejando al continente incomunicado (según la clásica expresión), como el que ocurrió durante los reinados de Enrique VIII y su hija Isabel, remontándose algunos incluso al abandono de la Isla de las legiones romanas a principios del siglo V.
Se ha barajado también la posibilidad de que Escocia e Irlanda, descontentos con la política del gobierno británico, opten por la secesión, en base a que sus habitantes votaron mayoritariamente en el referéndum a favor de la permanencia en la Comunidad. Dado que ésta considera que en tales casos el ingreso en la Unión requeriría el transcurso de un período de al menos diez años (como se ha declarado en el hipotético caso de Cataluña), esta opción no parece viable, al menos de momento.
Lo realmente importante es lo que ocurra después. Al respecto, tanto los analistas como el hombre de la calle intuyen que la intención de los Brexiteers no es la de imponer un aislamiento económico, ni tampoco la de correr el riesgo de verse convertidos en potencia de tercer grado desprovista de apoyos internacionales. El objetivo real sería poder gozar de los beneficios de la libre circulación de mercancías y capitales, sin tener que formar parte de estructuras políticas, institucionales o sociales. Entre las alternativas que se barajan al respecto, me permito comentar las que indico a continuación.

"En estos momentos, todas las opciones son posibles, hasta la de una reversión del proceso, incluso a través de un nuevo referéndum"

En primer lugar, está la posibilidad de retornar a la EFTA, o Unión Europea de Libre Comercio. Se trata de una organización internacional, creada en 1960 para contrarrestar al Mercado Común, de la que en un principio formaron parte, además del Reino Unido, Austria, Dinamarca, Noruega, Portugal, Suecia y Suiza. Otros países se unieron después, muchos la abandonaron al integrarse en la Unión Europea, y hoy sus miembros se reducen a Noruega, Suiza, Liechtenstein e Islandia. Aunque su influencia internacional es pequeña, ha firmado acuerdos de libre comercio con buena parte de países de relativa importancia económica, entre ellos Canadá y los Sultanatos del Golfo Pérsico. Tiene además (excluida Suiza), un tratado especial con la Unión Europea, con la que conforma el llamado “Espacio Económico Europeo”, que da derecho a sus miembros a beneficiarse de ciertas ventajas económicas (5). Al parecer ya ha habido contactos al respecto con el Reino Unido, aunque no de manera oficial.
También cabe acogerse, sin más a las reglas internacionales de libre comercio, en base a la pertenencia a la Organización Mundial del Comercio (OMC, o WTO en inglés). En el tratado que la creó (con el nombre ya clásico de GATT, Acuerdo General en Tarifas y Comercio) se establece como base fundamental la “cláusula de nación más favorecida”, por la que cualquier ventaja, favor, privilegio o inmunidad concedido por una parte contratante a un producto originario de otro país o destinado a él, será concedido inmediata e incondicionalmente a todo producto similar originario de los territorios de todas las demás partes contratantes, o a ellos destinado. Dado que tanto la Unión Europea como los estados miembros de la misma forman parte de la OMC, el Reino Unido podría invocar la aplicación de la cláusula en sus relaciones comerciales con los mismos. De hecho, el gobierno británico ya se ha dirigido a la OMC para indicar las modificaciones que se producirán cuando el Brexit sea definitivo.
Por fin, hay también que hacer referencia a la posibilidad de que se produzca una alianza comercial con otros países del entorno anglosajón (la llamada angloesfera), incluyendo ciertos dominios de la corona británica y, por supuesto, los Estados Unidos. Al respecto, son públicos los ofrecimientos del presidente Trump, y aunque el mismo no goza precisamente de muy buena fama en Inglaterra, algunos partidarios del Brexit parecen acariciar la idea de un cierto pan-anglosajonismo que les devuelva a sus antiguos tiempos como gran potencia. La idea puede parecer descabellada, pero en el pasado se han dado algunos casos en los que se ha apreciado la existencia de una entente especial al respecto. Así, en los años setenta del pasado siglo se destapó que desde finales de la Segunda Guerra Mundial existe una red especial de espionaje, denominada Echelon. Ésta se encuentra controlada, precisamente, por los Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña, Australia y Nueva Zelanda (UKUSA, en anagrama). Menos secreta, pero no menos real, es la Unión Militar del Pacífico Sur o ANZUS, de la que también forman parte Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda, y a la que el Reino Unido se encuentra asociado. Para algunos analistas, el abandono por parte de la Gran Bretaña de la Unión Europea podría propiciar una revitalización de estas alianzas, y su extensión al plano comercial, introduciendo un nuevo protagonista en la escena internacional, que podría llegar a ser un serio rival para la Unión Europea.
En estos momentos, todas las opciones son posibles, hasta la de una reversión del proceso, incluso a través de un nuevo referéndum. De momento, han caído dos primeros ministros británicos, el tercero está en entredicho, se ha dividido su partido y se encuentra enfrentado no sólo al resto del parlamento sino también a los tribunales. En tanto llega el momento del vencimiento final del 31 de octubre, no cabe sino observar los acontecimientos y rogar porque se imponga de una vez la cordura.

(1) Hasta ese momento, solo se había producido un caso de abandono, el de Groenlandia en 1986, pero lo fue en su condición de territorio autónomo dentro de Dinamarca, no como estado soberano.
(2) Mucho se ha discutido sobre el origen de la palabra, apócope de Britain y Exit, este último término, en latín, de uso corriente, que significa, precisamente, salida. Parece ser en realidad procede de Grexit, expresión con que se hacía referencia en los años previos a la que se consideraba más que segura salida de Grecia de la Europa del Euro. 
(3) Curiosamente, a ningún político británico le causa la menor preocupación el tema de la frontera entre España y Gibraltar, que también debería cerrarse a consecuencia del Brexit.
(4) Cargo parecido a nuestro Fiscal General del Estado, aunque sus funciones no se limitan al ámbito penal.
(5) Entre ellas, la de gozar en España de las bonificaciones fiscales autonómicas en el ISD.

Palabras clave: Brexit, Unión Europea, Reino Unido, Gran Bretaña, Irlanda del Norte, Efta, Gatt, Cláusula de Nación más Favorecida, Omc, Echelon, Anzus.

Keywords: Brexit, European Union, Grat Britain, Northern Ireland, Efta, Gatt, Most Favoured Nation Clause, Wto, Echelon, Anzus.

Resumen

Desde el año 2016, la adopción del Brexit por el Reino Unido ha suscitado un confuso proceso al que asiste atónita la Comunidad Europea y en el que las instituciones británicas se han puesto en entredicho por la manera de afrontarlo. Se acerca la fecha final del 31 de octubre sin que esté clara la solución al conflicto y los ciudadanos no podemos sino asistir a los acontecimientos, rogando porque todas las partes implicadas alcancen al final una solución satisfactoria.

Abstract

Since 2016, the adoption of Brexit by the United Kingdom has led to a confusing process that astonish the European Community and in which the British institutions have been questioned for the way they deal with it. The final date of October 31 is approaching without a clear solution to the conflict and citizens can only attend the events, begging that all parties involved reach a satisfactory solution in the end.

 

 

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